La mujer y la soledad
“Llenaba mis noches y días de soledad con comida…no pude controlar ese hábito hasta que regresé (a mi ciudad) con mi familia”. La mujer nueva tiene que atender principalmente a su trabajo, ser una buena profesional, escalar posiciones. No puede supeditar su vida a su familia, a su pareja o matrimonio, tiene que “realizarse” según los patrones de las liberadoras. Pero sucede que es necesario pagar un precio por esa independencia. Sí, el individualismo fomentado por las ideologías neoliberal y socialista, se cobra su precio, porque lo cierto es que todo tiene un precio. ¿Lo vale?
Está ocurriendo cada vez más que en la pareja, en ciertos niveles profesionales –sobre todo ese 15% o 20% que tienen profesiones de nivel superior– que cada uno sea destinado a una ciudad diferente o tenga que viajar mucho. Entonces se plantea la pregunta: ¿quién renuncia? Esto en ocasiones lleva a la disolución de la relación. Antes la mujer seguía al marido, entre otras cosas porque no trabajaba o porque el sueldo era menor. Ahora resulta más difícil por diversos factores: salarios parecidos, inseguridad por si se rompe el matrimonio o la relación, aspiraciones profesionales…Y también están las que tienen un trabajo que, aunque sin viajar y en la misma ciudad, no coincide en el horario con la pareja o cónyuge porque uno trabaja por la mañana y otro por la tarde, con lo cual, el tiempo de convivencia es escaso y la relación se resiente.
En realidad, todavía no ha llegado para ellas ‒tampoco para ellos‒ la auténtica soledad, no sólo la de pareja. Piénsese que estas mujeres que han renunciado a la maternidad, e incluso al matrimonio, por trabajo, separaciones u otras causas, todavía tienen padres, hermanos y sobrinos y pueden encontrar amigos ocasionales en sus viajes o para sus viajes. Todavía ante un problema de salud, que son los que más asustan, se puede contar con familiares si están próximos.
Según un estudio (La soledad en España, Fundación ONCE, 2015), “los casados y con empleo estable son el colectivo más inmune a la soledad”, mientras que “el colectivo de solteros desempleados es el que más experimenta la soledad”. “Numerosas investigaciones de ciencias sociales demuestran sin lugar a dudas que la familia sigue siendo la institución principal y más valorada por los individuos en todas las sociedades, sin excepción (…); mejor evaluada que la política, la religión, el trabajo, etc., en países de los cinco continentes”. No en vano se decían aquellas palabras al contraer matrimonio que significaban promesa y compromiso: “en la salud y en la enfermedad…” “en las alegrías y en las penas”. Sí, también las alegrías, porque si no las compartes con alguien parece que se desvanecen.
Separados, divorciados o personas que, enfrascadas en sus estudios o en su carrera profesional, han dejado pasar el tiempo hasta llegar a una edad en que no es fácil encontrar a alguien con quien convivir. Cierto que se producen compañías ocasionales, pero con poca garantía de que desemboquen en auténtico compromiso. Además, con los años se pierde la capacidad de adaptación.
Parece que las redes sociales se han convertido en un refugio o una salida para el solitario. Según el estudio citado “el uso de las redes sociales en internet es propio de las personas que más sienten la soledad”. Y la soledad se hace más aguda entre los treinta y tantos y los cincuenta años. Cuando las amigas de siempre han formado pareja o se han dispersado, y además se van agotando las posibilidades de tener hijos. “Estoy en la flor de la vida, pero he de conocer a otras personas, me siento sola. Me gustaría tener compañía, pero no voy a encontrar a nadie saliendo de bares, ya me cansé de eso, y las aplicaciones para ligar no son para mí. Entonces ¿cómo? No es fácil…”
En cierto modo el trabajo se convierte en un paliativo o una evasión de ese “sentirse solo”. Así, paradójicamente, si bien el trabajo a veces lleva a que se rompan lazos afectivos y de relación, otras veces y a pesar de que en muchos casos no se lo sienta como medio de realización personal puede “llenar” el tiempo, ayuda a “no pensar” y a hacerte sentir integrado en un grupo, aunque sea con relaciones superficiales. “Tienden a sentirse más solos principalmente por la noche y durante los fines de semana. También sienten aislamiento cuando atraviesan problemas de carácter personal o padecen alguna enfermedad”. El trabajo se presenta, pues, como un sustituto de la compañía. Pero tiene sus limitaciones claro, por ejemplo, ante una enfermedad, entre otros muchos problemas que se pueden presentar.
