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Sábado, 16 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:
Crónica de la cumbre Trump-Putin en Alaska que buscó reescribir el destino de Ucrania

Trump y Putin se encuentran en el fin del mundo

[Img #28704]El rugido metálico de los bombarderos B-2 cortó el aire ártico de Alaska como una sinfonía de poder. Abajo, en la pista del Joint Base Elmendorf-Richardson, dos hombres se estrecharon la mano bajo el estruendo ensordecedor que parecía anunciar que la historia estaba a punto de escribirse con tinta de acero.

 

Era mediodía en Anchorage cuando Donald Trump y Vladimir Putin se encontraron cara a cara por primera vez desde que el magnate neoyorquino regresara a la Casa Blanca. El simbolismo del lugar no podía ser más elocuente: Alaska, esa vasta extensión de hielo y tundra que fue territorio ruso hasta 1867, cuando el zar Alejandro II la vendió a Estados Unidos por 7.2 millones de dólares. Ahora, 158 años después, los herederos de esa transacción se reunían para negociar algo mucho más valioso: la paz en Europa del Este.

 

La coreografía del encuentro había sido meticulosamente planeada por el equipo de Trump. El presidente estadounidense había llegado esa mañana después de un vuelo de siete horas desde Washington, mientras que Putin aterrizó en su avión presidencial rodeado de una delegación que incluía al canciller Sergey Lavrov, quien llamó la atención por llevar una sudadera con las siglas "CCCP" —el acrónimo en ruso de la Unión Soviética.

 

El encuentro marcó la reunión cara a cara más larga entre ambos líderes, durando más de dos horas, desarrollándose en una base aérea que durante la Guerra Fría sirvió como punto estratégico de vigilancia contra la amenaza soviética. La ironía no se perdió en ninguno de los presentes.

 

Trump había llegado acompañado de un equipo de peso pesado: el Secretario de Estado Marco Rubio, el enviado especial Steve Witkoff, el Secretario de Defensa Pete Hegseth, y la jefa de gabinete Susie Wiles. La reunión incluiría tanto conversaciones bilaterales como un almuerzo de trabajo.

 

Durante tres horas y cuarenta minutos, los dos líderes se encerraron en una sala donde las únicas ventanas eran hacia el futuro de Ucrania. Cuando finalmente emergieron para la conferencia de prensa conjunta, sus rostros contaban una historia de negociación intensa pero inconclusa.

 

"No hay trato hasta que hay trato", declaró Trump, indicando que los términos aún no habían sido finalizados. El presidente estadounidense, con su característica ambigüedad estratégica, reveló que muchos puntos habían sido acordados, pero algunos "grandes" aún no.

 

Putin, por su parte, aprovechó el escenario para ofrecer una enérgica lección de historia sobre las amenazas de Ucrania a Rusia, mientras alimentaba la afirmación de Trump de que la invasión no habría ocurrido si él hubiera sido presidente en 2022.

 

Lo que no se vio en Alaska fue tan significativo como lo que sí ocurrió. Volodymyr Zelensky, el presidente ucraniano, no fue invitado a este cónclave que decidía el destino de su país. Trump dijo que ahora discutiría los desarrollos de la cumbre con el líder ucraniano y los aliados de la OTAN, una fórmula diplomática que dejaba al descubierto la realidad: las grandes potencias estaban negociando sobre Ucrania, pero sin Ucrania y sin la Europa fallida de Von der Layen.

 

Mientras tanto, en Londres, el primer ministro británico Keir Starmer se reunía urgentemente con Zelensky para discutir la guerra, una reunión que buscaba mostrar "un poderoso sentido de unidad y una fuerte determinación para lograr una paz justa y duradera en Ucrania".

 

Para Putin, esta era su primera vez en suelo estadounidense en casi una década, y la elección de Alaska como sede no fue casual. Esta tierra que una vez izó la bandera del Imperio Ruso ahora servía como escenario neutral para conversaciones que podrían remodelar el orden mundial.

 

La presencia de Lavrov con su peculiar sudadera soviética era un recordatorio sutil pero punzante de que, para algunos en el Kremlin, la Guerra Fría nunca realmente terminó, solo cambió de forma.

 

Trump calificó la cumbre como "muy productiva", pero se negó a revelar los puntos específicos de fricción. "Hay uno o dos elementos bastante significativos, pero creo que se pueden alcanzar", dijo Trump a Sean Hannity desde Anchorage. "Ahora realmente depende del presidente Zelensky lograr que se haga".

 

La frase resonó con el peso de la responsabilidad trasladada. Trump había puesto la pelota en la cancha ucraniana, pero las reglas del juego seguían siendo escritas por las grandes potencias.

 

Cuando el Air Force One despegó de Anchorage esa tarde, llevándose a Trump de vuelta a Washington, dejó atrás más preguntas que respuestas. Trump había dado al encuentro una probabilidad de fracaso del 25%, y al final de esa jornada histórica, el mundo aún no sabía si habían presenciado el preludio de la paz o simplemente otro episodio en la larga y tortuosa saga de la diplomacia de las grandes potencias.

 

En las frías pistas de Elmendorf-Richardson, donde una vez aterrizaron bombarderos que vigilaban a la Unión Soviética, dos hombres habían intentado reescribir el futuro. Solo el tiempo dirá si sus palabras tendrán el peso de la historia o se disolverán como el aliento en el aire ártico de Alaska.

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