Todo verde, menos el campo
Sobre la obsesión por lo “sostenible”… incluso cuando no lo es
“Aquí han plantado más etiquetas verdes que lechugas.”
—Patxi Iribarri
Zestoa, desde el porche, mirando las vacas con desconfianza institucional.
Últimamente todo es sostenible. Hasta lo que huele a gasoil. Las bolsas son sostenibles, los edificios son sostenibles, los festivales, los discursos, los plenos del Congreso y hasta el jamón de oferta del supermercado tiene un sello verde con una hoja dibujada.
No hay cosa más sospechosa que un político hablando de sostenibilidad con el aire acondicionado puesto a 18 grados y un coche oficial esperándolo en la puerta.
Aquí en el caserío tenemos una regla simple: si hay que decir veinte veces que algo es natural, probablemente no lo sea. Lo natural se ve, no se anuncia.
El Greenwashing con txapela
Ahora resulta que nos quieren enseñar a nosotros, los del monte, lo que es cuidar la tierra. Nos vienen con planes de biodiversidad rural, etiquetas ecológicas, normativas climáticas y fondos europeos para plantar especies que aquí nunca han dado ni sombra.
Todo eso con mucho nombre en inglés: Green Deal, Farm to Fork, NextGenEU. Pero la única granja que conocen es el huerto urbano de la azotea de su ministerio.
A mí no me hace falta un certificado digital para saber si un huevo es de gallina feliz. Me basta con mirar a la gallina.
Lo sostenible que arrasa
El colmo llega cuando para construir un “parque eólico sostenible” arrasan media ladera, matan la flora autóctona y espantan a los buitres que llevaban más generaciones que la Diputación.
Pero eh, hay placas informativas con hojas verdes, vídeos de dron y políticos cortando la cinta con sonrisa de compost.
Y no digas nada, que te acusan de estar en contra del progreso. Como si el único progreso posible fuera cargarse el paisaje a cambio de megavatios y marketing.
¿Sostenible para quién?
El papel reciclado de los folletos es sostenible.
La calefacción de pellet importado de Canadá, también.
El coche eléctrico subvencionado, ni te cuento.
Y mientras tanto, el caserío, que lleva tres generaciones reutilizando, compostando, rotando el ganado y viviendo con menos plástico que un influencer vegano, resulta que necesita “modernizarse para adaptarse a los nuevos estándares ambientales”.
Zulocomentarios
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Lo sostenible ya no es una práctica: es una estética.
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Hay más paneles informativos sobre medio ambiente que árboles en algunos parques.
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Nos exigen eficiencia energética desde edificios que pierden calor por las ventanas del siglo XIX.
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Si la sostenibilidad fuera real, el político medio iría en bici… aunque fuera cuesta arriba.
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A mí no me engañan: si algo necesita cuatro logos para parecer ecológico, probablemente contamina más que mi tractor.
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Final con queso curado y escepticismo
Aquí en el caserío seguimos cuidando el terreno como nos enseñaron los abuelos: sin ayudas, sin certificados, y sin necesidad de explicar a nadie lo que es respetar la tierra.
Y mientras nos ponen multas por usar estiércol “sin permiso”, alguien en Bruselas da otro discurso sobre sostenibilidad con corbata de lino reciclado y catering ecológico con foie vegano.
“La sostenibilidad real no hace ruido. Pero eso no vende titulares.”
Sobre la obsesión por lo “sostenible”… incluso cuando no lo es
“Aquí han plantado más etiquetas verdes que lechugas.”
—Patxi Iribarri
Zestoa, desde el porche, mirando las vacas con desconfianza institucional.
Últimamente todo es sostenible. Hasta lo que huele a gasoil. Las bolsas son sostenibles, los edificios son sostenibles, los festivales, los discursos, los plenos del Congreso y hasta el jamón de oferta del supermercado tiene un sello verde con una hoja dibujada.
No hay cosa más sospechosa que un político hablando de sostenibilidad con el aire acondicionado puesto a 18 grados y un coche oficial esperándolo en la puerta.
Aquí en el caserío tenemos una regla simple: si hay que decir veinte veces que algo es natural, probablemente no lo sea. Lo natural se ve, no se anuncia.
El Greenwashing con txapela
Ahora resulta que nos quieren enseñar a nosotros, los del monte, lo que es cuidar la tierra. Nos vienen con planes de biodiversidad rural, etiquetas ecológicas, normativas climáticas y fondos europeos para plantar especies que aquí nunca han dado ni sombra.
Todo eso con mucho nombre en inglés: Green Deal, Farm to Fork, NextGenEU. Pero la única granja que conocen es el huerto urbano de la azotea de su ministerio.
A mí no me hace falta un certificado digital para saber si un huevo es de gallina feliz. Me basta con mirar a la gallina.
Lo sostenible que arrasa
El colmo llega cuando para construir un “parque eólico sostenible” arrasan media ladera, matan la flora autóctona y espantan a los buitres que llevaban más generaciones que la Diputación.
Pero eh, hay placas informativas con hojas verdes, vídeos de dron y políticos cortando la cinta con sonrisa de compost.
Y no digas nada, que te acusan de estar en contra del progreso. Como si el único progreso posible fuera cargarse el paisaje a cambio de megavatios y marketing.
¿Sostenible para quién?
El papel reciclado de los folletos es sostenible.
La calefacción de pellet importado de Canadá, también.
El coche eléctrico subvencionado, ni te cuento.
Y mientras tanto, el caserío, que lleva tres generaciones reutilizando, compostando, rotando el ganado y viviendo con menos plástico que un influencer vegano, resulta que necesita “modernizarse para adaptarse a los nuevos estándares ambientales”.
Zulocomentarios
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Lo sostenible ya no es una práctica: es una estética.
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Hay más paneles informativos sobre medio ambiente que árboles en algunos parques.
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Nos exigen eficiencia energética desde edificios que pierden calor por las ventanas del siglo XIX.
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Si la sostenibilidad fuera real, el político medio iría en bici… aunque fuera cuesta arriba.
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A mí no me engañan: si algo necesita cuatro logos para parecer ecológico, probablemente contamina más que mi tractor.
Final con queso curado y escepticismo
Aquí en el caserío seguimos cuidando el terreno como nos enseñaron los abuelos: sin ayudas, sin certificados, y sin necesidad de explicar a nadie lo que es respetar la tierra.
Y mientras nos ponen multas por usar estiércol “sin permiso”, alguien en Bruselas da otro discurso sobre sostenibilidad con corbata de lino reciclado y catering ecológico con foie vegano.
“La sostenibilidad real no hace ruido. Pero eso no vende titulares.”