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Martes, 19 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:

Inteligencias que caminan sobre otras patas: una mirada a la mente no humana

[Img #28721]¿Y si no fuéramos los únicos animales inteligentes?

 

Durante siglos, la humanidad ha considerado la inteligencia como un don exclusivo, reservado a su especie. Lenguaje, herramientas, cultura, autoconciencia… todo parecía confirmar que estábamos solos en la cúspide de la evolución cognitiva. Pero la ciencia del siglo XXI está escribiendo otra historia: una historia de convergencias, de raíces compartidas, de mentes distintas, pero no menos asombrosas.

 

Una nueva generación de estudios—en neurociencia, psicología comparada, paleontología y genética—está revelando que muchas habilidades cognitivas que atribuimos solo a los humanos existen, en diversas formas, en otras especies. Lo que emerge no es una línea recta con el Homo sapiens en la cima, sino un árbol ramificado de inteligencias, en el que primates, aves, caninos y otros animales también han desarrollado sofisticadas estrategias mentales para sobrevivir, comunicarse y construir mundos.

 

De la jerarquía al continuo: cómo se redefinen los modelos de inteligencia

 

La visión tradicional consideraba la inteligencia como un fenómeno humano, vinculado al pensamiento abstracto, la lógica simbólica o el lenguaje articulado. Sin embargo, los modelos contemporáneos adoptan una perspectiva evolutiva: la inteligencia es una respuesta adaptativa a contextos complejos.

 

Este nuevo paradigma reconoce la existencia de procesos tanto generales (como la flexibilidad cognitiva) como específicos (como la resolución de problemas sociales o técnicos). Desde los cuervos que resuelven puzzles hasta los monos que anticipan intenciones ajenas, los datos apuntan a una distribución amplia y diversa de habilidades mentales.

 

Mentes animales: evidencia desde la técnica y la empatía

 

Los chimpancés usan herramientas para obtener alimentos. Las nutrias golpean piedras para abrir conchas. Los cuervos de Nueva Caledonia fabrican ganchos para pescar larvas. Estas conductas no son meros instintos: requieren planificación, comprensión causal y aprendizaje social.

 

En el ámbito social, muchas especies exhiben una comprensión rudimentaria del estado mental de otros. Los perros, por ejemplo, han aprendido a leer gestos humanos y responder a nuestras emociones. Las hienas cooperan de forma táctica. Los elefantes muestran comportamientos funerarios. Todo ello sugiere una inteligencia social que va mucho más allá del condicionamiento básico.

 

El yo animal: espejos, recuerdos y agencia

 

¿Se reconocen los animales a sí mismos? Algunos, sí. Bonobos, delfines y elefantes han pasado la prueba del espejo. Pero más allá de este símbolo, lo que importa es la creciente evidencia de que muchos animales poseen una noción de sí, aunque sea elemental.

 

El hecho de que puedan distinguir sus propios movimientos, recordar eventos pasados o tomar decisiones conscientes apunta a formas tempranas de autoconciencia y agencia. Aunque quizás no viajen mentalmente en el tiempo como los humanos, algunos sí recuerdan eventos con contexto y pueden anticipar consecuencias futuras.

 

Lenguaje y símbolos: un patrimonio compartido

 

Si bien ningún animal ha desarrollado un lenguaje como el humano, muchos se acercan a sus bases funcionales. Primates entrenados pueden usar lexigramas. Algunas aves imitan y combinan sonidos con sorprendente complejidad estructural. Incluso se han hallado paralelismos genéticos entre la vocalización de los pájaros y la evolución del habla humana.

 

Esto sugiere que los cimientos neurológicos de la comunicación simbólica están más extendidos de lo que pensábamos.

 

Neurociencia y genética: anatomía de la inteligencia

 

Comparaciones neuroanatómicas revelan que estructuras clave del cerebro—como la corteza prefrontal y el sistema cortical medio—están presentes en múltiples especies. Aunque el cerebro humano presenta una expansión notable, la arquitectura general y los patrones de conectividad se conservan en primates y otros mamíferos.

 

A nivel genético, las diferencias entre humanos modernos y neandertales en genes relacionados con el desarrollo cognitivo son mínimas. Esto refuerza la idea de que muchas capacidades intelectuales estaban ya presentes en especies diferentes a la nuestra.

 

Evidencias del pasado: homínidos inteligentes

 

El registro arqueológico también respalda esta visión. Las herramientas de piedra de hace 2,6 millones de años, fabricadas por Australopithecus o primeros Homo, implican habilidades cognitivas avanzadas: planificación, destreza manual, memoria.

 

Lejos de ser “bestias primitivas”, estos homínidos compartían rasgos fundamentales con nosotros. Lo mismo ocurre cuando se compara el comportamiento de primates actuales o aves inteligentes con los patrones técnicos de nuestros ancestros.

 

Metodología y futuro: cómo medir otras mentes

 

Evaluar la inteligencia en especies no humanas sigue siendo un desafío. Las pruebas tradicionales (como la elección de objetos o el aprendizaje por inversión) no siempre reflejan el verdadero potencial cognitivo de un animal.

 

Por ello, los científicos proponen nuevos paradigmas ecológicamente válidos, que tengan en cuenta el contexto natural y las capacidades sensoriales específicas de cada especie. Solo así podremos captar la complejidad real de sus mentes.

 

Hacia una inteligencia compartida

 

Lo que surge de este conjunto de evidencias es una conclusión profunda y provocadora: la inteligencia no es un privilegio exclusivo del Homo sapiens. Es una propiedad emergente de la vida, moldeada por millones de años de evolución en contextos diversos.

 

Aceptar esto no rebaja nuestro valor, sino que amplía nuestra comprensión de lo que significa ser inteligente. La cooperación de las hienas, la memoria de los elefantes, la invención de herramientas en los cuervos, la autoconciencia de los simios: todos ellos son reflejos de un patrimonio cognitivo común.

 

Epílogo: romper el espejo

 

Quizás la imagen más poderosa no sea la de un animal reconociéndose en un espejo, sino la nuestra al reconocer que otros también piensan, planean, sienten y recuerdan. Esa es la nueva frontera de la ciencia de la mente: no buscar solo lo que nos diferencia, sino lo que nos une en esta gran red de inteligencias que respiran, caminan, vuelan o nadan sobre el mismo planeta.

 

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