Autora de “Salvar Europa”
Irene González: “La inmigración masiva no es un fenómeno natural, sino planificado desde el poder para terminar de destruir todo rastro de nuestra identidad”
Licenciada en Derecho por la Universidad Complutense y técnica de Auditoría del Estado, Irene González Fernández ha hecho de la lucidez y el sentido común una contundente forma de resistencia. En tiempos en los que Occidente se repliega sobre su cansancio moral y su desconcierto ideológico, González levanta la voz desde las páginas de Salvar Europa (Ciudadela Libros, 2025), un ensayo, ya en su tercera edición, que ha irrumpido con intensidad en el debate público como una llamada a la conciencia civilizatoria.
Columnista habitual en Vozpópuli, Irene González defiende que la crisis de Occidente no es política ni económica, sino espiritual. “No se puede salvar Europa sin rescatar a Dios”, dijo recientemente ante un auditorio de jóvenes en el CEU-CEFAS, resumiendo en una única frase el eje central de su pensamiento. Con una prosa clara y combativa, advierte sobre los peligros del globalismo, la tecnocracia y la sustitución cultural, y reclama una “reconquista moral” de los europeos frente a la indiferencia y el miedo.
En esta entrevista, realizada a través del correo electrónico, la autora reflexiona sobre las causas del derrumbe interior de Europa, los límites del progreso sin alma y la necesidad de volver a creer —no solo en Dios, sino también en la verdad, la belleza y la libertad— como pilares de la civilización que aún late bajo las ruinas.
En su libro afirma que Europa se ha “despojado de su identidad espiritual y libertad política”. ¿Qué eventos o procesos concretos cree que han sido decisivos en esa pérdida?
El proceso de descristianización ha sido inherente al incremento del Estado como ente sustitutivo, lo que está en la base de la pérdida de libertad e identidad. Cuanta menos religión, más Estado. Este proceso descivilizatorio tiene varios hitos esenciales, la descristianización, aunque se inicia con el protestantismo, no es hasta la Revolución Francesa donde llega a su apogeo, tal y como explico en el libro. En ese momento Dios fue expulsado de la sociedad, se persiguió a los católicos y erigió al Estado como el nuevo dios gobernado por hombres que se creen dioses. Esa base liberal de la descristianización de Europa desarrolló posteriormente en el siglo XX el socialismo, un derivado lácteo del liberalismo. Otro hito importante fue la caída del muro de Berlín, que consolidó la sacralización de procesos políticos como la democracia por encima de las virtudes que sustentan una sociedad fuerte como el bien común y reducir el sentido de la vida a un bien de consumo. Al perder todo eso y consolidarnos como sociedad nihilista, la inmigración masiva ha entrado como un cuchillo en la mantequilla. Nosotros vivimos el final de la época que se inició entonces, vivimos en las consecuencias del proceso revolucionario que ha llevado a la quiebra a la civilización cristiana y a perder el sentido de lo divino y por tanto de lo humano.
¿Cómo define la “guerra espiritual” que menciona, y en qué se diferencia de lo que normalmente llamamos “guerra cultural”?
La batalla cultural responde a una terminología marxista que encuadra el conflicto político cultural en las ideologías, es decir, en la superficie. De este modo hay una apariencia de pluralidad que al no denunciar la raíz del problema permite que la destrucción de fondo continúe progresando. La guerra espiritual que denuncio en mi libro hace referencia al verdadero combate, a la cuestión de fondo, sin la cual no puede entenderse nada de lo que sucede ni plantear soluciones. Sin ser conscientes de quién es el enemigo, cuál es la amenaza, no es posible salvar nada. Detrás de toda decisión política hay una motivación teológica, aunque no se sea consciente, que está por encima de toda ideología y que gira en torno a la verdad, la justicia y el bien común. Mientras sigamos encerrados en etiquetas de ideologías no seremos capaces de recuperar una convivencia próspera, libre y pacífica.
Menciona el globalismo decrecentista y la islamización de Europa como causas del desarraigo social. ¿Podría explicar cómo ve la relación entre estas dos dinámicas y cómo actúan conjuntamente?
