Encuentro
El drama silencioso de las desapariciones de personas: el País Vasco busca respuestas
Eran apenas las nueve de la mañana cuando las puertas de la sede central de la Ertzaintza en Erandio se abrieron para acoger un encuentro tan necesario como desgarrador: el Primer Encuentro de Asociaciones y Familias de Personas Desaparecidas con el Departamento de Seguridad del Gobierno Vasco. Frente a comisarios, agentes expertos y forenses, se sentaron madres, padres, hermanos y amigos de quienes un día salieron por la puerta de casa y nunca regresaron.
Los datos, duros y fríos, hablan por sí solos: cada año, la Ertzaintza recibe unas 5.500 comunicaciones por desaparición, de las cuales se materializan alrededor de 1.500 denuncias formales. El cuerpo policial vasco resuelve entre el 95% y el 99% de los casos, pero siempre queda ese margen lacerante, ese pequeño porcentaje que, traducido a rostros y nombres, significa alrededor de un centenar de casos activos hoy en Euskadi. Son cien familias que viven aferradas a una llamada que no llega, a una pista que no aparece, a un ADN que nadie puede cotejar por falta de muestras.
Durante la jornada, el comisario jefe de las Secciones Centrales de Investigación Criminal y Policía Judicial, junto a especialistas de delitos contra las personas, compartieron la crudeza de su trabajo: las dificultades extremas en los casos antiguos, donde no hay perfiles genéticos disponibles ni familiares cercanos que puedan facilitar la identificación, y donde los rastros se han desvanecido con el tiempo.
Un agente de la Policía Científica y el director del Instituto Vasco de Medicina Legal ofrecieron detalles escalofriantes: en los laboratorios forenses de Euskadi aún hay restos humanos sin identificar, esperando que un cruce de datos o un nuevo avance tecnológico les devuelva su nombre.
Por su parte, los responsables de SOS Deiak expusieron la magnitud de los dispositivos de búsqueda: centenares de operativos cada año, que movilizan a equipos de rescate, perros, drones y a veces, decenas de voluntarios, que peinan montes y ríos durante días. Y aun así, no siempre hay un final.
En el tramo final del encuentro, un letrado de la Administración de Justicia recordó la dolorosa burocracia que obliga a algunas familias a declarar legalmente la ausencia o la muerte de un ser querido sin tener un cuerpo al que velar. Mientras tanto, desde el Centro Nacional de Personas Desaparecidas se habló de las tragedias que cruzan fronteras: vascos desaparecidos en el extranjero, cuyas investigaciones dependen de la buena voluntad y eficacia de policías lejanas.
El encuentro cerró con un turno de ruegos y preguntas. Fue el momento más emotivo: las familias tomaron la palabra, compartieron su angustia, reclamaron recursos, exigieron que sus hijos, padres o hermanos no caigan en el olvido.
Porque detrás de cada expediente policial, de cada número frío en una estadística, hay una silla vacía en una mesa familiar. Y un silencio que grita.
Eran apenas las nueve de la mañana cuando las puertas de la sede central de la Ertzaintza en Erandio se abrieron para acoger un encuentro tan necesario como desgarrador: el Primer Encuentro de Asociaciones y Familias de Personas Desaparecidas con el Departamento de Seguridad del Gobierno Vasco. Frente a comisarios, agentes expertos y forenses, se sentaron madres, padres, hermanos y amigos de quienes un día salieron por la puerta de casa y nunca regresaron.
Los datos, duros y fríos, hablan por sí solos: cada año, la Ertzaintza recibe unas 5.500 comunicaciones por desaparición, de las cuales se materializan alrededor de 1.500 denuncias formales. El cuerpo policial vasco resuelve entre el 95% y el 99% de los casos, pero siempre queda ese margen lacerante, ese pequeño porcentaje que, traducido a rostros y nombres, significa alrededor de un centenar de casos activos hoy en Euskadi. Son cien familias que viven aferradas a una llamada que no llega, a una pista que no aparece, a un ADN que nadie puede cotejar por falta de muestras.
Durante la jornada, el comisario jefe de las Secciones Centrales de Investigación Criminal y Policía Judicial, junto a especialistas de delitos contra las personas, compartieron la crudeza de su trabajo: las dificultades extremas en los casos antiguos, donde no hay perfiles genéticos disponibles ni familiares cercanos que puedan facilitar la identificación, y donde los rastros se han desvanecido con el tiempo.
Un agente de la Policía Científica y el director del Instituto Vasco de Medicina Legal ofrecieron detalles escalofriantes: en los laboratorios forenses de Euskadi aún hay restos humanos sin identificar, esperando que un cruce de datos o un nuevo avance tecnológico les devuelva su nombre.
Por su parte, los responsables de SOS Deiak expusieron la magnitud de los dispositivos de búsqueda: centenares de operativos cada año, que movilizan a equipos de rescate, perros, drones y a veces, decenas de voluntarios, que peinan montes y ríos durante días. Y aun así, no siempre hay un final.
En el tramo final del encuentro, un letrado de la Administración de Justicia recordó la dolorosa burocracia que obliga a algunas familias a declarar legalmente la ausencia o la muerte de un ser querido sin tener un cuerpo al que velar. Mientras tanto, desde el Centro Nacional de Personas Desaparecidas se habló de las tragedias que cruzan fronteras: vascos desaparecidos en el extranjero, cuyas investigaciones dependen de la buena voluntad y eficacia de policías lejanas.
El encuentro cerró con un turno de ruegos y preguntas. Fue el momento más emotivo: las familias tomaron la palabra, compartieron su angustia, reclamaron recursos, exigieron que sus hijos, padres o hermanos no caigan en el olvido.
Porque detrás de cada expediente policial, de cada número frío en una estadística, hay una silla vacía en una mesa familiar. Y un silencio que grita.