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Miércoles, 30 de Julio de 2025 Tiempo de lectura:
Alerta general

Un terremoto de magnitud 8.8 en Rusia hace estallar un tsunami que desata una carrera contra el tiempo que se extiende por medio planeta

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La Tierra se resquebraja en el fin del mundo

 

Eran las 8:25 de la mañana en Kamchatka, esa península rusa que se adentra en el Pacífico como una garra desafiante. La corteza terrestre se desgarró a 13 millas de profundidad, liberando una energía equivalente a 8.8 grados en la escala de Richter —una cifra que coloca este evento entre los seis terremotos más poderosos jamás registrados en la historia humana.

 

El epicentro, situado 136 kilómetros al este de Petropavlovsk-Kamchatsky, una ciudad de 180.000 habitantes, se ha convertido en el punto cero de una crisis que pondrá a prueba los sistemas de alerta temprana de tsunamis de medio planeta. No era solo un temblor más en el turbulento Anillo de Fuego del Pacífico; era el despertar de una bestia geológica que no rugía con tal fuerza desde 2011.

 

El eco del pasado

 

La comparación es inevitable: este es el terremoto más fuerte desde el devastador 9.0 que sacudió el noreste de Japón en marzo de 2011, aquél que desencadenó el tsunami que arrasó con Fukushima y cambió para siempre la percepción mundial sobre la furia del océano. Los científicos del Centro Geofísico de la Academia Rusa de Ciencias no han dudado en calificarlo como "un evento único", recordando que la última vez que Kamchatka experimentó algo similar fue en 1952.

 

Pero esta vez, el mundo estaba mejor preparado. O al menos, eso se esperaba.

 

Las primeras víctimas del océano enloquecido

 

En las islas Kuriles, Severo-Kurilsk se ha convertido en el primer testigo de la ira del Pacífico. Olas de hasta 4 metros arrancaron embarcaciones de sus amarres y arrastraron contenedores de almacenamiento, mientras el gobernador regional Valery Limarenko coordinaba una evacuación que parecía sacada de una película de desastres. "Los residentes están a salvo y permanecen en terreno elevado hasta que pase la amenaza de una segunda ola", reportaba, con la voz tensa de quien sabe que la naturaleza aún no ha terminado de hablar.

 

En tierra firme rusa, varias personas buscaron atención médica tras el terremoto. "Desafortunadamente, hay algunas personas que fueron heridas durante el evento sísmico. Algunas se lastimaron al correr afuera, y un paciente saltó por una ventana", informaba el ministro regional de salud, Oleg Melnikov, pintando el cuadro humano del pánico que se apodera de las comunidades cuando la tierra traiciona su aparente solidez.

 

La alerta cruza el océano

 

Mientras Rusia contaba sus primeros daños, las ondas sísmicas ya habían disparado todos los sistemas de alerta del Pacífico. En cuestión de minutos, las sirenas de alerta de tsunami comenzaron a ulular desde Tokio hasta Honolulu, desde Alaska hasta California. El Pacífico, ese océano que conecta civilizaciones, se ha convertido en el mensajero de una amenaza que viaja a la velocidad de un avión comercial.

 

Japón, con los fantasmas de 2011 aún frescos en la memoria colectiva, no ha perdido el tiempo. Más de 1.9 millones de personas recibieron órdenes de evacuar hacia terreno más seguro, mientras las primeras olas comenzaron a golpear la costa norte de Hokkaido. Las imágenes que llegan desde el archipiélago muestran una escena que hiela la sangre: multitudes refugiándose en azoteas bajo carpas improvisadas, protegiéndose del sol abrasador mientras esperan que pase el peligro.

 

En Fukushima, cerca de 4.000 trabajadores han sido evacuados a terrenos más altos dentro del complejo de la planta nuclear, un recordatorio escalofriante de que los desastres naturales en Japón siempre llevan consigo el eco nuclear. La liberación de agua radiactiva tratada al mar ha sido suspendida temporalmente como medida de precaución.

 

Hawái: El paraíso en vilo

 

A 6.000 kilómetros de distancia, Hawái se preparaba para recibir las ondas de choque de la naturaleza. El gobernador Josh Green advirtió que las olas "no golpearán una sola playa, sino que envolveran todas las islas", mientras las sirenas de tsunami resonaban a través de Honolulu y la gente se dirigía hacia terrenos elevados.

 

El aeropuerto de Kahului se convirtió en un refugio improvisado para cerca de 200 viajeros varados después de que todos los vuelos fueran cancelados. Algunos vuelos con destino a Hawái fueron desviados de regreso a Los Ángeles debido a la amenaza del tsunami, creando un caos logístico que se extendía más allá de las costas.

