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Sábado, 11 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:
Autor de "Lepanto: Cuando España salvó a Europa"

Marcelo Gullo: "El Gobierno español, encabezado por Pedro Sánchez, es el primero que odia a España y todo lo que España significó en la historia de la humanidad"

[Img #29038]Historiador y politólogo argentino, especialista en relaciones internacionales, Marcelo Gullo Omodeo (Rosario, 1963) ha impartido clases durante varias décadas en la Escuela Superior de Guerra de Buenos Aires y en diversas universidades de Argentina y Perú. Ha batido récords de ventas en España con sus libros: Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán (2021) y Nada por lo que pedir perdón (2022). La importancia del legado español frente a las atrocidades cometidas por los enemigos de España (2022) y Lo que América le debe a España. El legado español en el Nuevo Mundo (2023). Dos de estas notables obras han sido prologadas de manera significativa por personalidades del mundo político y académico, el exvicepresidente del Gobierno y exvicepresidente del PSOE, Alfonso Guerra, y la directora de la Real Academia de la Historia, Carmen Iglesias. Posteriormente, Marcelo Gullo volvió a demostrar la importancia capital del imperio hispánico con su libro Lepanto: Cuando España salvó a Europa (2025).

 

Hace unos años, la historiadora María Elvira Roca Barea ya se había propuesto poner las cosas en su sitio con la publicación de dos importantes obras no conformistas: Imperiofobia y leyenda negra (2016) y Fracasología (2019). Desde entonces, las iniciativas de resistencia parecen multiplicarse en la Península. El director, guionista y productor José Luis López Linares ha dirigido dos excelentes documentales históricos: España, la primera globalización (2021) e Hispanoamérica. Canto de vida y esperanza (2024). La Real Academia de la Historia ha creado un portal de Internet donde se encuentra la mayor cantidad de información recopilada hasta la fecha sobre los personajes y acontecimientos de la historia hispánica. Los libros y artículos que rompen con la doxa y la ideología negrolegendaria de lo “políticamente correcto” se suceden a buen ritmo [1].

 

El argentino Marcelo Gullo es sin duda una de las figuras más destacadas de esta resistencia y esta lucha cultural. Gran conocedor de la biografía del papa anterior, no dudó en recordar en Nada por lo que pedir perdón que “cuando el papa Francisco era el padre Jorge, consideraba que no había motivo para pedir perdón”; al contrario, alababa “la obra” y la “misión” de España y los españoles en América (discurso del 27 de mayo de 1975). En un país como España, que desde hace décadas se encuentra en proceso de descristianización y sumisión política casi completa al extranjero y donde, como en el resto de Europa, las élites político-culturales están fuertemente influenciadas por el “progresismo” woke y el globalismo, Gullo no podía evitar provocar un gran revuelo. Como guardián de la memoria colectiva hispánica, recuerda sin rodeos que, desde hace dos siglos, las intervenciones y agresiones norteamericanas en los países luso-hispanos se cuentan por cientos en el caso de las mayores y por miles en el de las menores. Sus palabras francas, directas y mordaces no han dejado de suscitar reacciones contrastadas. Chocando de frente e incluso escandalizando a los hispanófobos declarados o encubiertos, es una fuente de asombro y admiración para los amantes de la historia de España y de Hispanoamérica.

 

Con motivo del aniversario de la famosa batalla naval del 7 de octubre de 1571, ha publicado un libro titulado: «Lepanto: cuando España salvó a Europa». ¿Podría recordarnos por qué esta batalla, en la que se enfrentaron la flota otomana de Selim II y la flota de la Liga Santa (España, Génova, Venecia, los Estados Pontificios, el Ducado de Saboya y los Hospitalarios), tuvo un impacto tan grande en toda Europa?

 

Fue una de las batallas navales más grandes y sangrientas de la historia, incluso la mayor en cuanto al número de muertos. Más de 170.000 hombres, embarcados en cerca de 400 buques de guerra, se enfrentaron ese día. Murieron al menos 35.000 hombres, tres o cuatro veces más que en las famosas batallas de Salamina y Atrium en la Antigüedad o que en el Día D en Normandía y en el golfo de Leyte, en octubre de 1944. La corona española realizó el mayor esfuerzo con el apoyo de sus galeras, la experiencia de los tercios y el arte del mando de Don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II. La batalla de Lepanto fue el dique que contuvo la expansión otomana y musulmana, el muro de protección de Europa frente al islam. Permitió la supervivencia de la cristiandad en Occidente. Su impacto simbólico y psicológico fue capital en toda Europa. Si España no hubiera detenido a los turcos en Lepanto, hoy la basílica de San Pedro sería la mezquita más grande del islam. Por supuesto, la Leyenda Negra no dejó de minimizar su importancia, queriendo ver en ella solo una victoria sin alcance ni consecuencias. Pero no olvidemos que Francia, «la hija mayor de la Iglesia», era entonces aliada de los turcos...

