El dramático viraje del pueblo navarro
![[Img #28540]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/07_2025/4939_sanfermin-3587340_1280.jpg)
La corrupción política que estos días aflora desde el nido socialista no es más que uno de los flecos que deslucen a la sociedad navarra. El pueblo navarro siempre estuvo constituido por gente piadosa. El primero en exportar misioneros a los lugares más recónditos y empobrecidos de la Tierra. Amante de sus tradiciones, sustentadas en una fe sentida y arraigada, pero no ciega y fanática sino bien lúcida y razonada. El navarro más humilde podía no poseer un gran bagaje cultural o académico, pero su actividad y presencia rebosaban nobleza, tesón, casta, sobriedad y un gran sentido profundo de las cosas. Todo ello permitía que aflorase de manera natural una dignidad que podía apabullar al espectador y que no necesitaba de aderezos ni demostraciones. El hombre navarro, la mujer navarra, siempre fue persona bondadosa, generosa, alegre, sin dobleces, amante de la vida y de la naturaleza, … Todo ello gracias a que su vida estaba presidida por Dios y una doctrina, la católica, que era el referente moral de su conducta y de su forma de pensar.
Sin embargo, el fatal viraje de los navarros los ha sacado de las iglesias y, en el mejor de los casos, les ha edulcorado la fe. Ya no hay una moral lúcida y clara que guíe la conducta de este, antaño, noble pueblo. Se ha perdido la conciencia de las acciones inmorales. Por eso, de la corrupción sólo podremos conocer una pequeña parte que pueda trascender de un estilo de vida infectado de pobreza ética. Está ocurriendo en todo el país, pero en el viejo reino de Navarra se percibe con especial dramatismo. Todavía hoy se pueden apreciar algunos restos de aquel esplendor de personas dotadas de una humanidad sana, bondadosa, humilde y de sencilla religiosidad.
La señal más evidente la vemos reflejada en los políticos que fluyen de nuestros pueblos navarros. Cintruénigo, Milagro, Corella, pero también podríamos referirnos a Tierra Estella, Baztán o el mismo Pamplona, han nutrido siempre la sociedad de personas nobles, honestas, rigurosas y capaces. En la actualidad sufrimos a personajes mediocres, innobles, esclavos de sus pasiones y vicios, ávidos de riquezas y poder. En el mejor de los casos, buenistas condescendientes con perversas ideologías que han contribuido a nuestra degradación. Podríamos recordar al ya anciano Gabriel Urralburu, sacerdote secularizado, natural de Ezcároz, uno de los actores de la trama navarra del caso Roldán, que acabó sus días en la política condenado a cárcel por los mismos delitos que ahora se le imputan a Santos Cerdán.
Pero los políticos no son más que el reflejo de una sociedad que se ha doblegado a la impiedad, la vulgaridad, el fanatismo ideológico y hasta la falta de decoro. Cada vez es más frecuente cruzarse con personajes extravagantes de cabellos pintados con colores chillones y fosforitos. Pueden ser mujeres maduras u hombres de la más variopinta estirpe. Se hace gala de una estética tatuada de representaciones de la más variada simpleza. Al conversar, las ideas son defendidas con argumentaciones pobres y absurdas; inculcadas desde soflamas mediáticas o apoyadas en la demagogia política interesada. El sentido común les ha abandonado y se mantienen fieles a opciones por el mero hecho de ser aquello por lo que siempre han optado.
Podría pensarse que las referidas son cuestiones secundarias que no tienen una incidencia importante. Nada más lejos de la realidad. La degradación de la sociedad navarra, amén de atiborrarnos de políticos corruptos, mediocres y hasta chabacanos, sufre la mayor tasa de rupturas familiares. El índice de suicidios es de los mayores de España, también entre adolescentes. Depresiones, ansiedades, personalidades bipolares, fobias y fijaciones irracionales que complican la convivencia más próxima hasta llegar al absurdo. Todo un compendio de anomalías que generan sufrimiento y hasta amargura. La enseñanza se ha empobrecido hasta límites alarmantes. Nuestros adolescentes y jóvenes andan confundidos entre ideas que les induce a profundizar en todo lo que les degrada. Las acciones terroristas que hasta hace poco nos tenían sometidos entre la muerte y el dolor, se pasan ahora por alto permitiendo que aquellos que formaban parte de la mafia criminal sean los que ahora mandan y gobiernan.
Pues bien, este es el progreso que entre todos nos hemos proporcionado desde el final de la década de los setenta. Unos años en los que se amasó este declive que ahora se percibe cada vez más claramente.
