Estados Unidos
El espeluznante asesinato de Iryna Zarutska revela cómo el racismo antiblanco se extiende por Occidente con el silencio cómplice de los grandes medios
![[Img #28876]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/09_2025/8431_screenshot-2025-09-11-at-11-33-30-iryna-zarutska-buscar-con-google.png)
La noche del 22 de agosto de 2025, Iryna Zarutska terminó su turno en Zepeddie's Pizzeria de Charlotte, Carolina del Norte, con la rutina de quien ha encontrado un ritmo en su nueva vida. A los 23 años, había logrado algo que parecía imposible tres años atrás: la normalidad. Su uniforme de trabajo —pantalones caqui, camisa oscura, gorra de la pizzería— era el símbolo tangible de una existencia que había construido ladrillo a ladrillo después de huir de los bombardeos en Kiev.
Se dirigió a la estación East/West Boulevard del tren ligero LYNX Blue Line, como había hecho cientos de veces antes. A las 9:46 de la noche, las cámaras de seguridad la captaron abordando el vagón, con el cabello rubio recogido bajo la gorra, los auriculares puestos, la mirada fija en el teléfono. Era la imagen perfecta de una joven trabajadora regresando a casa en una ciudad que había prometido ser su refugio.
Se sentó frente a un hombre de sudadera roja con capucha. Durante cuatro minutos y catorce segundos —un tiempo que las autoridades medirían después con precisión forense— Iryna permaneció absorta en su mundo digital, ajena a que el extraño de raza negra detrás de ella había comenzado a observarla con una intensidad perturbadora.
Decarlos Brown Jr., de 34 años, había pasado esos cuatro minutos en un estado de agitación creciente. Las cámaras lo captaron moviéndose inquieto, asintiendo y negando con la cabeza, incorporándose bruscamente para luego encorvarse hacia adelante. En su mente presuntamente fracturada por la esquizofrenia, una narrativa delirante había comenzado a tomar forma. A las 9:50:14, Brown extrajo un cuchillo de bolsillo de su sudadera. Lo desplegó con movimiento deliberado. Por un instante, miró hacia la ventana como si contemplara no hacerlo. Luego se incorporó, pasó su brazo por encima del respaldo del asiento, y clavó el cuchillo tres veces en el cuello de Iryna Zarutska.
La joven se llevó las manos al cuello y la garganta, la sangre comenzó a manar sobre el suelo del vagón, y se desplomó. Había escapado de la guerra en su país para acabar muriendo a manos de la falla de un sistema judicial en manos de la izquierda norteamericana que permitió que un hombre con catorce arrestos previos anduviera libre por las calles de Charlotte.
La historia de Decarlos Brown Jr. es un manual de cómo los sistemas de justicia y salud mental, gestionados con mucha ideología progresista y poco preocupación por los ciudadanos, pueden fallar de manera catastrófica. Su hermana Tracey había visto los signos: después de cumplir más de cinco años en prisión por robo con arma peligrosa, Brown salió en 2020 como una persona diferente. "No parecía él mismo", diría después. Tenía dificultades para mantener conversaciones simples, no podía conservar un empleo, a veces se volvía agresivo.
En 2022, Brown atacó a su propia hermana, mordiéndola y destrozando las bisagras de una puerta. Aunque fue arrestado, Tracey decidió retirar los cargos por preocupación por la salud mental de su hermano. Su madre había intentado conseguir una internación psiquiátrica de largo plazo, pero fracasó porque no era su tutora legal.
Los registros judiciales revelan un patrón de deterioro mental progresivo. A principios de 2025, Brown fue arrestado por mal uso del sistema 911 después de llamar repetidamente alegando que una "sustancia artificial" le controlaba cuándo comía, caminaba y hablaba. Los oficiales le dijeron que "era un problema médico" y que no podían hacer más. Brown se molestó y siguió llamando al 911.
Su liberación, decidida por una jueza activista a favor de Kamala Harris, fue condicionada a una promesa escrita de comparecer en su próxima audiencia. Esa promesa —un pedazo de papel— era todo lo que se interpuso entre Decarlos Brown y los ciudadanos de Charlotte. La portavoz del Ejecutivo norteamericano, Karoline Leavitt, fue la que confirmó que la juez que liberó al asesino de la refugiada ucraniana Iryna Zarutska era una ferviente seguidor de Kamala Harris: “Liberó a este criminal demente sin exigirle pagar fianza. ¡Solo firmó una promesa escrita de volver otro día al tribunal! Esto es una locura”.