 

¿Podría recordarnos primero qué es la Leyenda negra (con sus cuatro grandes mitos o pilares: la destrucción de al-Andalus durante la Reconquista, la expulsión de los judíos y los moriscos, la Inquisición y, como colofón, la explotación de América y el supuesto «genocidio»)? ¿Cuándo comenzó esta Leyenda negra, cómo se desarrolló y se consolidó a partir del siglo XIX y en qué países?

 

La falsa historia de España, contada por los historiadores progresistas -esos izquierdistas que han dejado de ser rojos para ser arco iris y que han pasado de la sagrada defensa de los derechos de los trabajadores, a la defensa de los caprichos de exiguas minorías-, presentan a al-Andalus como un “paraíso terrenal” cuando en realidad, este significó -como lo han demostrado de forma palmaria, Serafín Fanjul y Rafael Sánchez Saus- un régimen de apartheid y terror perverso que mantenía discriminados a judíos y cristianos e imponía el sometimiento absoluto de la mujer, a los varones de su familia.

 

Vargas Llosa a quien nadie, en su sano juicio, puede acusar de profesar el nacionalcatolicismo, sostenía que: “la leyenda negra antiespañola fue una operación de propaganda montada y alimentada a lo largo del tiempo por el protestantismo -sobre todo en sus ramas anglicana y calvinista- contra el imperio español y la religión católica”.

 

Esa falsa historia de España contada por lo enemigos de España nació muy vagamente en Italia, tomó fuerza en Alemania, se consolidó en Holanda y se convirtió en política de Estado, en Gran Bretaña.

 

En el “Tribunal de la Historia”, España ha sido juzgada por jueces parciales con testigos falsos. Esos jueces parciales, y padres de la Leyenda negra, fueron entre otros, Holanda, Alemania, Francia e Inglaterra.  Años más tarde, a ese coro de difamadores se unirían los Estados Unidos y la Unión Soviética.  Esos jueces parciales, con sus inicuas sentencias crearon, una Leyenda negra en torno a la historia de España y de la conquista española de América, tendiente a presentar a la cultura del pueblo español -que había heredado y sintetizado lo mejor de Jerusalén, Atenas y Roma- como una cultura sanguinaria, lasciva, intolerante, machista, contraria a la ciencia, al progreso y reñida, siempre, con el espíritu de la libertad.

 

Como pruebas absurdas presentaban las corridas de toros, el supuesto genocidio perpetrado en América y, por supuesto, los famosos “crímenes de la Inquisición”. 

 

La nación que presidía ese “Tribunal de la Historia”, Inglaterra, atacaba la cultura de aquella España profundamente católica, porque sabía que, de ella, podía nacer un modelo económico alternativo. Un modelo económico, que no estuviese basado en el egoísmo al que Inglaterra, había “santificado” como saludable motor de la historia y del crecimiento económico.

 

Sabemos que una gran potencia siempre tiene una leyenda negra y una leyenda dorada. El caso de Estados Unidos, que hoy en día está a la vista de todos, es suficientemente concluyente. Pero la singularidad de la propaganda antiespañola y antihispánica, que muy pronto se combinó con el dogmatismo anticatólico protestante, radica en su incomparable intensidad y su increíble tenacidad a lo largo de los siglos. Por otra parte, esta propaganda se distingue de las de otros países por su considerable impacto y extensión dentro de la propia sociedad española, y sobre todo entre su autoproclamada élite. ¿Cómo lo explica?

 

El principal odio a España proviene de los propios españoles. Y procede principalmente del progresismo que hoy gobierna España. Un dirigente socialista histórico-que nada tiene que ver con la actual dirigencia socialista arco iris- me decía que lo peor que le puede pasar al Partido Socialista y lo peor que le puede pasar a España, es que gobiernen «estos muchachos» que odian a España. El Gobierno español, encabezado por Pedro Sánchez, es el primero que odia a España y todo lo que España significó en la historia de la humanidad. Aunque preciso es también, reconocer que hay muchos dirigentes del Partido Popular que son profundamente “anglófilos” y aceptan, de forma tácita, la Leyenda negra, que fue la obra más genial del marketing político británico.

 

El antagonismo entre el catolicismo y el protestantismo parece haber desempeñado un papel esencial, multiplicando por diez la intensidad de la “Leyenda negra”. ¿Qué hay de cierto en ello?

 

Vamos a ver, en realidad la crítica a España sobre la que se fundamenta la Leyenda negra es un “tiro sobre elevación” -como se dice en el ejército-, un “tiro sobre elevación” al catolicismo, porque lo que no se le perdona a España es haber llevado el catolicismo a América. Y esto es fundamental de entender, porque del ecosistema calvinista va a surgir un modo de ver el mundo, una cosmovisión, una forma de concebir el mundo basada en el utilitarismo.

