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Viernes, 15 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:

De la Luna a las profundidades de la Tierra: El extraño viaje de Neil Armstrong a las Cuevas de los Tayos

[Img #28698]Por un extraño capricho del destino, siete años después de haber hecho historia como el primer ser humano en pisar la superficie lunar, Neil Armstrong emprendería una aventura en dirección opuesta: hacia las entrañas de la Tierra.

 

Era el 1 de agosto de 1976. El clima tropical y húmedo de la selva amazónica ecuatoriana contrastaba radicalmente con la estéril y silenciosa superficie lunar que Armstrong había pisado en 1969. Ahora, el entonces ya famoso astronauta se encontraba en Ecuador, respondiendo a la invitación del ingeniero escocés Stanley Hall, quien había organizado una de las expediciones más ambiciosas jamás realizadas a la misteriosa Cueva de los Tayos.

 

Las leyendas sobre este lugar se habían multiplicado desde que Juan Móricz, un explorador húngaro-argentino, asegurara haber descubierto en su interior una especie de "biblioteca metálica" con inscripciones jeroglíficas que documentaban una supuesta civilización perdida. Estas afirmaciones fueron popularizadas por el controvertido autor Erich von Däniken en su libro El Oro de los Dioses, donde sugería conexiones con seres extraterrestres.

 

La expedición de 1976, financiada por los gobiernos de Ecuador y Reino Unido, reunió a más de cien personas, incluyendo científicos, militares ecuatorianos y británicos, y un equipo de espeleólogos experimentados. Su objetivo: determinar la veracidad de las extraordinarias afirmaciones sobre este misterioso lugar.

 

Para llegar a la entrada de la cueva, el equipo tuvo que adentrarse en la densa selva tropical de la provincia de Morona Santiago, a unos 460 kilómetros de Quito. La Cueva de los Tayos debe su nombre a unas aves nocturnas que anidan en sus oscuras profundidades, conocidas localmente como "tayos" o "guácharos".

 

El acceso principal a la cueva es impresionante: un descenso vertical de 63 metros de profundidad a través de una abertura de apenas 2 metros de ancho. Armstrong y el equipo se deslizaron mediante técnicas de rappel, iluminando su camino con linternas que revelaban las misteriosas formaciones rocosas de este mundo subterráneo.

 

A medida que descendían, el sonido característico de los tayos resonaba en la oscuridad. Para los indígenas shuar, guardianes ancestrales de este lugar sagrado, el chillido de estas aves representaba un alarido de alerta ante la presencia de visitantes.

 

Al llegar al fondo, se encontraron con una impresionante cavidad de 7.8 metros de ancho, entre 15 y 35 metros de altura, y 68 metros de largo. A partir de ahí, un laberinto de túneles se extendía por kilómetros en múltiples direcciones, algunos de ellos aún inexplorados incluso para los shuar.

 

Mientras exploraba aquellos túneles iluminados solo por las linternas, Armstrong experimentaba una sensación familiar y a la vez completamente diferente a su caminata lunar. Si en la Luna había contemplado la Tierra desde la distancia, ahora se encontraba dentro de ella, como si hubiera penetrado en sus entrañas más secretas.

 

Al ser entrevistado por el periodista ecuatoriano Carlos Vera a su regreso a Quito, le preguntaron: "¿Qué fue más emocionante: explorar la Luna o la Cueva de los Tayos?". Armstrong, con su característico temple, respondió: "Es difícil comparar, pero en ambos casos uno siente que va a zonas desconocidas y se aprenden nuevas cosas".

 

Se cuenta que, al inicio de la exploración, Armstrong habría expresado: "He sido el primero en estar allá arriba... y quería ser el primero en estar aquí abajo", simbolizando así los extremos opuestos de la exploración humana.

 

Durante varias semanas, el equipo se dedicó a cartografiar el sistema de cuevas, recolectar muestras de rocas, plantas y animales, y excavar sitios arqueológicos. Los espeleólogos británicos realizaron un levantamiento topográfico detallado, creando el primer mapa preciso de la cueva.

 

La expedición confirmó que la Cueva de los Tayos se formó hace aproximadamente 200 millones de años, compuesta principalmente por roca kárstica, un tipo de formación poco común en Sudamérica. También se estimó que su extensión subterránea podría alcanzar los 18 kilómetros, con múltiples túneles y cámaras interconectadas.

 

Sin embargo, no se encontró evidencia de la "biblioteca metálica" ni de los artefactos descritos por Móricz y Von Däniken. Los hallazgos arqueológicos, aunque valiosos, correspondían a ocupaciones humanas de culturas indígenas que habían utilizado la cueva durante milenios, no a una civilización alienígena o desconocida.

 

A pesar de que la expedición de 1976 no confirmó las teorías más fantásticas sobre la Cueva de los Tayos, sí logró posicionarla como un sitio de gran importancia arqueológica y natural. Se encontraron evidencias de ocupación humana que se remontan a más de 10.000 años, así como artefactos, cerámica, herramientas y joyas de diferentes periodos.

 

También se descubrió una fauna cavernícola única, incluyendo varias especies de murciélagos y otros animales que solo se encuentran en este sistema de cuevas. Todo esto llevó a que la Cueva de los Tayos fuera protegida por el gobierno ecuatoriano.

 

Hoy en día, la cueva sigue siendo un lugar sagrado para las comunidades indígenas de la región y solo se puede visitar con guías autorizados, generalmente miembros del pueblo shuar. Las expediciones actuales requieren un buen nivel de condición física, ya que implican caminatas por la selva y acampadas en el sistema de cuevas.

 

El astronauta y la cueva

 

La participación de Neil Armstrong en esta expedición representa un fascinante punto de encuentro entre la era espacial y la exploración terrestre. Mientras que su paseo lunar simbolizaba el alcance máximo de la tecnología humana, su descenso a la Cueva de los Tayos subrayaba que aún existen lugares en nuestro propio planeta que permanecen en gran parte inexplorados y envueltos en misterio.

 

Quizás sea esta dualidad lo que más captó la imaginación de Armstrong: después de haber conquistado el cielo, encontró en las profundidades de la Tierra un nuevo horizonte por explorar, un recordatorio de que el espíritu de descubrimiento no conoce límites de dirección o distancia.

 

Hoy, la Cueva de los Tayos continúa atrayendo a científicos, aventureros y curiosos, alimentando tanto investigaciones serias como especulaciones fantásticas. Y mientras las teorías sobre civilizaciones perdidas o visitantes extraterrestres siguen sin confirmarse, el legado de la expedición de Armstrong permanece como un hito en la historia de la exploración, recordándonos que a veces, los mayores misterios no se encuentran en las estrellas, sino en los rincones inexplorados de nuestro propio planeta.

 

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