Cuando su hermana le preguntó después del arresto por qué había atacado a Zarutska, Brown respondió con la lógica fracturada de su enfermedad: "Porque ella estaba leyendo mi mente", aunque algunos audios han revelado que, antes del ataque, pronunció una clara amenaza racista: "Ya he cogido a la chica blanca".
Para la analista política holandesa Eva Vlaardingerbroek, el desgarrador asesinato de Iryna Zarutska "es un ejemplo de violencia genocida". La prestigiosa comentarista explica en X/Twitter que "si se tratara «solo» de un delito de odio fortuito, las otras personas negras que presenciaron su asesinato habrían acudido en su ayuda o, al menos, habrían reaccionado con total consternación. Pero no lo hicieron. Ninguno de ellos lo hizo. Oyeron al asesino decir: «Tengo a esa chica blanca», y no reaccionaron. En cambio, se limitaron a mirar cómo Iryna se desangraba sin decir nada, se alejaron con indiferencia o incluso la grabaron. Murió sola, sollozando entre sus manos antes de desplomarse. Las personas que la rodeaban no empatizaron con ella, porque no era una de ellos. Porque cuando se trataba de uno de ellos, en el caso de George Floyd, iniciaron un movimiento global sin que hubiera ni un solo indicio de que se tratara de un delito de odio por motivos raciales. Sin embargo, pusieron al mundo entero en pie de guerra y toda la clase dirigente blanca lo apoyó. Puedes rechazar ese hecho todo lo que quieras y seguramente «no todos los negros habrían respondido así», pero eso no cambia la realidad que vimos aquí a plena vista. Y si los blancos quieren sobrevivir, individualmente y como pueblo, tienen que empezar a darse cuenta de ello.
El imp`resentable silencio de los grandes medios
Si Iryna Zarutska hubiera sido asesinada por un hombre blanco, su historia habría dominado los noticieros nacionales durante semanas. Los grandes medios habrían enviado corresponsales a Charlotte, habrían rastreado su viaje desde Kiev, habrían hecho de ella un símbolo de la vulnerabilidad de los refugiados en América. Pero Iryna era blanca y su asesino era negro, y esa combinación no encaja ni interesa en las narrativas preferidas de la progresista prensa occidental.
Durante días después del 22 de agosto, el asesinato permaneció como una historia local. The New York Times, CNN, Washington Post, NPR, PBS, BBC —todos los grandes medios que habían dedicado cobertura extensa al caso de Daniel Penny, el marine blanco que causó la muerte de un hombre negro en el metro de Nueva York— guardaron silencio sobre lo sucedido a Zarutska.
La historia solo comenzó a ganar tracción nacional el fin de semana del 7 de septiembre, cuando el video de vigilancia fue finalmente liberado por las autoridades de Charlotte. La cuenta de Twitter "End Wokeness" documentó meticulosamente el vacío informativo: "0 historias de AP", "0 historias de PBS", "0 historias del NYT", "0 historias de NPR". Elon Musk, dueño de la plataforma X, amplificó la crítica con una sola palabra: "Cero".
El contraste era demasiado evidente para ignorar. Los mismos medios que habían construido narrativas épicas sobre la "violencia racial" cuando las víctimas eran negras se habían vuelto súbitamente silenciosos cuando la víctima era una refugiada ucraniana blanca.
Un análisis en UnHerd lo explicó con franqueza brutal: "Cada detalle del incidente va contra la visión progresista recibida, en tantos ángulos y con una ausencia tan total de contranarrativa, que ningún medio de izquierda podría reportarlo sin temer su instrumentalización por la derecha".