 

Es decir, “es bueno lo que es útil” y ¿qué es útil? Es útil lo que me hace ganar dinero. Ergo, es bueno aquello que me hace ganar dinero. Por eso, el tiempo es oro en esta concepción utilitarista. Este utilitarismo permitió tanto el desarrollo del imperialismo británico como el capitalismo salvaje. Y, claro, esa concepción utilitarista encuentra una muralla en el pensamiento católico que dice: “no es bueno lo que es útil para ganar dinero”, sino que es bueno aquello que manda la moral, los valores. Entonces, esa concepción católica tenía que ser destruida, vencida por Inglaterra para poder instaurar en el mundo, el imperialismo británico y el modo de producción que ese imperialismo ha impuesto, que es el capitalismo salvaje. El catolicismo tenía que ser derrotado y el catolicismo en términos geopolíticos, era España. La lucha entre España e Inglaterra fue una “lucha ontológica”.

 

Los propagandistas modernos de la Leyenda negra, que en su mayoría tienen una visión utópica y libresca de la psiqué de los europeos, niegan rotundamente su realidad y su existencia objetiva. Según ellos, no sería más que la consecuencia de la falsa percepción que los españoles tendrían de su imagen en el extranjero, una especie de proyección de todos sus complejos. Según esos numerosos intelectuales orgánicos de la oligarquía globalista occidental, tanto de derecha como de izquierda (neoconservadores, neoliberales, neosocialdemócratas y neoprogresistas), cuestionar la Leyenda negra sería una actitud reaccionaria típica de los soberanistas, los populistas e incluso los «fascistas». ¿Qué les responde?

 

MG: Que ellos son meretrices de la oligarquía financiera internacional. Que no merecen siquiera, el desdén de mi crítica.

 

Se ha ganado la ira de los globalistas y de sus aliados objetivos, los indigenistas, al sostener que “no hubo una invasión española de América”, sino una “liberación” y que la conquista significó “el fin definitivo del sangriento dominio de los imperios azteca e inca”. ¿Cuáles son sus argumentos?

 

Antes de que España llegara al Nuevo Mundo, América no era un paraíso terrenal como se cuenta, era un infierno. La verdad que los negro-legendarios ocultan es que aquello era una verdadera orgía de imperialismo y antropofagia.

 

Cuando Hernán Cortés se encuentra con lo que hoy llamamos México, descubre una situación que parecía una pesadilla escalofriante. México, estaba conformado por una pluralidad de pueblos que habían sido dominados por uno de ellos: el azteca. Los aztecas habían construido un imperialismo que, como todos los imperialismos, dominaba a otros pueblos - tlaxcaltecas, totonacas, tlapanecas, huexotzincas, entre otros-, pero con una particularidad única en la historia de la humanidad. Los aztecas no les pedían, prioritariamente, a los pueblos que sojuzgaban, horas de trabajo o materias primas. Les pedían a sus hijos, a sus mujeres, a sus hermanos o a sus nietos, para llevarlos a la pirámide de Tenochtitlán y allí, sacrificarlos a sus dioses. Aquel imperialismo pedía tributo en seres humanos, para sacrificarlos. Y no pedía ni una, ni diez personas, pedía decenas y decenas. ¿Por qué? Porque no se trataba de un acto religioso. El acto religioso era una verdadera excusa para matar a esas personas, partir sus cuerpos en pedazos, como si fuesen pollos o cerdos y luego, comérselos. La carne humana era parte esencial de la dieta azteca. Los sacerdotes, los nobles y los guerreros se comían los muslos de las víctimas mientras que, al pueblo llano, les dejaban las vísceras. Según el reconocido historiador norteamericano William Prescott, los aztecas asesinaban 20.000 personas por año, pero a continuación de realizar esa afirmación escribe: “No me atrevo a decir que la cifra de 150.000 personas asesinadas por año, que dan otros historiadores, sea falsa”. Los aztecas estaban exterminando a los pueblos que dominaban.

 

Ciertamente, el caso del Perú es especial, porque el Imperio inca, perseguía la antropofagia de los guaraníes, que también era un pueblo antropófago. Sin embargo, también el Imperio inca había conquistado a otros pueblos por la fuerza:  chancas, chachapoyas, cañarís, huaylas, entre otros. El imperialismo inca era un imperialismo atroz que hacía, como antecedente del nazismo, con las pieles de los guerreros vencidos, tambores, con sus huesos, flautas y, con sus cráneos, vasos. Un imperialismo que bebía chicha en el cráneo de los vencidos delante de sus hijos. En toda América, los pueblos más fuertes se comían a los más débiles. Por ejemplo, en la actual Colombia, los pijaos atacaban aldeas chibchas, mataban a todos los hombres y se los comían. Las mujeres, recibían otro trato, el de verdaderas vacas. Las usaban para preñarlas y que parieran niños que, cuando llegaban a los 12 años, los pijaos se comían, cual tierno manjar.  Los pijaos, ¡se comían a sus propios hijos!

