Fuenterrabía
Setenta y un años de cárcel para el depredador sexual que convirtió el surf en su arma
La sentencia es demoledora: 71 años, 5 meses y 9 días de cárcel. Tras las 796 páginas del fallo de la Audiencia de Guipúzcoa se esconde una década de horror silencioso en las costas vascas, donde un monitor de surf de 37 años transformó su aparente vocación deportiva en una maquinaria de abuso sistemático contra menores.
El veredicto, recién hecho público por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, pone fin a un proceso judicial que ha sacudido la localidad de Fuenterrabía y ha dejado al descubierto cómo la confianza ciega puede convertirse en el arma más letal de un depredador.
Durante diez años, entre 2011 y 2021, lo que parecía una próspera escuela de surf funcionó como algo muy distinto. Según el Ministerio Fiscal, el acusado había convertido su centro deportivo en "un auténtico rebaño y una auténtica maquinaria del abuso sexual de menores". La acusación particular fue aún más directa: la escuela era simplemente "una excusa" para acceder a víctimas potenciales.
El depredador operaba con una metodología calculada y perversa. Primero seleccionaba a su víctima entre los alumnos varones menores de edad. Después desplegaba un arsenal de seducción sutil: atenciones especiales, regalos, caricias aparentemente inocentes. Su objetivo era claro: hacer que el menor se sintiera "especial y afortunado", establecer una relación de dependencia emocional que le permitiera satisfacer, en palabras del fiscal, "sus deseos más lascivos".
Los testimonios recogidos durante el juicio, celebrado entre el 10 y el 21 de marzo en la Sección Tercera de la Audiencia, revelan un patrón escalofriante. El monitor no solo abusaba de la confianza de los menores, sino también de la de sus familias, que veían en él una figura ejemplar para sus hijos.
"Mostraba un comportamiento cariñoso con el menor escogido, dándole besos y abrazos", detalla la sentencia. Incluso llegaba a hacer evidente ante el resto del grupo su preferencia por la víctima elegida, normalizando ante otros niños lo que no era sino el primer paso de un proceso de manipulación devastador.
Los campamentos de una semana que organizaba en distintas poblaciones se convirtieron en el escenario perfecto para sus crímenes. Allí, lejos del control familiar directo, el depredador tenía acceso ilimitado a sus víctimas.
Cuando la Ertzaintza registró su domicilio en agosto de 2021, los agentes se toparon con la dimensión real del horror: un disco duro contenía 4.208 archivos de explotación sexual infantil. El hallazgo confirmaba que la perversión del monitor trascendía sus propios crímenes directos.
La Audiencia de Guipúzcoa ha impuesto penas individuales que oscilan entre los 4 años y un día y los 12 años de prisión por cada uno de los once delitos de abuso sexual, gradadas según su gravedad. A estas se suman 5 meses adicionales por posesión de material de explotación infantil.
Pero la justicia va más allá del encierro. Las víctimas recibirán indemnizaciones que van desde los 3.000 hasta los 30.000 euros. El condenado tendrá prohibido acercarse o comunicarse con ellas, y quedará inhabilitado de por vida para cualquier actividad que implique contacto con menores.
A través de su letrada, las familias de las víctimas han expresado estar "parcialmente satisfechas" con el fallo, aunque también "desconcertadas" porque la sentencia no reconoce la existencia de intimidación en el caso, circunstancia que habría permitido agravar las penas.
La diferencia entre las peticiones iniciales y la condena final es significativa. Mientras la Fiscalía solicitaba 85 años de cárcel, la acusación particular llegó a pedir cerca de 290 años de prisión. La defensa, como era previsible, ha anunciado que recurrirá el fallo ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco.
Esta condena, una de las más severas dictadas en España por delitos de esta naturaleza, envía un mensaje inequívoco: ni la aparente respetabilidad social ni la posición de confianza pueden servir de escudo para los depredadores sexuales.
El caso del monitor de surf de Hondarribia quedará como un recordatorio doloroso de que los monstruos no siempre tienen cara de monstruo. A veces llevan traje de neopreno y enseñan a los niños a surfear las olas del mar mientras planean surfear sobre su inocencia.
