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Miércoles, 16 de Julio de 2025 Tiempo de lectura:
Encuentro

El drama silencioso de las desapariciones de personas: el País Vasco busca respuestas

[Img #28525]Eran apenas las nueve de la mañana cuando las puertas de la sede central de la Ertzaintza en Erandio se abrieron para acoger un encuentro tan necesario como desgarrador: el Primer Encuentro de Asociaciones y Familias de Personas Desaparecidas con el Departamento de Seguridad del Gobierno Vasco. Frente a comisarios, agentes expertos y forenses, se sentaron madres, padres, hermanos y amigos de quienes un día salieron por la puerta de casa y nunca regresaron.

 

Los datos, duros y fríos, hablan por sí solos: cada año, la Ertzaintza recibe unas 5.500 comunicaciones por desaparición, de las cuales se materializan alrededor de 1.500 denuncias formales. El cuerpo policial vasco resuelve entre el 95% y el 99% de los casos, pero siempre queda ese margen lacerante, ese pequeño porcentaje que, traducido a rostros y nombres, significa alrededor de un centenar de casos activos hoy en Euskadi. Son cien familias que viven aferradas a una llamada que no llega, a una pista que no aparece, a un ADN que nadie puede cotejar por falta de muestras.

 

Durante la jornada, el comisario jefe de las Secciones Centrales de Investigación Criminal y Policía Judicial, junto a especialistas de delitos contra las personas, compartieron la crudeza de su trabajo: las dificultades extremas en los casos antiguos, donde no hay perfiles genéticos disponibles ni familiares cercanos que puedan facilitar la identificación, y donde los rastros se han desvanecido con el tiempo.

 

Un agente de la Policía Científica y el director del Instituto Vasco de Medicina Legal ofrecieron detalles escalofriantes: en los laboratorios forenses de Euskadi aún hay restos humanos sin identificar, esperando que un cruce de datos o un nuevo avance tecnológico les devuelva su nombre.

 

Por su parte, los responsables de SOS Deiak expusieron la magnitud de los dispositivos de búsqueda: centenares de operativos cada año, que movilizan a equipos de rescate, perros, drones y a veces, decenas de voluntarios, que peinan montes y ríos durante días. Y aun así, no siempre hay un final.

 

En el tramo final del encuentro, un letrado de la Administración de Justicia recordó la dolorosa burocracia que obliga a algunas familias a declarar legalmente la ausencia o la muerte de un ser querido sin tener un cuerpo al que velar. Mientras tanto, desde el Centro Nacional de Personas Desaparecidas se habló de las tragedias que cruzan fronteras: vascos desaparecidos en el extranjero, cuyas investigaciones dependen de la buena voluntad y eficacia de policías lejanas.

 

El encuentro cerró con un turno de ruegos y preguntas. Fue el momento más emotivo: las familias tomaron la palabra, compartieron su angustia, reclamaron recursos, exigieron que sus hijos, padres o hermanos no caigan en el olvido.

 

Porque detrás de cada expediente policial, de cada número frío en una estadística, hay una silla vacía en una mesa familiar. Y un silencio que grita.

 

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