 

España, a pesar de los errores cometidos, termina con las atrocidades llevadas a cabo por aztecas, incas, pijaos y guaraníes…pero no se vale, para acabar con aquellas iniquidades, de un ejército de invasión y menos aún de uno de ocupación. No hubo un ejército de invasión español que desembarcara en México, Colombia o Perú. Era, apenas, un grupo minúsculo de españoles, el que llegó a México, Perú o Colombia.  No se puede decir que la expedición de Cortés, compuesta por 700 hombres, fuera capaz de derrotar al ejército azteca, integrado por 100.000 hombres, avezados y conocedores del terreno. Tal afirmación es ridícula. Hernán Cortés, simplemente se limitó a conducir a un ejército de 200.000 hombres conformado por aquellos pueblos que los aztecas sometían brutalmente. La cifra del número de hombres de cada ejército podrá discutirse, pero no, el hecho de que la conquista de Tenochtitlan, como afirma el pensador mejicano José Vasconcelos, la hicieron los indios y no los españoles. Lo mismo puede decirse de la conquista del Cuzco.

 

Si uno se pone del lado de los pueblos oprimidos por los aztecas, que constituían aproximadamente el 80% de la población de Mesoamérica, no hubo conquista sino liberación del imperialismo más atroz, que conoció la historia de la humanidad. Si uno se pone del lado de los pueblos oprimidos por los incas que constituían alrededor del 80 % de la población del Perú, no hubo conquista, sino liberación del imperialismo más totalitario de la historia de la humanidad. Si uno se pone del lado de los pueblos oprimidos, entonces, entiende que no hubo conquista, hubo liberación.

 

En su opinión, ¿qué distingue al imperio hispánico, por un lado, de los imperios “particularistas” holandés y británico y, por otro, los imperios “universalistas” que fueron los imperios, francés (jacobino) y soviético (marxista-comunista) de ayer, y el estadounidense (globalista) antes y después de la caída del muro de Berlín?

 

Como he demostrado en mi libro, “Madre Patria”, la Monarquía hispánica fue un imperio, pero no hizo imperialismo. No existió un colonialismo español en América porque, a ojos de los españoles, América nunca fue considerada como un botín, ni como una colonia. Esto es importante remarcarlo: mientras España se erigió como un imperio, Inglaterra y los Estados Unidos después, devinieron en imperialismos. Lo que caracteriza al imperio es el mestizaje, lo que caracteriza al imperialismo, es el exterminio.

 

Inglaterra primero y los Estados Unidos después, aplicaron en América del Norte la política de que “el mejor indio, era el indio muerto” y llevaron a cabo, una política de exterminio de la población aborigen. 

 

Como explico en mi libro “Madre Patria”, citando a Vittorio Messori: “El término exterminio no es exagerado y respeta la realidad concreta… La práctica de arrancar el cuero cabelludo se difundió en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos, a partir del siglo XVII, cuando los colonos blancos comenzaron a ofrecer fuertes recompensas a quien presentara el cuero cabelludo de un indio fuera hombre, mujer o niño. En 1703, el gobierno de Massachusetts pagaba doce libras esterlinas por cuero cabelludo, cantidad tan atrayente que la caza de indios, organizada con caballos y jaurías de perros, no tardó en convertirse en una especie de deporte nacional muy rentable. El dicho ‘el mejor indio es el indio muerto’, puesto en práctica por los Estados Unidos, nace no sólo del hecho de que todo indio eliminado constituía una molestia menos para los nuevos propietarios, sino también del hecho de que las autoridades pagaban bien por su cuero cabelludo. Se trataba de una práctica que en la América española no sólo era desconocida, sino que, de haber tratado alguien de introducirla de forma abusiva, habría provocado no sólo la indignación de los religiosos, siempre presentes al lado de los colonizadores, sino las más severas penas establecidas por los reyes para tutelar el derecho a la vida de los indios”.

 

Esa decisión de exterminar a los indios tiene una raíz teológica. Lutero afirma que el pecado original ha anulado, destruido y aniquilado al hombre. Calvino afirma que Cristo ha venido a salvar a unos pocos. Luego los anglosajones protestantes afirman: “nosotros somos esos pocos a los que ha venido a salvar Cristo. Por consecuencia lógica nosotros, los anglosajones, somos la nueva nación elegida por Dios”.

 

Cuando los anglosajones protestantes se encuentran con América del Norte, piensan que es “el reino del demonio”, y que aquellos “salvajes y caníbales” están muertos por el pecado original y que no pueden ser redimidos. Y por ello, los matan.

