La noche violeta: crónica de un triunfo de Javier Milei que reescribe el mapa político argentino y del resto de Suadmérica
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        			        			        			        
        
                
        
        ![[Img #29117]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2025/2029_screenshot-2025-10-27-at-08-37-33-buscar-con-google.png) En el búnker del Hotel Libertador, la espera se hizo eterna hasta que los primeros números comenzaron a parpadear en las pantallas. Entonces, la incertidumbre se convirtió en euforia. Miles de militantes de La Libertad Avanza, vestidos de violeta y blandiendo banderas con el león libertario, estallaron en un grito que atravesó la noche porteña: "Milei querido, el pueblo está contigo". Era pasadas las nueve de la noche del domingo, y Argentina acababa de confirmar lo que pocos se atrevían a vaticinar semanas atrás: Javier Milei había convertido una prueba de fuego en su victoria más contundente desde que llegó a la Casa Rosada.
En el búnker del Hotel Libertador, la espera se hizo eterna hasta que los primeros números comenzaron a parpadear en las pantallas. Entonces, la incertidumbre se convirtió en euforia. Miles de militantes de La Libertad Avanza, vestidos de violeta y blandiendo banderas con el león libertario, estallaron en un grito que atravesó la noche porteña: "Milei querido, el pueblo está contigo". Era pasadas las nueve de la noche del domingo, y Argentina acababa de confirmar lo que pocos se atrevían a vaticinar semanas atrás: Javier Milei había convertido una prueba de fuego en su victoria más contundente desde que llegó a la Casa Rosada.
 
Con más del cuarenta por ciento de los votos escrutados, el oficialismo no solo se impuso a nivel nacional sino que logró lo impensable: torció el rumbo en la provincia de Buenos Aires, ese bastión peronista que apenas seis semanas antes había castigado duramente al Gobierno con una derrota de catorce puntos. Esta vez, la lista encabezada por Diego Santilli obtuvo el 41,5% frente al 40,8% del peronismo, una diferencia mínima pero suficiente para escribir uno de los capítulos más sorprendentes de la historia electoral reciente argentina.
 
La jornada había comenzado con un sol tímido sobre las escuelas reconvertidas en centros de votación. Por primera vez en una elección nacional, los argentinos se encontraron con la Boleta Única de Papel, ese pedazo de cartulina que concentraba en una sola hoja todas las opciones electorales. El cambio, impulsado por el propio Milei como bandera contra lo que llamaba "el robo de boletas", funcionó sin sobresaltos técnicos, aunque dejó otro dato revelador: solo el 67,85% del padrón acudió a las urnas, la participación más baja desde el retorno de la democracia en 1983. Casi doce millones de argentinos eligieron quedarse en casa, un voto silencioso cuya interpretación dividiría a los analistas en las horas siguientes.
 
Pero el verdadero trasfondo de estos comicios no se escribió en Buenos Aires sino en Washington. Dos semanas antes de la elección, Donald Trump había recibido a Milei en la Casa Blanca con honores de estadista aliado. El encuentro no fue protocolario: el presidente estadounidense anunció un paquete de rescate financiero de veinte mil millones de dólares para oxigenar las reservas del Banco Central argentino, más otros veinte mil millones provenientes de bancos privados. Pero la generosidad vino con una advertencia explícita: el apoyo dependería del desempeño electoral de Milei. Si ganaban "las fuerzas socialistas o comunistas", el dinero desaparecería.
 
Esa presión externa, sin precedentes en la historia electoral argentina, tiñó toda la campaña de una tensión geopolítica inusual. Los mercados financieros reaccionaron con nerviosismo. El dólar paralelo osciló como una veleta al viento, y la amenaza de una devaluación del peso planeó sobre los últimos días como una sombra amenazante. Para Milei, la elección dejó de ser un examen interno para convertirse en una apuesta continental. Perder no solo significaba debilitar su programa de reformas, sino arriesgar la viabilidad económica de todo su proyecto.
 
En ese contexto de presión máxima ocurrió un giro dramático que pocos vieron venir. A dieciocho días de la elección, José Luis Espert, el candidato oficialista en Buenos Aires, renunció envuelto en un escándalo por presuntos vínculos con el narcotráfico a través del empresario Federico Machado. La decisión parecía un torpedo en la línea de flotación. Pero en la Casa Rosada, Santiago Caputo, el estratega en las sombras del mileísmo, urdió una jugada arriesgada: reemplazar a Espert con Diego Santilli, un dirigente del PRO con arraigo territorial y credenciales de gestión en seguridad. La movida generó resistencias internas pero, a la luz de los resultados, resultó ser la carta ganadora.
 