La escritora Cristina Martín Jiménez, lo explica perfectamente: "El asesinato de Iryna Zarutska, refugiada ucraniana apuñalada en un tren de Carolina del Norte, es el retrato perfecto de la hipocresía mediática y política. Grabada por cámaras, con pasajeros mirando sin hacer nada, y un verdugo con antecedentes detenido en minutos. Un crimen brutal que debería haber incendiado las conciencias. Pero no: no hay manifestaciones masivas, ni rodillas en tierra, ni hashtags virales. Contrástese con George Floyd: asfixiado por un policía blanco, su muerte activó la maquinaria global del Black Lives Matter, financiada, amplificada y convertida en dogma cultural. ¿Por qué? Porque encajaba en el relato del racismo sistémico, útil para dividir y controlar. Zarutska no encaja: es mujer, blanca, europea, y su sangre no rinde beneficios ideológicos. De ahí que White Lives Matter no exista como causa legítima, sino como coartada de extremistas. La verdad incómoda es que unas muertes son convertidas en banderas y otras en olvido, no por justicia, sino por rentabilidad política. A Iryna la mataron dos veces: primero el cuchillo, luego la indiferencia calculada de un sistema que selecciona qué vidas importan y cuáles se archivan en silencio.
La respuesta del público
Los videos de vigilancia revelaron algo más perturbador que el crimen mismo: la reacción de los testigos. En las imágenes iniciales que circularon, parecía que ningún pasajero había ayudado a Zarutska mientras se desangraba. Un usuario de Twitter escribió: "Ni una sola persona la ayudó... Absolutamente REPUGNANTE".
Pero videos posteriores contaron una historia más compleja. Al menos un pasajero afroamericano se quitó su camisa para intentar detener la hemorragia, trabajando para ayudarla junto a una mujer blanca. Otros pasajeros también se acercaron para ayudar. La narrativa de indiferencia total no era del todo correcta, aunque la respuesta inicial había sido lenta y confusa.
Brown, mientras tanto, caminó calmadamente por el vagón después del ataque, con sangre goteando de su cuchillo, quitándose la sudadera como si acabara de completar una tarea rutinaria. Los pasajeros lo evitaron, algunos claramente notando la sangre y el arma, pero nadie lo confrontó.
La administración Trump respondió rápidamente. El presidente calificó a Brown como un "criminal de carrera" y declaró que "la sangre de Zarutska está en las manos de los demócratas que se niegan a meter a la gente mala en la cárcel".
El secretario de Transporte Sean Duffy tuiteó: "Este monstruo tenía un historial más largo que un recibo de CVS, incluyendo tiempo en prisión por robo con arma peligrosa, allanamiento y hurto. Al fracasar en castigarlo apropiadamente, Charlotte falló a Iryna Zarutska y a los habitantes de Carolina del Norte".
La respuesta republicana culminó con cargos federales inéditos. El Departamento de Justicia acusó a Brown de "cometer un acto que causa la muerte en un sistema de transporte masivo", un cargo raramente usado que lo hace elegible para la pena de muerte. La fiscal general Pamela Bondi prometió buscar "la pena máxima" y declaró que Brown "nunca más verá la luz del día como hombre libre".
Los demócratas locales se encontraron en la posición imposible de defender lo indefendible. La alcaldesa Vi Lyles, una demócrata, inicialmente se enfocó en "la falta de vivienda y la salud mental" antes de finalmente nombrar a Zarutska y agradecer a los medios que se negaron a compartir el video perturbador.
Mientras los políticos estadounidenses navegaban las aguas traicioneras de la política racial doméstica, voces europeas dijeron lo que pocos republicanos se atreven a articular. Tomasz Froelich, un miembro del Parlamento Europeo por el partido Alternativa para Alemania (AfD), publicó estadísticas que en Estados Unidos son consideradas tabú:
"Los negros constituyen el 13% de la población en Estados Unidos pero cometen el 56% de los asesinos. Su tasa de homicidio es 6-8 veces mayor que la de los blancos. Por cada tres negros asesinados por blancos, siete blancos son asesinados por negros, a pesar de que hay casi cinco veces más blancos que negros en Estados Unidos". Froelich concluyó con algo que ningún político estadounidense se atrevería a decir: "¡LAS VIDAS BLANCAS IMPORTAN!"
Su comentario expuso la hipocresía del discurso público estadounidense, donde los políticos evitan mencionar a los blancos como un grupo demográfico con intereses o necesidades específicas, a pesar de constituir aún la mayoría de la población.
En las semanas que siguieron al asesinato, Iryna Zarutska se convirtió en algo que nunca quiso ser: un símbolo. Para la derecha, representaba las víctimas olvidadas de la criminalidad urbana y el sesgo mediático. Para la izquierda, era un símbolo político incómodo de una tragedia genuina.
