El veneno de la sumisión globalsocialista
Indignación en el mundo científico: la revista "Nature" acusada de priorizar la “justicia social” sobre el mérito científico
![[Img #29125]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2025/7262_screenshot-2025-10-28-at-16-09-27-anna-krylov-buscar-con-google.png)
La comunidad científica internacional vive una inesperada tormenta tras la publicación de una carta abierta de la prestigiosa química Anna Krylov, profesora en la Universidad del Sur de California (USC), quien ha anunciado que deja de colaborar con el grupo editorial Nature por considerar que la revista “ha abandonado la ciencia para abrazar la política de identidad”. Su artículo, titulado “Why I no longer engage with Nature publishing group”, publicado en la plataforma hxstem.substack.com, denuncia que el legendario grupo editorial —propietario de Nature y de más de cien revistas académicas— ha sustituido el mérito científico por criterios de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en sus procesos editoriales y de revisión por pares.
Krylov, reconocida por su brillante trabajo en química cuántica, describe en su carta un episodio que la empujó a romper con el grupo: “Cuando me invitaron a revisar un artículo, me pregunté si fue por mi experiencia científica o por mis órganos reproductivos”. Esa frase, dura y sarcástica, ha resonado en universidades de todo el mundo como símbolo de una queja más profunda: la percepción de que las grandes revistas científicas están incorporando criterios ideológicos ajenos al rigor y la objetividad que deben regir la publicación de investigaciones.
Según Krylov, Nature y su grupo editorial Springer Nature han introducido en los últimos años políticas que “transforman la ciencia en ingeniería social”. Entre ellas, menciona la obligación de alcanzar proactivamente a investigadoras mujeres o personas de grupos subrepresentados para formar parte de los equipos revisores, así como la exigencia —explícita o implícita— de incluir “declaraciones de diversidad de citación”, es decir, justificar que las referencias bibliográficas contemplan autores de distintos orígenes o identidades. En su carta, la científica afirma que estas prácticas constituyen una “distorsión del proceso científico”, ya que los artículos parecen seleccionados o revisados según criterios sociopolíticos y no por la solidez de sus resultados.
La investigadora acusa además a algunas publicaciones del grupo, como Nature Human Behaviour, de evaluar los trabajos según si su contenido “puede socavar la dignidad o los derechos de grupos específicos”. En su opinión, ese tipo de guías editoriales introduce un filtro ideológico que pone en riesgo la libertad de investigación: “El trabajo científico no puede juzgarse por su potencial daño político, sino por su rigor metodológico y su contribución al conocimiento”, escribe Krylov. La carta termina con una llamada a la acción: un boicot académico al grupo Nature por parte de quienes consideren que la ciencia está siendo subordinada a la ideología. “Los artículos publicados en Nature ya no pueden considerarse ciencia rigurosa”, sentencia.
Las acusaciones han desatado un intenso debate. Algunos científicos coinciden con Krylov en que la introducción de criterios identitarios erosiona el principio de mérito y amenaza la credibilidad de las revistas más influyentes del mundo. Otros, en cambio, defienden que las políticas de diversidad no buscan reemplazar el mérito, sino corregir supuestos sesgos estructurales que históricamente han marginado a ciertas voces en la investigación científica. Desde el grupo Springer Nature, las respuestas oficiales han sido prudentes: aseguran que las “declaraciones de diversidad de citación” son opcionales y que no afectan al proceso de revisión. Aducen, además, que la ampliación de perspectivas —en género, geografía o contexto— puede enriquecer la ciencia y no empobrecerla. Sin embargo, para muchos críticos, la defensa ha sonado insuficiente o evasiva.
El caso ha adquirido una dimensión simbólica porque Nature es mucho más que una revista: es uno de los pilares históricos del sistema científico moderno. Desde que se fundó en 1869, publicar en sus páginas ha sido un sello de prestigio comparable a ganar un premio. Si la revista pierde la confianza de parte de la comunidad científica, el golpe a su reputación sería severo. Algunos observadores apuntan que esta polémica revela un conflicto más profundo: la tensión entre la idea clásica de meritocracia científica —basada en el rigor, la replicabilidad y la neutralidad— y la creciente demanda por parte de grupos autodenominados progresistas de una ciencia ética, inclusiva y responsable.
