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Jueves, 07 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:
Autora de "América es nombre de mujer"

María Saavedra: "Isabel la Católica marcó el destino de América"

[Img #28661]María Saavedra Inaraja. Doctora en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid (1998), actualmente es Profesora Titular de Historia de América en la Universidad CEU San Pablo (Madrid). Dirige la Cátedra Internacional CEU Elcano. Historia y Cultura Naval, desde su creación en julio de 2019. Es autora de numerosos trabajos sobre temas vinculados con las poblaciones indígenas de América, así como en aspectos de la historia de las ideas americanas. Cabe destacar títulos como La mujer en la América prehispánicaUna princesa inca en Trujillo; Francisca Pizarro Yupanqui, legado de la nobleza inca y la sangre española; Indigenismo y Evangelización; La primera expansión del cristianismo en América; Los frailes cronistas y el nacimiento de la antropología, o El mercedario Martín de Murúa y su visión de la mujer andina. La editorial Ciudadela publicó su primera novela histórica, El capitán de la Victoria. Letras desde la mar de Juan Sebastián Elcano. Ahora acaba de publicar América es nombre de mujer.

 

¿Por qué un libro titulado América es nombre de mujer?

 

Tiene un doble sentido: por una parte, descriptivo, puesto que a lo largo de sus páginas se relata la vida de mujeres muy diferentes que contribuyeron a forjar ese mundo que hoy conocemos como América.

 

Pero el origen de este título es más bien el intento de crear una metáfora. Mi punto de partida es que América, tal como la conocemos hoy, comenzó a gestarse en 1492. Antes de aquella fecha no existía nada que pudiéramos llamar América. En realidad, en aquel nuevo continente no encontramos un todo desde el punto de vista cultural o político. El Nuevo Mundo era un gigantesco solar, poblado por grupos muy diversos. Algunos, como los que encontró Cristóbal Colón en el área Caribe, apenas habían llegado a desarrollar sociedades primitivas. Por otra parte, tenemos los grandes estados continentales, la confederación azteca y el imperio de los incas.

 

Para cada una de estas sociedades, el mundo era “su” mundo. No existía cohesión entre todos ellos, y desde luego no se sentían parte de un todo común. Se comienza a forjar esa comunidad con la llegada de los españoles. Es entonces cuando aquellos pueblos comienzan a tener rasgos que los identifican (no igualan) como son la lengua, la cultura, el alfabeto latino, la relación católica…

 

Es esta visión la que me llevó a la metáfora que he mencionado antes: América es la madre que, a partir de 1492, da a luz una nueva realidad. Y este parto es doloroso, claro que sí; en ocasiones traumático y violento. Muchas veces es fruto de la llamada inculturación: la cultura cristiana renacentista se expande sobre toda aquella realidad humana, elevando muchos elementos que, en la medida que son compatibles con esa cultura que importan los españoles, contribuyen a crear esa cultura mestiza, que es resultado de ese simbólico parto.

 

¿Por qué en la historia de América especialmente han pasado a la posteridad los hombres, en general (guerreros, conquistadores, misioneros…)?

 

Esto ha sido así como en todas las sociedades anteriores al siglo XX. Tradicionalmente se ha construido una historia de carácter político: decisiones de gobernantes -hombres en su mayoría-, conflictos entre pueblos llevados a cabo por guerreros -hombres- legislación redactada por hombres, rituales religiosos presididos por hombres… No podemos negar que esto ha sido así. ¿Hay excepciones? Por supuesto, no podemos olvidar a una de las mujeres que aparecen en el libro, Isabel I de Castilla. Su gobierno marcó el destino de España y, en mayor medida, el de América y el del mundo.

 

América no se distingue de esa realidad. Sí me gustaría discutir algo que considero un error. Se trata de la afirmación de que ese protagonismo del varón es consecuencia de que la historia siempre la han contado los hombres, y por este motivo se “apropiaron” de todo el protagonismo. Esto es una simplificación bastante ingenua (por no acusarla de interesada). Las exploraciones y conquistas estaban a cargo de los hombres, no podía ser de otra manera, puesto que la mujer en principio no está destinada a la lucha. También existen excepciones, y precisamente hablo de ellas a lo largo del libro, como María de Estrada en México o Inés Suárez en Chile. Los misioneros eran hombres, por dos motivos básicos: en primer lugar, afrontaban riesgos que una mujer con dificultad habría podido afrontar. El segundo motivo es que muchos de estos misioneros eran, además sacerdotes, por lo que a medida que la misión avanzaba, podían administrar los sacramentos. Al principio la prioridad era el bautismo, pero luego llegarían matrimonios, unción de los enfermos, algunas ordenaciones sacerdotales…

 

Ciertamente, nuestra construcción de la historia está evolucionando en las últimas décadas. Se habla de historia de la vida cotidiana, de historias mínimas…Y es en este nuevo contexto en el que la mujer adquiere un valor fundamental. Los estudios sobre la familia y la mujer amplían nuestros conocimientos de los antepasados, más allá de una historia política y militar.

