Así se gestó el acuerdo entre Israel y Hamás que garantiza la liberación de todos los rehenes en manos de los terroristas
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En algún lugar entre las aguas turquesas del Mar Rojo y las arenas doradas del Sinaí, mientras el sol del miércoles comenzaba su descenso sobre Egipto, se escribió una de las páginas más esperadas —y quizás más frágiles— de la historia reciente de Oriente Medio. Allí, en los salones con aire acondicionado de Sharm el-Sheikh, ciudad que ha visto nacer y morir tantos sueños de paz, Israel y Hamas firmaron la primera fase de un acuerdo que promete lo improbable: devolver a 48 rehenes a sus hogares y silenciar, al menos temporalmente, los cañones que llevan dos años resonando en Gaza.
"Me enorgullece anunciar que Israel y Hamas han firmado la primera fase de nuestro Plan de Paz", escribió Donald Trump en sus redes sociales el miércoles por la tarde, con esa mezcla de triunfalismo y gravedad que caracteriza sus grandes anuncios. Las palabras llegaron exactamente dos horas después de que su principal diplomático le entregara una nota confirmando que el acuerdo estaba listo para ser publicado. "Esto significa que todos los rehenes serán liberados muy pronto e Israel retirará sus tropas a una línea acordada como primer paso hacia una paz sólida y duradera".
El reloj comenzó a correr. Setenta y dos horas. Tres días para que Hamas cumpla con lo que muchos consideraban imposible: liberar y llevar a casa a todos los rehenes, tanto a los que permanecen vivos como a los fallecidos, que secuestraron aquel fatídico 7 de octubre de 2023, cuando 251 personas fueron arrancadas de sus vidas en el sur de Israel y arrastradas a los túneles de Gaza. Tres días para que el mundo contenga la respiración y se pregunte si esta vez, finalmente, la diplomacia triunfará sobre el odio islamista a Israel.
Las conversaciones que llevaron a este momento tuvieron todo el dramatismo de una obra shakesperiana. Durante días, delegaciones de ambos bandos se movieron por los pasillos del complejo de negociaciones en Sharm el-Sheikh sin encontrarse nunca cara a cara, como fantasmas condenados a rondar el mismo espacio sin poder tocarse. Las negociaciones indirectas —mediadas por Estados Unidos, Qatar, Egipto y Turquía— fueron un ballet diplomático donde cada palabra, cada pausa, cada matiz en la traducción, podía hacer estallar todo por los aires.
Steve Witkoff, el enviado especial de Donald Trump para Oriente Medio, llegó acompañado de Jared Kushner, el yerno del presidente y figura clave en estas negociaciones, en una señal inequívoca de que Washington apostaba fuerte en esta partida. El primer ministro de Qatar, Mohammed bin Abdulrahman bin Jassim Al-Thani, trabajó sin descanso para tender puentes entre posiciones que parecían irreconciliables. Las fotografías que comenzaron a circular la madrugada del jueves mostraban apretones de manos, rostros cansados pero aliviados, la imagen universal de personas que acaban de salir de un maratón de tensión.
Hamas entregó sus listas: los rehenes que liberaría, los prisioneros palestinos que exigía a cambio. Israel hizo lo propio. Según los términos del acuerdo, el Estado judío liberará a 250 prisioneros palestinos condenados a cadena perpetua, además de 1.700 detenidos desde el inicio de la guerra. La aritmética del dolor: vidas humanas convertidas en cifras en una hoja de cálculo de la tragedia.
Detrás de cada número hay un nombre, un rostro, una familia que lleva dos años viviendo en el limbo del no saber. Michel Ilouz, padre de Guy Ilouz, un joven de 26 años que fue secuestrado cuando intentaba huir del festival de música Supernova, se congregó con otros familiares cerca de la residencia de Netanyahu en Jerusalén. Su voz, quebrada pero firme, resonó en la noche: "No podemos permitir que se vuelva a sacrificar un acuerdo tan histórico".
Udi Goren, primo del rehén Tal Haimi, se dirigió directamente a Donald Trump en un mensaje publicado en X-Twitter: "Este es el momento más crucial de todos. La propuesta es clara: todos los rehenes deben ser liberados en las primeras 72 horas".