La corrupción política que estos días aflora desde el nido socialista no es más que uno de los flecos que deslucen a la sociedad navarra. El pueblo navarro siempre estuvo constituido por gente piadosa. El primero en exportar misioneros a los lugares más recónditos y empobrecidos de la Tierra. Amante de sus tradiciones, sustentadas en una fe sentida y arraigada, pero no ciega y fanática sino bien lúcida y razonada. El navarro más humilde podía no poseer un gran bagaje cultural o académico, pero su actividad y presencia rebosaban nobleza, tesón, casta, sobriedad y un gran sentido profundo de las cosas. Todo ello permitía que aflorase de manera natural una dignidad que podía apabullar al espectador y que no necesitaba de aderezos ni demostraciones. El hombre navarro, la mujer navarra, siempre fue persona bondadosa, generosa, alegre, sin dobleces, amante de la vida y de la naturaleza, … Todo ello gracias a que su vida estaba presidida por Dios y una doctrina, la católica, que era el referente moral de su conducta y de su forma de pensar.
Sin embargo, el fatal viraje de los navarros los ha sacado de las iglesias y, en el mejor de los casos, les ha edulcorado la fe. Ya no hay una moral lúcida y clara que guíe la conducta de este, antaño, noble pueblo. Se ha perdido la conciencia de las acciones inmorales. Por eso, de la corrupción sólo podremos conocer una pequeña parte que pueda trascender de un estilo de vida infectado de pobreza ética. Está ocurriendo en todo el país, pero en el viejo reino de Navarra se percibe con especial dramatismo. Todavía hoy se pueden apreciar algunos restos de aquel esplendor de personas dotadas de una humanidad sana, bondadosa, humilde y de sencilla religiosidad.
La señal más evidente la vemos reflejada en los políticos que fluyen de nuestros pueblos navarros. Cintruénigo, Milagro, Corella, pero también podríamos referirnos a Tierra Estella, Baztán o el mismo Pamplona, han nutrido siempre la sociedad de personas nobles, honestas, rigurosas y capaces. En la actualidad sufrimos a personajes mediocres, innobles, esclavos de sus pasiones y vicios, ávidos de riquezas y poder. En el mejor de los casos, buenistas condescendientes con perversas ideologías que han contribuido a nuestra degradación. Podríamos recordar al ya anciano Gabriel Urralburu, sacerdote secularizado, natural de Ezcároz, uno de los actores de la trama navarra del caso Roldán, que acabó sus días en la política condenado a cárcel por los mismos delitos que ahora se le imputan a Santos Cerdán.
Pero los políticos no son más que el reflejo de una sociedad que se ha doblegado a la impiedad, la vulgaridad, el fanatismo ideológico y hasta la falta de decoro. Cada vez es más frecuente cruzarse con personajes extravagantes de cabellos pintados con colores chillones y fosforitos. Pueden ser mujeres maduras u hombres de la más variopinta estirpe. Se hace gala de una estética tatuada de representaciones de la más variada simpleza. Al conversar, las ideas son defendidas con argumentaciones pobres y absurdas; inculcadas desde soflamas mediáticas o apoyadas en la demagogia política interesada. El sentido común les ha abandonado y se mantienen fieles a opciones por el mero hecho de ser aquello por lo que siempre han optado.
Podría pensarse que las referidas son cuestiones secundarias que no tienen una incidencia importante. Nada más lejos de la realidad. La degradación de la sociedad navarra, amén de atiborrarnos de políticos corruptos, mediocres y hasta chabacanos, sufre la mayor tasa de rupturas familiares. El índice de suicidios es de los mayores de España, también entre adolescentes. Depresiones, ansiedades, personalidades bipolares, fobias y fijaciones irracionales que complican la convivencia más próxima hasta llegar al absurdo. Todo un compendio de anomalías que generan sufrimiento y hasta amargura. La enseñanza se ha empobrecido hasta límites alarmantes. Nuestros adolescentes y jóvenes andan confundidos entre ideas que les induce a profundizar en todo lo que les degrada. Las acciones terroristas que hasta hace poco nos tenían sometidos entre la muerte y el dolor, se pasan ahora por alto permitiendo que aquellos que formaban parte de la mafia criminal sean los que ahora mandan y gobiernan.
Pues bien, este es el progreso que entre todos nos hemos proporcionado desde el final de la década de los setenta. Unos años en los que se amasó este declive que ahora se percibe cada vez más claramente.