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Pedro Chacón
Viernes, 05 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:

El racismo nacionalista vasco

Ahora que tenemos a Arnaldo Otegi hecho un brazo de mar, ejerciendo de aglutinador de las fuerzas variopintas que sostienen al inquilino de la Moncloa, estigmatizando hasta el paroxismo a las que él denomina fuerzas reaccionarias españolas y dándolo todo para que el gobierno agónico de Pedro Sánchez continúe hasta el final, convendría recordar quién es Arnaldo Otegi y cuál es la ideología que representa.

 

Sobre quién es no creo que haya nada nuevo que contar. El pasado violento de este hombre es sobradamente conocido, por lo que no merece la pena detenerse en él. Ahora va de pacífico, de hombre de paz, pero antes fue un tipo que empleó la violencia para secuestrar y extorsionar a personas indefensas. ¿Qué podemos esperar como político de alguien que hace eso? Todo el mundo tiene derecho a redimirse, es cierto, pero en el caso del coordinador general de EH Bildu la remisión no puede darse dedicándose a exactamente lo mismo que cuando ejercía de terrorista, solo que ahora por otros métodos. Más que nada porque en ese terreno ha perdido toda la credibilidad. Vete de la política, dedícate a otra cosa y entonces te habrás redimido. Querer hacer lo mismo que hacías antes solo que ahora como hombre de paz, la verdad es que solo puede convencer a los previamente convencidos. Y como de estos hay tantos miles en el País Vasco (gracias precisamente a la presión y adocenamiento terrorista de años pasados), pues con esa ventaja juega.

 

En cuanto a la ideología, qué decir de la izquierda abertzale. Una hijuela del PNV es lo que es. Seguidora de todos los dogmas de fe nacionalista vasca, empezando por el Aberri Eguna. Parece que no hay en ese mundo nadie que se haya tomado la molestia de saber que el Aberri Eguna fue una filfa inventada por los hermanos Arana: Sabino contando la milonga de que su hermano le reveló la fe en el jardín de su casa en 1882, cuando en realidad entonces ambos, como toda su familia, eran tradicionalistas españoles. Y Luis callándose como una puerta cuando en 1932 los fanáticos seguidores de Sabino Arana decidieron celebrar el 50 aniversario de la patraña, instaurando a partir de entonces el Aberri Eguna. Esto es lo que celebra la izquierda abertzale: una trola como una casa que ninguno de sus ideólogos de guardia ha sabido nunca descifrar. Yo lo vengo contando desde hace ya algunos años, pero como esta gente no sale de su burbuja, todavía se creen que aquello fue verdad. Patético.

 

Toda la ideología nacionalista de la izquierda abertzale es una copia de la del PNV. La única variante que les distingue es la obsesión que les ha dado por Navarra, donde el PNV apenas cuenta y donde EH Bildu cosecha sus mejores resultados. Pero esa obsesión también procede de alguien del PNV, de Anacleto Ortueta, un tipo que fue parte del núcleo directivo del periódico Euzkadi, el órgano informativo del partido jeltzale entre 1913 y 1937, que luego pasó a fundar ANV, la rama nacionalista de izquierdas durante la Segunda República, y que, mientras, escribió dos o tres libros de pseudohistoria hablando del rey Sancho el Mayor y poniendo a Navarra en el centro de un hipotético Estado nacional vasco. De esos libros es de donde luego cogieron sus indicaciones los Urzainki y compañía para montar el tinglado del navarrismo abertzale actual.

 

La otra cosa por la que se distingue la izquierda abertzale del PNV, aunque cada vez menos, dada la deriva actual del partido de Sabino Arana, es por un particular concepto de la igualdad, que solo cuenta dentro de las fronteras de su fantasmagórico Estado vasco. Ya que a partir de ahí tiran del antiespañolismo acérrimo aprendido del PNV y conjugan, en una amalgama indigerible, solo apta para los muy cafeteros, una visión de España maniquea, supremacista y despreciativa en grado sumo, con una igualdad de puertas adentro que no se la creen ni ellos.

 

Y es que el nacionalismo vasco, como todo nacionalismo sin Estado, tiene un único origen (inconfesable tras la apoteosis nazi): el positivismo del siglo XIX que se dedicó a aplicar los principios de la biología y la clasificación de las especies animales y vegetales a los seres humanos, según la cual estos se dividían en razas, como les pasa a los caballos y a los perros. Solo que unas razas son más afortunadas, porque atesoran virtudes imposibles de alcanzar para otras. El ejemplo supremo es el de la raza vasca, única en el mundo, que no padeció el mestizaje, origen de todas las degeneraciones. Frente a ella, la raza española representa la aberración suprema, por su mestizaje y su incapacidad innata para las grandes obras, según leemos en Sabino Arana.