En Tel Aviv, en la plaza que desde hace meses se conoce como la Plaza de los Rehenes, la noticia del acuerdo fue recibida con lágrimas, abrazos y una explosión de júbilo contenido durante demasiado tiempo. "No puedo creerlo", dijo en un vídeo de Instagram Ohad Ben Ami, uno de los rehenes que fue liberado en intercambios anteriores, su voz todavía teñida de incredulidad ante la posibilidad de que sus compañeros de cautiverio pudieran, por fin, volver a casa.
Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí cuya carrera política ha quedado ligada de manera inextricable a esta guerra, calificó el acuerdo como "un éxito diplomático y una victoria nacional y moral" para Israel. "Con la ayuda de Dios, los traeremos a todos a casa", declaró, invocando lo divino donde la política humana ha fracasado tantas veces.
Del otro lado del muro, en Gaza, la noticia del acuerdo llegó de manera fragmentada, como llegan todas las noticias a un territorio machacado por la dictadura islamista de Hamas. En la zona de Al-Mawasi, en el sur del enclave, testigos informaron del estallido de numerosas muestras de júbilo cuando la radio confirmó lo que los rumores ya susurraban.
"Estamos al borde del abismo y no sabemos si moriremos de un ataque o de inanición", dijo Mahmoud Hashem, un padre palestino refugiado en una tienda de campaña en la ciudad de Gaza, su voz cargada con el peso de quien ha visto demasiado. "Lo que realmente esperamos es que se restablezca el plan de alto el fuego para poder volver a una vida normal tras dos años de guerra".
Los terroristas de Hamas, en su comunicado, agradecieron a Donald Trump y a los mediadores, pero dejó claro que busca "garantías del presidente Trump y de los países patrocinadores para que la guerra finalice de manera definitiva". El grupo terrorista insistió en que el acuerdo "prevé el fin de la guerra en Gaza, la retirada de las fuerzas de ocupación, la entrada de ayuda humanitaria y un intercambio de prisioneros".
Ahí está la cuestión, como siempre, en los detalles. Porque el anuncio de Trump no abordó los puntos más espinosos de su propia propuesta: el desarme de Hamas, el futuro gobierno del enclave, la permanencia o retirada total de las tropas israelíes. Netanyahu, apenas horas después de celebrar el acuerdo, dejó claro que no respaldará la creación de un Estado palestino y que las tropas israelíes permanecerán desplegadas "en la mayoría" de Gaza, declaraciones que generaron dudas inmediatas sobre la viabilidad del plan a largo plazo.
Hoy jueves por la tarde, en algún salón de Egipto, se espera la firma formal del documento. Luego comenzarán a correr las 72 horas más vigiladas del año. Setenta y dos horas durante las cuales los satélites espías escudriñarán cada movimiento en Gaza, durante las cuales los familiares de los rehenes no dormirán, durante las cuales el mundo entero se preguntará si este acuerdo es el principio del fin o simplemente otro capítulo más en una guerra comenzada por Hamas y que parece no tener final.
En las calles de Tel Aviv, en los campos de refugiados de Gaza, en las cancillerías de Washington, El Cairo, Doha y Ankara, todos saben que este es apenas el primer acto de una obra cuyo final está lejos de estar escrito. Hamas debe probar que puede —y que quiere— entregar a los rehenes. Israel debe demostrar que está dispuesto a retirarse y permitir que la ayuda humanitaria fluya. Los mediadores deben mantener a ambas partes en la mesa cuando inevitablemente surjan las disputas sobre la implementación.
"El diablo está en los detalles", dijo Yaakov Katz, columnista del Jerusalem Post, cuando se le preguntó sobre las perspectivas del acuerdo. "¿Qué pasa si Hamas llega y dice que solo puede encontrar a 40 rehenes, no a los 48? ¿Qué pasa si Israel insiste en mantener tropas donde Hamas dice que deben retirarse?"
Son preguntas que nadie puede responder todavía. Pero por ahora, en este momento suspendido entre la guerra y la paz, lo que importa es que 48 familias israelíes tienen una razón para volver a esperar, y que millones de palestinos en Gaza pueden imaginar, aunque sea por un instante, un futuro sin el sonido constante de las explosiones.