Zarutska era una artista talentosa que había estudiado Arte y Restauración en Kiev, una amante de los animales que cuidaba las mascotas de sus vecinos, una joven que había sobrevivido a los bombardeos solo para ser asesinada por las fallas de un sistema, domeñado por la izquierda políticva nortemericana, que no supo protegerla. Su familia decidió enterrarla en Estados Unidos. Cuando la embajada ucraniana ofreció repatriar el cuerpo, dijeron: "Ella amaba América. Vamos a enterrarla aquí". Esa decisión encapsula la tragedia central: una joven que había encontrado esperanza en América, asesinada por las patologías que América no quiere confrontar.
El caso de Iryna Zarutska reveló las grietas profundas en la sociedad estadounidense: un sistema de justicia que libera repetidamente a criminales violentos con enfermedades mentales graves, medios que filtran las noticias según narrativas políticas, y un público que prefiere la comodidad de sus prejuicios confirmados a la incomodidad de la verdad completa.
Su muerte no fue solo el resultado de la violencia urbana o la enfermedad mental desatendida. Fue el producto de una sociedad que ha perdido la capacidad de confrontar honestamente sus propios fracasos.
En los videos de vigilancia, podemos ver el momento exacto en que América falló a Iryna Zarutska. No fue cuando el cuchillo entró en su cuello. Fue mucho antes: cuando un sistema decidió que las promesas escritas eran suficientes para contener a hombres peligrosos, cuando los medios decidieron que algunas víctimas importan más que otras, cuando una sociedad eligió las narrativas cómodas sobre las verdades incómodas.
Iryna Zarutska llegó a América en busca de seguridad. Encontró, en cambio, un país tan fracturado por sus propias contradicciones que no pudo proteger ni honrar su memoria apropiadamente. En su obituario, sus seres queridos escribieron: "Iryna será recordada por su amabilidad, su creatividad y la impresión duradera que dejó en todos los que conoció". Esas palabras, simples y verdaderas, contienen más dignidad que todo el circo mediático y político que siguió a su muerte.
La pregunta que queda es si América será capaz de aprender de su fracaso, o si Iryna Zarutska será solo otra víctima olvidada en un país que ha perdido la voluntad de confrontar sus propias sombras.
El tren sigue corriendo por Charlotte. Pero algo se quebró ese 22 de agosto que las promesas políticas y la indignación selectiva no pueden reparar.
La noche del 22 de agosto de 2025, Iryna Zarutska terminó su turno en Zepeddie's Pizzeria de Charlotte, Carolina del Norte, con la rutina de quien ha encontrado un ritmo en su nueva vida. A los 23 años, había logrado algo que parecía imposible tres años atrás: la normalidad. Su uniforme de trabajo —pantalones caqui, camisa oscura, gorra de la pizzería— era el símbolo tangible de una existencia que había construido ladrillo a ladrillo después de huir de los bombardeos en Kiev.
Se dirigió a la estación East/West Boulevard del tren ligero LYNX Blue Line, como había hecho cientos de veces antes. A las 9:46 de la noche, las cámaras de seguridad la captaron abordando el vagón, con el cabello rubio recogido bajo la gorra, los auriculares puestos, la mirada fija en el teléfono. Era la imagen perfecta de una joven trabajadora regresando a casa en una ciudad que había prometido ser su refugio.
Se sentó frente a un hombre de sudadera roja con capucha. Durante cuatro minutos y catorce segundos —un tiempo que las autoridades medirían después con precisión forense— Iryna permaneció absorta en su mundo digital, ajena a que el extraño de raza negra detrás de ella había comenzado a observarla con una intensidad perturbadora.
Decarlos Brown Jr., de 34 años, había pasado esos cuatro minutos en un estado de agitación creciente. Las cámaras lo captaron moviéndose inquieto, asintiendo y negando con la cabeza, incorporándose bruscamente para luego encorvarse hacia adelante. En su mente presuntamente fracturada por la esquizofrenia, una narrativa delirante había comenzado a tomar forma. A las 9:50:14, Brown extrajo un cuchillo de bolsillo de su sudadera. Lo desplegó con movimiento deliberado. Por un instante, miró hacia la ventana como si contemplara no hacerlo. Luego se incorporó, pasó su brazo por encima del respaldo del asiento, y clavó el cuchillo tres veces en el cuello de Iryna Zarutska.