 

Por otra parte, cuando los anglosajones protestantes, se enfrentaron a lugares en donde la población no podía ser exterminada, porque era multitudinaria, como en Sudáfrica, en la India o China, emergió el racismo absoluto. Recordemos al pasar, que en las casas que los ingleses construían para sí, en China –en los tiempos en que la transformaron en una semi-colonia-, en el césped que rodeaba esas casas, ponían siempre un letrero que rezaba: “Prohibido pisar el césped, perros y chinos”. La imposibilidad de comunicarse entre esas comunidades inglesas, instaladas ahí para explotar el territorio, y el resto de la población autóctona, era absoluta. Para los anglosajones protestantes, bajo ningún concepto, se podían mezclar las razas. Por eso, al imperialismo anglosajón calvinista, profundamente racista, se le puede considerar un antecedente claro del imperialismo nazi. Los nazis, tenían planificado hacer, con el pueblo ruso, lo mismo que los norteamericanos habían hecho con los “pieles rojas”.

 

La teología católica le contesta que no, que el pecado original ha herido al hombre, pero no lo ha sepultado y que, por lo tanto, todos los hombres son redimibles. Por eso, los españoles evangelizan a las masas indígenas y funden su sangre, con la de los pueblos indios. Las dos características que definen al imperio español, distinguiéndolo de todos los demás que usted nombra, fueron la evangelización y el mestizaje.

 

Lo que venimos afirmando, lo sostuvo con claridad meridiana, delante de las masas trabajadoras, el tres veces presidente constitucional de la República Argentina, el general Juan Domingo Perón, de madre india tehuelche, quien afirmó: “Su obra civilizadora (la de España), cumplida en tierras de América no tiene parangón en la Historia. Es única en el mundo. […] Su empresa tuvo el sino de una auténtica misión […]. Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad el mandato póstumo de la reina Isabel de atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios […]. No aspiraban a destruir al indio, sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano […]. Como no podía ocurrir de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes lo que había sido una empresa de héroes. Todas las armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos […]. España, nuevo Prometeo, fue así amarrada durante siglos a la roca de la historia. Pero lo que no se pudo hacer fue silenciar su obra ni disminuir la magnitud de su empresa, que ha quedado como magnífico aporte a la cultura occidental. Allí están, como prueba fehaciente, las cúpulas de las iglesias asomando en las ciudades fundadas por ella; allí sus Leyes de Indias, modelo de ecuanimidad, sabiduría y justicia”.

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El dominico Bartolomé de las Casas ofrece una visión aterradora y pesadillesca de la destrucción de las “Indias” por parte de los españoles. ¿Qué credibilidad se le puede otorgar?

 

El franciscano Fray Toribio de Benavente acusó públicamente a Bartolomé de las Casas de no celebrar misa, no escuchar confesiones, no bautizar, es decir, de ser un falso sacerdote.  De las Casas siempre vivió como un hombre rico. Bebía el mejor vino de España y vestía con elegancia. La pobreza evangélica no formaba parte de sus virtudes. Siempre veía a los indios desde lejos y nunca se molestó en aprender una lengua indígena. El filósofo Juan José Sebreli (fundador del Frente de Liberación Homosexual, en Buenos Aires), al que solo un loco puede acusar de homofobia, afirma: “Las Casas exageró y mintió a menudo... Fue mentiroso cuando presentó a todos los indios como pacíficos sin excepción... Se puede deducir que el origen de su pasión por la causa indígena se encuentra en su adolescencia, en una amistad amorosa o en una relación homosexual... con un joven esclavo indio que le había regalado su padre...”.

 

El historiador peruano Luis Alberto Sánchez afirma que “la propensión del fraile apostólico a exagerar es tal que, en un pasaje de su Historia de las Indias, afirma que un español mató a diez mil indios en una hora con su lanza, es decir, 166 por minuto, o casi 3 indios por segundo, tanto como un arma automática moderna”.  Bartolomé de las Casas es el gran mentiroso de la historia, un farsante absoluto.

 

Muchos indígenas murieron tras la conquista, entre 40 y 100 millones según los indigenistas (o sea más que toda la población europea de la época), pero más bien 2,5 millones entre 1492 y 1570, y principalmente por factores microbianos, según el gran especialista, historiador y demógrafo venezolano, Ángel Rosenblat. ¿Por qué los grandes medios de comunicación siguen ignorando soberbiamente los resultados de investigaciones serias y rigurosas sobre este punto fundamental?

 

Sencillamente porque los grandes medios de comunicación están al servicio de la Oligarquía Financiera Internacional.

 

Esas cifras son absolutamente falsas. Son producto de la mala intención de militantes políticos disfrazados de investigadores y profesores. Según el especialista Ángel Rosenblat, autor del estudio científico más serio sobre la población de la América precolombina realizado hasta la fecha, al momento de la llegada de Hernán Cortés a México, vivían allí cerca de 4,5 millones de personas. De modo que es imposible, que Cortés haya asesinado 25 millones de personas cuando antes de su llegada solo había 4,5 millones.  Defiendo que el verdadero genocidio de América fue el que Hernán Cortés detuvo. Según Prescott, los aztecas mataban a 20.000 personas al año, aunque, como ya le dije- el mismo autor sostiene que no puede afirmar que otras estimaciones - que hablan de 150.000-, sean falsas. Bien, pongamos entonces que eran 80.000, y multipliquemos por los treinta y tantos años que van, desde la inauguración de la pirámide de Tenochtitlán hasta la llegada de Cortés. ¿De cuántas vidas hablamos? Estaríamos hablando de más 2.5 millones de personas asesinadas. Nadie hace esos cálculos, pero es claro que, si los hacemos, estamos ante uno de los más grandes genocidios de la historia. Cortés lo detuvo.

