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Viernes, 15 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:

La revelación es inminente: El día que supimos que no estábamos solos

[Img #28702]I. El café, la grieta y la llamada

 

Luis Elizondo estaba sentado frente a su escritorio en Crystal City, Virginia. Desde su ventana, el sol de la mañana apenas se despegaba del horizonte y se filtraba entre los monumentos del poder: el Capitolio, el Lincoln Memorial, la silueta inconfundible del Pentágono. Todo parecía estable. Tranquilo. Bajo control.

 

La pantalla clasificada tardaba, como siempre, diez minutos en cargar. El café humeaba. Pero esa mañana algo era distinto. Dos personas esperaban en recepción. No estaban citadas.

 

Él no lo sabía aún, pero ese momento sería su punto de no retorno.

 

Uno era Jay Stratton. Enfundado en un traje que no le pegaba, con la mirada cortante de quien ha estado en zonas de combate. La otra, Rosemary Caine, impecable y enigmática, con esa clase de belleza que oculta más de lo que muestra. En su voz había determinación. Y algo más difícil de definir: urgencia.

 

—Queremos hablar contigo sobre un programa clasificado. Algo... no convencional.

 

No hablaban de terrorismo ni de contrainsurgencia. Hablaban de cosas que no deberían existir. O que no deberían volar. O que no deberían estar aquí.

 

II. La noche en que Brasil tembló

 

La cena fue privada, casi ceremonial. El salón del hotel en Roslyn se sentía como un confesionario sellado del Estado profundo. Allí estaban Hal Puthoff, Bob Bigelow, un general brasileño con pasado de cazador de narcos, y Luis Elizondo, que aún no entendía qué hacía en esa mesa.

 

Lo que escuchó esa noche no era una teoría. Era historia. Una historia enterrada, sí, pero registrada. Fotografiada. Archivada.

 

Colares, 1977. Una isla brasileña. Un poblado de pescadores. Y luces. Muchas luces.

 

Luces que bajaban del cielo como depredadores silenciosos. Luces que no solo observaban: atacaban. Quemaban. Dejaban marcas en la piel, punzadas microscópicas, hemoglobina baja, parálisis.

 

La gente no dormía. Tapaban las ventanas. Rezaban. Los perros ladraban antes de que las luces aparecieran.

 

"Los llamaban chupa-chupa", dijo el general Uchôa. “Porque te succionaban la sangre.”

 

La Fuerza Aérea brasileña investigó. Fotografió. Documentó. Luego lo tapó todo. El oficial a cargo, el coronel Hollanda, se suicidó poco después de hablar públicamente.

 

Esa noche, Elizondo sintió el peso del mundo antiguo resquebrajándose bajo sus pies. No era ficción. Era política, física y biología colisionando con lo imposible.

[Img #28703]

 

III. Tanques perforados, verdades enterradas

 

Años antes, en el desierto de Kuwait, Elizondo había visto algo imposible.

 

Dos tanques M1 Abrams, la joya blindada del ejército americano, aparecieron perforados de lado a lado. Un agujero limpio, quirúrgico, sin explosión, sin fuego. Como si un bisturí invisible hubiese diseccionado el acero.

 

Solo había un testigo. Un pastor beduino.

 

—Vi un rayo verde. Cayó del cielo. Brillante. Luego… silencio.

 

La explicación nunca llegó. Los tanques fueron transportados a Yuma, analizados, clasificados como SAP (Special Access Program). Fin del informe. Fin del pensamiento racional.

 

Pero la herida, como el agujero, seguía abierta.

 

IV. El cielo se abre: Nimitz, 2004

 

En 2004, algo ocurrió que ya nadie pudo ocultar.

 

El portaviones USS Nimitz operaba frente a la costa de San Diego. El radar del USS Princeton detectó objetos descendiendo en picado desde 80.000 pies. Luego se detenían. Flotaban. Desaparecían. Y volvían.

 

Dos F/A-18 fueron enviados. Uno de los pilotos, el Comandante Dave Fravor, describió lo que vio:

 

—Era como un Tic Tac blanco, sin alas, sin hélice, sin escape. Se movía como nada que haya visto. Y desapareció.

 

El vídeo FLIR de ese encuentro se filtró años después. Lo vio todo el mundo. Pero en 2004, nadie lo informó. Nadie lo subió por la cadena de mando.

 

“Fue nuestro Pearl Harbor silencioso,” diría Elizondo más tarde. “Nos invaden, y callamos.”

 

V. El salto: Renunciar al sistema

 

Elizondo no pudo más. Su lealtad no era a un escritorio ni a una cadena de mando que miraba hacia otro lado. Era a la verdad. Y a la gente.

 

En 2017, presentó su dimisión al Pentágono. Lo hizo en protesta. Porque sabía que lo que estaba ocurriendo no era solo un fenómeno de inteligencia. Era un fenómeno de todos. Y estaba siendo silenciado.

 

“Estos objetos no son humanos. Lo sé con certeza. Lo he visto. Y el mundo debe saberlo.”

 

VI. Inminente

 

Hoy, la narrativa ha cambiado. El Congreso escucha. La NASA investiga. Los pilotos testifican.

 

Pero el misterio sigue allí, flotando, elíptico, burlón.

 

¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Por qué ahora?

 

Y lo más inquietante: ¿qué significa que el fenómeno ya no se esconda?

 

La palabra “inminente” ya no suena a amenaza militar. Suena a conciencia. A vértigo. A frontera.

 

Elizondo lo entiende como pocos.

 

“Quizá no venga una invasión. Quizá no haya una guerra. Pero una cosa es segura: la revelación es inminente.”

 

Y no estamos preparados.

 

Epílogo: El precio de mirar

 

Luis Elizondo no buscó fama. Tampoco creyó jamás en hombrecillos verdes. Pero cuando el velo cayó, decidió mirar. Y mirar tiene un precio.

 

Hoy vive entre amenazas, paranoias institucionales y una creciente red de escépticos y creyentes.

 

Pero él sigue. Porque ya no hay marcha atrás.

 

Porque una vez que sabes con certeza que no estás, estamos, solos… el mundo nunca vuelve a ser el mismo.

 

 

 

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