Las 72 horas han comenzado. El mundo contiene la respiración.
En algún lugar entre las aguas turquesas del Mar Rojo y las arenas doradas del Sinaí, mientras el sol del miércoles comenzaba su descenso sobre Egipto, se escribió una de las páginas más esperadas —y quizás más frágiles— de la historia reciente de Oriente Medio. Allí, en los salones con aire acondicionado de Sharm el-Sheikh, ciudad que ha visto nacer y morir tantos sueños de paz, Israel y Hamas firmaron la primera fase de un acuerdo que promete lo improbable: devolver a 48 rehenes a sus hogares y silenciar, al menos temporalmente, los cañones que llevan dos años resonando en Gaza.
"Me enorgullece anunciar que Israel y Hamas han firmado la primera fase de nuestro Plan de Paz", escribió Donald Trump en sus redes sociales el miércoles por la tarde, con esa mezcla de triunfalismo y gravedad que caracteriza sus grandes anuncios. Las palabras llegaron exactamente dos horas después de que su principal diplomático le entregara una nota confirmando que el acuerdo estaba listo para ser publicado. "Esto significa que todos los rehenes serán liberados muy pronto e Israel retirará sus tropas a una línea acordada como primer paso hacia una paz sólida y duradera".
El reloj comenzó a correr. Setenta y dos horas. Tres días para que Hamas cumpla con lo que muchos consideraban imposible: liberar y llevar a casa a todos los rehenes, tanto a los que permanecen vivos como a los fallecidos, que secuestraron aquel fatídico 7 de octubre de 2023, cuando 251 personas fueron arrancadas de sus vidas en el sur de Israel y arrastradas a los túneles de Gaza. Tres días para que el mundo contenga la respiración y se pregunte si esta vez, finalmente, la diplomacia triunfará sobre el odio islamista a Israel.
Las conversaciones que llevaron a este momento tuvieron todo el dramatismo de una obra shakesperiana. Durante días, delegaciones de ambos bandos se movieron por los pasillos del complejo de negociaciones en Sharm el-Sheikh sin encontrarse nunca cara a cara, como fantasmas condenados a rondar el mismo espacio sin poder tocarse. Las negociaciones indirectas —mediadas por Estados Unidos, Qatar, Egipto y Turquía— fueron un ballet diplomático donde cada palabra, cada pausa, cada matiz en la traducción, podía hacer estallar todo por los aires.
Steve Witkoff, el enviado especial de Donald Trump para Oriente Medio, llegó acompañado de Jared Kushner, el yerno del presidente y figura clave en estas negociaciones, en una señal inequívoca de que Washington apostaba fuerte en esta partida. El primer ministro de Qatar, Mohammed bin Abdulrahman bin Jassim Al-Thani, trabajó sin descanso para tender puentes entre posiciones que parecían irreconciliables. Las fotografías que comenzaron a circular la madrugada del jueves mostraban apretones de manos, rostros cansados pero aliviados, la imagen universal de personas que acaban de salir de un maratón de tensión.
Hamas entregó sus listas: los rehenes que liberaría, los prisioneros palestinos que exigía a cambio. Israel hizo lo propio. Según los términos del acuerdo, el Estado judío liberará a 250 prisioneros palestinos condenados a cadena perpetua, además de 1.700 detenidos desde el inicio de la guerra. La aritmética del dolor: vidas humanas convertidas en cifras en una hoja de cálculo de la tragedia.
Detrás de cada número hay un nombre, un rostro, una familia que lleva dos años viviendo en el limbo del no saber. Michel Ilouz, padre de Guy Ilouz, un joven de 26 años que fue secuestrado cuando intentaba huir del festival de música Supernova, se congregó con otros familiares cerca de la residencia de Netanyahu en Jerusalén. Su voz, quebrada pero firme, resonó en la noche: "No podemos permitir que se vuelva a sacrificar un acuerdo tan histórico".
Udi Goren, primo del rehén Tal Haimi, se dirigió directamente a Donald Trump en un mensaje publicado en X-Twitter: "Este es el momento más crucial de todos. La propuesta es clara: todos los rehenes deben ser liberados en las primeras 72 horas".