Los defensores de las políticas DEI argumentan que tener en cuenta la diversidad de autores, revisores y contextos no degrada la ciencia, sino que la fortalece al incluir perspectivas distintas y evitar sesgos. Señalan que durante siglos la investigación ha estado dominada por varones occidentales, y que ampliar la base de voces puede conducir a descubrimientos más amplios y justos. Los críticos, en cambio, temen que la búsqueda de diversidad se convierta en un dogma político que distorsione la evaluación objetiva de los resultados. Para ellos, el riesgo no está en reconocer la diversidad, sino en imponerla como condición editorial.
La polémica se ha politizado rápidamente. Krylov, conocida por su crítica a las políticas de equidad universitaria en Estados Unidos, ha recibido el respaldo público de figuras como Richard Dawkins, quien también ha denunciado la “colonización ideológica” de las ciencias naturales. En redes sociales, varios académicos han anunciado que dejarán de colaborar con Nature como revisores o autores. En contraste, otros investigadores han tildado la reacción de Krylov de “nostalgia reaccionaria” por un mundo científico que nunca fue realmente neutral ni igualitario.
El debate tiene consecuencias potencialmente profundas. Si más científicos deciden boicotear las publicaciones del grupo, la confianza en el sistema de revisión por pares podría fragmentarse. Ya hay quienes sugieren crear revistas alternativas centradas “únicamente en el mérito científico”, mientras otros reclaman más transparencia en los procesos editoriales y la clarificación de qué peso tienen realmente las nuevas políticas de diversidad. En cualquier caso, la crisis de Nature es también la crisis de un modelo: el de las publicaciones científicas que, tras más de un siglo de autoridad incuestionable, se enfrentan a la exigencia de reformular su papel en una sociedad polarizada.
Anna Krylov lo tiene claro: “La ciencia no puede servir a dos amos —la verdad y la ideología— a la vez.” Para sus críticos, en cambio, el error está en considerar que una ciencia más inclusiva es menos rigurosa.
El tiempo dirá si Nature logra restaurar su imagen de imparcialidad o si esta polémica marca el inicio de una nueva era para las publicaciones científicas: una era en la que la búsqueda del conocimiento deberá convivir, inevitablemente, con las batallas culturales del siglo XXI.
![[Img #29125]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2025/7262_screenshot-2025-10-28-at-16-09-27-anna-krylov-buscar-con-google.png)
La comunidad científica internacional vive una inesperada tormenta tras la publicación de una carta abierta de la prestigiosa química Anna Krylov, profesora en la Universidad del Sur de California (USC), quien ha anunciado que deja de colaborar con el grupo editorial Nature por considerar que la revista “ha abandonado la ciencia para abrazar la política de identidad”. Su artículo, titulado “Why I no longer engage with Nature publishing group”, publicado en la plataforma hxstem.substack.com, denuncia que el legendario grupo editorial —propietario de Nature y de más de cien revistas académicas— ha sustituido el mérito científico por criterios de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en sus procesos editoriales y de revisión por pares.
Krylov, reconocida por su brillante trabajo en química cuántica, describe en su carta un episodio que la empujó a romper con el grupo: “Cuando me invitaron a revisar un artículo, me pregunté si fue por mi experiencia científica o por mis órganos reproductivos”. Esa frase, dura y sarcástica, ha resonado en universidades de todo el mundo como símbolo de una queja más profunda: la percepción de que las grandes revistas científicas están incorporando criterios ideológicos ajenos al rigor y la objetividad que deben regir la publicación de investigaciones.
Según Krylov, Nature y su grupo editorial Springer Nature han introducido en los últimos años políticas que “transforman la ciencia en ingeniería social”. Entre ellas, menciona la obligación de alcanzar proactivamente a investigadoras mujeres o personas de grupos subrepresentados para formar parte de los equipos revisores, así como la exigencia —explícita o implícita— de incluir “declaraciones de diversidad de citación”, es decir, justificar que las referencias bibliográficas contemplan autores de distintos orígenes o identidades. En su carta, la científica afirma que estas prácticas constituyen una “distorsión del proceso científico”, ya que los artículos parecen seleccionados o revisados según criterios sociopolíticos y no por la solidez de sus resultados.
