Neo, el primer robot doméstico que convierte la ciencia ficción en realidad cotidiana
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        			        			        			        
        
                
        
        ![[Img #29134]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2025/9122_portada-01.jpg) La escena podría extraerse de cualquier película de los años cincuenta sobre el futuro: el ingeniero diseñador Dar Sleeper levanta con un solo movimiento al humanoide del suelo, lo sostiene en brazos como si fuera un niño dormido, cruza la habitación y lo deposita suavemente sobre un sofá, donde el robot queda recostado como si descansara después de un largo día de trabajo. Pero esto no es ficción. Ocurre en octubre de 2025, en las oficinas de 1X Technologies en Palo Alto, y el robot tiene nombre propio: Neo.
La escena podría extraerse de cualquier película de los años cincuenta sobre el futuro: el ingeniero diseñador Dar Sleeper levanta con un solo movimiento al humanoide del suelo, lo sostiene en brazos como si fuera un niño dormido, cruza la habitación y lo deposita suavemente sobre un sofá, donde el robot queda recostado como si descansara después de un largo día de trabajo. Pero esto no es ficción. Ocurre en octubre de 2025, en las oficinas de 1X Technologies en Palo Alto, y el robot tiene nombre propio: Neo.
 
Con apenas 30 kilogramos de peso —menos que un niño de diez años— y 1,67 metros de estatura, Neo representa la frontera donde la ingeniería robótica deja de perseguir la potencia bruta para abrazar algo más sutil y revolucionario: la convivencia. Porque Neo no viene a trabajar en fábricas ni a explorar Marte. Viene a vivir en su casa.
 
El 28 de octubre de 2025 quedará marcado en la historia de la tecnología como el día en que los humanoides dejaron de ser promesas para convertirse en productos. Ese día, 1X Technologies abrió las preventas de Neo con una oferta tan audaz como inquietante: 20.000 dólares por la compra directa o 499 dólares mensuales en suscripción. Por el precio de un automóvil compacto o una cuota de streaming premium, cualquier persona puede reservar ahora un asistente robótico que llegará a su hogar en 2026.
 
La cifra suena a ciencia ficción de bajo presupuesto, pero la tecnología que habita dentro de ese cuerpo cubierto de tejido lavable es cualquier cosa menos barata. Neo está construido sobre el sistema patentado Tendon Drive de 1X, que utiliza los motores de mayor densidad de torque jamás fabricados para accionar transmisiones basadas en tendones artificiales. El resultado es un movimiento que imita con asombrosa precisión la biomecánica humana: puede caminar con balanceo natural de brazos, agacharse para recoger objetos del suelo, sentarse en sillas. Y todo ello generando apenas 22 decibelios de ruido, menos que un refrigerador moderno, mientras levanta hasta 70 kilogramos y transporta cargas de 25 kilos.
 
Pero la verdadera magia no está en su fuerza ni en su silencio. Está en su cerebro. Neo integra un modelo de lenguaje de gran escala, visión contextual y reconocimiento de audio que le permiten comprender el mundo de una manera que ningún electrodoméstico ha logrado antes. Puede reconocer ingredientes en la encimera de la cocina y sugerir recetas. Mantiene conversaciones naturales sin necesidad de pantallas. Recuerda contextos previos, programa citas, gestiona listas de compras. Desde el primer día puede abrir puertas para los invitados, traer objetos y apagar las luces por la noche. Y con cada actualización de software, aprende nuevas habilidades.
 
Es aquí donde la narrativa de progreso tecnológico imparable encuentra su primer obstáculo ético. Porque Neo, por sofisticado que sea, aún está aprendiendo. Y para aprender necesita datos. Muchos datos. Datos de hogares reales, de personas reales, de vidas reales. Cuando Neo se enfrenta a una tarea compleja que supera sus capacidades autónomas, activa su modo de teleoperación remota: un empleado de 1X Technologies, equipado con un casco de realidad virtual, toma el control del robot y ve el interior de su hogar a través de sus sensores.
 
Bernt Børnich, CEO y fundador de 1X Technologies, defiende el modelo con una franqueza que algunos podrían encontrar refrescante y otros, alarmante: "Si no tenemos sus datos, no podemos hacer que el producto sea mejor". La empresa promete salvaguardas: los propietarios deben autorizar cada sesión remota, pueden programar cuándo se permite el acceso, difuminar personas en la transmisión de video y establecer zonas prohibidas dentro del hogar. Pero la pregunta persiste como una sombra digital: ¿cuánta privacidad estamos dispuestos a ceder por la comodidad de no doblar nuestra propia ropa?
 
La compañía, respaldada por gigantes como OpenAI (ChatGPT) y Nvidia, proyecta producir miles de unidades para finales de 2025, decenas de miles en 2026 y potencialmente cientos de miles en 2027. Un estudio de Morgan Stanley sugiere que más de mil millones de robots humanoides podrían estar en servicio para 2050, con 80 millones en hogares privados. Si estas proyecciones se cumplen, estamos ante el umbral de una transformación social tan profunda como la llegada de la electricidad o internet.
 
