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Sábado, 16 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:

El mundo secreto de los ladrones de arte sacro

[Img #28705]En la penumbra, sus manos se movían con la precisión de un cirujano. El silencio de la iglesia rural solo era interrumpido por el ocasional crujido de la madera centenaria. Erik "el Belga" contempló por un instante la talla medieval que acababa de descolgar del muro. Seis siglos de historia entre sus dedos. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras depositaba con delicadeza una botella de champagne en el hueco vacío que dejaba la obra. Su firma personal. Una burla silenciosa, un desafío, un ritual.

 

"He robado más de 6.000 obras: retablos, tallas, tapices, cuadros, orfebrería, libros, algunas de un valor incalculable", confesaría años después en sus memorias, Por amor al arte. Entre todas esas piezas, el retablo de San Miguel de Aralar en Navarra ocupaba un lugar especial. Lo vendió por cien millones de pesetas de 1976 a un coleccionista mexicano cuya identidad se llevó a la tumba.

 

"He robado siempre por encargo de coleccionistas encaprichados", reveló con cierto orgullo, como quien habla de una profesión de élite.

 

Años antes de morir en 2020, el ocaso solía encontrar a Erik contemplando desde la ventana de su apartamento los tejados de Málaga, la ciudad donde había decidido vivir. Convertido en especialista en arte sacro europeo, anticuario respetado y asesor de los mismos museos a los que previamente había despojado, dedicó sus tardes a pintar vírgenes y santos hasta su fallecimiento. Irónico destino: regalar sus obras a las mismas iglesias que había saqueado décadas atrás.

 

"Yo no robaba", se defendía con vehemencia cuando alguien le reprochaba su pasado. "Ponía en valor el patrimonio que estaba descuidado". Sus ojos brillaban con una mezcla de convicción y cinismo. En algo tenía razón: las iglesias rurales, abandonadas a su suerte, eran presas fáciles.

 

La historia de Erik es solo la punta del iceberg de un fenómeno que recorre siglos. Desde los tiempos medievales, cuando el obispo Gelmírez planeó meticulosamente el robo de las reliquias de San Fructuoso en 1102, hasta la confesión del propio Papa Francisco de haber sustraído la cruz del rosario del ataúd de su amigo muerto cuando era vicario en Buenos Aires.

 

"Cuando me viene un mal pensamiento sobre alguien, me llevo siempre la mano al pecho para tocar esa cruz", confesó el pontífice, humanizando un acto que, técnicamente, constituía un robo.

 

Los primeros rayos del sol se filtraban por los vitrales de la catedral de San Bavón en Gante, Bélgica. Un grupo de visitantes aguardaba con impaciencia. Entre ellos, un hombre de mediana edad observaba con especial interés las medidas de seguridad alrededor de "La Adoración del Cordero Místico".

 

No sería el primero ni el último en codiciarla. El políptico de los hermanos Van Eyck ostenta un récord macabro: ha sido robado seis veces a lo largo de su historia. Napoleón quiso la obra, Hitler la buscó con obsesión. Las 12 tablas pintadas al óleo, por ambos lados, han sobrevivido a saqueos, quemas y ventas clandestinas.

 

Mientras tanto, en algún lugar desconocido, posiblemente en una bóveda de la mafia siciliana, "La Natividad con San Francisco y San Lorenzo" de Caravaggio aguarda en la oscuridad. Robada del Oratorio de Palermo en 1969, la mafia envió como prueba un trozo de la tela cortada. Mád de 50 años después, su paradero sigue siendo uno de los grandes misterios del mundo del arte.

 

Algunos dicen que se exhibe fragmentada en reuniones secretas de capos mafiosos, como símbolo de poder. Otros, más pesimistas, aseguran que fue abandonada en un granero y devorada por las ratas. La verdad, como la pintura misma, permanece en las sombras.

 

Manuel Fernández Castiñeiras recorría los pasillos de la Catedral de Santiago de Compostela como lo había hecho durante décadas. Nadie prestaba atención al electricista, una figura familiar en el recinto sagrado. Bajo su ropa de trabajo, sin embargo, latía el corazón de un ladrón.

 

El 3 de julio de 2011, España despertó con una noticia que sacudió el mundo cultural: el Códice Calixtino, una de las joyas patrimoniales de Galicia, había desaparecido. "Es como si desapareciera el Museo del Prado, El Escorial, La Alhambra o la Mezquita de Córdoba", exclamó el investigador Fernando García de Cortázar.

 

Los cinco libros y dos apéndices originales del siglo XII, valorados en más de 100 millones de euros, se habían esfumado de una cámara blindada. El Códice, una guía medieval para peregrinos del Camino de Santiago, contenía incluso una advertencia del Papa Inocencio II contra quienes osaran sustraerlo.

 

La ironía no detuvo a Fernández Castiñeiras. Cuando fue detenido, se negó a confesar. El Códice apareció finalmente envuelto en papel de periódico y cubierto con retales de chapa.

 

Arthur Brand, conocido como el "Indiana Jones del mundo del arte", no daba crédito a sus ojos. En el umbral de su casa, una caja anónima contenía uno de los tesoros más sagrados de la cristiandad: la reliquia de la Preciosísima Sangre de Cristo, robada de la abadía de la Trinidad de Fécamp en Normandía en junio de 2022.

