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Arturo Aldecoa Ruiz
Martes, 16 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:

Avanza la conjura de los necios

Acabo de saber que una provincia de Canadá prohibirá a los estudiantes leer “El cuento de la criada”, la novela distópica que escribió Margaret Atwood en 1985 y estos últimos años ha sido convertida en una serie de televisión.

 

El motivo de dicha prohibición, que se hará efectiva a partir del 1 de octubre, es la decisión que ha tomado el Gobierno de Alberta de no permitir a los estudiantes, independientemente de su edad,  leer cualquier libro que contenga contenido sexual explícito.

 

Y ese es el caso de “El cuento de la criada”, que relata la historia de Defred, una mujer fértil que vive en la República de Gilead, un régimen teocrático y totalitario surgido en Estados Unidos tras una ola de infertilidad, donde las mujeres son sometidas a la servidumbre sexual para repoblar el mundo.

 

Naturalmente, dicha prohibición del Gobierno de Alberta excluye la Biblia, aunque esté libro contiene abundantemente aquello que se dice perseguir.

 

La ridícula prohibición puede que convierta al libro de Atwood  en un objeto de contrabando subterráneo, al aumentar el interés por leer el mismo y encima no afecta a la serie, que puede ser vista en televisión o plataformas informáticas.

 

Así que lo que el mojigato Gobierno de Alberta ha logrado es hacerle al libro la mejor campaña de marketing: darle el aura de prohibido. Algo que en realidad no necesita pues ya eran un éxito.

 

Pero este tipo de censuras absurdas hacen al final mucho daño, aunque sean risibles.

 

Estamos en 2025, y en vez de florecer la cultura con las posibilidades que nos dan las nuevas tecnologías, me da la sensación de que cada vez hay más estúpidos y meapilas en los puestos directivos de los “mass media” y los gobiernos, intentando que todos nos convirtamos en necios como ellos.

 

Hace cuatro años me preguntaba en un ensayo si podían tener algo en común las historias de Caperucita Roja, Alicia en el país de las maravillas y Matar un ruiseñor, aparte de que millones de personas aprendimos a amar la lectura gracias a ellas.

 

Resultaba entonces que sí: junto a otros centenares de títulos estaban en las listas de libros retirados de bibliotecas, colegios y universidades por la presión de organizaciones ligadas al “pensamiento único” y sus grupos mediáticos.

 

¿Qué razones se argumentaban por ejemplo contra Matar un ruiseñor?

 

Seguro que los lectores han leído el libro y visto la película, con el inolvidable Atticus Finch interpretado por Gregory Peck. Pues sus censores decían que su argumento (el juicio de un joven negro, acusado falsamente de violación en un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos) aludía a sexo, violencia y racismo. Además, el texto contenía la palabra negro (“niger”), ahora tabú para las gentes políticamente correctas. Por ello, era un libro inconveniente y debía retirarse.

 

Afirmaban memeces similares para los demás libros, generalmente vinculadas al sexo, conflictos y violencia latentes en sus textos. Como si en el mundo real fueran cosas que no existieran.

 

Con idénticos criterios los nuevos censores de lo correcto podrían quitar de las estanterías por inmorales, violentas o corruptoras la Biblia, el Corán, los Vedas, Homero, Platón, Virgilio, Lucrecio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe y prácticamente toda la literatura universal, pues los libros cuentan la vida de la gente y lo que a ésta le sucede en la realidad, sea bueno o malo.

 

Quizás lo que les disgusta a los censores es la propia realidad y pretenden enmascararla tras un velo de silencio.

 

Heine profetizó que allí donde se retiran, prohíben o queman libros por sus contenidos, se acabará aislando, prohibiendo o quemando a personas por sus opiniones.

 

Es evidente que en las primeras décadas del siglo XXI nuestras sociedades de Occidente empiezan a seguir un mal camino y se están volviendo cada vez más intolerantes y ridículas. Va surgiendo una suerte de censura político-moral que encorseta nuestra libertad.

 

Pero no hay censura sin censores. ¿Y de dónde han surgido los “Savonarolas  laicos” que sufrimos?

 

Para mí, aprovechando la mediocridad y apocamiento de las instituciones y de los políticos que las conforman, los nuevos gurús de la corrección y el pensamiento único (académicos radicales, demagogos sin escrúpulos e “influencers” varios), suman lentamente una conjunción de intereses y de ambición de poder. Una auténtica “Conjura de los necios” apoyada en las nuevas tecnologías y en la complicidad de muchos “mass media”.

 

Poco a poco, estos pequeños predicadores de memeces políticamente correctas van controlando nuestras vidas, fijando lo que es aceptable y lo que no, e imponiéndonos en cualquier asunto -incluso científicos- su criterio, aunque este sea absurdo y sin fundamento.

 

¿Dudan que estamos sometidos a una creciente tomadura de pelo global? Les recordaré un increíble ejemplo académico: una prestigiosa revista científica hace cierto tiempo publicó un artículo titulado “Glaciares, género y ciencia. Un marco de glaciología feminista para la investigación del cambio medioambiental global”. Sus autores recibieron 500.000 dólares para realizar el trabajo.