Cuando Milei subió al escenario pasada la medianoche, el Hotel Libertador vibraba con una energía que recordaba a aquella otra noche de noviembre de 2023, cuando ganó la presidencia contra todos los pronósticos. A su lado, como en un altar político, estaban los pilares de su victoria: su hermana Karina Milei, arquitecta de la maquinaria electoral; Santiago Caputo, el cerebro estratégico; Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad que aportó músculo territorial; y el propio Santilli, el héroe improbable de la jornada. "Pasamos el punto bisagra", declaró el presidente con voz ronca de emoción. "Hoy comienza la construcción de la Argentina grande".
 
Sus palabras encerraban más que un eslogan triunfalista. Con este resultado, La Libertad Avanza se acerca al tercio necesario en ambas cámaras para blindar los vetos presidenciales, aunque todavía necesitará tejer alianzas para impulsar reformas estructurales. El PRO de Mauricio Macri, que concurrió en alianza con el oficialismo en la mayoría de los distritos, se convirtió en el socio natural de esa estrategia. Juntos suman una mayoría holgada, aunque no automática.
 
En el búnker de Fuerza Patria, a cincuenta kilómetros de distancia en La Plata, el clima era de funeral político. El gobernador bonaerense Axel Kicillof subió al escenario con gesto adusto para reconocer la derrota por el margen más estrecho imaginable. Pero su discurso tuvo un tono desafiante: "Milei se equivoca si festeja un resultado donde seis de cada diez argentinos dijeron que no están de acuerdo con su modelo". La frase era técnicamente correcta, pero poco consoladora. El peronismo había perdido la provincia de Buenos Aires, su territorio sagrado, y las voces internas ya comenzaban a apuntar culpas. Cristina Fernández de Kirchner, cumpliendo prisión domiciliaria por corrupción, había llamado días antes a la movilización contra "el ajuste permanente sobre los sectores más vulnerables". Su mensaje, vacío y falso como siempre, no fue suficiente.
 
Los números crudos pintan un cuadro devastador para la oposición. A nivel nacional, el peronismo en todas sus variantes apenas superó el treinta y uno por ciento, casi diez puntos por debajo del oficialismo. La Libertad Avanza ganó en dieciséis de las veinticuatro provincias, incluyendo bastiones inesperados. En la Ciudad de Buenos Aires, donde el PRO y LLA concurrieron juntos, alcanzaron el cincuenta por ciento, uno de los picos históricos de la derecha en ese distrito. En Córdoba, Mendoza y hasta en provincias del noreste tradicionalmente peronistas, el mapa electoral se tiñó de violeta.
 
¿Qué explica semejante vuelco? Los estrategas del oficialismo identifican varios factores. Primero, la decisión de Santilli de reemplazar a Espert revitalizó la campaña en el momento crítico. Segundo, la recuperación del discurso épico de 2023, con Milei recorriendo provincias en una gira maratónica que lo reconectó con las bases. Tercero, el respaldo financiero de Estados Unidos, que funcionó como un salvavidas psicológico para los mercados y como amenaza velada a los indecisos. Y cuarto, el hartazgo acumulado con un peronismo que sigue sin procesar su derrota de 2023 ni ofrecer un relato alternativo convincente.
 
Pero hay también una lectura más profunda, que trasciende las coyunturas. El triunfo de Milei consolida un realineamiento político en Argentina donde la vieja división entre peronismo y antiperonismo está dando paso a una nueva grieta: entre quienes apuestan por reformas de mercado radicales y quienes defienden el modelo de Estado presente. La tercera fuerza, "Provincias Unidas", una coalición de gobernadores de centroderecha y centroizquierda que intentó romper la polarización, obtuvo apenas el siete por ciento a nivel nacional. El centro, una vez más, quedó aplastado entre dos proyectos antagónicos.
 
La madrugada encontró a Buenos Aires con las calles vacías pero las pantallas encendidas. En los canales de noticias, los analistas desmenuzaban cada provincia, cada distrito, buscando claves para entender lo ocurrido. En las redes sociales, la batalla continuaba con memes, festejos y recriminaciones. 
 
En su discurso, el presidente prometió un tono conciliatorio para la segunda mitad de su mandato. Convocó a gobernadores y legisladores de otros partidos a acordar las reformas pendientes. Habló de consensos y de diálogo. Pero su base militante, esa marea violeta que lo vitoreó hasta la ronquera, espera otra cosa: que profundice la motosierra, que acelere la transformación, que el león no ceda ante las presiones. Es la tensión irresuelta del mileísmo: entre el político que negocia en los pasillos del Congreso y el outsider disruptivo que llegó prometiendo dinamitar el sistema.
 
Cuando las últimas luces del búnker se apagaron y los militantes se dispersaron por la ciudad, Argentina despertaba a una nueva realidad política. Javier Milei había ganado su apuesta más arriesgada. Por ahora, el león libertario puede rugir victorioso. La pregunta es cuánto durará el eco de ese rugido en una sociedad cansada de promesas y necesitada de certezas.
 