Neo llega envuelto en tres colores neutros —beige, gris y marrón oscuro— diseñados para integrarse sin estridencias en cualquier espacio doméstico. Su estética minimalista evoca deliberadamente a Rosie, la asistenta robot de Los Supersónicos, pero despojada de toda caricatura: es un maniquí suave con ojos-cámara y sensores laterales que simulan oídos. No intimida. No impresiona. Simplemente está allí, como un mueble más, esperando órdenes mediante voz o aplicación móvil.
 
Las primeras entregas comenzarán en Estados Unidos a lo largo de 2026, con expansión internacional prevista para 2027. Los compradores iniciales serán, inevitablemente, pioneros en un experimento social de consecuencias aún impredecibles. ¿Qué ocurre cuando delegamos las tareas domésticas en una entidad que puede ver, oír y recordar todo lo que sucede en nuestro espacio más íntimo? ¿Cómo cambian las dinámicas familiares cuando un robot comparte el hogar? ¿Qué nuevas dependencias tecnológicas estamos creando?
 
Børnich, en el vídeo promocional de diez minutos que circula en redes sociales con millones de reproducciones, describe la experiencia de vivir con Neo como "mágica". Habla de recuperar tiempo para las cosas verdaderamente importantes, de liberarse de la esclavitud de las tareas domésticas, de un futuro donde la robótica nos devuelve nuestra humanidad al encargarse de lo mundano.
 
Es una visión seductora. También lo era la promesa de que las redes sociales nos conectarían más profundamente, o que los smartphones nos harían más productivos. La historia de la tecnología está sembrada de fututos prometidos que se convirtieron en presentes complicados.
 
Neo no es simplemente un producto de consumo. Es una apuesta civilizatoria. Es la materialización de décadas de investigación en inteligencia artificial, robótica blanda, interfaces naturales y aprendizaje automático. Es el punto de encuentro entre el sueño transhumanista de aumentar nuestras capacidades y la realidad muy humana de que preferimos que alguien —o algo— doble la ropa por nosotros.
 
Mientras 1X Technologies prepara sus líneas de producción y Tesla, Figure AI y otros competidores aceleran sus propios desarrollos humanoides, una certeza se abre paso entre las incertidumbres: 2026 no será recordado como el año en que los robots entraron en nuestros hogares. Será recordado como el año en que dejamos de preguntarnos si deberíamos dejarlos entrar.
 
Porque la puerta ya está abierta. Y Neo, con sus 30 kilogramos de tendones artificiales y aprendizaje automático, ya está cruzando el umbral.
 
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                    	
                                        
                                                                                                                                                                        
    
    
	