 

¿La población indígena disminuyó con la conquista? Sí, por la falta de anticuerpos ante las enfermedades exportadas desde Europa. Si hubieran seguido sin contacto con el mundo exterior hasta el siglo XX, les habría pasado igual cuando el primer turista extranjero hubiera llegado a Cancún. Pero no hubo nunca una política de exterminio por parte de España, como sí la tuvieron los ingleses, que distribuían mantas infectadas de viruela, entre los nativos de Norteamérica, en pleno invierno.

 

Usted denuncia a los falsos profetas de la América hispana, como Evo Morales, Pedro Castillo, Andrés Manuel López Obrador, Gabriel Boric, Gustavo Petro, Claudia Sheinbaum, etc., acusándolos de ser mano de obra barata del imperialismo anglosajón. ¿Por qué son tan rápidos a la hora de exigir el arrepentimiento de España y tan olvidadizos y silenciosos cuando se trata de pedir cuentas al imperialismo anglosajón?

 

A todos ellos se le puede aplicar el siguiente apotegma: Dime a quien no atacas y te diré a quién sirves. 

 

¿Qué quiere el imperialismo?, ¿qué quiso siempre? Quiso y quiere, estados pequeñitos. Cuanto más pequeñitos, mejor, más fáciles de dominar. El imperialismo anglosajón tuvo y tiene, como objetivo estratégico, la fragmentación territorial de las repúblicas hispanoamericanas. Entonces, si yo digo, como dicen los indigenistas, - los Evo Morales y compañía- que antes de la llegada de los españoles había en América un paraíso, con 700 o 1.000 lenguas distintas, con 700 naciones distintas, ¿qué hay que hacer? Volver a aquel “paraíso” y rechazar lo que trajo el supuesto invasor, la lengua, los valores, volver a esas supuestas naciones originarias, cumpliéndose así el objetivo del imperialismo anglosajón. Los indigenistas promueven la fragmentación lingüística. Y como decía el socialista argentino Manuel Ugarte, que ya vio esto en la década de 1920: siempre la fragmentación lingüística es la antesala de la fragmentación política.  Siempre la fragmentación lingüística, en un estado que estaba lingüísticamente unificado, conduce a su balcanización.

 

Entonces, estos indigenistas, ¿a qué nos conducen? A una fragmentación política a través de la fragmentación lingüística. Los militantes indigenistas no son de izquierda, son progresistas, no son rojos sino rosados, fucsias o arcoíris, son sirvientes del imperialismo anglosajón. Gustavo Petro, Evo Morales, Gabriel Boric, Claudia Sheinbaum o Cristina Kirchner, no son nada más que la mano de obra más barata que ha tenido jamás, el imperialismo anglosajón. Más funcionales, imposible.

 

¿Qué reflexión le suscita el efecto boomerang que supone el wokismo, que, partiendo de Norteamérica, ha invadido ampliamente Europa y los países occidentales? ¿Cuándo fue recuperada la Leyenda negra por la narrativa globalista?

 

Lo más curioso e indignante es que, durante cuatro siglos, esas naciones que conformaron el “Tribunal de la Historia”, sin ninguna autoridad moral, le han exigido a España que pida perdón por los supuestos pecados cometidos, cuando son ellas las que deberían pedir perdón porque sus manos están manchadas de sangre.

 

Sin embargo, algo curioso está aconteciendo en los últimos años porque, convertida la oligarquía financiera internacional en el gran actor de las relaciones internacionales, ha comenzado ella misma -utilizando como mano de obra a los intelectuales que conforman el llamado marxismo cultural, que habían quedado desocupados luego de la caída de la Unión Soviética-,  el trabajo de “demolición” cultural de las mismas potencias con las cuales había estado aliada para desprestigiar y destruir a España. Paradoja de la historia, esas mismas naciones que se habían atribuido ser miembros permanentes del “Tribunal de la Historia” ahora, de a poquito, comienzan ellas a ser imputadas y llevadas a juicio. Debo confesarle que si no fuese porque estamos todos en el mismo barco llamado Occidente – aunque en realidad habría que llamarlo “falso Occidente”-   me alegraría mucho que prueben, ahora, un poco de su propia medicina.

 

El trabajo de demolición que hoy emprende el wokismo contra las potencias que encabezaron Occidente, es decir contra Gran Bretaña y los Estados Unidos, no le resulta muy difícil, pues la verdad histórica es que, primero Gran Bretaña y luego los Estados Unidos, tuvieron como política de estado que: “el mejor indio era el indio muerto”. Porque esas potencias se dedicaron durante décadas a saquear y explotar, a todos los pueblos de mundo convirtiendo, de esa forma, a Occidente en sinónimo de imperialismo.