 

Esta realidad se encuentra no obstante con un obstáculo: sabemos de la importancia de la mujer, pero conocemos pocos nombres de mujeres concretas en esas historias sociales o familiares. Podemos acercarnos, a través de otras fuentes, como la arqueología, la literatura, los archivos privados… a la vida de muchas de estas mujeres que permanecieron desconocidas, y aún así la mayoría de ellas siguen siendo anónimas. De hecho, cuando hablamos de una mujer en concreto en tiempos pasados, reconocemos su nombre precisamente por que es una excepción en un mundo protagonizado por varones.

 

Sin embargo, usted reivindica el importante papel de la mujer para construir la identidad de América. ¿En qué facetas ha sido determinante el rol femenino?

 

Pienso que el papel de la mujer -tanto la anónima como aquellas de las que conocemos nombre y filiación- fue absolutamente determinante, y definió las bases de esa realidad que llamamos América.

 

Me gusta insistir en que América es un mundo mestizo, en el que se produce una rica mixtura de elementos indígenas y españoles. Cuando llegue el momento de la emancipación y se construyan las repúblicas hispanoamericanas, están ya no son ni indias ni españolas, son algo diferente, y posiblemente mucho más rico porque lleva en su código de identidad lo mejor de ambas realidades.

 

Y ese mestizaje es cultural, pero también biológico. Como es bien sabido, desde los tiempos de la reina Isabel, se fomentaron los matrimonios mixtos. En ocasiones aquellas uniones fueron forzadas, no podemos negarlo, tal y como sucedió en tantas culturas anteriores a la nuestra, en la que la mujer era una especie de moneda de cambio. Por poner un ejemplo, el soberano inca podía llegar a tener decenas de esposas secundarias, que le eran entregadas por los gobernantes locales de los Andes como manera de forjar una alianza.

 

Pronto comenzaron esos matrimonios auténticos, y es muy curioso el caso en que dos dinastías de renombre tanto española como indígena se unían convirtiéndose en la base de un linaje “de alcurnia”. En el libro se detallan varios de estos casos. Recordemos que el apellido Moctezuma se mantiene hasta la actualidad en diversas ramas descendientes del último emperador azteca.

 

¿Y cómo no mencionar a esa mujer fascinante que fue Francisca Pizarro Yupanqui? Hija del conquistador del Perú y de una princesa inca, que logró construir su vida en España tras una infeliz infancia en el Perú, convirtiéndose en una de las mujeres más ricas de España y del virreinato. Quien visite Trujillo queda impresionado por el llamado “Palacio de la Conquista”, construido precisamente por Francisca y su primer esposo, Hernando Pizarro, y es una joya de la arquitectura renacentista.

 

También quiero recalcar que en algunas de aquellas sociedades los españoles encontraron algo muy similar al matriarcado: las mujeres cacicas, sobre todo en el norte del Perú. Los gobernadores y virreyes quisieron dejarlas al frente de sus señoríos, convirtiéndose así en puente entre las comunidades indígenas y las autoridades virreinales.

 

¿Por qué destaca lo femenino como fuerza creadora de una civilización?

 

Ya he mencionado antes, y me gusta recalcarlo, que a través de lo femenino va a manar una sangre nueva, que empapa la cultura, la vida, lo cotidiano… la mayoría de ellas son desconocidas para nosotros, pero sin ellas hoy América no sería lo que es.

 

¿Por qué aborda un período tan grande tiempo?

 

Realmente me hubiera gustado abarcar incluso un espacio temporal más grande, llegando hasta nuestros días. En ese sentido, se podría decir que es una obra inacabada, y que me plantea el reto de escribir una segunda parte centrada en la mujer de la América independiente.

 

El hecho de dedicarme a la mujer prehispánica y a la mujer en los virreinatos es furto de una consideración inicial: si quiero describir una América nueva, mestiza, ¿cómo no detenerme a considerar cuál era el papel de la mujer en las sociedades prehispánicas? E insisto en el uso del plural en esas sociedades. Dese Anacaona, una cacica caribeña que fue aliada y más tarde traicionada por los españoles, hasta algunas reinas mayas, sacerdotisas que presidían ritos de sacrificios… en algunos d esos casos contamos con datos concretos. Sin embargo, creí necesario hablar del papel de la mujer en la familia, las tareas de las que era responsable, la diferencia entre las mujeres de élite y aquellas cuyo futuro dependía de unos gobernantes a veces muy caprichosos.

 

¿Cuáles son las principales fuentes históricas que ha utilizado?

