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Javier Salaberria
Lunes, 15 de Diciembre de 2014 Tiempo de lectura:

El arpón

[Img #5369]Para alimentarnos de la mar hemos sido cazadores, pescadores y granjeros. Aunque con idéntico fin estas tres formas de obtener el sustento y la riqueza que las aguas generosamente nos ofrecen no tienen nada que ver en su esencia, determinando el carácter humano de quienes las practican, si bien el carácter determina la elección, como la semilla al fruto y el fruto a la semilla.

 

El hecho de cazar implica búsqueda, persecución, lucha y acción activa de lanzar o disparar el arma y dar muerte a la presa. De todas las formas de obtener alimento es la más arriesgada, la que implica más fortaleza y destreza física, la que precisa de un mayor instinto y valentía y la que resultaba ser más respetuosa con el medio cuando las armas y los buques no tenían la potencia, el alcance y el tamaño de nuestros días. Hoy la única caza decente es la que aun siguen practicando algunas tribus indígenas y la caza submarina cuando se hace respetando los límites legales. Los grandes buques balleneros no cazan. Lo que hacen es eliminar cetáceos y exterminarlos de la faz de los océanos por medio de factorías flotantes mecanizadas donde los hombres son meros complementos de la maquinaria tecnológica. Pronto veremos que podrán ejercer su labor sin tripulantes, drones marinos dirigidos desde tierra firme. Si es que para entonces queda algún animal vivo en nuestras aguas.

 

Pescar es algo más pasivo. La imagen del paciente pescador esperando a que los peces piquen es complementaria a la de aquéllos que echan sus redes al mar y esperan a que éstas salgan llenas, o los que colocan nasas con cebo y esperan a que los crustáceos se queden atrapados. No implica esa persecución individual activa y ese duelo a muerte entre el depredador y su captura. Las piezas capturadas mueren de asfixia, lentamente, no como consecuencia del impacto de nuestro arpón. No se precisa una habilidad especial sino unos conocimientos técnicos y unos utensilios adecuados.

 

Ser granjero de peces es prácticamente lo mismo que criar pollos o conejos. Tiene las mismas rutinas: reproducir, desarrollar las crías, prevenir enfermedades, engordar eficientemente y con bajo costo, sacrificar y empaquetar. Tiene también los mismos efectos en la calidad de vida de los animales (consecuentemente, en la de las proteínas que nos facilitan) y en el medio ambiente, dependiendo del tamaño de la explotación y de las ambiciones especulativas de la granja y del sector. Lejos de ser una solución al problema de la sobreexplotación de los mares es un problema añadido y como método barato de producción de proteínas tiene todos los boletos para seguir expandiéndose a la velocidad de rayo.

 

No obstante, la acuicultura se practica en el mundo desde muy antiguo. El problema, como siempre, no es el concepto sino las dimensiones y la mentalidad del beneficio a corto plazo, que supone la ignorancia sistemática de la lógica de los sistemas biológicos naturales, los cuales casi siempre contradicen el impulso humano de obtener beneficios sin a penas esfuerzo.

 

La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Algo que tratándose del ciclo trófico es muy evidente. Por lo que querer obtener beneficios sin mucho esfuerzo implica, necesariamente, alterar el orden natural de las cosas introduciendo variables que “trampean” y “pervierten” la naturaleza. Eso tiene un precio que tarde o temprano se paga, igual que sucede cuando alguien utiliza sustancias químicas para doparse o anabolizantes para aumentar su masa muscular.

 

Así que arpón, caña o piscina. ¿De qué modo nos enfrentamos a la realidad? ¿Adoptamos el rol de un cazador, el de un paciente pescador o el del metódico granjero piscícola? La inmensa mayoría somos granjeros. Unos pocos pescan y una pequeñísima élite se dedica realmente a cazar con pocos recursos pero mucha valentía. A menudo la supervivencia requiere del coraje de estos pocos privilegiados.

 

Han de regresar los cazadores. Los necesitamos más que nunca. La pesca escasea y las granjas se han vuelto absolutamente corruptas e insanas. Es hora de cazar. Es hora de afilar de nuevo los arpones y salir en busca del Leviatán.

 

Lo llevamos en nuestra sangre. Todos tuvimos un antepasado que burlando la muerte, aguantando recios temporales, días de vigilia, hambre, sed, un agotamiento extenuante y una desesperanza aterradora, consiguió regresar con una pieza dando gracias al cielo por haberle permitido seguir vivo a pesar de todo. Un ser humano que libremente decidía a dónde ir y qué riesgos asumir para seguir viviendo, sin tener que esperar a que el rey o un funcionario le diera una limosna.

 

Si no retomamos el arpón estamos acabados. Daremos con nuestros huesos en aquella isla de Gorea donde durante más de tres siglos se reunieron los traficantes de esclavos para vender y comprar personas como quien compra carne para el matadero.

 

Todos vamos a morir. Quién sabe cuándo. Lo importante es cómo. Mejor que nos mate un cachalote, una ola o una espada, que no la vergüenza de ser devorados en el festín antropófago de unos usureros de mierda.

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