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Martes, 09 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:

Sostiene Edurne

Sostiene Edurne en un artículo publicado en El Debate que "algunos auguraron la crisis definitiva de la tauromaquia, por el movimiento animalista, por la presión de los nacionalistas, y, no menos importante, por su supuesta falta de modernidad", y subraya que, lejos de suceder así, "los toros se han convertido en una nueva forma de contestación social". En general, y sin entrar al detalle, comparto las apreciaciones de esta señora hasta aquí. Quizá discrepo en lo de los nacionalistas, pues no veo yo que en Euskadi o Cataluña sean precisamente antitaurinos en toda su expresión. Sin más.

 

 

Aprecia Edurne que cada vez se ven más jóvenes en las plazas, acaso como lógica contestación a la ola de críticas animalistas, "como ha ocurrido siempre con cualquier intento de represión de tradiciones extendidas como esta". De acuerdo también. Aunque no me parece a mí que sea tan contundente la contestación con dicha presencia en los cosos, ni que ese supuesto resurgimiento vaya a durar mucho. Las modas lo son porque remiten más pronto que tarde.

 

 

Tras recordar la gran afición que resiste los envites en el sur de Francia (¿quién lo niega?), acaba su texto Edurne trayendo a colación al torito Ferdinando, que al parecer gusta de oler las florecillas de la dehesa más que de salir al albero a enfrentarse con un tipo ridículo vestido de fémina (lo cual en cualquier caso demuestra su inteligencia bóvida, que no bovina). Y señala nuestra protagonista "la profunda estupidez del animalismo antitaurino [...], que hasta hace taurinos a los indiferentes, por mera vergüenza intelectual". Todos mis respetos al torito Ferdinando, a quien no tengo el gusto de conocer. Y no compartiendo completamente su opinión sobre los animalistas en general, he de reconocer que en parte pienso a veces en la para mi gusto excesiva presión que se ejerce sobre ciertos temas de su competencia. Pero solo a veces.

 

 

Tuvo que emigrar Edurne de su tierra por las amenazas recibidas por parte de esos valientes ataviados de pasamontañas y pañuelo palestino, el look que al parecer prima entre la chavalería progre euscaldún. Si, decidió salir por patas para vivir tranquila y rehacer su vida con la paz que todo quisque desea. Fue la razonable aspiración de ahorrarse el sufrimiento padecido en su puesto de trabajo y hasta en su casa lo que le espoleó al viaje. A esta mujer no le gusta sufrir. ¡A nadie le agrada, nos ha jodido! Tampoco a los toros. Y aquí vuelvo al artículo en cuestión.

 

Porque en todo el texto Edurne no menciona ni de refilón el asunto clave ―lo es desde luego para mí― en este eterno y cansino debate sobre los toros. No es el arte, ni la tradición, ni la cultura. Es el sufrimiento que experimentan los animales en el ruedo, y aún antes, desde que son secuestrados de la dehesa y de los suyos. Sufrimiento hasta los estertores sobre el albero, y cuando la faena viene mal dada, en el desolladero. Y obviar el factor del sufrimiento en el tema que nos ocupa supone errar en lo fundamental, creo. Si es cuestión de especie, no alcanzo a entender entonces por qué condenar la discriminación por sexo, o mismamente por ideología política. Entiéndanme: han de reprobarse dichas formas de exclusión, solo faltaba, mas no parece plausible compaginarlo con la aceptación e incluso el apoyo explícito a la discriminación de especie. No sé si consigo explicarme. Porque si algo desagrada a la víctima, sea esta mujer, caballo o torito, bueno es evitarlo, y criminal es en lógica consecuencia defenderlo. Esto no da más de sí, salvo que se quiera omitir lo elemental para bordear el asunto central del dilema, y así seguir facturando por tan sencilla tarea como hacer pública tu opinión.

 

 

Edurne, con todo el respeto que mereces ―ni menos ni tampoco más―: una cucharadita de empatía por la mañana, y mejorará tu salud ética. Yo me la tomo, y me sienta de cine. De nada.    

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