No sólo están estrechamente relacionados el globalismo decrecentista con la islamización, sino que ésta es un arma del globalismo que arroja contra nosotros como explico en mi libro. Sin el triunfo de las sociedades abiertas dirigidas por el globalismo nunca se hubiese producido la islamización. La inmigración masiva que padecemos no es un fenómeno espontáneo y natural, sino planificado desde el poder para terminar de destruir todo rastro de identidad. Si no podemos reconocer nada como propio a nuestro alrededor no podremos tener nada que defender. El que no tiene nada que amar no tiene nada por lo que luchar. Somos los perfectos siervos manejables que subsisten en un mundo hostil que nos lleva a encerrarnos en la soledad de producir para consumir. Primero esa élite liberal creó la sociedad nihilista de la que hablaba antes. Todo es fluido, no hay vínculos, ni convicciones fuertes. Esa sociedad absurda abre la puerta a la islamización traída desde el poder que beneficia a quien se lucre del tráfico de seres humanos y a una clase económica que busca bajos salarios.
Habla de un sistema tecnocrático bajo una “dictadura emocional”. ¿Cómo definiría este nuevo poder tecnocrático y en qué consiste esa dictadura emocional?
La tecnocracia no es lo que popularmente se conoce en España como que en el Gobierno haya gente formada y no indocumentados con carnet de partido. La tecnocracia de forma inherente es una dictadura, pues tal y como estableció Fukuyama en El fin de la Historia parte de la base que todos se someten a una única forma de ver el mundo por lo que el poder se ocupará de las cosas técnicas. En la actualidad, la Unión Europea se presenta de esta forma, técnicos sometidos a la tecnología. Con sus distintas regulaciones en nombre de la ciencia, los ciudadanos nos sometemos a decisiones que no hemos refrendado con nuestro voto y que al suponer un avance tecnológico no pueden ser cuestionadas, como por ejemplo la sumisión al euro digital.
Esa dictadura tecnocrática a través de la tecnología tendrá más poder que cualquier forma de gobierno anterior de la historia. La población, para no rebelarse ante esta dictadura tecnocrática, necesita asumir como nuevo código de valores una dictadura emocional, como hemos visto con la ideología woke. Un poder incuestionable y un pueblo que no decide controlado por las emociones y los nuevos valores implantados desde el poder.
¿Qué pasos prácticos propone para recuperar la verdad y las raíces cristianas de Europa? ¿A qué nivel (institucional, educativo, social, político) cree que deben darse primero?
El primero ha de ser personal. La guerra espiritual está en cada uno de nosotros y ha de tener un reflejo en nuestra acción conjunta pública. Durante demasiado tiempo las personas han abandonado toda iniciativa, acción y pensamiento en cualquier institución en esa asunción del Estado como su dios. Empecemos por recuperar las verdaderas virtudes cristianas como menciono en mi libro, como por ejemplo el coraje a decir la verdad, en contraposición a la tolerancia, palabra vacía que sirve como manto de la cobardía que implica la indiferencia entre el bien y el mal. Recuperemos el coraje de decir la verdad y volvamos a levantar la Cruz, se crea o no en Dios, porque nuestra civilización se construyó sobre ella y por ella.
Licenciada en Derecho por la Universidad Complutense y técnica de Auditoría del Estado, Irene González Fernández ha hecho de la lucidez y el sentido común una contundente forma de resistencia. En tiempos en los que Occidente se repliega sobre su cansancio moral y su desconcierto ideológico, González levanta la voz desde las páginas de Salvar Europa (Ciudadela Libros, 2025), un ensayo, ya en su tercera edición, que ha irrumpido con intensidad en el debate público como una llamada a la conciencia civilizatoria.
Columnista habitual en Vozpópuli, Irene González defiende que la crisis de Occidente no es política ni económica, sino espiritual. “No se puede salvar Europa sin rescatar a Dios”, dijo recientemente ante un auditorio de jóvenes en el CEU-CEFAS, resumiendo en una única frase el eje central de su pensamiento. Con una prosa clara y combativa, advierte sobre los peligros del globalismo, la tecnocracia y la sustitución cultural, y reclama una “reconquista moral” de los europeos frente a la indiferencia y el miedo.