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                    	
                                        
                                                                                                                                                                        
    
    
	
    
![[Img #29117]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2025/2029_screenshot-2025-10-27-at-08-37-33-buscar-con-google.png) En el búnker del Hotel Libertador, la espera se hizo eterna hasta que los primeros números comenzaron a parpadear en las pantallas. Entonces, la incertidumbre se convirtió en euforia. Miles de militantes de La Libertad Avanza, vestidos de violeta y blandiendo banderas con el león libertario, estallaron en un grito que atravesó la noche porteña: "Milei querido, el pueblo está contigo". Era pasadas las nueve de la noche del domingo, y Argentina acababa de confirmar lo que pocos se atrevían a vaticinar semanas atrás: Javier Milei había convertido una prueba de fuego en su victoria más contundente desde que llegó a la Casa Rosada.
En el búnker del Hotel Libertador, la espera se hizo eterna hasta que los primeros números comenzaron a parpadear en las pantallas. Entonces, la incertidumbre se convirtió en euforia. Miles de militantes de La Libertad Avanza, vestidos de violeta y blandiendo banderas con el león libertario, estallaron en un grito que atravesó la noche porteña: "Milei querido, el pueblo está contigo". Era pasadas las nueve de la noche del domingo, y Argentina acababa de confirmar lo que pocos se atrevían a vaticinar semanas atrás: Javier Milei había convertido una prueba de fuego en su victoria más contundente desde que llegó a la Casa Rosada.
Con más del cuarenta por ciento de los votos escrutados, el oficialismo no solo se impuso a nivel nacional sino que logró lo impensable: torció el rumbo en la provincia de Buenos Aires, ese bastión peronista que apenas seis semanas antes había castigado duramente al Gobierno con una derrota de catorce puntos. Esta vez, la lista encabezada por Diego Santilli obtuvo el 41,5% frente al 40,8% del peronismo, una diferencia mínima pero suficiente para escribir uno de los capítulos más sorprendentes de la historia electoral reciente argentina.
La jornada había comenzado con un sol tímido sobre las escuelas reconvertidas en centros de votación. Por primera vez en una elección nacional, los argentinos se encontraron con la Boleta Única de Papel, ese pedazo de cartulina que concentraba en una sola hoja todas las opciones electorales. El cambio, impulsado por el propio Milei como bandera contra lo que llamaba "el robo de boletas", funcionó sin sobresaltos técnicos, aunque dejó otro dato revelador: solo el 67,85% del padrón acudió a las urnas, la participación más baja desde el retorno de la democracia en 1983. Casi doce millones de argentinos eligieron quedarse en casa, un voto silencioso cuya interpretación dividiría a los analistas en las horas siguientes.
Pero el verdadero trasfondo de estos comicios no se escribió en Buenos Aires sino en Washington. Dos semanas antes de la elección, Donald Trump había recibido a Milei en la Casa Blanca con honores de estadista aliado. El encuentro no fue protocolario: el presidente estadounidense anunció un paquete de rescate financiero de veinte mil millones de dólares para oxigenar las reservas del Banco Central argentino, más otros veinte mil millones provenientes de bancos privados. Pero la generosidad vino con una advertencia explícita: el apoyo dependería del desempeño electoral de Milei. Si ganaban "las fuerzas socialistas o comunistas", el dinero desaparecería.
Esa presión externa, sin precedentes en la historia electoral argentina, tiñó toda la campaña de una tensión geopolítica inusual. Los mercados financieros reaccionaron con nerviosismo. El dólar paralelo osciló como una veleta al viento, y la amenaza de una devaluación del peso planeó sobre los últimos días como una sombra amenazante. Para Milei, la elección dejó de ser un examen interno para convertirse en una apuesta continental. Perder no solo significaba debilitar su programa de reformas, sino arriesgar la viabilidad económica de todo su proyecto.
En ese contexto de presión máxima ocurrió un giro dramático que pocos vieron venir. A dieciocho días de la elección, José Luis Espert, el candidato oficialista en Buenos Aires, renunció envuelto en un escándalo por presuntos vínculos con el narcotráfico a través del empresario Federico Machado. La decisión parecía un torpedo en la línea de flotación. Pero en la Casa Rosada, Santiago Caputo, el estratega en las sombras del mileísmo, urdió una jugada arriesgada: reemplazar a Espert con Diego Santilli, un dirigente del PRO con arraigo territorial y credenciales de gestión en seguridad. La movida generó resistencias internas pero, a la luz de los resultados, resultó ser la carta ganadora.
