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Lunes, 01 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:
En Bruselas

Así es la lucha de Vox contra la inmigración ilegal

[Img #28792]En una mañana de abril de 2024, mientras el Estrecho de Gibraltar brillaba bajo el sol mediterráneo, Jorge Buxadé caminaba por las calles de Algeciras con la determinación de quien lleva un mensaje que cree urgente. Sus pasos resonaban entre los muros de una ciudad que, según él, se había convertido en el símbolo perfecto de todo lo que estaba mal en Europa.

 

"Hay dos Algeciras", diría después a los periodistas, dibujando con sus palabras una cartografía invisible pero palpable: "Una occidental y otra oriental. Una que intenta sobrevivir y otra que ha decidido no someterse a la ley civil". Era la presentación del Manifiesto de Algeciras, pero también el inicio de una batalla que trasladaría desde esta frontera sur hasta el mismísimo corazón político de Europa.

 

No era casualidad que Vox eligiera Algeciras como escenario. Esta ciudad gaditana, puerta de entrada a Europa desde África, se había convertido en mucho más que un símbolo para el partido de Santiago Abascal. Era el epicentro de lo que consideraban una invasión programada.

 

El documento presentado contenía quince medidas que Jorge Buxadé resumió con una frase que cortaría el aire como una navaja: "Vamos a deportar masivamente a los inmigrantes ilegales para garantizar la seguridad".

 

Las propuestas eran claras. Detención y devolución inmediata, fin del arraigo como vía de regularización, reforma radical del sistema de asilo, prohibición de ayudas sociales salvo urgencias vitales. Pero quizás la más llamativa era la que apuntaba directamente a las mezquitas fundamentalistas y la financiación extranjera del islamismo.

 

Meses después, cuando las urnas europeas se cerraron y los escaños se redistribuyeron, Vox aterrizaba de nuevo en Bruselas con su Manifiesto de Algeciras convertido en munición parlamentaria. Pero el escenario había cambiado. Ahora formaban parte del grupo Patriots for Europe, y su batalla local se había internacionalizado.

 

Buxadé, instalado en los pasillos del Parlamento Europeo, descubrió pronto que sus homólogos no compartían necesariamente su urgencia. El bipartidismo se opuso a debatir la crisis migratoria en Canarias en la Comisión de Interior, un debate que Vox consideraba crucial para reclamar medidas de protección fronteriza. Fue entonces cuando Vox afiló una de sus armas más sofisticadas: el chantaje económico europeo. La propuesta era sencilla en su planteamiento, compleja en su ejecución: cortar las ayudas a países que no cooperaran con los procesos de retorno. "Si no cierran acuerdos es porque no les da la gana y les va bien la invasión", argumentó Buxadé en uno de sus discursos más encendidos. La crítica se extendía también a Frontex, la agencia europea de fronteras: "Frontex no sirve de nada, si no empezamos las deportaciones masivas".

 

El climax llegó en diciembre con la Declaración de Budapest. Se trataba de un compromiso firme para recuperar la seguridad y la soberanía del continente, que solicitaba abandonar el Pacto de Inmigración y Asilo aprobado antes de las elecciones de 2024.

 

Esta vez, la estrategia era más ambiciosa. Ya no se trataba solo de deportaciones o controles fronterizos. El grupo Patriots for Europe, con Vox como uno de sus arietes, exigía una presión sistemática de la Unión Europea hacia los países que no cooperaran.

 

La ironía del timing no pasó desapercibida para nadie. Mientras las aguas del Mediterráneo se llevaban vidas en pateras, y Valencia sufría las consecuencias de unas riadas devastadoras, Buxadé exponía al nuevo comisario europeo de Interior su lectura del "pensamiento de los europeos". "Pongamos en marcha el mayor plan de deportación que haya conocido la historia", proclamó en un discurso que resonó tanto por su contundencia como por el momento en el que fue dicho.  Mientras el Gobierno socialista español  "daba la espalda a sus compatriotas" en Valencia, Voxmantenía su foco en la expulsión masiva de inmigrantes.


En el primer Pleno, Jorge Buxadé, desde la tribuna, propuso poner en marcha diez medidas para limpiar Europa de islamismo. Para ello, propuso: «Pongamos en marcha el mayor plan de deportación que haya conocido la historia». Antes de ello, había reclamado a los eurodiputados que «pidan perdón y se vayan a casa», además de dejar de «mentir» porque «la inmigración masiva, ilegal e indiscriminada no es ni buena ni (0:16) inevitable, es un crimen y un peligro para la supervivencia de Europa».

 

También ha insistido VOX en la necesidad de dejar de subvencionar a países con los que no se cierran acuerdos y permiten, además de financiar, la invasión programada. «Si no cierran acuerdos es porque no les da la gana y les va bien la invasión. Frontex no sirve de nada, si no empezamos las deportaciones masivas».

 

Los números se convirtieron en munición. "Solo se ejecutó 1 de cada 5 órdenes de expulsión", denunciaba Vox, utilizando esta estadística demoledora como evidencia del fracaso del sistema. La formación había encontrado en las cifras su mejor aliado narrativo. Cada deportación no ejecutada se convertía en una prueba más de que Europa había perdido el control de sus fronteras.

 

Al final, todo volvía a Algeciras. Esa ciudad que Buxadé había usado como metáfora de una España dividida se había convertido, sin pretenderlo, en el laboratorio perfecto de una estrategia política que había viajado desde la frontera sur hasta los despachos de Bruselas. La pregunta que flotaba en el ambiente era si esta cruzada migratoria de Vox conseguiría transformar la política europea o si, como tantas otras batallas parlamentarias, se diluiría en el océano burocrático de una Europa que parece moverse a velocidades diferentes a las de sus ciudadanos más inquietos.

 

De momento, Jorge Buxadé sigue caminando por los pasillos de Bruselas con la misma determinación que mostró aquella mañana de abril en Algeciras. Solo que ahora, sus pasos resuenan en mármol europeo.

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