    
![[Img #29134]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2025/9122_portada-01.jpg) La escena podría extraerse de cualquier película de los años cincuenta sobre el futuro: el ingeniero diseñador Dar Sleeper levanta con un solo movimiento al humanoide del suelo, lo sostiene en brazos como si fuera un niño dormido, cruza la habitación y lo deposita suavemente sobre un sofá, donde el robot queda recostado como si descansara después de un largo día de trabajo. Pero esto no es ficción. Ocurre en octubre de 2025, en las oficinas de 1X Technologies en Palo Alto, y el robot tiene nombre propio: Neo.
La escena podría extraerse de cualquier película de los años cincuenta sobre el futuro: el ingeniero diseñador Dar Sleeper levanta con un solo movimiento al humanoide del suelo, lo sostiene en brazos como si fuera un niño dormido, cruza la habitación y lo deposita suavemente sobre un sofá, donde el robot queda recostado como si descansara después de un largo día de trabajo. Pero esto no es ficción. Ocurre en octubre de 2025, en las oficinas de 1X Technologies en Palo Alto, y el robot tiene nombre propio: Neo.
Con apenas 30 kilogramos de peso —menos que un niño de diez años— y 1,67 metros de estatura, Neo representa la frontera donde la ingeniería robótica deja de perseguir la potencia bruta para abrazar algo más sutil y revolucionario: la convivencia. Porque Neo no viene a trabajar en fábricas ni a explorar Marte. Viene a vivir en su casa.
El 28 de octubre de 2025 quedará marcado en la historia de la tecnología como el día en que los humanoides dejaron de ser promesas para convertirse en productos. Ese día, 1X Technologies abrió las preventas de Neo con una oferta tan audaz como inquietante: 20.000 dólares por la compra directa o 499 dólares mensuales en suscripción. Por el precio de un automóvil compacto o una cuota de streaming premium, cualquier persona puede reservar ahora un asistente robótico que llegará a su hogar en 2026.
La cifra suena a ciencia ficción de bajo presupuesto, pero la tecnología que habita dentro de ese cuerpo cubierto de tejido lavable es cualquier cosa menos barata. Neo está construido sobre el sistema patentado Tendon Drive de 1X, que utiliza los motores de mayor densidad de torque jamás fabricados para accionar transmisiones basadas en tendones artificiales. El resultado es un movimiento que imita con asombrosa precisión la biomecánica humana: puede caminar con balanceo natural de brazos, agacharse para recoger objetos del suelo, sentarse en sillas. Y todo ello generando apenas 22 decibelios de ruido, menos que un refrigerador moderno, mientras levanta hasta 70 kilogramos y transporta cargas de 25 kilos.
Pero la verdadera magia no está en su fuerza ni en su silencio. Está en su cerebro. Neo integra un modelo de lenguaje de gran escala, visión contextual y reconocimiento de audio que le permiten comprender el mundo de una manera que ningún electrodoméstico ha logrado antes. Puede reconocer ingredientes en la encimera de la cocina y sugerir recetas. Mantiene conversaciones naturales sin necesidad de pantallas. Recuerda contextos previos, programa citas, gestiona listas de compras. Desde el primer día puede abrir puertas para los invitados, traer objetos y apagar las luces por la noche. Y con cada actualización de software, aprende nuevas habilidades.
Es aquí donde la narrativa de progreso tecnológico imparable encuentra su primer obstáculo ético. Porque Neo, por sofisticado que sea, aún está aprendiendo. Y para aprender necesita datos. Muchos datos. Datos de hogares reales, de personas reales, de vidas reales. Cuando Neo se enfrenta a una tarea compleja que supera sus capacidades autónomas, activa su modo de teleoperación remota: un empleado de 1X Technologies, equipado con un casco de realidad virtual, toma el control del robot y ve el interior de su hogar a través de sus sensores.
Bernt Børnich, CEO y fundador de 1X Technologies, defiende el modelo con una franqueza que algunos podrían encontrar refrescante y otros, alarmante: "Si no tenemos sus datos, no podemos hacer que el producto sea mejor". La empresa promete salvaguardas: los propietarios deben autorizar cada sesión remota, pueden programar cuándo se permite el acceso, difuminar personas en la transmisión de video y establecer zonas prohibidas dentro del hogar. Pero la pregunta persiste como una sombra digital: ¿cuánta privacidad estamos dispuestos a ceder por la comodidad de no doblar nuestra propia ropa?
La compañía, respaldada por gigantes como OpenAI (ChatGPT) y Nvidia, proyecta producir miles de unidades para finales de 2025, decenas de miles en 2026 y potencialmente cientos de miles en 2027. Un estudio de Morgan Stanley sugiere que más de mil millones de robots humanoides podrían estar en servicio para 2050, con 80 millones en hogares privados. Si estas proyecciones se cumplen, estamos ante el umbral de una transformación social tan profunda como la llegada de la electricidad o internet.
Neo llega envuelto en tres colores neutros —beige, gris y marrón oscuro— diseñados para integrarse sin estridencias en cualquier espacio doméstico. Su estética minimalista evoca deliberadamente a Rosie, la asistenta robot de Los Supersónicos, pero despojada de toda caricatura: es un maniquí suave con ojos-cámara y sensores laterales que simulan oídos. No intimida. No impresiona. Simplemente está allí, como un mueble más, esperando órdenes mediante voz o aplicación móvil.
Las primeras entregas comenzarán en Estados Unidos a lo largo de 2026, con expansión internacional prevista para 2027. Los compradores iniciales serán, inevitablemente, pioneros en un experimento social de consecuencias aún impredecibles. ¿Qué ocurre cuando delegamos las tareas domésticas en una entidad que puede ver, oír y recordar todo lo que sucede en nuestro espacio más íntimo? ¿Cómo cambian las dinámicas familiares cuando un robot comparte el hogar? ¿Qué nuevas dependencias tecnológicas estamos creando?
Børnich, en el vídeo promocional de diez minutos que circula en redes sociales con millones de reproducciones, describe la experiencia de vivir con Neo como "mágica". Habla de recuperar tiempo para las cosas verdaderamente importantes, de liberarse de la esclavitud de las tareas domésticas, de un futuro donde la robótica nos devuelve nuestra humanidad al encargarse de lo mundano.
Es una visión seductora. También lo era la promesa de que las redes sociales nos conectarían más profundamente, o que los smartphones nos harían más productivos. La historia de la tecnología está sembrada de fututos prometidos que se convirtieron en presentes complicados.
Neo no es simplemente un producto de consumo. Es una apuesta civilizatoria. Es la materialización de décadas de investigación en inteligencia artificial, robótica blanda, interfaces naturales y aprendizaje automático. Es el punto de encuentro entre el sueño transhumanista de aumentar nuestras capacidades y la realidad muy humana de que preferimos que alguien —o algo— doble la ropa por nosotros.
Mientras 1X Technologies prepara sus líneas de producción y Tesla, Figure AI y otros competidores aceleran sus propios desarrollos humanoides, una certeza se abre paso entre las incertidumbres: 2026 no será recordado como el año en que los robots entraron en nuestros hogares. Será recordado como el año en que dejamos de preguntarnos si deberíamos dejarlos entrar.
Porque la puerta ya está abierta. Y Neo, con sus 30 kilogramos de tendones artificiales y aprendizaje automático, ya está cruzando el umbral.




