Éric Zemmour y Sarah Knafo: la pareja que desafía a la Francia liberal
"Los tiempos tormentosos exigen soluciones radicales"
El reloj marca las seis y media de la tarde en un piso discreto del distrito VII de París. La luz del verano se cuela a través de las cortinas pesadas, dorando los bordes de la mesa donde dos vasos de agua permanecen intactos. El periodista, escritor y líder de Reconquête, Éric Zemmour, con la espalda rígida y el gesto grave, hojea unos papeles sin prestarles demasiada atención. Sarah Knafo, su pareja sentimental y parlamentaria europea del mismo partido, anota cifras en un cuaderno de tapas negras. La escena tiene un aire de conspiración tranquila: dos figuras rodeadas de silencio, preparándose para un combate que todavía está lejos, pero que ya sienten en la piel.
Es la primera vez que conceden una entrevista juntos. Y lo hacen en Le Journal du Dimanche, en medio de una Francia convulsa, donde los disturbios se han vuelto cotidianos, el gobierno de Bayrou se tambalea y Emmanuel Macron parece gobernar desde un vacío de poder cada vez más evidente.
Zemmour rompe el silencio con voz baja pero cortante: “Las crisis de régimen se producen cuando la clase política está demasiado alejada de la sociedad. Es lo que estamos viviendo. Los políticos están abrumados y desorientados. Ni siquiera son capaces de ver que una nueva fractura está estructurando la sociedad: la de la identidad.”
Hace una pausa. Sus ojos, oscuros y tensos, recorren la estancia como si midieran la distancia entre el derrumbe y la esperanza. “Ante los peligros que amenazan, hay realmente dos bandos: el que quiere precipitarlos, como LFI (extrema izquierda). Y el que quiere impedirlos: el mío, el de Reconquête.”
Knafo, que ha permanecido inclinada sobre su libreta, levanta la mirada con calma analítica. “Dos gobiernos en menos de un año habrán caído por el mismo asunto: el presupuesto. En este punto, como en tantos otros, estamos llegando al final de un sistema que ha consistido, durante cincuenta años, en esconder el polvo debajo de la alfombra. Todos los partidos se pelean por medidas insignificantes… mientras que las soluciones que hay que encontrar suponen cientos de miles de millones de ahorro.”
El contraste es visible: él, el profeta de la catástrofe; ella, la contable de los tiempos tormentosos.
Los periodistas de Le journal du Dimanche mencionan a Macron, y Zemmour se inclina hacia delante con gesto duro. “Su dimisión sería la única salida a esta crisis, porque permitiría celebrar unas nuevas elecciones presidenciales. Pero Macron no es Carlos V, ni De Gaulle, ni Senghor: aunque sepa que ha sido rechazado, no tiene suficiente garbo para renunciar al poder.”
El ambiente se densifica cuando hablan de la justicia. Knafo suelta la frase con una firmeza casi clínica: “La única política firme que tiene sentido es construir 100.000 plazas de cárcel ahora mismo y acabar con la miseria de los delincuentes. La policía atrapa a los delincuentes… ¡y los tribunales los ponen en libertad casi al instante!”
Zemmour, con el dedo índice en alto, sentencia: “¡Ya está! Las dos soluciones: 100.000 plazas de cárcel y el control de la inmigración, y los franceses estarán protegidos.”
El discurso se eleva hacia la crítica institucional. “Francia se ha convertido en una especie de teocracia jurídica, en la que los miembros del Consejo Constitucional se creen sumos sacerdotes… Se trata de una inmensa negación de la democracia.”
Las palabras resuenan en la sala como un eco solemne.
Cuando surge el tema del antisemitismo, Knafo baja ligeramente la voz. Sus ojos se nublan: “Tras huir de los suburbios, los judíos abandonan ahora Francia. Es muy triste ver que tantos franceses que aman nuestro país se sientan obligados a abandonarlo, cuando cada año entra tanta gente que lo odia.”
Zemmour no tarda en añadir su propia explicación, cargada de fatalismo: “No se pueden importar antisemitas y sorprenderse del aumento del antisemitismo. El antisemitismo es sistémico en las sociedades musulmanas… Cuando se importa el islam en masa, también se importa su deseo de hegemonía. Yo lucho para que no le ocurra a Francia.”