E incluso el vivir pendiente de las consultas médicas. Esta es una de las tareas frecuentes del solitario jubilado: ir al médico con continuas dolencias que no llegan a ser importantes, pero que resultan un sustituto a no tener nada urgente que hacer o sentirse momentáneamente atendido por alguien. Sí, efectivamente, antes se hablaba con Dios o con el sacerdote, ahora con los burócratas cuando vas a pedir un nuevo servicio del Estado.
Se dice de la soledad en un estudio realizado en Estados Unidos que alcanza ya la categoría de epidemia. Según este estudio, prácticamente la mitad de los estadounidenses afirman sentirse solos “a veces o siempre” y que no tienen a nadie con quien hablar. Los recursos que proporciona el Estado como paliativos de esta “epidemia” son, además de los fármacos ̶ la pastilla de soma de Un mundo feliz ̶ , las redes sociales y actividades programadas por los ayuntamientos y viajes subvencionados por las diversas administraciones del Estado.
Los antiguos luchaban contra la soledad asegurándose una familia, padres con hijos, hermanos, parientes…No significaba que a veces no fallase el cariño y aflorase el egoísmo, pero sí que significaba una protección por lo general importante. La vida estaba hecha de un “toma y daca”. Sí, claro, ello conllevaba sacrificios, sufrimientos a veces, esfuerzo, pero también recompensas. Hoy día las-mejoradoras-de-la-humanidad incitan a las mujeres a vivir el presente sin ataduras, sin mirar el futuro, y las jóvenes entre veinte y treinta y tantos siguen alegremente ese camino, y cuando muchas se dan cuenta de a dónde las lleva, entonces es demasiado tarde.
Y ya, empieza a ser normal acabar los días en una residencia, con visitas esporádicas de algún familiar. Tenemos cercanas las muertes por Covid en las residencias. La administración pudo hacer dejación de funciones y seguir malos protocolos, equivocados tal vez, pero ¿y la familia? Quizá ya no tenían familia que se ocupase de ellos, que se los llevase a su casa. Pero ahora aparecen para hacer reclamaciones y pedir indemnizaciones que se pagarán con los impuestos de todos, porque los políticos no indemnizan de su bolsillo. Al final solo nos quedará el Estado.
“Llenaba mis noches y días de soledad con comida…no pude controlar ese hábito hasta que regresé (a mi ciudad) con mi familia”. La mujer nueva tiene que atender principalmente a su trabajo, ser una buena profesional, escalar posiciones. No puede supeditar su vida a su familia, a su pareja o matrimonio, tiene que “realizarse” según los patrones de las liberadoras. Pero sucede que es necesario pagar un precio por esa independencia. Sí, el individualismo fomentado por las ideologías neoliberal y socialista, se cobra su precio, porque lo cierto es que todo tiene un precio. ¿Lo vale?
Está ocurriendo cada vez más que en la pareja, en ciertos niveles profesionales –sobre todo ese 15% o 20% que tienen profesiones de nivel superior– que cada uno sea destinado a una ciudad diferente o tenga que viajar mucho. Entonces se plantea la pregunta: ¿quién renuncia? Esto en ocasiones lleva a la disolución de la relación. Antes la mujer seguía al marido, entre otras cosas porque no trabajaba o porque el sueldo era menor. Ahora resulta más difícil por diversos factores: salarios parecidos, inseguridad por si se rompe el matrimonio o la relación, aspiraciones profesionales…Y también están las que tienen un trabajo que, aunque sin viajar y en la misma ciudad, no coincide en el horario con la pareja o cónyuge porque uno trabaja por la mañana y otro por la tarde, con lo cual, el tiempo de convivencia es escaso y la relación se resiente.
En realidad, todavía no ha llegado para ellas ‒tampoco para ellos‒ la auténtica soledad, no sólo la de pareja. Piénsese que estas mujeres que han renunciado a la maternidad, e incluso al matrimonio, por trabajo, separaciones u otras causas, todavía tienen padres, hermanos y sobrinos y pueden encontrar amigos ocasionales en sus viajes o para sus viajes. Todavía ante un problema de salud, que son los que más asustan, se puede contar con familiares si están próximos.
