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Domingo, 19 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

Siete minutos de osadía: asalto al corazón del Louvre para robar nueve joyas de la colección de Napoleón

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Cuando las manecillas del reloj marcaban las 9:45 de la mañana del domingo, el Louvre respiraba todavía con la calma engañosa de sus primeras horas. Los turistas ya deambulaban por sus galerías, ajenos a que sobre sus cabezas, en la suntuosa Galería de Apolo, se estaba ejecutando un golpe que haría temblar los cimientos del patrimonio artístico francés.

 

El plan era tan audaz como quirúrgico. Tres hombres, completamente encapuchados, llegaron al lado del museo que besa el Sena, allí donde precisamente las obras de renovación habían dejado una herida abierta en el blindaje de seguridad de la fortaleza cultural más vigilada del planeta. No era casualidad. Era oportunidad pura, fríamente calculada.

 

El talón de Aquiles de 24 hectáreas

 

Los delincuentes aprovecharon la zona en obras del lado del Sena para utilizar un montacargas que les permitió acceder directamente a la Galería de Apolo, ese salón de más de sesenta metros cuyas bóvedas doradas pintadas por Le Brun y Delacroix custodian desde 1887 las joyas de la Corona francesa. Dos hombres rompieron las vitrinas y penetraron en el interior, mientras un tercer cómplice vigilaba en el exterior.

 

Siete minutos. Cuatrocientos veinte segundos para perpetrar lo que el ministro del Interior Laurent Nuñez calificó como un "gran robo" de piezas de "valor incalculable". El botín: nueve piezas de la colección imperial, entre ellas collares, broches y diademas que llevaban el aliento de Napoleón y la emperatriz Eugenia. Objetos que no se miden en euros, sino en siglos de historia.

 

La corona rota: el precio de la huida

 

Pero la perfección del plan se resquebrajó en el último acto. Una de las joyas, presuntamente la corona de la emperatriz Eugenia de Montijo, fue hallada dañada en las inmediaciones del museo. Rota, abandonada, quizás perdida en el frenesí de la escapada. Un rastro de oro y desesperación que quedó tirado como testigo mudo de una operación que rozó la impunidad absoluta.

 

Los asaltantes huyeron en un scooter Yamaha TMax en dirección a la autopista A6. Para entonces, el caos ya se había desatado dentro del recinto. Testigos describieron escenas de pánico entre los visitantes, mientras la policía corría cerca de la pirámide intentando penetrar por puertas de cristal que permanecían herméticamente cerradas.

 

El diamante que no tocaron

 

Hay un detalle que intriga a los investigadores: el diamante Régent, la pieza más valiosa de la colección con más de 140 quilates, no fue sustraído. Esa gema legendaria descubierta en India en el siglo XVII, engastada en la corona de Luis XV con 282 diamantes y 64 piedras de color, quedó intacta en su vitrina. ¿Falta de tiempo? ¿Exceso de vigilancia sobre esa pieza en particular? ¿O simplemente la certeza de que un diamante tan reconocible sería imposible de comercializar sin fragmentarlo?

 

Las autoridades temen ahora lo peor: que las joyas napoleónicas sean fundidas para vender el oro, como ocurrió hace apenas un mes con las pepitas robadas en el Museo de Historia Natural. Sería la muerte definitiva de piezas que sobrevivieron revoluciones, guerras y dos siglos de tumultos.

 

Una humillación nacional

 

"El Louvre es un símbolo mundial de nuestra cultura. Este robo es una humillación insoportable para nuestro país", declaró la ministra de Cultura, Rachida Dati, con una mezcla de indignación y desconcierto que resumía el sentir de una nación herida en su orgullo patrimonial. "El crimen organizado ahora tiene en la mira las obras de arte, y los museos se han convertido en objetivos", advirtió en TF1, reconociendo una realidad que Francia no quiere aceptar: sus templos culturales son vulnerables.

 

El alcalde de París, Ariel Weil, fue más directo: "Está claro que estamos ante Arsène Lupin. Hasta ahora, ha sido un guion cinematográfico. Cuesta imaginar que sea tan fácil robar en el Louvre". La referencia al ladrón de guante blanco de las novelas de Maurice Leblanc no es gratuita: la operación llevaba el sello de profesionales que conocían cada grieta del sistema.

 

La maldición del botín pequeño

 

Los objetos de pequeño formato representan uno de los principales retos de seguridad para el Museo del Louvre, dada su portabilidad y elevado valor histórico y material. Mientras la Mona Lisa, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia reciben la atención mediática y las medidas de seguridad más sofisticadas, son las joyas, los amuletos y las estatuillas las que duermen con un ojo abierto. Piezas que caben en un bolsillo y valen fortunas.

 

El Louvre no es virgen en materia de robos. Su historia criminal es casi tan famosa como su colección: en 1911, Vincenzo Peruggia salió caminando con la Mona Lisa bajo el abrigo. En 1983, dos armaduras renacentistas desaparecieron y no reaparecieron hasta cuarenta años después. Pero este domingo, el fantasma de los ladrones volvió a acechar por sus pasillos dorados.

 

París busca a sus fantasmas

 

El museo, que recibe más de nueve millones de visitantes al año, permaneció cerrado el resto del domingo "por razones excepcionales". Las reservas fueron reembolsadas. La fiscalía de París abrió una investigación por robo organizado y asociación delictiva. La Brigada de Represión del Bandidaje tomó las riendas del caso.

 

"Todos los medios ya están siendo puestos en marcha para recuperar el botín", aseguraron fuentes oficiales, conscientes de que cada hora que pasa aleja más la posibilidad de recuperar íntegras las piezas históricas. El reloj corre, pero esta vez no a favor de los ladrones: a menos de 800 metros de donde perpetraron el atraco está la sede de la policía de París. La audacia tiene también sus límites.

 

Mientras la investigación avanza, Francia se mira al espejo y descubre grietas en su sistema de protección patrimonial. El Louvre, con sus 33.000 piezas que abarcan desde Mesopotamia hasta los maestros europeos, se ha convertido en el símbolo de una paradoja: cuanto más grande es el tesoro, más difícil resulta defenderlo todo. Marion Maréchal, eurodiputada en el Parlamento europeo, ha sido muy clara al dibujar la situación: "Francia ya no es capaz de proteger las joyas de su emperatriz en el Louvre. Es hora de poner en marcha un plan de emergencia para garantizar la seguridad de nuestro patrimonio histórico y cristiano. Eliminemos el Pass Culture y dediquemos sus 300 millones de euros a la conservación de nuestros tesoros nacionales". Por su parte, Jordan Bardella, presidente de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, ha afirmado en X-Twitter que "el Louvre es un símbolo mundial de nuestra cultura. Este robo, que permitió a los ladrones robar las joyas de la Corona francesa, es una humillación insoportable para nuestro país. ¿Hasta dónde llegará la desintegración del Estado?" 

 

Este domingo, tres encapuchados demostraron que siete minutos pueden ser suficientes para reescribir la historia del crimen en el mundo del arte. Y que la corona de una emperatriz, rota en el asfalto parisino, puede convertirse en la metáfora perfecta de la fragilidad de nuestra herencia cultural.

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