A Knafo le brillan los ojos cuando regresa a su terreno favorito: las cuentas. Recuerda, casi divertida, el anuncio desesperado de Bayrou: “Unas horas más tarde, le encontraba 63.000 millones de euros para ahorrar de inmediato: 15.000 millones recortando la ayuda oficial al desarrollo, 20.000 millones reservando las prestaciones sociales no contributivas a los ciudadanos franceses, 8.000 millones recortando las subvenciones a los molinos de viento, 4.000 millones privatizando la radiotelevisión pública…”
Cuando se le recuerda que Méadel la acusó de querer recortar fondos esenciales, Knafo niega con la cabeza y se encoge de hombros: “La política urbana es un pozo de dinero ineficaz… Probablemente sea difícil de entenderlo para un socialista, pero no se pueden resolver más problemas gastando más dinero.”
Zemmour, esta vez, se limita a golpear con la frase final: “La política urbana ha sido inútil y ruinosa. Debería ser abolida.”
Hablar de Marion Maréchal o de la debacle europea de su partido tensa el ambiente. Knafo, sin embargo, sonríe con ironía: “Yo no lo llamaría debacle, sino lío… Se crece y se aprende. ¿Cómo nos recuperamos? Trabajando, intentando ser útiles al debate, buscando soluciones para Francia, ¡y estando especialmente bien rodeados!”
Zemmour la mira entonces con un destello de complicidad. “La llegada de Sarah a los medios y al Parlamento Europeo ha barrido todos esos malos recuerdos. Cada vez que ha causado impresión, ha sido extremadamente eficaz. Incluso a mí, que la conozco bien, me ha impresionado.”
El tono se aligera cuando alguien pregunta si ella es la verdadera líder de Reconquête. Knafo ríe y lanza una mirada burlona hacia su compañero: “¿Crees que Éric Zemmour puede tener un líder? ¡No le conoces muy bien!”
Zemmour recupera el aire grave al hablar de su futuro. “Los políticos se han interesado mucho por mis ideas, pero sólo las han utilizado para cortejar al electorado. No han tenido el valor de aplicarlas. Por eso he decidido hacerlo yo mismo.”
Knafo asiente: “Si hubiéramos querido crear un think tank, habríamos creado un think tank. Reconquête se creó con vistas a las elecciones presidenciales, para ganar y gobernar.”
La conversación termina donde comenzó: en la idea de que Francia se encuentra al borde de un precipicio. Zemmour cruza los brazos y lanza su frase final, como un manifiesto breve: “Los tiempos tormentosos exigen soluciones radicales, no medias tintas; caracteres fuertes, no tímidos.”
El reloj marca las seis y media de la tarde en un piso discreto del distrito VII de París. La luz del verano se cuela a través de las cortinas pesadas, dorando los bordes de la mesa donde dos vasos de agua permanecen intactos. El periodista, escritor y líder de Reconquête, Éric Zemmour, con la espalda rígida y el gesto grave, hojea unos papeles sin prestarles demasiada atención. Sarah Knafo, su pareja sentimental y parlamentaria europea del mismo partido, anota cifras en un cuaderno de tapas negras. La escena tiene un aire de conspiración tranquila: dos figuras rodeadas de silencio, preparándose para un combate que todavía está lejos, pero que ya sienten en la piel.
Es la primera vez que conceden una entrevista juntos. Y lo hacen en Le Journal du Dimanche, en medio de una Francia convulsa, donde los disturbios se han vuelto cotidianos, el gobierno de Bayrou se tambalea y Emmanuel Macron parece gobernar desde un vacío de poder cada vez más evidente.
Zemmour rompe el silencio con voz baja pero cortante: “Las crisis de régimen se producen cuando la clase política está demasiado alejada de la sociedad. Es lo que estamos viviendo. Los políticos están abrumados y desorientados. Ni siquiera son capaces de ver que una nueva fractura está estructurando la sociedad: la de la identidad.”
Hace una pausa. Sus ojos, oscuros y tensos, recorren la estancia como si midieran la distancia entre el derrumbe y la esperanza. “Ante los peligros que amenazan, hay realmente dos bandos: el que quiere precipitarlos, como LFI (extrema izquierda). Y el que quiere impedirlos: el mío, el de Reconquête.”
Knafo, que ha permanecido inclinada sobre su libreta, levanta la mirada con calma analítica. “Dos gobiernos en menos de un año habrán caído por el mismo asunto: el presupuesto. En este punto, como en tantos otros, estamos llegando al final de un sistema que ha consistido, durante cincuenta años, en esconder el polvo debajo de la alfombra. Todos los partidos se pelean por medidas insignificantes… mientras que las soluciones que hay que encontrar suponen cientos de miles de millones de ahorro.”
El contraste es visible: él, el profeta de la catástrofe; ella, la contable de los tiempos tormentosos.
