¿Alta traición desde la cúpula de la Armada española?
El jefe del Estado Mayor de la Armada ha hablado. Y lo que ha dicho estremece. Antonio Piñeiro asegura que la misión de nuestros barcos no es contener cayucos ni pateras, sino “ayudarles”. Una frase que, en cualquier otro contexto, podría sonar humanitaria. Pero en el actual, con Marruecos utilizando la inmigración ilegal como arma de chantaje contra España, se convierte en dinamita.
No hablamos de un gesto de compasión aislado. Hablamos del máximo responsable militar de la Armada afirmando que su deber es facilitar la estrategia de un Estado extranjero que lleva años presionando nuestras fronteras. Marruecos organiza, tolera y estimula la salida de cayucos. Es un hecho. Y España lo sufre en Ceuta, Melilla, Canarias y la península.
El Código Penal es claro. Entre sus artículos 581 y 589 define la traición como la ayuda a una potencia extranjera que atente contra la soberanía nacional. Puede que no haya guerra declarada, pero nadie duda de que Marruecos utiliza a los inmigrantes como soldados sin uniforme en una operación silenciosa. Quien desde dentro del Estado coopera con esa maniobra, consciente o no, se acerca peligrosamente a la definición de alta traición.
Salvar vidas en riesgo es un deber. Convertir la Armada en taxi marítimo del enemigo, no. La Constitución lo dice: las Fuerzas Armadas están para defender la independencia y la integridad de España. No para legalizar la invasión irregular ni para blanquear la presión de Rabat.
Un almirante no puede hablar como un activista. No puede, con sus palabras, desnaturalizar la función de la Armada ni legitimar una estrategia extranjera contra nuestra soberanía. Y si lo hace, cruza una línea roja. Porque lo que se espera de un jefe militar es firmeza, no rendición. Defensa, no claudicación. Patriotismo, no complacencia con el adversario.
España merece explicaciones. España merece garantías. Y España merece mandos que hablen de soberanía y defensa, no de colaboración con quienes buscan doblegarnos. Lo contrario no es un error político. Es una traición moral y política a la nación. Y quizá algo más.
El jefe del Estado Mayor de la Armada ha hablado. Y lo que ha dicho estremece. Antonio Piñeiro asegura que la misión de nuestros barcos no es contener cayucos ni pateras, sino “ayudarles”. Una frase que, en cualquier otro contexto, podría sonar humanitaria. Pero en el actual, con Marruecos utilizando la inmigración ilegal como arma de chantaje contra España, se convierte en dinamita.
No hablamos de un gesto de compasión aislado. Hablamos del máximo responsable militar de la Armada afirmando que su deber es facilitar la estrategia de un Estado extranjero que lleva años presionando nuestras fronteras. Marruecos organiza, tolera y estimula la salida de cayucos. Es un hecho. Y España lo sufre en Ceuta, Melilla, Canarias y la península.
El Código Penal es claro. Entre sus artículos 581 y 589 define la traición como la ayuda a una potencia extranjera que atente contra la soberanía nacional. Puede que no haya guerra declarada, pero nadie duda de que Marruecos utiliza a los inmigrantes como soldados sin uniforme en una operación silenciosa. Quien desde dentro del Estado coopera con esa maniobra, consciente o no, se acerca peligrosamente a la definición de alta traición.
Salvar vidas en riesgo es un deber. Convertir la Armada en taxi marítimo del enemigo, no. La Constitución lo dice: las Fuerzas Armadas están para defender la independencia y la integridad de España. No para legalizar la invasión irregular ni para blanquear la presión de Rabat.
Un almirante no puede hablar como un activista. No puede, con sus palabras, desnaturalizar la función de la Armada ni legitimar una estrategia extranjera contra nuestra soberanía. Y si lo hace, cruza una línea roja. Porque lo que se espera de un jefe militar es firmeza, no rendición. Defensa, no claudicación. Patriotismo, no complacencia con el adversario.
España merece explicaciones. España merece garantías. Y España merece mandos que hablen de soberanía y defensa, no de colaboración con quienes buscan doblegarnos. Lo contrario no es un error político. Es una traición moral y política a la nación. Y quizá algo más.