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Arturo Aldecoa Ruiz
Domingo, 19 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

Ocho apellidos vascónicos

Estos días ha sido noticia entre los aficionados a la historia que la editorial Desperta Ferro, responsable de la revista Arqueología e Historia, por cierto una excelente publicación, retiraba de los quiscos el último número  titulado 'Vascones' porque en la ilustración de su portada aparece un hombre vascón que luce en su cuello un adorno similar a la mano de Irulegi, –la pieza considerada como posiblemente la primera inscripción en euskera de la historia–, en el que se puede leer la palabra “España”.

 

La editorial  presume con razón de que las ilustraciones de su revista están basadas en el rigor y en el respeto absoluto por la documentación histórica, sean fuentes escritas o arqueológicas, y señalan que en el dibujo de la portada  «la ilustradora ha tergiversado de forma deliberada la documentación que le proporcionamos en torno al ornamento que porta al cuello el personaje central, inspirado en la mano de Irulegi, una deformación que, para nuestra consternación, no hemos detectado hasta que un lector nos ha llamado la atención sobre ella».

 

La verdad es que la pifia es difícil de ver, salvo en imagen digital, y es absurda, porque si se quisiera hacer una broma erudita,  no se hubiera escrito “España” en caracteres latinos, sino “ Hispania” en caracteres celtibéricos, y seguramente habría pasado desapercibida.

 

Tengo experiencia de ello. En los años 80, haciendo pruebas con las antiguas impresoras matriciales en las excavaciones arqueológicas de Tiermes (Soria) para permitirlas escribir con caracteres celtibéricos (que aparecen a veces en monedas y grafitis), se me ocurrió como broma sacar una hoja con la transcripción fonética en celtibérico los seis primeros párrafos de El Quijote y colgarla en la pared. Pese a que mucha gente que circulaba por allí conocía el signario celtibérico, nunca nadie comenzó a leer el texto que tenían delante “ En un lugar de la Mancha…"

 

La gente, incluso los expertos, son muy despistados y lo que ven como “habitual”, como un cartel en el tablero o una ilustración cuyo contenido creen conocer previamente  no lo miran (miramos) con detalle.

 

Pero en la historia vasca, dejando aparte las invenciones míticas, también ha habido bromas curiosas y hasta divertidas que han engañado incluso a expertos o han pasado desapercibidas durante mucho tiempo. Voy a contarles dos que relata el prestigioso filólogo Javier Velaza en un delicioso artículo.

 

En 1745, en el larguísimo prólogo de su Diccionario trilingüe castellano, bascuence y latín, el erudito jesuita vasco Manuel de Larramendi defendía la antigüedad y primacía de la lengua vasca respecto al resto de las lenguas peninsulares.

 

Para ello recurría en su capítulo VIII a un guiño al lector mediante una fantasía provocadora, que muchos entonces y, aún modernamente, no entendieron porque pensaron que el religioso escribía en serio cuando anunciaba pomposamente “Pruébase con monumento positivo y antiquísimo que el Bascuence es la Lengua Primitiva de España”.

 

Larramendi comenzaba su broma diciendo: “Al leer este título, empezarán a sonreírse los modernos y dirán: "Aquí tenemos fijamente algún Cronicón supuesto de aquellos que aún hoy día va forjando el celo y devoción a las Antigüedades de España". No es eso. El monumento es una lámina o tabla de metal no conocido, que se halló en la cuesta que llaman de Buenavista, sobre el Puerto de Santa María. Tiene dos varas de largo y algo menos que dos tercias de ancho. Por el peso y sonido se conoció que era de metal, aun antes que la roña pudiese dar paso a la vista. Empezaron a descostrarla y en los saltos interrumpidos del descostrador conocieron que estaba el tablón escrito y así apareció después que quedó limpio y terso. Los caracteres son grandes y de talla sobresaliente, aunque algunos están gastados. A la novedad concurrió multitud de eruditos y anticuarios, que hicieron grandes discursos sobre aquel hallazgo. Los caracteres eran incógnitos y sin afinidad con los que tenían a la vista de otras lenguas para la comparación; y después de grandes conferencias concluyeron que aquella lámina era de siglos más antiguos en España que los Romanos, Cartagineses, Griegos y Fenicios, y también la lengua en que estaban aquellas voces y caracteres.”