En Tel Aviv, en la plaza que desde hace meses se conoce como la Plaza de los Rehenes, la noticia del acuerdo fue recibida con lágrimas, abrazos y una explosión de júbilo contenido durante demasiado tiempo. "No puedo creerlo", dijo en un vídeo de Instagram Ohad Ben Ami, uno de los rehenes que fue liberado en intercambios anteriores, su voz todavía teñida de incredulidad ante la posibilidad de que sus compañeros de cautiverio pudieran, por fin, volver a casa.
Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí cuya carrera política ha quedado ligada de manera inextricable a esta guerra, calificó el acuerdo como "un éxito diplomático y una victoria nacional y moral" para Israel. "Con la ayuda de Dios, los traeremos a todos a casa", declaró, invocando lo divino donde la política humana ha fracasado tantas veces.
Del otro lado del muro, en Gaza, la noticia del acuerdo llegó de manera fragmentada, como llegan todas las noticias a un territorio machacado por la dictadura islamista de Hamas. En la zona de Al-Mawasi, en el sur del enclave, testigos informaron del estallido de numerosas muestras de júbilo cuando la radio confirmó lo que los rumores ya susurraban.
"Estamos al borde del abismo y no sabemos si moriremos de un ataque o de inanición", dijo Mahmoud Hashem, un padre palestino refugiado en una tienda de campaña en la ciudad de Gaza, su voz cargada con el peso de quien ha visto demasiado. "Lo que realmente esperamos es que se restablezca el plan de alto el fuego para poder volver a una vida normal tras dos años de guerra".
Los terroristas de Hamas, en su comunicado, agradecieron a Donald Trump y a los mediadores, pero dejó claro que busca "garantías del presidente Trump y de los países patrocinadores para que la guerra finalice de manera definitiva". El grupo terrorista insistió en que el acuerdo "prevé el fin de la guerra en Gaza, la retirada de las fuerzas de ocupación, la entrada de ayuda humanitaria y un intercambio de prisioneros".
Ahí está la cuestión, como siempre, en los detalles. Porque el anuncio de Trump no abordó los puntos más espinosos de su propia propuesta: el desarme de Hamas, el futuro gobierno del enclave, la permanencia o retirada total de las tropas israelíes. Netanyahu, apenas horas después de celebrar el acuerdo, dejó claro que no respaldará la creación de un Estado palestino y que las tropas israelíes permanecerán desplegadas "en la mayoría" de Gaza, declaraciones que generaron dudas inmediatas sobre la viabilidad del plan a largo plazo.
Hoy jueves por la tarde, en algún salón de Egipto, se espera la firma formal del documento. Luego comenzarán a correr las 72 horas más vigiladas del año. Setenta y dos horas durante las cuales los satélites espías escudriñarán cada movimiento en Gaza, durante las cuales los familiares de los rehenes no dormirán, durante las cuales el mundo entero se preguntará si este acuerdo es el principio del fin o simplemente otro capítulo más en una guerra comenzada por Hamas y que parece no tener final.
En las calles de Tel Aviv, en los campos de refugiados de Gaza, en las cancillerías de Washington, El Cairo, Doha y Ankara, todos saben que este es apenas el primer acto de una obra cuyo final está lejos de estar escrito. Hamas debe probar que puede —y que quiere— entregar a los rehenes. Israel debe demostrar que está dispuesto a retirarse y permitir que la ayuda humanitaria fluya. Los mediadores deben mantener a ambas partes en la mesa cuando inevitablemente surjan las disputas sobre la implementación.
"El diablo está en los detalles", dijo Yaakov Katz, columnista del Jerusalem Post, cuando se le preguntó sobre las perspectivas del acuerdo. "¿Qué pasa si Hamas llega y dice que solo puede encontrar a 40 rehenes, no a los 48? ¿Qué pasa si Israel insiste en mantener tropas donde Hamas dice que deben retirarse?"
Son preguntas que nadie puede responder todavía. Pero por ahora, en este momento suspendido entre la guerra y la paz, lo que importa es que 48 familias israelíes tienen una razón para volver a esperar, y que millones de palestinos en Gaza pueden imaginar, aunque sea por un instante, un futuro sin el sonido constante de las explosiones.
Las 72 horas han comenzado. El mundo contiene la respiración.