Los periodistas de Le journal du Dimanche mencionan a Macron, y Zemmour se inclina hacia delante con gesto duro. “Su dimisión sería la única salida a esta crisis, porque permitiría celebrar unas nuevas elecciones presidenciales. Pero Macron no es Carlos V, ni De Gaulle, ni Senghor: aunque sepa que ha sido rechazado, no tiene suficiente garbo para renunciar al poder.”
El ambiente se densifica cuando hablan de la justicia. Knafo suelta la frase con una firmeza casi clínica: “La única política firme que tiene sentido es construir 100.000 plazas de cárcel ahora mismo y acabar con la miseria de los delincuentes. La policía atrapa a los delincuentes… ¡y los tribunales los ponen en libertad casi al instante!”
Zemmour, con el dedo índice en alto, sentencia: “¡Ya está! Las dos soluciones: 100.000 plazas de cárcel y el control de la inmigración, y los franceses estarán protegidos.”
El discurso se eleva hacia la crítica institucional. “Francia se ha convertido en una especie de teocracia jurídica, en la que los miembros del Consejo Constitucional se creen sumos sacerdotes… Se trata de una inmensa negación de la democracia.”
Las palabras resuenan en la sala como un eco solemne.
Cuando surge el tema del antisemitismo, Knafo baja ligeramente la voz. Sus ojos se nublan: “Tras huir de los suburbios, los judíos abandonan ahora Francia. Es muy triste ver que tantos franceses que aman nuestro país se sientan obligados a abandonarlo, cuando cada año entra tanta gente que lo odia.”
Zemmour no tarda en añadir su propia explicación, cargada de fatalismo: “No se pueden importar antisemitas y sorprenderse del aumento del antisemitismo. El antisemitismo es sistémico en las sociedades musulmanas… Cuando se importa el islam en masa, también se importa su deseo de hegemonía. Yo lucho para que no le ocurra a Francia.”
A Knafo le brillan los ojos cuando regresa a su terreno favorito: las cuentas. Recuerda, casi divertida, el anuncio desesperado de Bayrou: “Unas horas más tarde, le encontraba 63.000 millones de euros para ahorrar de inmediato: 15.000 millones recortando la ayuda oficial al desarrollo, 20.000 millones reservando las prestaciones sociales no contributivas a los ciudadanos franceses, 8.000 millones recortando las subvenciones a los molinos de viento, 4.000 millones privatizando la radiotelevisión pública…”
Cuando se le recuerda que Méadel la acusó de querer recortar fondos esenciales, Knafo niega con la cabeza y se encoge de hombros: “La política urbana es un pozo de dinero ineficaz… Probablemente sea difícil de entenderlo para un socialista, pero no se pueden resolver más problemas gastando más dinero.”
Zemmour, esta vez, se limita a golpear con la frase final: “La política urbana ha sido inútil y ruinosa. Debería ser abolida.”
Hablar de Marion Maréchal o de la debacle europea de su partido tensa el ambiente. Knafo, sin embargo, sonríe con ironía: “Yo no lo llamaría debacle, sino lío… Se crece y se aprende. ¿Cómo nos recuperamos? Trabajando, intentando ser útiles al debate, buscando soluciones para Francia, ¡y estando especialmente bien rodeados!”
Zemmour la mira entonces con un destello de complicidad. “La llegada de Sarah a los medios y al Parlamento Europeo ha barrido todos esos malos recuerdos. Cada vez que ha causado impresión, ha sido extremadamente eficaz. Incluso a mí, que la conozco bien, me ha impresionado.”
El tono se aligera cuando alguien pregunta si ella es la verdadera líder de Reconquête. Knafo ríe y lanza una mirada burlona hacia su compañero: “¿Crees que Éric Zemmour puede tener un líder? ¡No le conoces muy bien!”
Zemmour recupera el aire grave al hablar de su futuro. “Los políticos se han interesado mucho por mis ideas, pero sólo las han utilizado para cortejar al electorado. No han tenido el valor de aplicarlas. Por eso he decidido hacerlo yo mismo.”
Knafo asiente: “Si hubiéramos querido crear un think tank, habríamos creado un think tank. Reconquête se creó con vistas a las elecciones presidenciales, para ganar y gobernar.”
La conversación termina donde comenzó: en la idea de que Francia se encuentra al borde de un precipicio. Zemmour cruza los brazos y lanza su frase final, como un manifiesto breve: “Los tiempos tormentosos exigen soluciones radicales, no medias tintas; caracteres fuertes, no tímidos.”