La sentencia es demoledora: 71 años, 5 meses y 9 días de cárcel. Tras las 796 páginas del fallo de la Audiencia de Guipúzcoa se esconde una década de horror silencioso en las costas vascas, donde un monitor de surf de 37 años transformó su aparente vocación deportiva en una maquinaria de abuso sistemático contra menores.
El veredicto, recién hecho público por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, pone fin a un proceso judicial que ha sacudido la localidad de Fuenterrabía y ha dejado al descubierto cómo la confianza ciega puede convertirse en el arma más letal de un depredador.
Durante diez años, entre 2011 y 2021, lo que parecía una próspera escuela de surf funcionó como algo muy distinto. Según el Ministerio Fiscal, el acusado había convertido su centro deportivo en "un auténtico rebaño y una auténtica maquinaria del abuso sexual de menores". La acusación particular fue aún más directa: la escuela era simplemente "una excusa" para acceder a víctimas potenciales.
El depredador operaba con una metodología calculada y perversa. Primero seleccionaba a su víctima entre los alumnos varones menores de edad. Después desplegaba un arsenal de seducción sutil: atenciones especiales, regalos, caricias aparentemente inocentes. Su objetivo era claro: hacer que el menor se sintiera "especial y afortunado", establecer una relación de dependencia emocional que le permitiera satisfacer, en palabras del fiscal, "sus deseos más lascivos".
Los testimonios recogidos durante el juicio, celebrado entre el 10 y el 21 de marzo en la Sección Tercera de la Audiencia, revelan un patrón escalofriante. El monitor no solo abusaba de la confianza de los menores, sino también de la de sus familias, que veían en él una figura ejemplar para sus hijos.
"Mostraba un comportamiento cariñoso con el menor escogido, dándole besos y abrazos", detalla la sentencia. Incluso llegaba a hacer evidente ante el resto del grupo su preferencia por la víctima elegida, normalizando ante otros niños lo que no era sino el primer paso de un proceso de manipulación devastador.
Los campamentos de una semana que organizaba en distintas poblaciones se convirtieron en el escenario perfecto para sus crímenes. Allí, lejos del control familiar directo, el depredador tenía acceso ilimitado a sus víctimas.
Cuando la Ertzaintza registró su domicilio en agosto de 2021, los agentes se toparon con la dimensión real del horror: un disco duro contenía 4.208 archivos de explotación sexual infantil. El hallazgo confirmaba que la perversión del monitor trascendía sus propios crímenes directos.
La Audiencia de Guipúzcoa ha impuesto penas individuales que oscilan entre los 4 años y un día y los 12 años de prisión por cada uno de los once delitos de abuso sexual, gradadas según su gravedad. A estas se suman 5 meses adicionales por posesión de material de explotación infantil.
Pero la justicia va más allá del encierro. Las víctimas recibirán indemnizaciones que van desde los 3.000 hasta los 30.000 euros. El condenado tendrá prohibido acercarse o comunicarse con ellas, y quedará inhabilitado de por vida para cualquier actividad que implique contacto con menores.
A través de su letrada, las familias de las víctimas han expresado estar "parcialmente satisfechas" con el fallo, aunque también "desconcertadas" porque la sentencia no reconoce la existencia de intimidación en el caso, circunstancia que habría permitido agravar las penas.
La diferencia entre las peticiones iniciales y la condena final es significativa. Mientras la Fiscalía solicitaba 85 años de cárcel, la acusación particular llegó a pedir cerca de 290 años de prisión. La defensa, como era previsible, ha anunciado que recurrirá el fallo ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco.
Esta condena, una de las más severas dictadas en España por delitos de esta naturaleza, envía un mensaje inequívoco: ni la aparente respetabilidad social ni la posición de confianza pueden servir de escudo para los depredadores sexuales.
El caso del monitor de surf de Hondarribia quedará como un recordatorio doloroso de que los monstruos no siempre tienen cara de monstruo. A veces llevan traje de neopreno y enseñan a los niños a surfear las olas del mar mientras planean surfear sobre su inocencia.