 

El relicario dorado, de unos 30 centímetros de alto y adornado con piedras preciosas, venía acompañado de platos litúrgicos, imágenes de santos y un cáliz decorado, sustraídos el mismo día.

 

"Tener en su casa la máxima reliquia, la sangre de Cristo, robada, es una maldición", explicó Brand. "Cuando se percataron de lo que era, que no se podía vender, sabían que tenían que deshacerse de ella".

 

La reliquia, objeto de peregrinación desde el siglo XII y a la que se le atribuyen cinco milagros, había regresado por el peso de una creencia tan antigua como el cristianismo mismo: robar a Dios trae desgracia.

 

El dictador mexicano Porfirio Díaz sostuvo una vez una conversación reveladora con el obispo de Tamaulipas, quien negaba las apariciones de la Virgen de Guadalupe:

 

—¿Así que usted no cree en las apariciones...?

 

—No, señor.

 

—¿Y en las desapariciones?

 

La Virgen de Guadalupe parece ser la imagen más codiciada por los ladrones en Latinoamérica. La Basílica que lleva su nombre en México, uno de los centros de peregrinación más visitados del cristianismo, recibe hasta 150.000 peregrinos en un fin de semana.

 

La imagen original sobrevivió milagrosamente a un atentado con dinamita el 14 de noviembre de 1921, cuando un falso feligrés colocó explosivos en un jarrón de flores. La explosión dañó gravemente el recinto, pero el cristal protector quedó intacto.

 

Miles de kilómetros al sur, en la provincia de Urubamba, al norte del Cuzco, la iglesia Santiago Apóstol guardó silencio durante años tras el robo de su propia Virgen de Guadalupe en 2002. Una pintura del siglo XVIII, atribuida a Nicolás Rodríguez Juárez, uno de los máximos exponentes de la pintura novohispana.

 

El destino reservaba una sorpresa. Años después, una fotografía en Twitter durante una exposición en California mostró la pintura perdida. Los pliegues delatores en la tela llevaron a una especialista a exclamar: "Doblada de una forma que ningún coleccionista o comerciante cometería. Doblada de la forma que usan los ladrones de iglesias".

 

En la Catedral de Córdoba, Argentina, un escalofrío recorrió la espalda de los fieles cuando descubrieron la verdad: en 1987, cuando el Papa Juan Pablo II dio la bendición a los enfermos, había usado una custodia falsa. La original, donada a la iglesia en 1778 —varios kilos de oro, diamantes, amatistas, zafiros, rubíes y esmeraldas— reposaba en la mansión de un coleccionista privado. El mismo hombre que utilizaba la mesa de la sacristía de la Catedral como escritorio personal, donde también había colocado un sable que perteneció a San Martín, el libertador americano.

 

La evidencia era innegable: la custodia y el báculo aparecían en el catálogo de una exposición realizada en 1983 en el Museo de Arte Hispanoamericano de Buenos Aires, prestadas por el mismo coleccionista. No había sido un robo, sino una venta silenciosa por parte de la misma iglesia.

 

Noah Charney, historiador del arte y fundador de la Asociación para la Investigación de Delitos contra el Arte (ARCA), enumera las diferentes modalidades presentes en estos crímenes: "El vandalismo —sobre todo contra objetos iconoclastas—, el robo y contrabando de obras de arte, el falseamiento del historial de una pieza, la falsificación de cuadros y el saqueo de antigüedades".

 

Pero ¿qué impulsa a alguien a poseer ilegalmente un objeto sagrado? El antropólogo español José Tono Martínez, que hace muchos años dirigiera la rupturista y prestigiosa revista pop La Luna de Madrid, lo explica con precisión clínica: "En primer lugar, y antes que el dinero, para el coleccionista fetichista existe un deseo de poseer un objeto simbólico que nos pone en contacto con una hierofanía. Se trata de un ilícito que hace retroceder al que encarga el robo a una fase fálica insatisfecha. Quiere un objeto que debe guardar en el armario. Porque no lo puede mostrar ni comerciar, ya que Interpol lo detectaría. Mentalmente y en secreto, esa posesión le erotiza y hace sentir poder sobre el objeto mágico robado".

 

En las afueras de una parroquia argentina, un grupo de fieles se turna para montar guardia durante la noche. El párroco ha visto su iglesia saqueada múltiples veces. "Robarle a Dios siempre es un pecado", dice con voz cansada mientras cierra las puertas con doble candado antes de dormir. Hace una pausa y añade: "Los milagros también existen".

 

En algún lugar, un coleccionista contempla en la intimidad de su estudio una virgen robada. En otra parte, un ladrón planea su próximo golpe. Y en cientos de iglesias rurales, vírgenes y cristos aguardan en la penumbra, vulnerables ante la codicia humana que ni siquiera lo sagrado detiene.

 

Mientras tanto, en el hueco vacío que ha dejado la última pieza robada, quizás aparezca mañana una botella de champagne. La firma del ladrón. La paradoja eterna: robar a Dios para adorarlo en privado.

 

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