 

Antes de esa nefasta evolución de la ciencia del siglo XIX, y en particular de la biología aplicada a la política, nunca existió nada semejante en la historia del pensamiento político a eso que hoy se llama pueblo vasco o a lo que los primeros nacionalistas llamaron raza vasca. Lo único parecido fue aquello de la limpieza de sangre que se practicaba en la época del imperio en España, por la que los vascos resultaron afortunados, al ser todos hidalgos. Pero ni siquiera en ese caso se libraron de tener que realizar las pruebas de hidalguía, como todo hijo de vecino, para demostrar, si querían ocupar cargos públicos, que no tenían trazas de sangre judía o mora. Esto consta perfectamente documentado en el archivo de la Sala de Vizcaya de la Chancillería de Valladolid y está recogido por Juan Carlos Guerra en la revista Euskal-Erria de San Sebastián. Sabino Arana tiró de hidalguía vasca y de limpieza de sangre para concebir su concepto de raza vasca pura e inmaculada. Un antropólogo como Juan Aranzadi en su Milenarismo vasco, cuya primera edición es de 1981, se tragó el anzuelo hasta el esófago y más allá y concordó con Arana en que sí, que la limpieza de sangre española era lo mismo que el racismo vasco de Arana. Pero no lo fue, entre otras cosas porque, como muy bien sabía Sabino Arana, nunca existió algo que se pudiera llamar raza española, salvo como recurso retórico y cultural, empleado por algunos políticos para recordar que tanto a un lado como al otro del Atlántico existe una comunidad cultural llamada Hispanoamérica, para la que se instituyó el día de la Raza, cuyo nombre luego se cambió por el de Hispanidad. Pero sin las connotaciones biológicas y deterministas en grado sumo que Sabino Arana aplicó a su concepto de raza vasca. La raza española solo sería de lengua y religión, dos factores perfectamente asimilables para cualquiera que se lo proponga, no como la raza, ficción o creencia o adscripción con la que naces sin poder hacer nada para evitarla ni para lo contrario. Esta distinción la conocen muy bien los teóricos actuales del racismo.

 

Por lo tanto, el nacionalismo vasco es una ideología fundamentada en la existencia de una raza vasca desde tiempos inmemoriales a la que le correspondería, por derecho propio, un Estado independiente a ambos lados de los Pirineos e integrado por siete provincias, cuatro españolas y tres francesas. Y de esto se dieron cuenta a partir de finales del siglo XIX, nunca antes. Todo lo que sea adelantar esa fecha es buscar, de modo anacrónico, antecedentes donde no los hay, forzando las realidades para encontrar lo que se quiere de antemano. Por ejemplo, ha sido moneda corriente de muchos historiadores actuales considerar el fuerismo como un antecedente del nacionalismo, como un prenacionalismo, cuando tenemos demostrado que Sabino Arana fue un antifuerista acérrimo, porque el fuerismo era españolista.

 

Querer construir un Estado vasco independiente basado en la raza de una parte de sus habitantes, los que se habrían originado en ese solar, es la única ideología del nacionalismo vasco desde sus inicios, lo cual no deja de ser un desatino que, para empezar, ignora cómo se construyeron todos los Estados modernos en Europa, en función de historias y relaciones sociales e institucionales ajenas por completo al principio de la raza.

 

Tampoco nos olvidamos que para construir ese Estado hipotético vasco con el que sueñan los nacionalistas y para que incluso apareciera el nacionalismo vasco como tal fue necesaria la llegada masiva de inmigrantes de otras partes de España a los que se quiso marginar, cuando no expulsar desde el principio, en una reacción xenófoba e intolerante. Ese es el único y verdadero origen histórico del nacionalismo. Lo mismo que ocurrió en Cataluña por el mismo tiempo. Dos regiones con características comunes en cuanto a la recuperación de culturas autóctonas según los principios del romanticismo decimonónico. Pero el romanticismo cultural no es la causa de aparición del nacionalismo, sino en todo caso del fuerismo. En Galicia también había una cultura autóctona romántica impulsora del gallego, pero no cuajó en nacionalismo (salvo en grupúsculos minoritarios) porque no hubo industrialización ni inmigración masiva a la que despreciar. Es bueno diferenciar y tener claras estas cuestiones.

 

Cuando el drama indescriptible, imprescriptible, incastigable e imperdonable del nazismo convirtió la raza en un elemento demoníaco, el nacionalismo vasco se agarró al idioma, que al fin y al cabo era el idioma hablado por la raza vasca. Lo único que se hizo fue sustituir la raza por una de sus características. Esto en el ámbito de las figuras literarias se llama sinécdoque, cuya característica básica, a diferencia de la metonimia, es que haya una relación de inclusión entre las partes relacionadas. En este caso, la lengua por la raza no haría más que sustituir el elemento principal por una de sus características, pero la raza, el origen de la ideología, se mantuvo intacto. Decir pueblo vasco, al fin y al cabo, es un eufemismo para no decir raza vasca. Lo mismo que decir etnia vasca es para que no se note que hablamos de la raza vasca. Y en cuanto al idioma, para los nacionalistas es el idioma hablado por el pueblo vasco, o lo que es lo mismo, por la raza vasca.

 

Y así es como llegamos a la actualidad, con un nacionalismo vasco que oculta su origen racista y que mantiene que para él lo único importante es el idioma, el eusquera, y que por eso se permite poner al frente del mismo a individuos que no tienen nada que ver con quienes originaron esa ideología pero que se suman a la causa porque salen favorecidos por ello. Pienso en Pradales, Esteban y algunos otros (y otras). Saldrán favorecidos en el plano material, no digo que no, pero el hecho de tener que renunciar a sus pueblos de origen, el hecho de tener que olvidarse de quiénes fueron sus antepasados de verdad y asumir los antepasados de los vascos como propios, eso es muy duro.

 

En el caso de Arnaldo Otegi Mondragón no hay tal. Él se considera a sí mismo representante de la raza vasca con todos sus atributos y por eso lleva encabezando la coalición independentista ya no sabemos cuántos años. Y ahí sigue. Y seguirá, claro, más aún en esta coyuntura, donde parece que le ha venido Dios a ver encarnado en Pedro Sánchez.

 

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