Documentos desclasificados
La Inteligencia Nacional de EE.UU. revela que tiene pruebas de un intento de golpe de Estado del izquierdista Barack Obama contra Donald Trump en 2016
Introducción
No fue Moscú. No fueron hackers rusos. No fueron trolls pagados por Vladimir Putin los que intentaron sabotear la democracia americana. Fueron ellos. El Partido Demócrata. Los que estaban dentro. Los que juraron proteger la Constitución. Los que controlaban las palancas del poder en los meses finales del mandato de Barack Obama.
Esta es la historia, construida con información ahora desclasificada por la Dirección Nacional de Inteligencia de EE.UU., de una guerra de sombras. Un golpe invisible. Un relato de traiciones institucionales, manipulación de la inteligencia y una narrativa fabricada por el izquierdista Barack Obama que alteró para siempre la confianza de los ciudadanos en sus instituciones.
Nota: Los suscriptores de La Tribuna del País Vasco pueden solicitar copias de los informes declasificados (en inglés) por los canales habituales: [email protected] o en el teléfono 650114502
I. La sala oscura
Septiembre de 2016. En una sala de conferencias de la Casa Blanca, bajo las luces frías del ala oeste, James Clapper, Director de Inteligencia Nacional, toma la palabra. Informa que, hasta el momento, no hay indicios de que Rusia pretenda alterar el voto americano. Ni manipulación masiva, ni cambios encubiertos, ni amenaza a los sistemas electorales.
Pero sus palabras, recogidas en un correo electrónico desclasificado años después, caen en saco roto. Hay presión desde arriba. Michael Daniel, asistente especial del presidente Barack Obama para ciberseguridad, y Denis McDonough, jefe del gabinete presidencial, presionan para generar una narrativa. Para inventarse una amenaza.
Porque hay algo peor que un escándalo: un resultado electoral inesperado.
II. Antes de las elecciones
El 12 de septiembre, se redacta una evaluación técnica del riesgo cibernético para las elecciones de noviembre. El documento, firmado por la Comunidad de Inteligencia (CIA, FBI, DHS, NSA), concluye que ningún adversario extranjero —ni Rusia, ni China, ni Irán— tiene la capacidad de hackear o manipular de forma efectiva y encubierta el resultado electoral. Se añade, además, que la mayor amenaza es la percepción pública, no los sistemas técnicos.
Dos días después, se prepara un informe presidencial clasificado con los mismos hallazgos. Es un documento contundente. Pero nunca será entregado.
Ese mismo 14 de septiembre, los medios reciben otra versión: Rusia ha intervenido. Los datos han sido filtrados por “fuentes anónimas” de inteligencia. La versión oficial ya no es la del análisis técnico. Es la de un relato político inventado.
III. Después de las elecciones. El informe borrado
Tras el resultado electoral, que da la victoria Donald Trump, en la tarde del 8 de diciembre, un grupo de altos funcionarios revisa un nuevo borrador de informe clasificado. En él se vuelve a reafirmar: “Rusia y actores criminales no alteraron el resultado electoral de 2016”. Se detectaron algunos ataques menores, sí. Pero nada que pusiera en riesgo el sistema. El FBI, la CIA, la NSA… todos están de acuerdo. Hasta que, horas después, algo ocurre. El FBI —dirigido entonces por James Comey— se retira de la coordinación del informe. Una fuente del equipo de Clapper lo describe como “una retirada inexplicable”. Poco después, el informe es anulado. Lo entierran. Lo borran.
¿Por qué? Porque no se alineaba con la narrativa que la izquierda norteamericana, en las manos del Partido Demócrata, quería instalar en la opinión pública.
IV. La orden del Presidente
El 9 de diciembre, Barack Obama, todavía presidente, convoca a su gabinete de seguridad nacional. Están todos: John Brennan (CIA), Susan Rice (Consejo de Seguridad Nacional), John Kerry (Departamento de Estado), Loretta Lynch (Justicia), Andrew McCabe (FBI), Avril Haines (Asesora Adjunta de Seguridad). No hay deliberación: hay una orden. “Preparad un informe. Unid las piezas. Hacedlo encajar”, se resume en un correo interno titulado “POTUS Tasking on Russia Election Meddling”.
Esa noche, The Washington Post, siempre al servicio de la izquierda, publica su gran (y falso) titular: “La CIA concluye en secreto que Rusia ayudó a Trump”. Miles de medios de comunicación en todo el mundo, como papanatas, repiten el mismo mensaje hasta la extenuación. La narrativa está servida. El relato, cocinado. Y lo más irónico y dramático: no existe ningún informe oficial que avale todavía esa afirmación.
V. El analista que no se dejó corromper
Entre los cientos de correos y documentos ahora desclasificados aparece una figura discreta pero clave: un analista de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI), responsable original de la evaluación cibernética de septiembre. Él fue quien advirtió: “Rusia probablemente no intentará manipular los sistemas de votación”.