La investigadora acusa además a algunas publicaciones del grupo, como Nature Human Behaviour, de evaluar los trabajos según si su contenido “puede socavar la dignidad o los derechos de grupos específicos”. En su opinión, ese tipo de guías editoriales introduce un filtro ideológico que pone en riesgo la libertad de investigación: “El trabajo científico no puede juzgarse por su potencial daño político, sino por su rigor metodológico y su contribución al conocimiento”, escribe Krylov. La carta termina con una llamada a la acción: un boicot académico al grupo Nature por parte de quienes consideren que la ciencia está siendo subordinada a la ideología. “Los artículos publicados en Nature ya no pueden considerarse ciencia rigurosa”, sentencia.
Las acusaciones han desatado un intenso debate. Algunos científicos coinciden con Krylov en que la introducción de criterios identitarios erosiona el principio de mérito y amenaza la credibilidad de las revistas más influyentes del mundo. Otros, en cambio, defienden que las políticas de diversidad no buscan reemplazar el mérito, sino corregir supuestos sesgos estructurales que históricamente han marginado a ciertas voces en la investigación científica. Desde el grupo Springer Nature, las respuestas oficiales han sido prudentes: aseguran que las “declaraciones de diversidad de citación” son opcionales y que no afectan al proceso de revisión. Aducen, además, que la ampliación de perspectivas —en género, geografía o contexto— puede enriquecer la ciencia y no empobrecerla. Sin embargo, para muchos críticos, la defensa ha sonado insuficiente o evasiva.
El caso ha adquirido una dimensión simbólica porque Nature es mucho más que una revista: es uno de los pilares históricos del sistema científico moderno. Desde que se fundó en 1869, publicar en sus páginas ha sido un sello de prestigio comparable a ganar un premio. Si la revista pierde la confianza de parte de la comunidad científica, el golpe a su reputación sería severo. Algunos observadores apuntan que esta polémica revela un conflicto más profundo: la tensión entre la idea clásica de meritocracia científica —basada en el rigor, la replicabilidad y la neutralidad— y la creciente demanda por parte de grupos autodenominados progresistas de una ciencia ética, inclusiva y responsable.
Los defensores de las políticas DEI argumentan que tener en cuenta la diversidad de autores, revisores y contextos no degrada la ciencia, sino que la fortalece al incluir perspectivas distintas y evitar sesgos. Señalan que durante siglos la investigación ha estado dominada por varones occidentales, y que ampliar la base de voces puede conducir a descubrimientos más amplios y justos. Los críticos, en cambio, temen que la búsqueda de diversidad se convierta en un dogma político que distorsione la evaluación objetiva de los resultados. Para ellos, el riesgo no está en reconocer la diversidad, sino en imponerla como condición editorial.
La polémica se ha politizado rápidamente. Krylov, conocida por su crítica a las políticas de equidad universitaria en Estados Unidos, ha recibido el respaldo público de figuras como Richard Dawkins, quien también ha denunciado la “colonización ideológica” de las ciencias naturales. En redes sociales, varios académicos han anunciado que dejarán de colaborar con Nature como revisores o autores. En contraste, otros investigadores han tildado la reacción de Krylov de “nostalgia reaccionaria” por un mundo científico que nunca fue realmente neutral ni igualitario.
El debate tiene consecuencias potencialmente profundas. Si más científicos deciden boicotear las publicaciones del grupo, la confianza en el sistema de revisión por pares podría fragmentarse. Ya hay quienes sugieren crear revistas alternativas centradas “únicamente en el mérito científico”, mientras otros reclaman más transparencia en los procesos editoriales y la clarificación de qué peso tienen realmente las nuevas políticas de diversidad. En cualquier caso, la crisis de Nature es también la crisis de un modelo: el de las publicaciones científicas que, tras más de un siglo de autoridad incuestionable, se enfrentan a la exigencia de reformular su papel en una sociedad polarizada.
Anna Krylov lo tiene claro: “La ciencia no puede servir a dos amos —la verdad y la ideología— a la vez.” Para sus críticos, en cambio, el error está en considerar que una ciencia más inclusiva es menos rigurosa.
El tiempo dirá si Nature logra restaurar su imagen de imparcialidad o si esta polémica marca el inicio de una nueva era para las publicaciones científicas: una era en la que la búsqueda del conocimiento deberá convivir, inevitablemente, con las batallas culturales del siglo XXI.