La joven se llevó las manos al cuello y la garganta, la sangre comenzó a manar sobre el suelo del vagón, y se desplomó. Había escapado de la guerra en su país para acabar muriendo a manos de la falla de un sistema judicial en manos de la izquierda norteamericana que permitió que un hombre con catorce arrestos previos anduviera libre por las calles de Charlotte.
La historia de Decarlos Brown Jr. es un manual de cómo los sistemas de justicia y salud mental, gestionados con mucha ideología progresista y poco preocupación por los ciudadanos, pueden fallar de manera catastrófica. Su hermana Tracey había visto los signos: después de cumplir más de cinco años en prisión por robo con arma peligrosa, Brown salió en 2020 como una persona diferente. "No parecía él mismo", diría después. Tenía dificultades para mantener conversaciones simples, no podía conservar un empleo, a veces se volvía agresivo.
En 2022, Brown atacó a su propia hermana, mordiéndola y destrozando las bisagras de una puerta. Aunque fue arrestado, Tracey decidió retirar los cargos por preocupación por la salud mental de su hermano. Su madre había intentado conseguir una internación psiquiátrica de largo plazo, pero fracasó porque no era su tutora legal.
Los registros judiciales revelan un patrón de deterioro mental progresivo. A principios de 2025, Brown fue arrestado por mal uso del sistema 911 después de llamar repetidamente alegando que una "sustancia artificial" le controlaba cuándo comía, caminaba y hablaba. Los oficiales le dijeron que "era un problema médico" y que no podían hacer más. Brown se molestó y siguió llamando al 911.
Su liberación, decidida por una jueza activista a favor de Kamala Harris, fue condicionada a una promesa escrita de comparecer en su próxima audiencia. Esa promesa —un pedazo de papel— era todo lo que se interpuso entre Decarlos Brown y los ciudadanos de Charlotte. La portavoz del Ejecutivo norteamericano, Karoline Leavitt, fue la que confirmó que la juez que liberó al asesino de la refugiada ucraniana Iryna Zarutska era una ferviente seguidor de Kamala Harris: “Liberó a este criminal demente sin exigirle pagar fianza. ¡Solo firmó una promesa escrita de volver otro día al tribunal! Esto es una locura”.
Cuando su hermana le preguntó después del arresto por qué había atacado a Zarutska, Brown respondió con la lógica fracturada de su enfermedad: "Porque ella estaba leyendo mi mente", aunque algunos audios han revelado que, antes del ataque, pronunció una clara amenaza racista: "Ya he cogido a la chica blanca".
Para la analista política holandesa Eva Vlaardingerbroek, el desgarrador asesinato de Iryna Zarutska "es un ejemplo de violencia genocida". La prestigiosa comentarista explica en X/Twitter que "si se tratara «solo» de un delito de odio fortuito, las otras personas negras que presenciaron su asesinato habrían acudido en su ayuda o, al menos, habrían reaccionado con total consternación. Pero no lo hicieron. Ninguno de ellos lo hizo. Oyeron al asesino decir: «Tengo a esa chica blanca», y no reaccionaron. En cambio, se limitaron a mirar cómo Iryna se desangraba sin decir nada, se alejaron con indiferencia o incluso la grabaron. Murió sola, sollozando entre sus manos antes de desplomarse. Las personas que la rodeaban no empatizaron con ella, porque no era una de ellos. Porque cuando se trataba de uno de ellos, en el caso de George Floyd, iniciaron un movimiento global sin que hubiera ni un solo indicio de que se tratara de un delito de odio por motivos raciales. Sin embargo, pusieron al mundo entero en pie de guerra y toda la clase dirigente blanca lo apoyó. Puedes rechazar ese hecho todo lo que quieras y seguramente «no todos los negros habrían respondido así», pero eso no cambia la realidad que vimos aquí a plena vista. Y si los blancos quieren sobrevivir, individualmente y como pueblo, tienen que empezar a darse cuenta de ello.
El imp`resentable silencio de los grandes medios
Si Iryna Zarutska hubiera sido asesinada por un hombre blanco, su historia habría dominado los noticieros nacionales durante semanas. Los grandes medios habrían enviado corresponsales a Charlotte, habrían rastreado su viaje desde Kiev, habrían hecho de ella un símbolo de la vulnerabilidad de los refugiados en América. Pero Iryna era blanca y su asesino era negro, y esa combinación no encaja ni interesa en las narrativas preferidas de la progresista prensa occidental.
