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Elena García
Sábado, 26 de Julio de 2025 Tiempo de lectura:

La ideología feminista y su contribución a la soledad

Las feministas, en su radical individualismo, en su afán de que la mujer no dependa de nadie, no condicione su vida a nadie, no aguante nada, en su promoción del “empoderamiento”, están llevando a la mujer –y a sí mismas– a futuros inciertos, que fácilmente desembocan, como decíamos en el artículo anterior, en la soledad. Las relaciones superficiales, ocasionales, no duraderas, donde no hay compromiso ni supeditación a nada, suponen, a la larga, un gran vacío emocional. Porque lo cierto es que, para recibir, hay que dar. Pero el sacrificio es una palabra denostada para ellas por recordar a la sumisión. Y así hemos pasado de unas épocas en que la mujer aguantaba demasiado a otra en que no aguanta nada.

      

En cualquier convivencia estrecha en la pareja, el compromiso y la paciencia se hacen necesarios por ambas partes. Si las discusiones y discrepancias son frecuentes, a veces se hace necesario recurrir a un psicólogo o como se hacia antes a un sacerdote. Malas rachas se han pasado en muchos matrimonios, que después se han superado y han tenido una madurez o una vejez acompañados y siendo el apoyo el uno del otro. Ahora no, no hace falta esperar mucho, cada uno por su lado y a buscar nueva pareja. Sucede también que, si han tenido hijos, la relación con ellos suele ser de alejamiento y finalmente de indiferencia puesto que en su día sintieron que no se contaba con ellos, de forma que en las dificultades o enfermedades de los padres, el hijo no siente ningún cariño ni compromiso hacia ese progenitor. Y mientras llega la muerte, aparece el resentimiento del hijo hacia el que fue causa de la ruptura y el abandono familiar, que con el tiempo no lo olvidará, y pagará con una moneda parecida: no asumir ningún compromiso con ese progenitor. Ya está sucediendo que muchos hijos no van ni siquiera al entierro de aquel padre que más o menos perdieron de vista. Y ese padre que confió en los hijos de su pareja sucesiva y los crio, a veces como si fueran suyos, a menudo tampoco se ve ayudado en momentos de dificultades. Al fin y al cabo, fue a ocupar el lugar de su padre. Lo mismo puede decirse para la mujer, aunque sea menos frecuente.

 

Y parece que en la juventud cualquier problema es superable. A ciertas edades aun hay amigos y compañeros de trabajo, pero son sobre todo para quedar los fines de semana o viajar. Cuando hay asuntos serios, ya he tenido que oír, “voy a acompañar al médico a una amiga de mi hija que no tiene quien vaya con ella y está angustiada por lo que le puedan decir”. O también, “voy a acompañar a mi hija a la quimio”; su hija con cáncer de cuello de útero. “¿Y su pareja?” “Su pareja es para acostarse”. Claro, compromisos, los mínimos. La AECC calcula que en España hay 40.000 personas que afrontan un cáncer y que viven solas. Y esto a todas las edades.

      

El compromiso es algo que ya no se lleva en las liberadas sociedades occidentales. Supone que cuentes con los otros, ‒y en correspondencia, que los otros cuenten contigo‒ y eso se considera que resta libertad. A medida que en nuestras sociedades ha progresado el individualismo la cohesión social ha disminuido inevitablemente. Hemos entrado en un modelo social muy individualista. La vivencia de la soledad se ha ido incrementando considerablemente. Nadie tiene por qué supeditarse a nadie. Y así, ocurre la paradoja de que queremos tener todo asegurado y sin embargo hemos convertido un aspecto de nuestra vida en lo totalmente imprevisto. Es decir, buscamos que el Estado nos asegure el trabajo, el salario, la sanidad, la pensión de vejez, las indemnizaciones por cualquier percance o desgracia; aseguramos el coche, la vivienda, y un sinfín de cosas, pero hemos dejado nuestra vida afectiva, lo más importante, sometida a lo imprevisto, a lo que salga, al azar más absoluto. Hemos dejado atrás la familia y el calor del cariño, la ayuda incondicional en los momentos difíciles.

 

El individuo ya no depende de nadie, solo del Estado. Pero naturalmente también el Estado tiene que cobrarlo. ¿Cómo? Pues en principio con sumisión. Y aquí tenemos una posible explicación de por qué los diferentes gobernantes de los Estados del Bienestar se han puesto de acuerdo con las mejoradoras de las mujeres, y sueltan enormes sumas del dinero de todos para la promoción del individualismo extremo y la destrucción de la familia, “no tienes por qué aguantar nada”. Solamente tienes que aguantar lo que el Estado quiera imponerte. Ya sabemos el precio. Así que continuamente escuchamos cómo se menosprecia a la familia o se la considera algo sin importancia para la vida. El Estado se ha convertido en el dios providente que satisfará todas tus necesidades incluido el asilo, aunque tengas que esperar a veces para tener plaza.

 

https://latribunadelpaisvasco.com/sec/revista-la-palabra-pintada

 

 

 

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