La radicalización islamista del 17-A: un cóctel de riesgos psicológicos y sociales anuló cualquier barrera protectora
Un nuevo estudio publicado en la revista Behavioral Sciences of Terrorism and Political Aggression revela que los jóvenes de Ripoll que integraron la célula yihadista del 17-A, responsable de los atentados terroridstas de Barcelona y Cambrils en 2017, se vieron atrapados en una red de factores de riesgo abrumadores que eclipsaron los escasos elementos protectores presentes en sus vidas.
La investigación, basada en 200 declaraciones policiales, 50 entrevistas y más de un centenar de pruebas tecnológicas, concluye que el grupo acumulaba altos niveles de odio, obsesión ideológica, búsqueda de significado vital y vínculos con pares radicales, mientras sus factores protectores —como educación secundaria, trabajos precarios o amistades fuera del grupo— resultaron insuficientes para frenar la deriva hacia el extremismo.
El desequilibrio fue letal: de los 68 factores de riesgo analizados, 61 estuvieron presentes en la célula, frente a solo 15 de los 26 factores de protección posibles. Entre los más determinantes, destacan la religiosidad instrumentalizada, la percepción de “Occidente contra el Islam”, la cohesión grupal, la disposición al autosacrificio y el contacto directo con un líder radicalizador.
El análisis de redes revela que los factores de riesgo ocupaban posiciones centrales en la estructura psicológica y social del grupo, anulando casi por completo la influencia de elementos positivos como la autoestima o las amistades externas.
Los autores del estudio advierten que este patrón confirma que la prevención temprana debe centrarse en reforzar vínculos comunitarios sanos, detectar dinámicas de grupo peligrosas y actuar sobre los factores psicológicos de vulnerabilidad, antes de que la radicalización islamista se vuelva irreversible.
Un nuevo estudio publicado en la revista Behavioral Sciences of Terrorism and Political Aggression revela que los jóvenes de Ripoll que integraron la célula yihadista del 17-A, responsable de los atentados terroridstas de Barcelona y Cambrils en 2017, se vieron atrapados en una red de factores de riesgo abrumadores que eclipsaron los escasos elementos protectores presentes en sus vidas.
La investigación, basada en 200 declaraciones policiales, 50 entrevistas y más de un centenar de pruebas tecnológicas, concluye que el grupo acumulaba altos niveles de odio, obsesión ideológica, búsqueda de significado vital y vínculos con pares radicales, mientras sus factores protectores —como educación secundaria, trabajos precarios o amistades fuera del grupo— resultaron insuficientes para frenar la deriva hacia el extremismo.
El desequilibrio fue letal: de los 68 factores de riesgo analizados, 61 estuvieron presentes en la célula, frente a solo 15 de los 26 factores de protección posibles. Entre los más determinantes, destacan la religiosidad instrumentalizada, la percepción de “Occidente contra el Islam”, la cohesión grupal, la disposición al autosacrificio y el contacto directo con un líder radicalizador.
El análisis de redes revela que los factores de riesgo ocupaban posiciones centrales en la estructura psicológica y social del grupo, anulando casi por completo la influencia de elementos positivos como la autoestima o las amistades externas.
Los autores del estudio advierten que este patrón confirma que la prevención temprana debe centrarse en reforzar vínculos comunitarios sanos, detectar dinámicas de grupo peligrosas y actuar sobre los factores psicológicos de vulnerabilidad, antes de que la radicalización islamista se vuelva irreversible.