Un artículo de Georges Feltin-Tracol
Francia: Hacia un otoño caliente
Huelguistas en Francia (CGT)
¿Vamos a asistir a un comienzo de curso agitado, si no a un otoño turbulento? No nos referimos aquí a consideraciones meteorológicas relacionadas con posibles olas de calor otoñales, sino a una situación política inextricable.
¿Se paralizará Francia la mañana del 10 de septiembre? En diversas redes sociales, diferentes grupos, algunos de los cuales se reivindican como parte de los Chalecos Amarillos, llaman a paralizarlo todo, a la huelga general, a dejar de consumir, incluso a quedarse en casa y confinarse. ¿Estas acciones se llevarán a cabo solo durante un día o se prolongarán en el tiempo (varios días, varias semanas o incluso varios meses)? Aunque dispersas y heterogéneas, las reivindicaciones coinciden en parte con las expresadas por otro fenómeno mediático importante, a saber, «Nicolas qui paie» (Nicolas paga). Los proyectos de presupuesto y de ley de financiación de la Seguridad Social anunciados el pasado 15 de julio por François Bayrou se inclinan claramente hacia el rigor y la austeridad. Las propuestas del Gobierno ya están avivando el descontento de numerosos sectores socioprofesionales y de una gran parte de la población en proceso de empobrecimiento.
¿Se vislumbra una convergencia de las luchas, por ahora sectoriales (agricultores, taxistas, farmacéuticos, panaderos que pagan un impuesto sobre el papel, los «Gueux» hostiles a las ZFE, camareros cuyas propinas podrían gravarse)? La izquierda, La France Insoumise en particular, así lo desea. Las exigencias del Gobierno no se corresponden con la realidad. Francia se encamina hacia la quiebra en un momento en el que un ministerio inútil, el de Igualdad entre Mujeres y Hombres y contra la Discriminación, destina millones a asociaciones parasitarias para que ejerzan una censura digital inaceptable.
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— Letras Inquietas (@let_inquietas) April 26, 2025
¿Es tan grave la situación? Al final del segundo trimestre de 2025, la deuda pública ascendía a más de 3,23 billones de euros, es decir, el 110,7 % del PIB. También se observa un déficit anual de 170 000 millones de euros, lo que supone más de un tercio del gasto público. Según los propios servicios de Matignon y Bercy, más del 53 % de la deuda pública nacional pertenecería a inversores, bancos y fondos de pensiones de origen extranjero. Este porcentaje se repite en Alemania. Por el contrario, las entidades extranjeras solo tendrían el 20 % de la deuda británica e italiana.
El ejercicio se asemeja a un nuevo barril de las Danaidas financiero. Sin embargo, existen amplias posibilidades de ahorrar en el gasto público. Citemos la ayuda demasiado generosa a los extranjeros ilegales, el apoyo al desarrollo internacional, la financiación pública de los partidos políticos, los sindicatos y el sector público audiovisual, así como las subvenciones pagadas a la prensa... Por otra parte, resulta absurdo que muchos partidos políticos se escandalicen por el actual desastre financiero cuando ellos mismos están muy endeudados... ¿Acaso una buena gestión no empieza por uno mismo?
Podríamos aplaudir el valor suicida del alcalde de Pau, que dirige un gobierno tambaleante, sobre todo desde su rueda de prensa del 25 de agosto y su intención de solicitar, el próximo 8 de septiembre, la confianza de los diputados. Sin mayoría absoluta, el gobierno de Bayrou corre el riesgo de sufrir el tercer derrocamiento bajo la Ve República, pero el primero en este sentido desde 1955. ¡La incertidumbre política, financiera, económica, presupuestaria y social está en su punto álgido! ¿Y ahora qué?