Pero cuando se le pidió que validara las nuevas conclusiones del informe de enero —que afirmaban que Putin había ordenado favorecer a Donald Trump— se negó en redondo. “No puedo firmar eso en conciencia”, dijo. Su superior, el Oficial Nacional de Inteligencia para Ciberseguridad, le respondió: “Tienes que confiar en mí. Hay datos que no puedes ver”. Poco después, fue apartado del proceso. Silenciado. Borrado.
VI. El informe final… y la gran mentira
El 6 de enero de 2017, ya con Donald Trump a punto de asumir la presidencia, se publica la “Evaluación de la Comunidad de Inteligencia” (ICA) final. Es el documento que marcará la política exterior y doméstica de EE.UU. durante años. Afirma —sin pruebas nuevas— que Vladimir Putin interfirió en la campaña para favorecer a Donald Trump. Que la interferencia fue real. Que el Kremlin fue responsable.
Pero hay algo más: el informe oculta deliberadamente toda la investigación previa de los Servicios de Inteligencia que contradecía esa conclusión. No menciona que el FBI y la NSA tenían “baja confianza” en la atribución de las filtraciones. No menciona que la “nueva información” en que se basaba era el conocido como “dossier Steele”, financiado por la campaña de Clinton. No menciona que el informe técnico borrado decía todo lo contrario.
VII. Las consecuencias
Durante años, el “Russiagate” persiguió a Donald Trump. Comisiones, investigaciones, espionaje a miembros de su campaña, arrestos, titulares. El país se dividió. Se sembró el caos. Todo, basado en una historia falsa construida en despachos oscuros por aquellos que, liderados por Barack Obama, no aceptaron el resultado democrático de unas elecciones.
Ahora, casi una década después, la verdad sale a la luz. Y es aún más aterradora que cualquier teoría de la conspiración: la mayor amenaza a la democracia americana no vino del exterior, sino del interior del sistema, de la mano de la izquierda norteamericana globalista liderada por el Partido Demócrata.
Epílogo
Los documentos desclasificados en julio de 2025 no solo revelan una historia de manipulación política por parte de quienes se autodefinen como “progresistas”. Revelan una profunda crisis institucional con tintes totalitarios. Un sistema en el que el poder ejecutivo, los servicios de inteligencia y ciertos sectores mediáticos actuaron en concierto para fabricar una narrativa. No por razones de seguridad nacional, sino por miedo a perder el control del relato político.
Y mientras tanto, el pueblo americano, creyó durante años que su presidente Donald Trump era ilegítimo. No porque lo fuera, sino porque así lo decidieron los izquierdistas tramposos quienes no soportaron su victoria.
![[Img #28544]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/07_2025/7594_dieeuu.jpg)
Introducción
No fue Moscú. No fueron hackers rusos. No fueron trolls pagados por Vladimir Putin los que intentaron sabotear la democracia americana. Fueron ellos. El Partido Demócrata. Los que estaban dentro. Los que juraron proteger la Constitución. Los que controlaban las palancas del poder en los meses finales del mandato de Barack Obama.
Esta es la historia, construida con información ahora desclasificada por la Dirección Nacional de Inteligencia de EE.UU., de una guerra de sombras. Un golpe invisible. Un relato de traiciones institucionales, manipulación de la inteligencia y una narrativa fabricada por el izquierdista Barack Obama que alteró para siempre la confianza de los ciudadanos en sus instituciones.
Nota: Los suscriptores de La Tribuna del País Vasco pueden solicitar copias de los informes declasificados (en inglés) por los canales habituales: [email protected] o en el teléfono 650114502
I. La sala oscura
Septiembre de 2016. En una sala de conferencias de la Casa Blanca, bajo las luces frías del ala oeste, James Clapper, Director de Inteligencia Nacional, toma la palabra. Informa que, hasta el momento, no hay indicios de que Rusia pretenda alterar el voto americano. Ni manipulación masiva, ni cambios encubiertos, ni amenaza a los sistemas electorales.
Pero sus palabras, recogidas en un correo electrónico desclasificado años después, caen en saco roto. Hay presión desde arriba. Michael Daniel, asistente especial del presidente Barack Obama para ciberseguridad, y Denis McDonough, jefe del gabinete presidencial, presionan para generar una narrativa. Para inventarse una amenaza.
Porque hay algo peor que un escándalo: un resultado electoral inesperado.
II. Antes de las elecciones
El 12 de septiembre, se redacta una evaluación técnica del riesgo cibernético para las elecciones de noviembre. El documento, firmado por la Comunidad de Inteligencia (CIA, FBI, DHS, NSA), concluye que ningún adversario extranjero —ni Rusia, ni China, ni Irán— tiene la capacidad de hackear o manipular de forma efectiva y encubierta el resultado electoral. Se añade, además, que la mayor amenaza es la percepción pública, no los sistemas técnicos.
Dos días después, se prepara un informe presidencial clasificado con los mismos hallazgos. Es un documento contundente. Pero nunca será entregado.