 

El wokismo no necesita mentir mucho para demonizar la historia de Francia, de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, aunque ciertamente exagera todos los aspectos negativos, sin jamás remarcar los aspectos positivos de la presencia de esas potencias en la historia de la humanidad. 

 

El wokismo considera al macho blanco como culpable de todos los males de la humanidad, como la esclavitud y el racismo, y ha emprendido la destrucción de todos los pueblos que conforman Occidente.  Esa premisa de la que parte el pensamiento woke, es absolutamente falsa. Y es a partir de esa falsa premisa que el wokismo está construyendo la leyenda negra de Occidente.

 

Como hemos demostrado en nuestro reciente libro: “Lepanto, cuando España salvó a Europa”, el wokismo oculta que, en el África negra, la esclavitud estaba extendida antes de que llegasen los árabes y los europeos, y que el comercio de esclavos negros no hubiera tenido éxito sin la colaboración de los propios africanos porque el tráfico se realizaba, por lo común, con la mediación de jefes guerreros que vendían a sus cautivos. Es preciso recordar que fue la civilización islámica y no la europea, la primera en esclavizar a los negros, no bien entró en contacto con el África Negra a través de las regiones que se extienden desde el Níger y el Darfur.

 

En el relato de la esclavitud, hoy hegemónico en el mundo, está ausente y olvidado el gran tema de los esclavos blancos, el gran comercio esclavista islámico, primero árabe berberisco y luego turco otomano, sobre Europa. La cifra de los europeos hechos esclavos primero por los árabes y luego por los turcos, es impresionante. Los piratas musulmanes llevaron más europeos a los mercados de esclavos del Magreb, entre 1500 y 1650, que los europeos, africanos a América, durante el mismo período. Entre 1530 y 1780 aproximadamente, un millón de cristianos, entre católicos y protestantes, fueron capturados en Europa occidental para ser vendidos como esclavos por los piratas musulmanes. Mientras se calcula que, entre 1450 y 1700, dos millones y medio de cristianos ortodoxos, principalmente rusos y ucranianos, fueron llevados como esclavos a Constantinopla, capital del Imperio otomano. Las mujeres eran convertidas en esclavas sexuales, cuanto más blancas más valían, las del norte de Europa eran las más caras. A los niños los convertían en jenízaros o en “köçek”, esclavos vestidos de mujer usados como entretenimiento sexual.

 

Es de justicia reconocer que la tragedia de la esclavitud de los cristianos en Europa comenzó a llegar a su fin gracias a la acción de los Estados Unidos que protagonizaron las llamadas guerras berberiscas, con el objetivo de poner fin a la esclavitud de los cristianos. La Primera guerra berberisca, conocida también como la Guerra de Trípoli, tuvo lugar entre los años 1801 y 1805, y la Segunda guerra berberisca, conocida también como la Guerra argelina, tuvo lugar en 1815. Una acción conjunta de la armada anglo-holandesa intentó también, en 1816, el cese de la práctica de esclavizar cristianos europeos. Sin embargo, la tragedia de la esclavitud de los cristianos europeos no terminó hasta que Francia invadió Argel en 1830, y puso Argelia bajo su dominio colonial, evitando así, definitivamente, el comercio de europeos como esclavos

 

En esta etapa de su trayectoria política, el ultraliberal Javier Milei parece demasiado dependiente del modelo norteamericano como para poder liberarse de la visión estrictamente negrolegendaria de los presidentes que le precedieron. ¿Qué opina al respecto?

 

En Argentina, Javier Milei conduce una nueva derecha que es, sin ningún lugar a dudas, una sucursal, un apéndice, del partido republicano de los Estados Unidos conducido por Donald Trump. Así como la nueva izquierda, representada por Cristina Kirchner, es una sucursal, un apéndice, del partido demócrata, conducido por el clan Clinton-Obama. Ambas corrientes carecen de autonomía intelectual. Ambas corrientes son meras repetidoras de las ideas producidas por la derecha o la izquierda norteamericanas. No tienen ideas propias, no son portadoras de un pensamiento original. Por consecuencia, esa nueva derecha, si el partido republicano adoptara, una línea política, favorable a la Hispanidad, entonces ellos, seguirían esa línea y si el partido republicano tomara una postura negativa respecto a la Hispanidad, entonces ellos también la seguirían.

 

Es importante remarcar que el presidente Milei, el día de su asunción como presidente, reivindicó a los intelectuales de la generación del 38, un grupo de pensadores antihispanistas y probritánicos que desarrollaron sus ideas entre 1830 y 1850. Esa generación del 38 estaba integrada, entre otros, por Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento que fueron profundamente antihispanistas.