La previsible caída del Gobierno de Bayrou se producirá con una diferencia notable con respecto al derrocamiento del de Michel Barnier, el 13 de diciembre de 2024: Emmanuel Macron ha recuperado su poder de disolución de la cámara baja del Parlamento francés. Exasperado por François Bayrou, que le obligó a nombrarle primer ministro, el jefe del Estado podría designar, entre otros, a Gérald Darmanin. Este último visitó este verano el fuerte de Brégançon, la residencia presidencial en el Mediterráneo. Este nombramiento supondría una prueba de fuerza perceptible, junto con la convocatoria de nuevas elecciones legislativas anticipadas en una campaña electoral reducida a unos veinte días, como en el verano de 2024. Su brevedad se justificaría por la proximidad, los días 15 y 22 de marzo de 2026, de las elecciones municipales, una cita electoral determinante para el final del segundo quinquenio de Macron. La apuesta del régimen por una rápida sucesión de elecciones legislativas anticipadas y municipales aumentaría el cansancio de los votantes. Una fuerte abstención del electorado popular, como en 2020 en plena locura covidiana, favorecería mecánicamente a los macronianos, los Verdes y Los Republicanos. Sabiendo que los alcaldes tienen la posibilidad de patrocinar a los candidatos a la presidencia, el bloqueo de las elecciones reinas quedaría así confirmado.
La disolución de la Asamblea Nacional no daría sin duda una mayoría absoluta a ninguno de los tres bloques antagónicos que se reparten el panorama político francés. La inestabilidad parlamentaria y, por tanto, gubernamental continuará. Sin embargo, el resultado de esta nueva disolución supondrá un importante revés para Emmanuel Macron. No obstante, contrariamente a las peticiones de La France Insoumise, el actual presidente no dimitirá. Más bien al contrario. En caso de estancamiento parlamentario en enero-febrero de 2026, el inquilino del Elíseo activará el artículo 16 de la Constitución para validar los proyectos presupuestarios. Para mayor beneficio de los mercados, la Comisión de Bruselas, el FMI y el BCE, el ejercicio de poderes excepcionales también acallará las manifestaciones callejeras que se iniciaron el 10 de septiembre y todos los discursos críticos emitidos en Internet.
Si esta violenta toma de control no fuera suficiente, Emmanuel Macron podría muy bien desviar la opinión pública hacia el conflicto ruso-ucraniano incitando a la República Francesa y a otros Estados atlantistas de Europa occidental a entrar en guerra. La gran ventaja de esta última hipótesis sería que el presidente del Elíseo aplazaría sine die el final de su segundo mandato en mayo de 2027 y, por lo tanto, lo prolongaría por tiempo indefinido. Sin embargo, el régimen olvida que la caída de las repúblicas en Francia suele deberse a repentinas derrotas militares.
Cortesía de Euro-Synergies

¿Vamos a asistir a un comienzo de curso agitado, si no a un otoño turbulento? No nos referimos aquí a consideraciones meteorológicas relacionadas con posibles olas de calor otoñales, sino a una situación política inextricable.
¿Se paralizará Francia la mañana del 10 de septiembre? En diversas redes sociales, diferentes grupos, algunos de los cuales se reivindican como parte de los Chalecos Amarillos, llaman a paralizarlo todo, a la huelga general, a dejar de consumir, incluso a quedarse en casa y confinarse. ¿Estas acciones se llevarán a cabo solo durante un día o se prolongarán en el tiempo (varios días, varias semanas o incluso varios meses)? Aunque dispersas y heterogéneas, las reivindicaciones coinciden en parte con las expresadas por otro fenómeno mediático importante, a saber, «Nicolas qui paie» (Nicolas paga). Los proyectos de presupuesto y de ley de financiación de la Seguridad Social anunciados el pasado 15 de julio por François Bayrou se inclinan claramente hacia el rigor y la austeridad. Las propuestas del Gobierno ya están avivando el descontento de numerosos sectores socioprofesionales y de una gran parte de la población en proceso de empobrecimiento.
¿Se vislumbra una convergencia de las luchas, por ahora sectoriales (agricultores, taxistas, farmacéuticos, panaderos que pagan un impuesto sobre el papel, los «Gueux» hostiles a las ZFE, camareros cuyas propinas podrían gravarse)? La izquierda, La France Insoumise en particular, así lo desea. Las exigencias del Gobierno no se corresponden con la realidad. Francia se encamina hacia la quiebra en un momento en el que un ministerio inútil, el de Igualdad entre Mujeres y Hombres y contra la Discriminación, destina millones a asociaciones parasitarias para que ejerzan una censura digital inaceptable.