Ese mismo 14 de septiembre, los medios reciben otra versión: Rusia ha intervenido. Los datos han sido filtrados por “fuentes anónimas” de inteligencia. La versión oficial ya no es la del análisis técnico. Es la de un relato político inventado.
III. Después de las elecciones. El informe borrado
Tras el resultado electoral, que da la victoria Donald Trump, en la tarde del 8 de diciembre, un grupo de altos funcionarios revisa un nuevo borrador de informe clasificado. En él se vuelve a reafirmar: “Rusia y actores criminales no alteraron el resultado electoral de 2016”. Se detectaron algunos ataques menores, sí. Pero nada que pusiera en riesgo el sistema. El FBI, la CIA, la NSA… todos están de acuerdo. Hasta que, horas después, algo ocurre. El FBI —dirigido entonces por James Comey— se retira de la coordinación del informe. Una fuente del equipo de Clapper lo describe como “una retirada inexplicable”. Poco después, el informe es anulado. Lo entierran. Lo borran.
¿Por qué? Porque no se alineaba con la narrativa que la izquierda norteamericana, en las manos del Partido Demócrata, quería instalar en la opinión pública.
IV. La orden del Presidente
El 9 de diciembre, Barack Obama, todavía presidente, convoca a su gabinete de seguridad nacional. Están todos: John Brennan (CIA), Susan Rice (Consejo de Seguridad Nacional), John Kerry (Departamento de Estado), Loretta Lynch (Justicia), Andrew McCabe (FBI), Avril Haines (Asesora Adjunta de Seguridad). No hay deliberación: hay una orden. “Preparad un informe. Unid las piezas. Hacedlo encajar”, se resume en un correo interno titulado “POTUS Tasking on Russia Election Meddling”.
Esa noche, The Washington Post, siempre al servicio de la izquierda, publica su gran (y falso) titular: “La CIA concluye en secreto que Rusia ayudó a Trump”. Miles de medios de comunicación en todo el mundo, como papanatas, repiten el mismo mensaje hasta la extenuación. La narrativa está servida. El relato, cocinado. Y lo más irónico y dramático: no existe ningún informe oficial que avale todavía esa afirmación.
V. El analista que no se dejó corromper
Entre los cientos de correos y documentos ahora desclasificados aparece una figura discreta pero clave: un analista de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI), responsable original de la evaluación cibernética de septiembre. Él fue quien advirtió: “Rusia probablemente no intentará manipular los sistemas de votación”.
Pero cuando se le pidió que validara las nuevas conclusiones del informe de enero —que afirmaban que Putin había ordenado favorecer a Donald Trump— se negó en redondo. “No puedo firmar eso en conciencia”, dijo. Su superior, el Oficial Nacional de Inteligencia para Ciberseguridad, le respondió: “Tienes que confiar en mí. Hay datos que no puedes ver”. Poco después, fue apartado del proceso. Silenciado. Borrado.
VI. El informe final… y la gran mentira
El 6 de enero de 2017, ya con Donald Trump a punto de asumir la presidencia, se publica la “Evaluación de la Comunidad de Inteligencia” (ICA) final. Es el documento que marcará la política exterior y doméstica de EE.UU. durante años. Afirma —sin pruebas nuevas— que Vladimir Putin interfirió en la campaña para favorecer a Donald Trump. Que la interferencia fue real. Que el Kremlin fue responsable.
Pero hay algo más: el informe oculta deliberadamente toda la investigación previa de los Servicios de Inteligencia que contradecía esa conclusión. No menciona que el FBI y la NSA tenían “baja confianza” en la atribución de las filtraciones. No menciona que la “nueva información” en que se basaba era el conocido como “dossier Steele”, financiado por la campaña de Clinton. No menciona que el informe técnico borrado decía todo lo contrario.
VII. Las consecuencias
Durante años, el “Russiagate” persiguió a Donald Trump. Comisiones, investigaciones, espionaje a miembros de su campaña, arrestos, titulares. El país se dividió. Se sembró el caos. Todo, basado en una historia falsa construida en despachos oscuros por aquellos que, liderados por Barack Obama, no aceptaron el resultado democrático de unas elecciones.
Ahora, casi una década después, la verdad sale a la luz. Y es aún más aterradora que cualquier teoría de la conspiración: la mayor amenaza a la democracia americana no vino del exterior, sino del interior del sistema, de la mano de la izquierda norteamericana globalista liderada por el Partido Demócrata.
Epílogo
Los documentos desclasificados en julio de 2025 no solo revelan una historia de manipulación política por parte de quienes se autodefinen como “progresistas”. Revelan una profunda crisis institucional con tintes totalitarios. Un sistema en el que el poder ejecutivo, los servicios de inteligencia y ciertos sectores mediáticos actuaron en concierto para fabricar una narrativa. No por razones de seguridad nacional, sino por miedo a perder el control del relato político.
Y mientras tanto, el pueblo americano, creyó durante años que su presidente Donald Trump era ilegítimo. No porque lo fuera, sino porque así lo decidieron los izquierdistas tramposos quienes no soportaron su victoria.
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