 

Larramendi comienza con una  alusión  a los (falsos) cronicones, tan comunes en la edad media y moderna y hechos de encargo para dar prestigio histórico  a territorios y países.  Pero inmediatamente nos dice un "No es eso", que el lector interpretaría como una declaración de  autenticidad de lo que se diría a continuación. Pasa Larramendi a continuación a describir -con rigor de epigrafista - una inscripción presuntamente hallada en el Puerto de Santa María (Cádiz): soporte, medidas, estado de hallazgo, tipo de letra.

 

Los signos son desconocidos, pero acto seguido nos indica cómo fueron afortunadamente descifrados por un observador avispado empeñado en leerlos gracias a que “reparó en que todos tenían alguna figura matemática, y no mal formada, y haciendo mil combinaciones sacó en fin el alfabeto que correspondía a aquellos caracteres y a su lengua, y no se ponen aquí por falta de moldes en la imprenta.” Hábil escusa de Larramendi para evitarse tener que crear un signario adecuado a su fantasía.

 

Luego el jesuita sigue diciendo:

 

“Averiguado, en fin, el alfabeto, lo que está escrito en aquella lámina es lo siguiente en nuestras letras:

 

GUR, EGUILL. AND. BER. MEN. ESCAL. MNAST. OL SEN. AU. JAS. D. GU, ERDALD. LENB. SART. Z. NEAN. OND. AD. ARAZ, BAT. ETA. BEN, GUR. LA. EC. EZ. ARR. BEC. AMB. JAIN. GUEZ. TA IRR. RRI.

 

Un texto que, claro, solo podía leerse en “Bascuence” y según Larramendi dice así:

 

“Gure eguille andiari, bere meneco Escaldu-nac menast ol sendo au jasotzen dioqu Erdaldunac lembician sartu zaizcunean; ondocoai adiarazteco, bati, eta benaz gurtzen gatzaiz-cala, ecen ez arrotzoc becala, ambeste Jainco guerzurrezco, ta irri garriri.”

 

Larramendi nos indica que “traducido en castellano quiere decir:

 "A nuestro gran Hacedor, los Escaldunes de su mano y sujeción le erigimos esta tabla sólida de metal, al tiempo que se nos han entrado la primera vez los extranjeros de diferente lengua; para dar a entender a nuestros venideros que adoramos y muy de veras a uno solo, y no como estos huéspedes a tantos mentirosos y ridículos Dioses".

 

Como era de esperar, la inscripción que se inventa estaba en lengua vasca. Las palabras del texto aparecen en todos los casos abreviadas - un recurso sibilino para esquivar la espinosa cuestión de cuál fuese su forma antigua y su relación con los dialectos modernos del euskera -, y en algunos casos convenientemente abreviadas.

 

El contenido del texto declara el carácter monoteísta de los Euscaldunes, un tópico del la literatura foralista  vasca desde el siglo XVI,  que contrapone al politeísmo de los extraños que llegan, que casualmente serán los antepasados del resto de los españoles.

 

“Traducida” la inscripción, Larramendi continua su broma y detalla los “debates y contriversias” que imaginariamente  se sucedieron entre los eruditos al conocerla:

 

“No hubo Martís, no Mayanses, no Diaristas, que al ver la lámina con sus señas de antigüedad y sus caracteres incógnitos no exclamasen que eran de los primitivos españoles lámina, lengua, caracteres. Hallarse solamente en España, y no en parte alguna, por más que se habían solicitado noticias de todos los eruditos de otros Reinos. No divisarse rastro ninguno de suposición y engaño. No ser caracteres de Romanos, Godos, Árabes, Griegos, Fenicios ni de otras naciones, no sólo de las que vinieron a España, pero ni aun de las que nunca han venido.”

 

“Todas estas circunstancias pusieron en precisión a todos los sabios y eruditos de creer y publicar sin escrúpulo alguno que eran letras, lengua y lámina de los primitivos españoles.”

 

“Pero apenas por medio del alfabeto discurrido vieron descifrado en Bascuence el letrero, cuando semi-atónitos unos retrataron su primera opinión, otros condenaron de ligereza su creencia, aquellos negaron la correspondencia del letrero y éstos lo dieron todo por fábula y sueño, descubriendo sin rebozo su finísima pasión.”

