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Patxi Iribarri
Viernes, 20 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

Reflexiones desde el estercolero

Aquí, en el caserío de Etxebarri Goikoa, el estiércol huele fuerte pero es honesto. Lo echas al campo y da tomates. Lo del gobierno de Madrid, en cambio, no da más que náuseas.

 

Esta semana, mientras ordeñábamos a mano y escuchábamos la radio de Sabina, nos enteramos de que la UCO seguía sacando papeles de debajo de las alfombras de La Moncloa. Que si el hermano de Sánchez, que si su mujer, que si contratos amañados, que si el número tres del PSOE (ese tal Santos Cerdán, que parece salido de una novela de trinque y compadreo), que si Koldo, el guardaespaldas que acabó repartiendo mascarillas y millones como si fueran bollos.

 

—¡Y pensar que a nosotros nos pidieron hasta el número del ADN para pedir una subvención para renovar el tejado! —dijo Bittor el cartero, indignado.

 

En el bar, las opiniones hervían como el caldero de marmitako en fiestas:

 

—Yo ya no me fío ni del cura —dijo Fermín—, que el otro día citó a Santo Tomás… y resultó que era Tomás Gómez, el exalcalde aquel con cuentas en Suiza.

 

—¡Esto no es un gobierno, es una lonja de favores! —dijo Patxi, que no había hablado en toda la mañana—. Y el PNV, mientras tanto, ahí lo tienes, callado, cobrando, y votando todo lo que haga falta. Como siempre.

 

Porque aquí, entre ovejas, sabemos de pactos. De los buenos. Como cuando se cambia un jamón por dos quesos y una gallina. Pero lo que hacen en Madrid no es un pacto, es un cambalache sin vergüenza. A cambio del poder, Sánchez lo entrega todo: leyes, principios, dignidad. Si hiciera falta, ponía a su burro de ministro de Cultura. Aunque eso, siendo sinceros, sería una mejora.

 

—La última es que dicen que el presidente medita —añadió Bittor—.
—¿Medita? ¿Sobre qué? ¿Sobre qué tribunal aún no ha colonizado? —respondió la abuela Eusebia, que ya no perdona ni una.

 

Y es que aquí, cuando alguien miente, se le castiga con silencio y sopa aguada. Pero en Madrid, cuando alguien miente… lo ascienden.

 

Por eso, mientras el país entero se ahoga entre titulares judiciales, aquí en el caserío seguimos fieles a nuestra lógica: si algo huele a podrido, es que está podrido. Y este gobierno… huele a estercolero de lujo, pero sin gallinas.

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