 

Lógicamente, las fuentes son muy diversas, al hablar de las “españolas peninsulares” y las “españolas americanas”. Necesariamente había que contar con los relatos escritos por los cronistas españoles contemporáneos a la conquista, que son una riquísima fuente puesto que, fruto del asombro de lo que iban conociendo, dejaban por escritos sus impresiones. También la arqueología es instrumento fundamental, sobre todo en aquellos pueblos que eran ágrafos. No olvidemos la importancia que la cerámica ha tenido siempre en la descripción de las formas de vida cotidiana, así como los grandes rituales.

 

Junto a estas dos fuentes fundamentales, y a una amplísima bibliografía, los archivos son como una especie de “puerta del tiempo” que nos permite acceder aquellos espacios, ya sean palacios de gobernantes, o las viviendas de los pobladores de pequeños asentamientos. En este caso, debemos agradecer la famosa “burocracia” de la Monarquía Hispánica, puesto que nos ha dejado kilómetros de estanterías repletas de documentación. Y las nuevas tecnologías, en este caso gracias al Portal de Archivos Españoles (PARES) podemos acceder a miles de documentos digitalizados sin necesidad de desplazarnos.

 

¿Por qué se centra especialmente en las indias, mestizas y criollas?

 

Precisamente porque son la clave para describir la identidad de la mujer americana. Primero estuvieron las indias, aparecieron las mestizas fruto de las uniones de españoles con indígenas, y después vendrían las criollas, aquellas mujeres nacidas en América y descendientes de españoles.

De hecho, al acercarme a estas tres realidades es donde he querido singularizar a personas concretas. Conocemos pocas, pero las bubo, y muchas de ellas destacaron a la hora de crear el Nuevo Mundo. Al final, en términos relativos, la pura indianidad y españolidad van mermando mientras crece la sociedad mestiza.

 

ES decir, no es fruto de una decisión, o de una manera de seleccionar. Era la única forma posible de completar la faz femenina americana.

 

¿Cuáles han sido a su juicio las mujeres más influyentes en la Historia de América?

 

Debo insistir en que generalmente, el poder y la influencia lo tenían los hombres. Habrá que esperar a los siglos XIX y XX para ver mujeres que realmente han cambiado -o lo están cambiando- el destino de las repúblicas americanas. ¿Cómo no pensar en Evita, Gabriela Mistral, Violeta Chamorro, o incluso a día de hoy María Corina Machado, portadora de la bandera de la libertad en la terrorífica dictadura venezolana?

 

Si me pregunta por la mujer que marcó el destino de América, mi respuesta es contundente: se trata de alguien que nunca estuvo en las Indias, pero marcó completamente su destino: Isabel I de Castilla, Isabel la Católica. Esa mujer, gigante como estadista, impulsó los viajes de Colón, y solo sobrevivió doce años al descubrimiento. Y le bastó ese breve período de tiempo para dejar bien asentada la futura legislación indiana, con una decisión que rompía los moldes sociales y jurídicos del momento. Tuvo muy claro que la evangelización era una prioridad, junto a la motivación económica. Y si quería que los habitantes de aquellas tierras se bautizaran, antes había que reconocer su naturaleza humana, y considerarlos vasallos libres de la Corona. Esta visión, que se planteó desde el regreso del primer viaje de Colón, y fue fortalecida en sucesivas instrucciones, quedaría para siempre escrita a fuego en su testamento.

 

Una vez señalado esto, contamos con mujeres guerreras, que combatieron junto a los grandes conquistadores, como una María de Estrada, gobernantes, como la famosa “almiranta” Isabel de Barreto, conocida como “La nueva reina de Saba”. Personajes tan fascinantes como Catalina de Erauso, “la Monja Alférez”. Tampoco podemos olvidar a Sor Juana Inés de la Cruz, señalada como la primera escritora mexicana.

 

Hay otras mujeres en las que me he detenido no tanto por su influjo en el devenir de los acontecimientos históricos, como porque reflejan la realidad de tantas otras que tuvieron que agudizar su inteligencia para sobrevivir en un mundo no siempre amigable. Tal es el caso de la nada ejemplar Micaela Villegas, conocida como la Perricholi, que de amante de virrey pasó a ser una empresaria, poniendo en marcha un teatro y formando ella misma a los actores.

 

En definitiva, no he tratado de hacer un elenco de personajes, que sería interminable, ni una suerte de “Diccionario biográfico femenino”, que aporte una síntesis de los datos que conocemos de muchas de estas mujeres. Este ejercicio ya lo han hecho -y muy bien- otros estudiosos. Lo que yo quería -y espero haberlo conseguido- era realizar un cuadro a base de pinceladas grandes, que en su conjunto mostraran la esencia de ese universo femenino que a través de los siglos ha forjado América.

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