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Martes, 15 de Julio de 2025 Tiempo de lectura:
Avance Editorial

"Las crónicas de Katrin & Elena", de Ascen Corcuera

Capítulo 1: El sonido de la historia

 

El martillo golpeaba contra el hormigón con una cadencia irregular, como el latido de un corazón enfermo. Cada impacto enviaba pequeñas esquirlas de la historia por el aire nocturno de Berlín, mientras los focos de las cámaras de televisión convertían la Puerta de Brandemburgo en un escenario teatral donde se representaba el final de una era.

 

[Img #28521]Elena Varga apretó el puño alrededor de su bolígrafo, sintiendo el frío metal como un ancla en medio del caos. La lluvia fina y persistente que había estado cayendo durante días empapaba su chaqueta, mezclándose con el polvo de hormigón que flotaba en el aire nocturno. A sus treinta y dos años, hija de inmigrantes húngaros que habían huido de Budapest en 1956, había cubierto revoluciones en América Latina y conflictos en África, pero nada la había preparado para esto: ver cómo un mundo se desmoronaba a martillazos, cómo cuarenta años de división se convertían en cascotes bajo los pies de miles de berlineses ebrios de libertad.

 

Sus padres habían muerto sin volver a pisar suelo europeo, llevándose a la tumba historias de la revuelta húngara que Elena había pasado años intentando que le contaran. Ahora, entre el vapor que salía de su boca al respirar el aire helado de noviembre, sentía que finalmente entendía por qué habían emigrado, por qué habían preferido servir mesas en un diner de Cleveland antes que vivir bajo el yugo comunista. Esta noche, Berlín olía a libertad, pero también a miedo y desesperación. El sonido constante de sirenas policiales se mezclaba con la música que alguien había puesto en un radiocasete, creando una banda sonora surreal para el final de una era.

 

—¿Periodista occidental?

 

La voz llegó desde su izquierda, con un acento que Elena no pudo situar de inmediato. Se volvió y se encontró con una mujer de su misma edad, quizás algunos años menor, con el cabello rubio recogido en una coleta práctica y unos ojos verdes preciosos que brillaban con una mezcla de agotamiento y excitación. Llevaba una chaqueta de cuero gastada y una cámara colgada al cuello.

 

The Washington Herald. Elena Varga —respondió en inglés, extendiendo la mano. El agua de lluvia había empapado sus guantes, y sintió el frío traspasarle los dedos.

 

—Katrin Müller, Neues Deutschland —dijo la mujer, estrechándosela con firmeza—. Aunque no sé por cuánto tiempo más.

 

Elena arqueó una ceja. Neues Deutschland era el periódico oficial del Partido Socialista Unificado de Alemania Oriental. Una periodista de allí hablando con naturalidad con una corresponsal occidental habría sido impensable solo semanas atrás. Pudo ver que Katrin tenía las manos enrojecidas por el frío y que sus zapatos, de fabricación claramente oriental, estaban empapados. Había algo en sus ojos que hablaba de alguien que había crecido midiendo cada palabra, cada gesto, cada sonrisa.

 

—¿Por qué no por mucho tiempo más?

 

[Img #28520]Katrin sonrió con amargura, señalando con un gesto los martillos que seguían golpeando el muro.

 

—Cuando tu mundo se cae a pedazos, todo lo que conocías deja de tener sentido. Incluido el periódico para el que trabajas.

 

Elena estudió el rostro de la mujer. Había algo en sus facciones que hablaba de noches sin dormir, de decisiones difíciles, de secretos guardados durante demasiado tiempo. Era hermosa, pero con una belleza marcada por una experiencia cansada, como una fotografía revelada con químicos demasiado fuertes.

 

—¿Te apetece un café? —Elena se sorprendió a sí misma con la pregunta—. Conozco un lugar en el sector occidental que está abierto toda la noche.

 

Katrin dudó un momento, mirando hacia el muro donde los jóvenes seguían golpeando con una determinación que rayaba en lo religioso.

 

—¿Por qué no? Al fin y al cabo, ya no hay sectores, ¿verdad?

 

[Img #28519]

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