 

Por tanto, según Larramendi, todos los estudiosos aceptarían primero la autenticidad de la pieza, la genuinidad de los signos y su pertenencia a la primitiva lengua de España según él; pero, luego, al constatar que el texto está escrito en vascuence, correrían todos a retractarse.

 

Larramendi alude a las corrientes críticas con sus teorías sobre el euskera como lengua primitiva de España  imperantes en la época.

 

En parte no le faltaba razón a Larramendi,  porque Mayans, tomándole en serio, le responde  con ironía:

 

"Quien afirma haber leído una lámina de un metal desconocido escrito en caracteres desconocidos más antiguos que los romanos, cartagineses, griegos y fenicios, no dudo que hubiera leído también el libro de Henoch, en caso de que hoy existiera."

 

Al hacerlo, Mayans había caído en la trampa de Larramendi. De su forma de expresarse se desprende que no había seguido leyendo el texto del jesuita más allá de su transcripción al euskera, o no fue capaz de entender su ironía.

 

Porque el texto de Larramendi sigue así:

 

“La descripción de este monumento es puramente parábola, como muy desde el principio lo habrán reparado todos; pero una parábola vivísima y que pone delante de los ojos la verdad que nosotros pretendemos y aseguramos, y la poca justicia y mucha pasión con que nos la disputan nuestros contrarios. “

 

“Una lámina sepultada por muchos siglos, aún más que en la tierra, en un olvido profundo, desenterrada por casualidad en nuestros días, es monumento convincente por sus indicios de que es, como también sus caracteres y lengua, de la primitiva España; y una nación entera, viva siempre y floreciente a vista de todo el mundo en España, con los mismos, y aún mejores y más fuertes indicios, ¿no ha de ser monumento suficiente para que se crea que es nación y lengua de la primitiva España?“

 

En efecto, todo ha sido una parábola. La inscripción es una invención fantasiosa de Larramendi. Él mismo lo confiesa y no se le debe tomar por falsario. En todo caso de provocador.

 

Pero el episodio de esta inscripción que de  vez en  cuando aparece mencionada en los artículos de historia modernos sin caer en qué es solo una broma del jesuíta,  tuvo sus imitadores

 

En 1806, otro paladín del vascoiberismo, el político absolutista Juan Bautista Erro y Azpíroz, publicará su “Alfabeto de la lengua primitiva de España”. Precediendo al capítulo primero de la obra, la única edición española, incluye una ilustración a la que representa a una serie de personajes vestidos ala turca (¡!) copiando una inscripción en caracteres ibéricos y discutiendo sobre ella.

 

¿Qué ponía en la inscripción del dibujo?  Erro postulaba un sistema ”sui generis” de transcripción del signario ibérico. Si aplicamos el mismo  al texto de la ilustración, su transcripción sería:

 

“Bere Jaunkori  Euskal errik”, que vendría a significar  "El pueblo vasco, a su dios".

 

Como vemos, Erro sigue la broma de Larramendi, está vez en forma de dibujo con inscripción inventada con mensaje oculto, que hasta el articulo de Javier Velaza ha pasado desapercibido.

 

Así que entre nuestro eruditos vascos también tuvimos bromistas. Nadie abomina por ello de sus obras.

 

Volviendo a la Revista de Desperta Ferro. En ella el aroma de la  broma quizás va más lejos de la Mano de Irulegi con el texto “España”

 

Muchos lectores señalan (y creo que con razón) que los protagonistas de la portada se parecen muchísimo a los actores Dani Rovira y Clara Lago, protagonistas de “Ocho apellidos vascos”... Que aquí sería “Ocho apellidos vascónicos”

 

En el fondo, la broma visual de Desperta Ferro al menos para mí como lector tiene cierta gracia y voy a guardar mi ejemplar de la revista como oro en paño con las obras de Larramendi y Erro, pues son libros con guiños al lector que al propio Borges le hubiera encantado glosar.

 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019

 

Referencias

 

Revista “Arqueología e Historia”, 63 (2025).

 

JAVIER VELAZA, “Bromas -y veras- epigráficas: Larramendi y Erro”,Liburna 4 (2011)

 

LARRAMENDI, MANUEL, “Diccionario trilingüe del castellano, bascuence y latín”, (1745).

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