 

Para comprender hasta qué punto llegaba el odio a España de esa generación baste decir que Alberdi y Echeverría querían que los argentinos dejaran de hablar español y se instaurará como lengua oficial de la Argentina el francés o el inglés. Por otra parte, importa precisar que, en la obra de Sarmiento, la actitud antiespañola de la oligarquía argentina probritánica, alcanza su más alto nivel. Encontramos en ella, todos los prejuicios dominantes en América, después de las guerras de la independencia, pero, con el agregado de una agresividad poco frecuente: “No es cierto -afirma Sarmiento- que haya dicho que, a juicio de los grandes pensadores modernos, la raza española sea una raza en decadencia. Dije algo peor; que he repetido en mis escritos: que es una raza de mente atrofiada que no da esperanza de mejora”

 

Importa remarcar por último que, como Javier Milei ha tomado como figura política a imitar a Domingo Faustino Sarmiento, es importante conocer, entonces, el pensamiento político y social de Sarmiento que le sirve hoy a Milei, como él mismo ha expresado en innumerables ocasiones, de guía para su acción política y social.

 

El pensamiento político de Sarmiento quedó claro cuando le aconsejó al presidente Mitre, después de la batalla de Pavón, en 1862, que “no ahorrase” sangre de gaucho, porque, para él, eso, era “lo único” que tenían de humano.  Para Sarmiento, las masas gauchas hispanocriollas del interior de la Argentina, donde sobreviven las costumbres hispánicas, eran la máxima expresión de la barbarie que había que eliminar físicamente de la faz de la tierra. El gaucho era, para Sarmiento, la encarnación de la barbarie. Era pues, España, en América.

 

El pensamiento social de Sarmiento quedó claro y prístino, en el debate que se produjo en la Cámara de Senadores, el 13 de septiembre de 1859, sobre si el Estado debía dar alguna ayuda a la masa gaucha empobrecida y a los miles de huérfanos, hijos estos, de los gauchos que habían muerto en la guerra civil entre federales - es decir hispanistas- y unitarios - es decir probritánicos:

 

“Las Cámaras no deben votar partidas para la caridad pública -sostuvo Sarmiento, el 13 de septiembre- porque la caridad cristiana no es del dominio del Estado. El Estado no tiene caridad, no tiene alma... Si los pobres se han de morir, que se mueran... El mendigo es como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad que se le dé dinero... ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por causa de sus defectos? Los huérfanos, son los últimos seres de la sociedad; no se les debe dar más de comer.” 

 

¿Se puede revertir la mortífera situación de sumisión y dependencia casi absolutas de España respecto al Estado profundo de la UE y la OTAN, que en su momento denunció el general De Gaulle respecto de Francia?

 

Desde el punto de vista militar España es una colonia de los Estados Unidos, desde el punto de vista económico, una colonia de Alemania y desde el punto de vista financiero es una colonia de la oligarquía financiera internacional. 

 

Sin embargo, la gran mayoría de españoles no lo saben porque han sido subordinados cultural e ideológicamente. España tiene que acabar de una vez por todas con esa subordinación. Los españoles deben combatir una “guerra cultural”. Obviamente, las guerras culturales no se ganan en un día. Para la vida de los pueblos las décadas son como un día en la vida del hombre. España no puede salir de la situación en la que se encuentra si no gana la gran guerra cultural que se dirime entre quienes odian a España y quienes la aman. Si los que dicen amar España no están dispuestos a dar esta batalla de largo plazo, entonces apaga y vámonos.

 

[1] Entre otros cabe mencionar: Alberto G. Ibáñez, Luis Suarez, Serafín Fanjul, Iván Vélez, José Antonio Vaca de Osma, Pedro Insua, Pedro Fernández Barbadillo, Javier Esparza, Pío Moa, Adelaida Sagarra Gamazo, Ignacio Ruiz Rodríguez, Alfredo Vílchez, David Fernández Valdés, Miguel Ángel García Olmo, Agustín R. Rodríguez González, Esteban Vicente Boisseau, etc. Tampoco hay que olvidar a precursores como Emilia Pardo Bazán, Eduardo Gómez Baquero, Vicente Blasco Ibáñez, Rafael Altamira y por supuesto Julián Juderías. Por último, en el extranjero, desde hace décadas, una pléyade de autores se ha sumado a la lucha cultural para rehabilitar y revalorizar la historia de España. Entre ellos, cabe citar a: el argentino Rómulo D. Carbia, el sueco Sverker Arnoldsson, los norteamericanos Charles F. Lummis, Philip Wayne Powell, Charles Gibson, James Brown Scott, Lewis Hanke, William S. Maltby, William Thomas Walsh y Stanley Payne, el belga Henri Pirenne, los británicos John Elliott, Hugh Thomas y Robert Goodwin y los franceses Fernand Braudel, Pierre Chaunu, Joseph Pérez y Bartolomé Bennassar, sin olvidar en otra época el alemán Friedrich Von Humboldt.

 

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