 

En Midway Atoll, esa pequeña isla en medio del Pacífico que sirve como centinela de las olas que se aproximan, los niveles del mar se elevaron 5.9 pies por encima de lo normal, una medición que envió escalofríos por la espina dorsal de los meteorólogos.

 

La costa oeste se prepara

 

Estados Unidos continental no es ajeno al drama. Desde Cape Mendocino hasta la frontera con Oregón, California recibió alertas de tsunami, mientras todo el resto de la costa oeste fue puesto bajo aviso de martemoto. Los salvavidas en las playas de California comenzaron a desalojar a los bañistas, y las autoridades emitieron advertencias claras: "No vayan a la costa a ver las olas".

 

En Alaska, esas islas Aleutianas que han servido de puente entre continentes durante milenios, las alertas de tsunami se han extendido desde Samalga Pass hasta Attu, cubriendo una cadena de comunidades que conocen bien el temperamento del Pacífico norte.

 

Un Presidente en las redes

 

En una era donde las crisis se comunican a través de bytes y caracteres, el presidente Donald Trump ha tomado las redes sociales para alertar: "Debido a un terremoto masivo que ocurrió en el Océano Pacífico, una Alerta de Tsunami está en efecto para quienes viven en Hawái. Una vigilancia de tsunami está en efecto para Alaska y la Costa Pacífica de Estados Unidos".

 

Pero la influencia de este despertar geológico se extiende mucho más allá del Pacífico norte. China ha emitido una alerta amarilla, preparándose para grandes olas que podrían impactar Shanghai y la provincia vecina de Zhejiang. Chile, Perú, Ecuador —toda la costa pacífica de América del Sur— han activado sus protocolos de emergencia.

 

El Instituto Oceanográfico y Antártico de Ecuador advirtió que las Islas Galápagos podrían experimentar una gran ola de 1.4 metros cerca de las 9 de la mañana hora local. Incluso Nueva Zelanda, en el extremo sur del globo, emitió advertencias sobre "corrientes fuertes e inusuales y surgimientos impredecibles" a lo largo de todas sus costas.

 

Los sismólogos trabajaban febrilmente para descifrar los mensajes que la Tierra había enviado desde las profundidades. El terremoto de magnitud 8.8 fue seguido por una fuerte réplica de magnitud 6.9, recordando a todos que los gigantes geológicos rara vez viajan solos. Los expertos advirtieron que podrían ocurrir réplicas durante hasta un mes, manteniendo a las comunidades costeras en un estado de alerta prolongado.

 

Lecciones del pasado, preparación para el futuro

 

El 4 de noviembre de 1952, un terremoto de magnitud 9.0 en Kamchatka causó daños pero no muertes reportadas, a pesar de generar olas de 9.1 metros en Hawái. Esa lección histórica resuena ahora en cada protocolo de evacuación, en cada sirena que aulla, en cada familia que busca refugio en terreno elevado.

 

La diferencia entre 1952 y 2025 no es solo tecnológica, es también filosófica. El mundo ha aprendido que el Pacífico no es solo un océano que conecta; es un océano que puede destruir. Y cuando la Tierra decide recordarnos quién tiene el control, la única respuesta sensata es escuchar, evacuar y esperar.

 

El pulso continúa

 

Mientras escribo estas líneas desde Los Ángeles (EEUU), las olas continúan su viaje implacable a través del Pacífico. Los expertos advierten que las olas de tsunami pueden seguir impactando en las costas horas después de que lleguen por primera vez. Es un recordatorio de que los desastres naturales no siguen los horarios humanos; siguen las leyes de la física y la geología.

 

En Severo-Kurilsk (Rusia), los residentes permanecen en las colinas. En Honolulu, las familias esperan en edificios altos. En Tokio, millones de personas observan los pronósticos con la ansiedad de quien conoce lo que el océano puede hacer cuando se enfurece.

 

El Pacífico, ese vasto espejo azul que refleja nuestros cielos y nuestros sueños, nos ha recordado una vez más que somos inquilinos, no propietarios, de este planeta que gira. Y cuando la Tierra decide estirarse y bostezar, nosotros solo podemos correr hacia unterreno más alto y esperar a que pase su mal humor.

 

La naturaleza ha hablado. El mundo está escuchando.

 

 

 

Reportaje basado en fuentes internacionales actualizadas hasta las 13:00 GMT del 30 de julio de 2025. La situación continúa desarrollándose.

 

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