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¿Es tan grave la situación? Al final del segundo trimestre de 2025, la deuda pública ascendía a más de 3,23 billones de euros, es decir, el 110,7 % del PIB. También se observa un déficit anual de 170 000 millones de euros, lo que supone más de un tercio del gasto público. Según los propios servicios de Matignon y Bercy, más del 53 % de la deuda pública nacional pertenecería a inversores, bancos y fondos de pensiones de origen extranjero. Este porcentaje se repite en Alemania. Por el contrario, las entidades extranjeras solo tendrían el 20 % de la deuda británica e italiana.
El ejercicio se asemeja a un nuevo barril de las Danaidas financiero. Sin embargo, existen amplias posibilidades de ahorrar en el gasto público. Citemos la ayuda demasiado generosa a los extranjeros ilegales, el apoyo al desarrollo internacional, la financiación pública de los partidos políticos, los sindicatos y el sector público audiovisual, así como las subvenciones pagadas a la prensa... Por otra parte, resulta absurdo que muchos partidos políticos se escandalicen por el actual desastre financiero cuando ellos mismos están muy endeudados... ¿Acaso una buena gestión no empieza por uno mismo?
Podríamos aplaudir el valor suicida del alcalde de Pau, que dirige un gobierno tambaleante, sobre todo desde su rueda de prensa del 25 de agosto y su intención de solicitar, el próximo 8 de septiembre, la confianza de los diputados. Sin mayoría absoluta, el gobierno de Bayrou corre el riesgo de sufrir el tercer derrocamiento bajo la Ve República, pero el primero en este sentido desde 1955. ¡La incertidumbre política, financiera, económica, presupuestaria y social está en su punto álgido! ¿Y ahora qué?
La previsible caída del Gobierno de Bayrou se producirá con una diferencia notable con respecto al derrocamiento del de Michel Barnier, el 13 de diciembre de 2024: Emmanuel Macron ha recuperado su poder de disolución de la cámara baja del Parlamento francés. Exasperado por François Bayrou, que le obligó a nombrarle primer ministro, el jefe del Estado podría designar, entre otros, a Gérald Darmanin. Este último visitó este verano el fuerte de Brégançon, la residencia presidencial en el Mediterráneo. Este nombramiento supondría una prueba de fuerza perceptible, junto con la convocatoria de nuevas elecciones legislativas anticipadas en una campaña electoral reducida a unos veinte días, como en el verano de 2024. Su brevedad se justificaría por la proximidad, los días 15 y 22 de marzo de 2026, de las elecciones municipales, una cita electoral determinante para el final del segundo quinquenio de Macron. La apuesta del régimen por una rápida sucesión de elecciones legislativas anticipadas y municipales aumentaría el cansancio de los votantes. Una fuerte abstención del electorado popular, como en 2020 en plena locura covidiana, favorecería mecánicamente a los macronianos, los Verdes y Los Republicanos. Sabiendo que los alcaldes tienen la posibilidad de patrocinar a los candidatos a la presidencia, el bloqueo de las elecciones reinas quedaría así confirmado.
La disolución de la Asamblea Nacional no daría sin duda una mayoría absoluta a ninguno de los tres bloques antagónicos que se reparten el panorama político francés. La inestabilidad parlamentaria y, por tanto, gubernamental continuará. Sin embargo, el resultado de esta nueva disolución supondrá un importante revés para Emmanuel Macron. No obstante, contrariamente a las peticiones de La France Insoumise, el actual presidente no dimitirá. Más bien al contrario. En caso de estancamiento parlamentario en enero-febrero de 2026, el inquilino del Elíseo activará el artículo 16 de la Constitución para validar los proyectos presupuestarios. Para mayor beneficio de los mercados, la Comisión de Bruselas, el FMI y el BCE, el ejercicio de poderes excepcionales también acallará las manifestaciones callejeras que se iniciaron el 10 de septiembre y todos los discursos críticos emitidos en Internet.
Si esta violenta toma de control no fuera suficiente, Emmanuel Macron podría muy bien desviar la opinión pública hacia el conflicto ruso-ucraniano incitando a la República Francesa y a otros Estados atlantistas de Europa occidental a entrar en guerra. La gran ventaja de esta última hipótesis sería que el presidente del Elíseo aplazaría sine die el final de su segundo mandato en mayo de 2027 y, por lo tanto, lo prolongaría por tiempo indefinido. Sin embargo, el régimen olvida que la caída de las repúblicas en Francia suele deberse a repentinas derrotas militares.
Cortesía de Euro-Synergies