El inmenso valor del cero
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La diferencia de mentalidades entre las civilizaciones de India, China y Occidente se refleja muy bien a través del número cero, el único que nada vale y que, sin embargo, es excepcional por sus propiedades.
India inventó el cero, pues era y sigue siendo aceptable para su cultura e idiosincrasia que pueda existir un número sin valor, lo mismo que existen personas que también carecen del mismo, los parias.
Un paria lo es por nacimiento, por decreto irrevocable del destino y de los dioses. Por ello, en la India una parte de la sociedad son ceros por nacimiento y naturaleza. La aceptación mental de la ausencia de valor humano del paria y de valor numérico del cero, son elementos clave de su paisaje ideológico y social.
China conoció el cero a través de los monjes budistas, y por ello lo asumió como una representación espiritual de la nada, del vacío sin origen ni cambio.
Si en China cualquiera de los números, por grande que sea, se considera desdeñable frente al infinito, imagen del Estado, menos aún se valora el cero, pues nada vale y únicamente adquiere sentido detrás de otro que lo lidere. El cero por ello define la individualidad.
En Occidente, el cero llegó a través de los árabes, y fue recibido como un instrumento mercantil poderoso que ayudó a crear su sociedad y su destino.
Nuestra sociedad, como los indios y chinos, comprobó que el cero colocado a la izquierda de otros números para nada valía, pero puesto a su derecha multiplicaba su valor. Y extrajo de ello una conclusión diferente a las otras civilizaciones, el individualismo.
Cualquier individuo, por humilde que fuera, estaba dotado de libertad de decisión y podría como el cero ignorar o ayudar a los demás, dejar el mundo como estaba o mejorarlo. Dependería de él.
Con ello, en Occidente el cero se convirtió en una representación del poder del libre albedrío, que partiendo de la siempre minúscula condición humana, según elija situarse y actuar respecto a los demás cambiará totalmente sus efectos en la sociedad.
Hoy, en esta época de cambios, Occidente está lleno de dudas, de individuos que fluctúan sin saber qué son o qué quieren ser. Es el tiempo de los irracionales.
Pero esta crisis será superada si no imitamos recetas ajenas, modelos que someten el libre albedrío de los individuos a la voluntad de unos líderes que los desprecian y los ignoran.
Y es que los defensores de las “virtudes políticas” (unidad, presunta eficacia) de las dictaduras olvidan que el infinito, como el Estado, es una abstracción, que en realidad sólo los números individuales existen y que su inmenso valor, como el del humilde cero, nace de su libertad.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019
La diferencia de mentalidades entre las civilizaciones de India, China y Occidente se refleja muy bien a través del número cero, el único que nada vale y que, sin embargo, es excepcional por sus propiedades.
India inventó el cero, pues era y sigue siendo aceptable para su cultura e idiosincrasia que pueda existir un número sin valor, lo mismo que existen personas que también carecen del mismo, los parias.
Un paria lo es por nacimiento, por decreto irrevocable del destino y de los dioses. Por ello, en la India una parte de la sociedad son ceros por nacimiento y naturaleza. La aceptación mental de la ausencia de valor humano del paria y de valor numérico del cero, son elementos clave de su paisaje ideológico y social.
China conoció el cero a través de los monjes budistas, y por ello lo asumió como una representación espiritual de la nada, del vacío sin origen ni cambio.
Si en China cualquiera de los números, por grande que sea, se considera desdeñable frente al infinito, imagen del Estado, menos aún se valora el cero, pues nada vale y únicamente adquiere sentido detrás de otro que lo lidere. El cero por ello define la individualidad.
En Occidente, el cero llegó a través de los árabes, y fue recibido como un instrumento mercantil poderoso que ayudó a crear su sociedad y su destino.
Nuestra sociedad, como los indios y chinos, comprobó que el cero colocado a la izquierda de otros números para nada valía, pero puesto a su derecha multiplicaba su valor. Y extrajo de ello una conclusión diferente a las otras civilizaciones, el individualismo.
Cualquier individuo, por humilde que fuera, estaba dotado de libertad de decisión y podría como el cero ignorar o ayudar a los demás, dejar el mundo como estaba o mejorarlo. Dependería de él.
Con ello, en Occidente el cero se convirtió en una representación del poder del libre albedrío, que partiendo de la siempre minúscula condición humana, según elija situarse y actuar respecto a los demás cambiará totalmente sus efectos en la sociedad.
Hoy, en esta época de cambios, Occidente está lleno de dudas, de individuos que fluctúan sin saber qué son o qué quieren ser. Es el tiempo de los irracionales.
Pero esta crisis será superada si no imitamos recetas ajenas, modelos que someten el libre albedrío de los individuos a la voluntad de unos líderes que los desprecian y los ignoran.
Y es que los defensores de las “virtudes políticas” (unidad, presunta eficacia) de las dictaduras olvidan que el infinito, como el Estado, es una abstracción, que en realidad sólo los números individuales existen y que su inmenso valor, como el del humilde cero, nace de su libertad.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019