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Domingo, 13 de Julio de 2025 Tiempo de lectura:
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Satanistas en Estados Unidos: la provocación blasfema de la izquierda que quiere convertise en una religión

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Una noche del pasado mes de abril, un artefacto explosivo improvisado fue arrojado contra la sede del Templo Satánico en Salem, Massachusetts. El dispositivo, un tubo de plástico lleno de pólvora y claveteado con puntas, no detonó completamente y tardó unas doce horas en ser descubierto. La policía advirtió que, de haber funcionado como estaba previsto, el resultado habría sido catastrófico. Cerca del lugar apareció una nota escrita a mano que aseguraba que “Elohim” había enviado al autor para “castigar a Satanás”.

 

Poco después, el FBI detuvo a Sean Patrick Palmer, un hombre de 49 años procedente de Oklahoma, acusado del ataque. El blanco de su atentado no era, estrictamente hablando, un culto ocultista tradicional. Sus objetivos eran miembros del Templo Satánico, un grupo que utiliza la imaginería satánica —pentagramas, Baphomet, y retórica anticristiana— principalmente como táctica política para defender el secularismo y protestar contra lo que consideran la imposición cristiana en la vida pública estadounidense.

 

Del “pánico satánico” a la sátira institucionalizada

 

La organización ha logrado ocupar un espacio singular en el debate cultural estadounidense, explotando hábilmente los símbolos del miedo religioso para denunciar lo que ern su opinión perciben como hipocresías o privilegios exclusivos de los grupos cristianos. Su lógica es muy simple: si los cristianos pueden rezar en las escuelas, ellos también deberían poder realizar rituales satánicos. Si se instalan los Diez Mandamientos frente a un edificio gubernamental, entonces debería permitirse un monumento a Baphomet.

 

En este sentido, el Templo Satánico se ha especializado en la provocación legal. En 2013, organizaron un acto en Tallahassee (Florida) con un hombre con cuernos de cabra y asistentes vestidos de negro para protestar contra una ley que permitía a estudiantes pronunciar mensajes religiosos en escuelas públicas. En 2014, respondieron a un monumento estatal con los Diez Mandamientos proponiendo erigir junto a él una estatua de bronce de Baphomet. La maniobra surtió efecto indirectamente: antes de que la figura satánica pudiera instalarse, un juez ordenó retirar el monumento cristiano por "violar la Constitución".

 

Un “aborto ritual” que fuerza el debate

 

En su perfomance más polémica hasta ahora, el año pasado el Templo lanzó en Nuevo México —estado donde el aborto es legal en cualquier etapa del embarazo— un servicio de aborto telemático con un nombre descaradamente provocador: “La Clínica Satánica de Aborto de la Mamá de Samuel Alito”, en referencia al juez del Tribunal Supremo que lideró el fallo que revocó el derecho federal al aborto en Estados Unidos.

 

Este programa prescribe píldoras abortivas no solo a mujeres de Nuevo México, sino también a quienes viajan desde estados donde el aborto está prohibido. Antes de tomar la medicación, se pide a las mujeres que reciten un pasaje con tintes rituales: “Por mi cuerpo, mi sangre. Por mi voluntad, así se hace”, junto a uno de los principios del Templo: “El propio cuerpo es inviolable, sujeto únicamente a la voluntad de uno mismo”. Para sus impulsores, este rito es un acto simbólico de resistencia frente a la persecución legal. Para sus críticos, una grotesca instrumentalización de lo que, en el fondo, es un asesinato legal.

 

Organizaciones como el Instituto de Investigación Cristiana tachan estas iniciativas de “troleo institucionalizado”, diseñado para provocar los valores cristianos y arrastrar el conflicto a los tribunales, donde el Templo espera reforzar sus argumentos sobre las decisiones de decenas de jueces woke, la "libertad de culto" y la separación Iglesia-Estado.

 

A pesar del rechazo de gobernadores como Ron DeSantis en Florida —quien declaró que el Templo Satánico “no es una religión” al vetar su participación en programas escolares— la organización goza de reconocimiento legal: desde 2017, es una iglesia exenta de impuestos a nivel federal. Cuenta con decenas de capítulos en Estados Unidos, varios miles de miembros, y hasta un programa de rehabilitación para adictos llamado Sober Faction, un equivalente a Alcohólicos Anónimos con estética satánica.

