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Elena García
Domingo, 19 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

El síndrome postaborto

La polémica ha surgido porque el ayuntamiento de Madrid ha aprobado una moción que establece la obligatoriedad de informar sobre el síndrome post-aborto en diversos servicios municipales de atención a las mujeres. Se trata de que estas mujeres que van a abortar sean conscientes de las consecuencias psicológicas y también físicas, que les puede traer eliminar a su hijo. Porque, aunque tengan “licencia para matar”, como se titulaba la película, después se dan cuentan de lo que verdaderamente han hecho. 

     

Enseguida han saltado los “ángeles de la muerte” escandalizadas por este plan de información. No sabemos qué es para ellas la libertad ¿se puede ser libre para tomar decisiones sin información? ¿Y si escapa algún niño de la muerte después de que estas mujeres oigan sobre las posibles consecuencias? ¡Sería terrible!

 

Cuatro mujeres, supuestamente periodistas y expertas en no-se-sabe-qué, -o mejor, sí se sabe, expertas en decir lo que les mandan, o sea, ser unas bienmandadas- en una especie de debate sin debate, en 24horas, aseguraban que las mujeres no padecen depresiones, insomnio, etc. “¿De dónde sacan que hay tal síndrome?”, “eso no es científico”, decían. Esto sin aportar ningún estudio de tal tema y su cientificidad o no.

 

Pues es muy sencillo señoras mías, ni siquiera hay que recurrir a estudios, váyanse ustedes a las puertas de un abortorio y verán en que estado salen muchas mujeres. Algunas van con una amiga, otras van con el padre del niño, no sabemos si para ayudarlas o para asegurarse de que abortan y se quitan un peso de encima, algunas con sus madres que no quieren que sus hijitas sufran de alguna contrariedad si tienen que ocuparse de un hijo que está ahí porque ellas hicieron algo para que estuviese ahí. Pero, ya se sabe, la responsabilidad no esta de moda. Responsabilidades cero. Otras van solas a pasar el trago. Todo sucede en más o menos una hora, y las ves salir casi arrastrándose, sin saber si están teniendo una hemorragia -se sientan en el primer banco que encuentran-, muchas llorando, descompuestas, arrepentidas ya. ¡Vayan, vayan, señoras mías, vayan a las puertas de un abortorio! Hasta pueden pagarles el taxi de vuelta a casa a estas chicas -ustedes tan compasivas- pues algunas en este estado tienen que coger el autobús.

 

Esta medida del ayuntamiento, que no deja de ser bastante timorata, como aquella otra de obligar a ver una ecografía del hijo que van a matar, y que finalmente fue retirada, ha puesto en pie de guerra a los “ángeles de la muerte”. ¡Qué ilusos! pensaban que pasaría más o menos desapercibida. La ministra de sanidad informaba, al mismo tiempo, con satisfacción, de que el numero de niños eliminados en el vientre de su madre había aumentado en 3.075, un 2,98% más, o sea 106.172 ¡qué triunfo! Invocaba el derecho, el derecho a matar, que ahora está incluido en el “derecho a la salud sexual y reproductiva”. Hablando claro, derecho a la salud sexual o derecho a “aparearse” en cualquier situación y con cualquiera, sin compromiso, eliminando las consecuencias para que al hombre le resulte más fácil. Aunque, por otra parte, las enfermedades de transmisión sexual, que no la salud, aumenten sin parar con tanta actividad, como dejan claro las estadísticas. Y es que la biología no entiende de derechos, no obedece. Y derecho a la salud reproductiva, es decir, a no dejar vivir al ser único que pueda haberse engendrado como consecuencia del apareamiento. Esto quizá sea saludable, está por ver, pero para el hijo no tiene nada de saludable que lo eliminen. Porque ya se sabe, para estos “ángeles de la muerte” solo importa la vida de los niños palestinos, los de aquí pueden ir al cubo de la basura para hacer cosméticos en algunos casos. En su defensa del derecho a matar se le olvida a la ministra completar la frase: “Derecho del más fuerte a matar al más débil”.

        

Pero no hay que preocuparse, el alcalde de Madrid ya ha dado marcha atrás. La “sangre seguirá llegando al río”. Habrá contentado a sus votantes, que gustosamente se engañan, y así no tendrán remordimientos de conciencia al votarle, y todos tan felices.

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