Según un estudio (La soledad en España, Fundación ONCE, 2015), “los casados y con empleo estable son el colectivo más inmune a la soledad”, mientras que “el colectivo de solteros desempleados es el que más experimenta la soledad”. “Numerosas investigaciones de ciencias sociales demuestran sin lugar a dudas que la familia sigue siendo la institución principal y más valorada por los individuos en todas las sociedades, sin excepción (…); mejor evaluada que la política, la religión, el trabajo, etc., en países de los cinco continentes”. No en vano se decían aquellas palabras al contraer matrimonio que significaban promesa y compromiso: “en la salud y en la enfermedad…” “en las alegrías y en las penas”. Sí, también las alegrías, porque si no las compartes con alguien parece que se desvanecen.
Separados, divorciados o personas que, enfrascadas en sus estudios o en su carrera profesional, han dejado pasar el tiempo hasta llegar a una edad en que no es fácil encontrar a alguien con quien convivir. Cierto que se producen compañías ocasionales, pero con poca garantía de que desemboquen en auténtico compromiso. Además, con los años se pierde la capacidad de adaptación.
Parece que las redes sociales se han convertido en un refugio o una salida para el solitario. Según el estudio citado “el uso de las redes sociales en internet es propio de las personas que más sienten la soledad”. Y la soledad se hace más aguda entre los treinta y tantos y los cincuenta años. Cuando las amigas de siempre han formado pareja o se han dispersado, y además se van agotando las posibilidades de tener hijos. “Estoy en la flor de la vida, pero he de conocer a otras personas, me siento sola. Me gustaría tener compañía, pero no voy a encontrar a nadie saliendo de bares, ya me cansé de eso, y las aplicaciones para ligar no son para mí. Entonces ¿cómo? No es fácil…”
En cierto modo el trabajo se convierte en un paliativo o una evasión de ese “sentirse solo”. Así, paradójicamente, si bien el trabajo a veces lleva a que se rompan lazos afectivos y de relación, otras veces y a pesar de que en muchos casos no se lo sienta como medio de realización personal puede “llenar” el tiempo, ayuda a “no pensar” y a hacerte sentir integrado en un grupo, aunque sea con relaciones superficiales. “Tienden a sentirse más solos principalmente por la noche y durante los fines de semana. También sienten aislamiento cuando atraviesan problemas de carácter personal o padecen alguna enfermedad”. El trabajo se presenta, pues, como un sustituto de la compañía. Pero tiene sus limitaciones claro, por ejemplo, ante una enfermedad, entre otros muchos problemas que se pueden presentar.
E incluso el vivir pendiente de las consultas médicas. Esta es una de las tareas frecuentes del solitario jubilado: ir al médico con continuas dolencias que no llegan a ser importantes, pero que resultan un sustituto a no tener nada urgente que hacer o sentirse momentáneamente atendido por alguien. Sí, efectivamente, antes se hablaba con Dios o con el sacerdote, ahora con los burócratas cuando vas a pedir un nuevo servicio del Estado.
Se dice de la soledad en un estudio realizado en Estados Unidos que alcanza ya la categoría de epidemia. Según este estudio, prácticamente la mitad de los estadounidenses afirman sentirse solos “a veces o siempre” y que no tienen a nadie con quien hablar. Los recursos que proporciona el Estado como paliativos de esta “epidemia” son, además de los fármacos ̶ la pastilla de soma de Un mundo feliz ̶ , las redes sociales y actividades programadas por los ayuntamientos y viajes subvencionados por las diversas administraciones del Estado.
Los antiguos luchaban contra la soledad asegurándose una familia, padres con hijos, hermanos, parientes…No significaba que a veces no fallase el cariño y aflorase el egoísmo, pero sí que significaba una protección por lo general importante. La vida estaba hecha de un “toma y daca”. Sí, claro, ello conllevaba sacrificios, sufrimientos a veces, esfuerzo, pero también recompensas. Hoy día las-mejoradoras-de-la-humanidad incitan a las mujeres a vivir el presente sin ataduras, sin mirar el futuro, y las jóvenes entre veinte y treinta y tantos siguen alegremente ese camino, y cuando muchas se dan cuenta de a dónde las lleva, entonces es demasiado tarde.
Y ya, empieza a ser normal acabar los días en una residencia, con visitas esporádicas de algún familiar. Tenemos cercanas las muertes por Covid en las residencias. La administración pudo hacer dejación de funciones y seguir malos protocolos, equivocados tal vez, pero ¿y la familia? Quizá ya no tenían familia que se ocupase de ellos, que se los llevase a su casa. Pero ahora aparecen para hacer reclamaciones y pedir indemnizaciones que se pagarán con los impuestos de todos, porque los políticos no indemnizan de su bolsillo. Al final solo nos quedará el Estado.