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Martes, 30 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:
Tres golpes en Galicia, Valencia e Ibiza revelan la magnitud y el ingenio del narcotráfico en la península ibérica

La guerra invisible: España contra el narcotráfico

[Img #28974]La madrugada del 13 de septiembre, la costa gallega respiraba calma. El Atlántico rompía manso contra las playas de Niñeiriños, pero bajo esa quietud se escondía un secreto. Un semisumergible —uno de esos ingenios nacidos en los ríos de Sudamérica— emergía discretamente con una carga mortal: 3,6 toneladas de cocaína destinadas al corazón de Europa. Los tres tripulantes, empapados y exhaustos, simulaban ser peregrinos para despistar a los agentes, pero aquella treta apenas les concedió unas horas. Al día siguiente, detenidos, formaban parte de una operación que marcaría un hito: la primera vez que la Policía Nacional, en colaboración con la DEA, lograba arrestar a los marineros de un narcosubmarino en costas españolas.

 

La investigación había comenzado semanas antes en Outes, La Coruña, donde una red criminal había montado negocios pantalla relacionados con embarcaciones náuticas. Bajo la fachada de talleres y ventas de equipos marinos, ocultaban una logística diseñada para el transporte de cocaína a gran escala. Motores de última generación, embarcaciones de alta velocidad y la coordinación milimétrica de un alijo que debía pasar inadvertido. Pero no lo logró. La persecución policial concluyó con fardos dispersos en la arena y la imagen, casi surrealista, de tres hombres que pretendían haber llegado a pie desde Santiago.

 

Si Galicia es la puerta atlántica de la droga, Valencia se ha convertido en un nudo neurálgico del Mediterráneo. Allí, la operación Spider destapó un entramado tan vasto como sofisticado: 81 detenidos, 59 registros, más de 4,5 toneladas de cocaína incautadas. Entre los arrestados figuraban tres miembros del cártel de los Balcanes, trabajadores portuarios, camioneros, empresarios del transporte y hasta un miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado que actuaba como enlace con las mafias sudamericanas.

 

El puerto mediterráneo se había convertido en un tablero donde cada pieza cumplía su función. Estibadores y sindicalistas garantizaban accesos, camioneros facilitaban salidas, y los llamados “hombres araña” trepaban de noche por las paredes de los contenedores para alcanzar los cargamentos ocultos. El botín no solo era droga: armas de fuego, tasers, relojes de lujo, vehículos de alta gama, lingotes de oro y hasta una embarcación de 400.000 euros componían el tesoro paralelo de un cártel que movía millones de euros con absoluta impunidad.

 

La magnitud del despliegue policial —más de 450 efectivos de unidades especiales— refleja la amenaza que representa un crimen organizado capaz de corromper estructuras enteras de un puerto estratégico. La operación no cerró el capítulo: los investigadores siguen rastreando conexiones internacionales y la sombra de otros alijos que pudieron atravesar el Mediterráneo antes de ser interceptados.

 

En Ibiza, la droga no llega en submarinos ni contenedores, sino que se convierte en moneda de cambio en el universo del ocio nocturno. La operación Deger, desarrollada por la Guardia Civil en Sant Antoni de Portmany, terminó con 21 detenidos y la incautación de cocaína en roca de alta pureza, ketamina, éxtasis, Tusi, hachís, marihuana y hasta óxido nitroso en miles de dosis.

 

La red no solo traficaba con drogas: acumulaba un arsenal de objetos robados. Más de 300 móviles de alta gama, 30 tablets y hardware informático precintado formaban parte de un mercado negro que cruzaba fronteras. El valor total de lo sustraído superaba los 330.000 euros, al que se añadían 30.000 en efectivo.

 

En este caso, la investigación había nacido de la observación cotidiana: pequeñas ventas al menudeo en zonas de ocio. El rastro llevó hasta el líder de la organización, ahora entre rejas junto a sus cómplices. Para muchos turistas, Ibiza sigue siendo la isla del desenfreno; para las fuerzas de seguridad, es también un epicentro de lucha contra redes que mezclan hedonismo y criminalidad.

 

Galicia, Valencia e Ibiza. Tres geografías distintas, un mismo desafío: organizaciones criminales con capacidad para reinventarse y penetrar en todos los estratos sociales. Desde empresarios con trajes impecables hasta marineros empapados que fingen ser peregrinos, pasando por estibadores sindicalizados y “hombres araña” que se cuelan entre contenedores, todos participan en un negocio que mueve miles de millones en Europa.

 

España, por su posición estratégica, se ha convertido en la primera línea de una guerra silenciosa. Una guerra que no se libra en trincheras, sino en muelles, calas y discotecas. Una guerra donde cada victoria policial revela, al mismo tiempo, la magnitud del enemigo.

 

Como dijo un mando policial al término de una de estas operaciones: “La droga no entiende de fronteras ni de uniformes. Cada alijo que interceptamos es una batalla ganada, pero la guerra continúa”.

 

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