Durante días después del 22 de agosto, el asesinato permaneció como una historia local. The New York Times, CNN, Washington Post, NPR, PBS, BBC —todos los grandes medios que habían dedicado cobertura extensa al caso de Daniel Penny, el marine blanco que causó la muerte de un hombre negro en el metro de Nueva York— guardaron silencio sobre lo sucedido a Zarutska.
La historia solo comenzó a ganar tracción nacional el fin de semana del 7 de septiembre, cuando el video de vigilancia fue finalmente liberado por las autoridades de Charlotte. La cuenta de Twitter "End Wokeness" documentó meticulosamente el vacío informativo: "0 historias de AP", "0 historias de PBS", "0 historias del NYT", "0 historias de NPR". Elon Musk, dueño de la plataforma X, amplificó la crítica con una sola palabra: "Cero".
El contraste era demasiado evidente para ignorar. Los mismos medios que habían construido narrativas épicas sobre la "violencia racial" cuando las víctimas eran negras se habían vuelto súbitamente silenciosos cuando la víctima era una refugiada ucraniana blanca.
Un análisis en UnHerd lo explicó con franqueza brutal: "Cada detalle del incidente va contra la visión progresista recibida, en tantos ángulos y con una ausencia tan total de contranarrativa, que ningún medio de izquierda podría reportarlo sin temer su instrumentalización por la derecha".
La escritora Cristina Martín Jiménez, lo explica perfectamente: "El asesinato de Iryna Zarutska, refugiada ucraniana apuñalada en un tren de Carolina del Norte, es el retrato perfecto de la hipocresía mediática y política. Grabada por cámaras, con pasajeros mirando sin hacer nada, y un verdugo con antecedentes detenido en minutos. Un crimen brutal que debería haber incendiado las conciencias. Pero no: no hay manifestaciones masivas, ni rodillas en tierra, ni hashtags virales. Contrástese con George Floyd: asfixiado por un policía blanco, su muerte activó la maquinaria global del Black Lives Matter, financiada, amplificada y convertida en dogma cultural. ¿Por qué? Porque encajaba en el relato del racismo sistémico, útil para dividir y controlar. Zarutska no encaja: es mujer, blanca, europea, y su sangre no rinde beneficios ideológicos. De ahí que White Lives Matter no exista como causa legítima, sino como coartada de extremistas. La verdad incómoda es que unas muertes son convertidas en banderas y otras en olvido, no por justicia, sino por rentabilidad política. A Iryna la mataron dos veces: primero el cuchillo, luego la indiferencia calculada de un sistema que selecciona qué vidas importan y cuáles se archivan en silencio.
La respuesta del público
Los videos de vigilancia revelaron algo más perturbador que el crimen mismo: la reacción de los testigos. En las imágenes iniciales que circularon, parecía que ningún pasajero había ayudado a Zarutska mientras se desangraba. Un usuario de Twitter escribió: "Ni una sola persona la ayudó... Absolutamente REPUGNANTE".
Pero videos posteriores contaron una historia más compleja. Al menos un pasajero afroamericano se quitó su camisa para intentar detener la hemorragia, trabajando para ayudarla junto a una mujer blanca. Otros pasajeros también se acercaron para ayudar. La narrativa de indiferencia total no era del todo correcta, aunque la respuesta inicial había sido lenta y confusa.
Brown, mientras tanto, caminó calmadamente por el vagón después del ataque, con sangre goteando de su cuchillo, quitándose la sudadera como si acabara de completar una tarea rutinaria. Los pasajeros lo evitaron, algunos claramente notando la sangre y el arma, pero nadie lo confrontó.
La administración Trump respondió rápidamente. El presidente calificó a Brown como un "criminal de carrera" y declaró que "la sangre de Zarutska está en las manos de los demócratas que se niegan a meter a la gente mala en la cárcel".
El secretario de Transporte Sean Duffy tuiteó: "Este monstruo tenía un historial más largo que un recibo de CVS, incluyendo tiempo en prisión por robo con arma peligrosa, allanamiento y hurto. Al fracasar en castigarlo apropiadamente, Charlotte falló a Iryna Zarutska y a los habitantes de Carolina del Norte".
