Cerebros en combate: así será la guerra neurotecnológica del futuro
![[Img #28802]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/09_2025/427_futurewar.jpg)
En un búnker improvisado bajo las ruinas de Bajmut, un joven ucraniano yace reclinado en una tumbona metálica. No lleva uniforme reglamentario. Viste una camiseta raída y un casco de realidad aumentada que le cubre media cara. A través de sus gafas FPV (visión remota), ve lo mismo que su dron kamikaze: el giro brusco de una esquina, un tanque ruso en posición de ataque, la fracción de segundo antes de la explosión. Afuera, el cielo está despejado. Pero para él, todo ocurre en otro mundo: un espacio virtual donde su cerebro se ha convertido en la verdadera trinchera.
Esta escena, que recuerda a un pasaje de ciencia ficción cyberpunk, no es un relato literario. Es una estampa recogida por investigadores del Geneva Centre for Security Policy (GCSP) en su último informe: The Future Interface of Neurotechnologies, Security and Drone Warfare. El documento advierte de que la unión entre neurociencia y guerra con drones no es ya un proyecto lejano, sino una realidad que se despliega a una velocidad alarmante.
Nota: Los suscriptores de La Tribuna del País Vasco pueden solicitar una copia del estudio por los canales habituales: [email protected] o en el teléfono 650114502
La era del operador-cyborg
Renaud B. Jolivet, neurocientífico y autor del estudio, describe a estos jóvenes pilotos de drones como los “netrunners” del presente: guerreros conectados a máquinas, semi-despegados de la realidad física, viviendo la guerra como un videojuego letal. “Estamos viendo los primeros signos de una fusión imparable entre cerebro y máquina”, afirma el informe. Los avances en interfaces cerebro-computadora —tecnología que permite leer e incluso estimular la actividad neuronal— han dejado de ser patrimonio exclusivo de laboratorios clínicos o proyectos experimentales. Ahora, los ejércitos del mundo entero observan en ellos la llave de una nueva generación de combatientes remotos.
El documento va más allá: prevé que en cuestión de años podríamos ver robots humanoides pilotados directamente por la mente de soldados situados a cientos de kilómetros del frente. Máquinas con forma y destreza humana, capaces de patrullar calles devastadas, distinguir civiles de combatientes y ejecutar órdenes con la precisión de un bisturí… todo mientras mantienen a salvo la vida de quienes las controlan.
El peligro de hackear un cerebro
Pero el salto tecnológico viene con un precio. El informe advierte de riesgos que hasta hace poco parecían impensables: implantes cerebrales vulnerables al hackeo, capaces de revelar la ubicación exacta de un soldado o, peor aún, manipular su mente. “Hoy ya existen pruebas de concepto para alterar recuerdos en animales. En el futuro, nada impedirá implantar falsos recuerdos o inducir emociones específicas en combatientes conectados a interfaces neuronales”, alerta Jolivet.
En escenarios de guerra híbrida, un ataque cibernético podría literalmente secuestrar el cerebro de un enemigo, induciendo miedo, confusión o incluso forzando movimientos que conduzcan a la muerte. “Estamos hablando de la militarización de la mente humana”, añade el experto.
De Ucrania a los laboratorios
La guerra de Ucrania se ha convertido en el mayor campo de pruebas. Los drones suicidas de primera persona, controlados con gafas FPV, son ya una pesadilla cotidiana para soldados y civiles. Pero mientras los operadores improvisan en sótanos y trincheras, en laboratorios de Estados Unidos, China y Europa se desarrolla la siguiente fase: la conexión directa entre cerebro y máquina de combate.
El informe cita proyectos que combinan inteligencia artificial, neurociencia y robótica. La promesa: enjambres de drones autónomos, apoyados por operadores humanos que, gracias a implantes neuronales, puedan tomar decisiones en milésimas de segundo.
La referencia cultural no es casual: “lo que antes era material del género mecha japonés —robots pilotados desde la mente— se perfila ahora como un horizonte probable de los conflictos armados del siglo XXI”.
¿Guerra más “humana”?
Paradójicamente, una de las justificaciones para esta convergencia tecnológica es ética: mantener a un humano “en el bucle” de decisiones en contextos urbanos complejos. A diferencia de los drones aéreos, que operan en entornos relativamente vacíos, los robots terrestres enfrentarán entornos poblados, caóticos, llenos de civiles. La intervención mental de un operador, con intuición y juicio humano, podría reducir errores fatales.
Pero esa misma promesa abre la caja de Pandora. ¿Qué significa la responsabilidad en un mundo donde la mente humana se mezcla con algoritmos y robots? ¿Podría un error ser achacado al soldado, al implante o al software?
Una carrera sin freno
El GCSP advierte de que la carrera por aumentar al ser humano ya no tiene marcha atrás. Lo que comenzó como dispositivos médicos para tratar Parkinson o recuperar movilidad tras un ictus se ha convertido en un campo multimillonario que atrae a gigantes de la tecnología, la defensa y el entretenimiento.
“La presión por militarizar estas capacidades será irresistible”, sentencia el informe. Y añade: “La pregunta no es si sucederá, sino cómo y bajo qué reglas”.
El futuro distópico a la vuelta de la esquina
En conclusión, la advertencia es clara: la guerra neurotecnológica ha dejado de ser ciencia ficción. Los cerebros ya se conectan a las máquinas en trincheras y hospitales. Los ejércitos más poderosos del planeta experimentan con implantes, drones autónomos y robots humanoides. Y el tiempo para diseñar un marco regulador se agota.
Si no se actúa ahora, la imagen del joven operador en un sótano ucraniano podría ser solo la primera escena de una distopía global: un mundo donde la mente ya no pertenece al individuo, sino al campo de batalla.