 

Según proclama el propio artículo: “Las relaciones entre género, ciencia y los glaciares -especialmente relacionadas con cuestiones epistemológicas sobre la producción de conocimiento glaciológico- se mantienen sub-estudiadas. Este estudio propone un marco de glaciología feminista”. Sea lo que sea eso.

 

Más aún: “...Uniendo estudios feministas poscoloniales y ecología política feminista, el marco de glaciología feminista genera un análisis robusto de género, poder y epistemologías en sistemas socioeconómicos dinámicos, conduciendo por tanto a una ciencia e interacciones hielo-humanos más equitativas”. Seguro que semejante discurso les ha dejado helados.

 

Leído esto, al principio más de uno pensó que todo era una broma. Pero era un artículo escrito en serio, que más que de los glaciares nos informa de la mente congelada de sus redactores.

 

No me extraña que los glaciares se derritan mientras los pretendidos expertos se dedican a las fantasías literarias y la comunidad académica, tan inflexible para otros asuntos, mira hacia otro lado. Quizás teme que cualquier crítica a este tipo de artículos podría interpretarse no como una respuesta científica, sino como un ataque al feminismo, a las denuncias de género, al conocimiento patriarcal, al machismo, un desprecio a los pueblos indígenas y no sé cuantos más pecados laicos de nuestra época.

 

Así que, aunque el rey esté desnudo, los académicos aplauden su traje imaginario y todos pagamos la factura, que esa sí que es bien real.

 

La razón para que muchos callen es conocida: tienen miedo. ¿Qué sucede si alguien, sea una persona o una institución, cuestiona las “revelaciones” de los nuevos gurús  y las discute?

 

Inmediatamente se le tacha de retrógrado, insolidario, patriarcal, violento o, el peor insulto, “negacionista”. Casi la muerte civil para un ciudadano y la ruina para un científico o una institución. No importa que pueda tener razón en sus críticas, pues ya ha sido mediáticamente juzgado y condenado. Para el opositor a estos censores solo hay presunción de culpabilidad. Ahí reside el poder de los gurús.

 

La presión de estas gentes va lentamente calando en todos los aspectos de nuestra vida y no hay área que no invadan, hasta los libros infantiles. Así, consideran inadecuados, violentos y sexistas los cuentos clásicos de toda la vida:

 

•        Caperucita: ¡asesina de lobos!

 

•        El príncipe de Blancanieves: ¡acosador sexual!

 

•        Cenicienta: ¡una provocación por dejar las tareas domésticas a la mujer!

 

•        Hansel y Gretel: ¡maltrato infantil!

 

•        La bruja que se los quería comer: ¡una incomprendida por la sociedad patriarcal, y una defensora de la herboristería y la nueva cocina...!

 

Para los gurús, los cuentos aceptables solo deberán contener ilustraciones de colores y unas pocas líneas de texto, naturalmente sin emoción ni alma alguna.

 

¿Y qué nos dicen de la literatura juvenil? Las novelas de aventuras y acción de toda la vida pronto deberán ser expurgadas de cualquier hecho que pueda causar miedo, tensión, alarma o inquietud al joven lector. De Julio Verne, Emilio Salgari, Enyd Blyton y Richmal Chrompton nos dejarán textos insulsos, modernizados, reducidos literariamente a su mínima expresión:

 

•        “Los proscritos” y Guillermo formarán una ONG.

 

•        “Santa Clara” será un club deportivo femenino.

 

•        “Viaje a la Luna” tratará de una excursión en un tren de colores a un parque infantil.

 

•        Sandokán el pirata se trasmutará en simpático marinero dedicado al reparto social de las riquezas ajenas.

 

Nada de sangre, nada de sexualidad, nada de conflictos, nada de camaradería, nada de aventuras intrépidas, nada de mundos exóticos. Nada de la vida real, solo paz y flores.

 

De la literatura clásica, el cine, el teatro, el arte en general ¿que dejarán en pie estas gentes? Para estos censores hasta “La cabaña del tío Tom” es racista y toda la literatura universal está bajo su escrutinio “moral”.

 

Cuestionan en el fondo nuestro derecho a leer, escribir, pensar y opinar libremente. Incluso nuestro derecho a equivocarnos (pues esto es también un derecho). Poco a poco nos amedrentan y nos van controlando.  

 

El otro día vi en el escaparate de una pastelería un estupendo “brazo de gitano”, nombre cuyo origen legendario lleva hasta un monasterio medieval en Egipto. Cualquier día la conjura de los necios nos dictará una nueva denominación: “brazo de minoría étnica oprimida”. Quizás al principio nos dejarán seguir eligiendo si es de crema o de chocolate, pero no nos confiemos.

 

Con ellos, hasta los “Conguitos” peligran.  Así que voy a ir rápidamente a la tienda de abajo a comprar una bolsa antes de que los prohíban.

 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019

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