 

Las bodas oficiadas bajo su rito son otro fenómeno curioso: Pixie, una joven ministra satánica en Salem, relata haber casado a unas cuarenta parejas, algunas con temáticas tan triviales como inspiradas en He-Man o en películas de Tim Burton. Para muchos simpatizantes, el Templo representa una forma de escapar del "peso moralista" de las religiones tradicionales, especialmente en temas como la sexualidad. Miembros entrevistados hablan de cómo fueron marcados por la culpa y el miedo al infierno durante su infancia en comunidades católicas o baptistas, y encuentran en este movimiento una suerte de espacio contestatario donde revertir la narrativa: “Si me iban a llamar satánico por no creer, ¿por qué no asumirlo?”.

 

Al frente del Templo está Lucien Greaves, nombre artístico de Doug, un graduado de Harvard oriundo de Detroit, que combina un ojo ligeramente estrábico, una coleta discreta y ropa casi siempre negra, aunque con detalles excéntricos como gafas rosadas. Greaves evita en lo posible hablar de su vida personal o de cómo exactamente abrazó el satanismo, limitándose a explicar que durante el “pánico satánico” de los años 80 le pareció ridículo el miedo irracional a la música metal y a los juegos de rol.

 

Con el tiempo, la decepción con los abusos eclesiásticos y el dogmatismo religioso transformaron su escepticismo juvenil en militancia activa. Para Greaves, el satanismo es menos una devoción real a un demonio literal que una afirmación filosófica contra el supersticionismo, aunque curiosamente y de forma contradictoria ha terminado construyendo una liturgia propia, con rituales, ministros y templos.

 

Esta deriva ha generado fricciones internas. Una parte de la militancia acusa a Greaves de concentrar demasiado poder y de dirigir el Templo con un talante autoritario. Esto desembocó en filtraciones de documentos financieros y en la resurrección de antiguos comentarios suyos, donde satirizaba prácticas del judaísmo ortodoxo comparando la kipá con “llevar un frisbee en la cabeza”. Greaves ha intentado matizar, aduciendo que eran declaraciones de un ateísmo juvenil más militante que su postura actual

 

Mientras el Templo prepara demandas contra leyes que pretenden prohibir expresamente sus monumentos en Iowa o Arizona (medidas que creen probablemente inconstitucionales), sigue creciendo la tensión con sectores los sociales conservadores, alarmados ante lo que interpretan como decadencia espiritual de Estados Unidos. El dato de que solo el 68% de los estadounidenses se declaren cristianos hoy —frente al 83% en 1990— alimenta el discurso de que la nación está en declive moral.

 

El Templo Satánico se ha convertido en un punto focal que ayuda a sostener la cohesión de los sectores religiosos conservadores, al brindarles un “enemigo moral” claro. Casos como el del expiloto Michael Cassidy, que decapitó una estatua de Baphomet en Iowa escribiendo luego que deseaba volver a una sociedad donde “todos estuvieran de acuerdo en que Satanás es el mal”, ilustran cuán literal sigue siendo el miedo a estos símbolos.

 

Por su parte, Greaves reconoce que el peligro físico va en aumento. Tras el intento de atentado con bomba, admitió que recibió el consejo de tomar más precauciones. No quiso comprar un arma, pero adoptó un perro guardián llamado Lucy, en un juego de palabras con Lucifer.

 

Vista de cerca, la evolución del Templo Satánico revela más sobre Estados Unidos que sobre el propio satanismo: expone la fragilidad del equilibrio constitucional entre Iglesia y Estado, el peso del resentimiento cultural, y la facilidad con la que símbolos religiosos (o antirreligiosos) pueden instrumentalizarse para fines políticos. Lejos de representar un verdadero culto al mal, el satanismo contemporáneo encarnado por Greaves y compañía se asemeja más a una performance prolongada de extrema-izquierda: una puesta en escena legal, estética y mediática destinada a confrontar al cristianismo presuntamente dominante con sus propias reglas.

 

Sin embargo, al utilizar provocaciones que a menudo trivializan cuestiones tan complejas como el aborto o el trauma religioso, el Templo corre el riesgo de diluir los debates de fondo en el espectáculo obsceno y macabro. En el pulso cultural estadounidense, los satanistas son a la vez un síntoma y un catalizador: un recordatorio muy incómodo de hasta qué punto la política del país sigue estando en manos de una izquierda extremista que se mueve por delirios, principios y creencias históricamente desfasadas y falsas.

 

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