En un búnker improvisado bajo las ruinas de Bajmut, un joven ucraniano yace reclinado en una tumbona metálica. No lleva uniforme reglamentario. Viste una camiseta raída y un casco de realidad aumentada que le cubre media cara. A través de sus gafas FPV (visión remota), ve lo mismo que su dron kamikaze: el giro brusco de una esquina, un tanque ruso en posición de ataque, la fracción de segundo antes de la explosión. Afuera, el cielo está despejado. Pero para él, todo ocurre en otro mundo: un espacio virtual donde su cerebro se ha convertido en la verdadera trinchera.
Esta escena, que recuerda a un pasaje de ciencia ficción cyberpunk, no es un relato literario. Es una estampa recogida por investigadores del Geneva Centre for Security Policy (GCSP) en su último informe: The Future Interface of Neurotechnologies, Security and Drone Warfare. El documento advierte de que la unión entre neurociencia y guerra con drones no es ya un proyecto lejano, sino una realidad que se despliega a una velocidad alarmante.
Nota: Los suscriptores de La Tribuna del País Vasco pueden solicitar una copia del estudio por los canales habituales: [email protected] o en el teléfono 650114502
La era del operador-cyborg
Renaud B. Jolivet, neurocientífico y autor del estudio, describe a estos jóvenes pilotos de drones como los “netrunners” del presente: guerreros conectados a máquinas, semi-despegados de la realidad física, viviendo la guerra como un videojuego letal. “Estamos viendo los primeros signos de una fusión imparable entre cerebro y máquina”, afirma el informe. Los avances en interfaces cerebro-computadora —tecnología que permite leer e incluso estimular la actividad neuronal— han dejado de ser patrimonio exclusivo de laboratorios clínicos o proyectos experimentales. Ahora, los ejércitos del mundo entero observan en ellos la llave de una nueva generación de combatientes remotos.
El documento va más allá: prevé que en cuestión de años podríamos ver robots humanoides pilotados directamente por la mente de soldados situados a cientos de kilómetros del frente. Máquinas con forma y destreza humana, capaces de patrullar calles devastadas, distinguir civiles de combatientes y ejecutar órdenes con la precisión de un bisturí… todo mientras mantienen a salvo la vida de quienes las controlan.
El peligro de hackear un cerebro
Pero el salto tecnológico viene con un precio. El informe advierte de riesgos que hasta hace poco parecían impensables: implantes cerebrales vulnerables al hackeo, capaces de revelar la ubicación exacta de un soldado o, peor aún, manipular su mente. “Hoy ya existen pruebas de concepto para alterar recuerdos en animales. En el futuro, nada impedirá implantar falsos recuerdos o inducir emociones específicas en combatientes conectados a interfaces neuronales”, alerta Jolivet.
En escenarios de guerra híbrida, un ataque cibernético podría literalmente secuestrar el cerebro de un enemigo, induciendo miedo, confusión o incluso forzando movimientos que conduzcan a la muerte. “Estamos hablando de la militarización de la mente humana”, añade el experto.
De Ucrania a los laboratorios
La guerra de Ucrania se ha convertido en el mayor campo de pruebas. Los drones suicidas de primera persona, controlados con gafas FPV, son ya una pesadilla cotidiana para soldados y civiles. Pero mientras los operadores improvisan en sótanos y trincheras, en laboratorios de Estados Unidos, China y Europa se desarrolla la siguiente fase: la conexión directa entre cerebro y máquina de combate.
El informe cita proyectos que combinan inteligencia artificial, neurociencia y robótica. La promesa: enjambres de drones autónomos, apoyados por operadores humanos que, gracias a implantes neuronales, puedan tomar decisiones en milésimas de segundo.
La referencia cultural no es casual: “lo que antes era material del género mecha japonés —robots pilotados desde la mente— se perfila ahora como un horizonte probable de los conflictos armados del siglo XXI”.
¿Guerra más “humana”?
Paradójicamente, una de las justificaciones para esta convergencia tecnológica es ética: mantener a un humano “en el bucle” de decisiones en contextos urbanos complejos. A diferencia de los drones aéreos, que operan en entornos relativamente vacíos, los robots terrestres enfrentarán entornos poblados, caóticos, llenos de civiles. La intervención mental de un operador, con intuición y juicio humano, podría reducir errores fatales.
Pero esa misma promesa abre la caja de Pandora. ¿Qué significa la responsabilidad en un mundo donde la mente humana se mezcla con algoritmos y robots? ¿Podría un error ser achacado al soldado, al implante o al software?
Una carrera sin freno
El GCSP advierte de que la carrera por aumentar al ser humano ya no tiene marcha atrás. Lo que comenzó como dispositivos médicos para tratar Parkinson o recuperar movilidad tras un ictus se ha convertido en un campo multimillonario que atrae a gigantes de la tecnología, la defensa y el entretenimiento.
“La presión por militarizar estas capacidades será irresistible”, sentencia el informe. Y añade: “La pregunta no es si sucederá, sino cómo y bajo qué reglas”.
El futuro distópico a la vuelta de la esquina
En conclusión, la advertencia es clara: la guerra neurotecnológica ha dejado de ser ciencia ficción. Los cerebros ya se conectan a las máquinas en trincheras y hospitales. Los ejércitos más poderosos del planeta experimentan con implantes, drones autónomos y robots humanoides. Y el tiempo para diseñar un marco regulador se agota.
Si no se actúa ahora, la imagen del joven operador en un sótano ucraniano podría ser solo la primera escena de una distopía global: un mundo donde la mente ya no pertenece al individuo, sino al campo de batalla.