Cuando Milei subió al escenario pasada la medianoche, el Hotel Libertador vibraba con una energía que recordaba a aquella otra noche de noviembre de 2023, cuando ganó la presidencia contra todos los pronósticos. A su lado, como en un altar político, estaban los pilares de su victoria: su hermana Karina Milei, arquitecta de la maquinaria electoral; Santiago Caputo, el cerebro estratégico; Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad que aportó músculo territorial; y el propio Santilli, el héroe improbable de la jornada. "Pasamos el punto bisagra", declaró el presidente con voz ronca de emoción. "Hoy comienza la construcción de la Argentina grande".
Sus palabras encerraban más que un eslogan triunfalista. Con este resultado, La Libertad Avanza se acerca al tercio necesario en ambas cámaras para blindar los vetos presidenciales, aunque todavía necesitará tejer alianzas para impulsar reformas estructurales. El PRO de Mauricio Macri, que concurrió en alianza con el oficialismo en la mayoría de los distritos, se convirtió en el socio natural de esa estrategia. Juntos suman una mayoría holgada, aunque no automática.
En el búnker de Fuerza Patria, a cincuenta kilómetros de distancia en La Plata, el clima era de funeral político. El gobernador bonaerense Axel Kicillof subió al escenario con gesto adusto para reconocer la derrota por el margen más estrecho imaginable. Pero su discurso tuvo un tono desafiante: "Milei se equivoca si festeja un resultado donde seis de cada diez argentinos dijeron que no están de acuerdo con su modelo". La frase era técnicamente correcta, pero poco consoladora. El peronismo había perdido la provincia de Buenos Aires, su territorio sagrado, y las voces internas ya comenzaban a apuntar culpas. Cristina Fernández de Kirchner, cumpliendo prisión domiciliaria por corrupción, había llamado días antes a la movilización contra "el ajuste permanente sobre los sectores más vulnerables". Su mensaje, vacío y falso como siempre, no fue suficiente.
Los números crudos pintan un cuadro devastador para la oposición. A nivel nacional, el peronismo en todas sus variantes apenas superó el treinta y uno por ciento, casi diez puntos por debajo del oficialismo. La Libertad Avanza ganó en dieciséis de las veinticuatro provincias, incluyendo bastiones inesperados. En la Ciudad de Buenos Aires, donde el PRO y LLA concurrieron juntos, alcanzaron el cincuenta por ciento, uno de los picos históricos de la derecha en ese distrito. En Córdoba, Mendoza y hasta en provincias del noreste tradicionalmente peronistas, el mapa electoral se tiñó de violeta.
¿Qué explica semejante vuelco? Los estrategas del oficialismo identifican varios factores. Primero, la decisión de Santilli de reemplazar a Espert revitalizó la campaña en el momento crítico. Segundo, la recuperación del discurso épico de 2023, con Milei recorriendo provincias en una gira maratónica que lo reconectó con las bases. Tercero, el respaldo financiero de Estados Unidos, que funcionó como un salvavidas psicológico para los mercados y como amenaza velada a los indecisos. Y cuarto, el hartazgo acumulado con un peronismo que sigue sin procesar su derrota de 2023 ni ofrecer un relato alternativo convincente.
Pero hay también una lectura más profunda, que trasciende las coyunturas. El triunfo de Milei consolida un realineamiento político en Argentina donde la vieja división entre peronismo y antiperonismo está dando paso a una nueva grieta: entre quienes apuestan por reformas de mercado radicales y quienes defienden el modelo de Estado presente. La tercera fuerza, "Provincias Unidas", una coalición de gobernadores de centroderecha y centroizquierda que intentó romper la polarización, obtuvo apenas el siete por ciento a nivel nacional. El centro, una vez más, quedó aplastado entre dos proyectos antagónicos.
La madrugada encontró a Buenos Aires con las calles vacías pero las pantallas encendidas. En los canales de noticias, los analistas desmenuzaban cada provincia, cada distrito, buscando claves para entender lo ocurrido. En las redes sociales, la batalla continuaba con memes, festejos y recriminaciones.
En su discurso, el presidente prometió un tono conciliatorio para la segunda mitad de su mandato. Convocó a gobernadores y legisladores de otros partidos a acordar las reformas pendientes. Habló de consensos y de diálogo. Pero su base militante, esa marea violeta que lo vitoreó hasta la ronquera, espera otra cosa: que profundice la motosierra, que acelere la transformación, que el león no ceda ante las presiones. Es la tensión irresuelta del mileísmo: entre el político que negocia en los pasillos del Congreso y el outsider disruptivo que llegó prometiendo dinamitar el sistema.
Cuando las últimas luces del búnker se apagaron y los militantes se dispersaron por la ciudad, Argentina despertaba a una nueva realidad política. Javier Milei había ganado su apuesta más arriesgada. Por ahora, el león libertario puede rugir victorioso. La pregunta es cuánto durará el eco de ese rugido en una sociedad cansada de promesas y necesitada de certezas.












