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Domingo, 27 de Julio de 2025 Tiempo de lectura:
Exclusiva La Tribuna

Estados Unidos construye una red global de vigilancia geoespacial para prevenir conflictos

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En un edificio anodino del Departamento de Estado de Estados Unidos, protegido por capas y capas de seguridad digital y física, se está gestando una revolución silenciosa. Un documento interno obtenido por La Tribuna del País Vasco revela un proyecto estratégico de alcance global: la Geospatial Data Strategy (GDS), un plan para crear una red de datos geoespaciales capaz de mapear el mundo en tiempo real, anticipar conflictos y rediseñar la forma en que EE.UU. ejerce su poder diplomático y militar.

 

La estrategia describe con frialdad técnica lo que, en esencia, es una cartografía viva: una red interoperable de imágenes satelitales, sensores remotos, datos fronterizos, plataformas en la nube y algoritmos de inteligencia artificial que no solo mostrarán el mundo tal como es, sino que intentarán predecir lo que está a punto de suceder.

 

“Estamos hablando de diplomacia algorítmica”, dijo un alto funcionario que accedió a hablar bajo condición de anonimato. “El mapa no será una fotografía del presente, sino una ventana al futuro inmediato. Si esto funciona como está diseñado, podríamos anticipar desplazamientos masivos de población, cambios políticos y crisis humanitarias antes de que golpeen los titulares”.

 

La Geospatial Data Strategy es la respuesta del Departamento de Estado a la Geospatial Data Act (GDA) de 2018, una ley poco conocida que ordena a las agencias federales coordinar la gestión de información geográfica. Pero la nueva versión que ya está circulando va mucho más allá de la mera interoperabilidad de datos. “Es una arquitectura de vigilancia global en tiempo real”, advierte un exanalista de inteligencia con conocimiento directo del programa. “Y lo que hace único a este plan es la integración de IA predictiva en la toma de decisiones diplomáticas”.

 

El proyecto marca una ruptura histórica. Desde la creación de la Oficina del Geógrafo en 1921, el Departamento de Estado ha mantenido mapas que definen fronteras, tratados y reclamaciones. Durante la Guerra Fría, aquellos mapas se convirtieron en herramientas estratégicas para seguir la expansión soviética. Pero lo que ahora propone la GDS no tiene precedentes.

 

“Este ya no es el mapa que cuelga en la pared de una embajada”, explica un contratista del Center for Analytics que trabaja en el desarrollo del sistema. “Es una red viva que combina sensores, satélites, bases de datos consulares y análisis de patrones. Si un convoy de refugiados comienza a moverse en África, si una frontera en Asia se recalienta, el sistema lo detectará y propondrá escenarios en cuestión de minutos”.

 

Según los documentos a los que ha accedido La Tribuna, la GDS se basa en tres pilares tecnológicos:

 

1. Integración masiva de datos georreferenciados desde fuentes militares, diplomáticas y civiles.

 

2. Plataformas en la nube con interoperabilidad internacional, conectadas al GeoPlatform federal y a bases de datos aliadas.

 

3. Modelos de inteligencia artificial y machine learning diseñados para detectar patrones de inestabilidad política, migraciones y riesgos emergentes.

 

Uno de los anexos menciona explícitamente la capacidad de “visualizar conflictos, prever resultados y asignar recursos de manera dinámica”. Un lenguaje que, según expertos consultados, recuerda a proyectos experimentales del Pentágono para anticipar amenazas antes de que se materialicen.

 

Pero no todos ven el proyecto como un avance positivo. Una fuente del propio Departamento de Estado expresó su preocupación por las implicaciones éticas. “Estamos construyendo algo que borra la línea entre diplomacia y vigilancia. ¿Qué pasará cuando esta red esté completamente desplegada? ¿Quién decidirá qué datos usar, qué país observar, qué movimiento anticipar?”.

 

Analistas de derechos digitales consultados advierten que una arquitectura de datos geoespaciales a esa escala podría invadir la soberanía de otros países y generar tensiones diplomáticas si se percibe como una herramienta de espionaje encubierto.

 

El documento reconoce desafíos internos: falta de financiación en algunas áreas, carencias de personal especializado y la urgencia de migrar toda la arquitectura hacia entornos en la nube seguros. “Estamos intentando construir la NASA de la geolocalización diplomática con un presupuesto de oficina”, ironiza una fuente cercana al proyecto.

 

A pesar de ello, altos cargos como Matthew Graviss, Chief Data Officer del Departamento, y Lee Schwartz, geógrafo principal, han firmado la implementación inicial. “Hay una sensación de que esto definirá la política exterior de EE.UU. en la próxima década”, admite otro funcionario.

 

Mientras tanto, el sistema comienza a tomar forma en silencio. Las primeras pruebas se están realizando en zonas de conflicto en África y Oriente Medio, cruzando datos de desplazamientos humanos, recursos hídricos y tensiones políticas. El objetivo final: un tablero geopolítico interactivo que permita a Washington “ver” el mundo como un organismo en movimiento y actuar antes de que los eventos exploten.

 

“Es como si hubiéramos pasado de mirar el cielo a intentar controlarlo”, resume un veterano diplomático tras leer el documento filtrado. “La pregunta no es si podemos hacerlo. Es si deberíamos”.

 

El Departamento de Estado no ha emitido ninún comentario sobre esta estrategia, pero lo que parece claro es que la era de la diplomacia basada en cables y embajadas está dando paso a una era de cartografía cognitiva, donde el poder se mide en coordenadas y el futuro se dibuja en tiempo real.

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