La respuesta republicana culminó con cargos federales inéditos. El Departamento de Justicia acusó a Brown de "cometer un acto que causa la muerte en un sistema de transporte masivo", un cargo raramente usado que lo hace elegible para la pena de muerte. La fiscal general Pamela Bondi prometió buscar "la pena máxima" y declaró que Brown "nunca más verá la luz del día como hombre libre".
Los demócratas locales se encontraron en la posición imposible de defender lo indefendible. La alcaldesa Vi Lyles, una demócrata, inicialmente se enfocó en "la falta de vivienda y la salud mental" antes de finalmente nombrar a Zarutska y agradecer a los medios que se negaron a compartir el video perturbador.
Mientras los políticos estadounidenses navegaban las aguas traicioneras de la política racial doméstica, voces europeas dijeron lo que pocos republicanos se atreven a articular. Tomasz Froelich, un miembro del Parlamento Europeo por el partido Alternativa para Alemania (AfD), publicó estadísticas que en Estados Unidos son consideradas tabú:
"Los negros constituyen el 13% de la población en Estados Unidos pero cometen el 56% de los asesinos. Su tasa de homicidio es 6-8 veces mayor que la de los blancos. Por cada tres negros asesinados por blancos, siete blancos son asesinados por negros, a pesar de que hay casi cinco veces más blancos que negros en Estados Unidos". Froelich concluyó con algo que ningún político estadounidense se atrevería a decir: "¡LAS VIDAS BLANCAS IMPORTAN!"
Su comentario expuso la hipocresía del discurso público estadounidense, donde los políticos evitan mencionar a los blancos como un grupo demográfico con intereses o necesidades específicas, a pesar de constituir aún la mayoría de la población.
En las semanas que siguieron al asesinato, Iryna Zarutska se convirtió en algo que nunca quiso ser: un símbolo. Para la derecha, representaba las víctimas olvidadas de la criminalidad urbana y el sesgo mediático. Para la izquierda, era un símbolo político incómodo de una tragedia genuina.
Zarutska era una artista talentosa que había estudiado Arte y Restauración en Kiev, una amante de los animales que cuidaba las mascotas de sus vecinos, una joven que había sobrevivido a los bombardeos solo para ser asesinada por las fallas de un sistema, domeñado por la izquierda políticva nortemericana, que no supo protegerla. Su familia decidió enterrarla en Estados Unidos. Cuando la embajada ucraniana ofreció repatriar el cuerpo, dijeron: "Ella amaba América. Vamos a enterrarla aquí". Esa decisión encapsula la tragedia central: una joven que había encontrado esperanza en América, asesinada por las patologías que América no quiere confrontar.
El caso de Iryna Zarutska reveló las grietas profundas en la sociedad estadounidense: un sistema de justicia que libera repetidamente a criminales violentos con enfermedades mentales graves, medios que filtran las noticias según narrativas políticas, y un público que prefiere la comodidad de sus prejuicios confirmados a la incomodidad de la verdad completa.
Su muerte no fue solo el resultado de la violencia urbana o la enfermedad mental desatendida. Fue el producto de una sociedad que ha perdido la capacidad de confrontar honestamente sus propios fracasos.
En los videos de vigilancia, podemos ver el momento exacto en que América falló a Iryna Zarutska. No fue cuando el cuchillo entró en su cuello. Fue mucho antes: cuando un sistema decidió que las promesas escritas eran suficientes para contener a hombres peligrosos, cuando los medios decidieron que algunas víctimas importan más que otras, cuando una sociedad eligió las narrativas cómodas sobre las verdades incómodas.
Iryna Zarutska llegó a América en busca de seguridad. Encontró, en cambio, un país tan fracturado por sus propias contradicciones que no pudo proteger ni honrar su memoria apropiadamente. En su obituario, sus seres queridos escribieron: "Iryna será recordada por su amabilidad, su creatividad y la impresión duradera que dejó en todos los que conoció". Esas palabras, simples y verdaderas, contienen más dignidad que todo el circo mediático y político que siguió a su muerte.
La pregunta que queda es si América será capaz de aprender de su fracaso, o si Iryna Zarutska será solo otra víctima olvidada en un país que ha perdido la voluntad de confrontar sus propias sombras.
El tren sigue corriendo por Charlotte. Pero algo se quebró ese 22 de agosto que las promesas políticas y la indignación selectiva no pueden reparar.