En esta entrevista, realizada a través del correo electrónico, la autora reflexiona sobre las causas del derrumbe interior de Europa, los límites del progreso sin alma y la necesidad de volver a creer —no solo en Dios, sino también en la verdad, la belleza y la libertad— como pilares de la civilización que aún late bajo las ruinas.
En su libro afirma que Europa se ha “despojado de su identidad espiritual y libertad política”. ¿Qué eventos o procesos concretos cree que han sido decisivos en esa pérdida?
El proceso de descristianización ha sido inherente al incremento del Estado como ente sustitutivo, lo que está en la base de la pérdida de libertad e identidad. Cuanta menos religión, más Estado. Este proceso descivilizatorio tiene varios hitos esenciales, la descristianización, aunque se inicia con el protestantismo, no es hasta la Revolución Francesa donde llega a su apogeo, tal y como explico en el libro. En ese momento Dios fue expulsado de la sociedad, se persiguió a los católicos y erigió al Estado como el nuevo dios gobernado por hombres que se creen dioses. Esa base liberal de la descristianización de Europa desarrolló posteriormente en el siglo XX el socialismo, un derivado lácteo del liberalismo. Otro hito importante fue la caída del muro de Berlín, que consolidó la sacralización de procesos políticos como la democracia por encima de las virtudes que sustentan una sociedad fuerte como el bien común y reducir el sentido de la vida a un bien de consumo. Al perder todo eso y consolidarnos como sociedad nihilista, la inmigración masiva ha entrado como un cuchillo en la mantequilla. Nosotros vivimos el final de la época que se inició entonces, vivimos en las consecuencias del proceso revolucionario que ha llevado a la quiebra a la civilización cristiana y a perder el sentido de lo divino y por tanto de lo humano.
¿Cómo define la “guerra espiritual” que menciona, y en qué se diferencia de lo que normalmente llamamos “guerra cultural”?
La batalla cultural responde a una terminología marxista que encuadra el conflicto político cultural en las ideologías, es decir, en la superficie. De este modo hay una apariencia de pluralidad que al no denunciar la raíz del problema permite que la destrucción de fondo continúe progresando. La guerra espiritual que denuncio en mi libro hace referencia al verdadero combate, a la cuestión de fondo, sin la cual no puede entenderse nada de lo que sucede ni plantear soluciones. Sin ser conscientes de quién es el enemigo, cuál es la amenaza, no es posible salvar nada. Detrás de toda decisión política hay una motivación teológica, aunque no se sea consciente, que está por encima de toda ideología y que gira en torno a la verdad, la justicia y el bien común. Mientras sigamos encerrados en etiquetas de ideologías no seremos capaces de recuperar una convivencia próspera, libre y pacífica.
Menciona el globalismo decrecentista y la islamización de Europa como causas del desarraigo social. ¿Podría explicar cómo ve la relación entre estas dos dinámicas y cómo actúan conjuntamente?
No sólo están estrechamente relacionados el globalismo decrecentista con la islamización, sino que ésta es un arma del globalismo que arroja contra nosotros como explico en mi libro. Sin el triunfo de las sociedades abiertas dirigidas por el globalismo nunca se hubiese producido la islamización. La inmigración masiva que padecemos no es un fenómeno espontáneo y natural, sino planificado desde el poder para terminar de destruir todo rastro de identidad. Si no podemos reconocer nada como propio a nuestro alrededor no podremos tener nada que defender. El que no tiene nada que amar no tiene nada por lo que luchar. Somos los perfectos siervos manejables que subsisten en un mundo hostil que nos lleva a encerrarnos en la soledad de producir para consumir. Primero esa élite liberal creó la sociedad nihilista de la que hablaba antes. Todo es fluido, no hay vínculos, ni convicciones fuertes. Esa sociedad absurda abre la puerta a la islamización traída desde el poder que beneficia a quien se lucre del tráfico de seres humanos y a una clase económica que busca bajos salarios.
Habla de un sistema tecnocrático bajo una “dictadura emocional”. ¿Cómo definiría este nuevo poder tecnocrático y en qué consiste esa dictadura emocional?
La tecnocracia no es lo que popularmente se conoce en España como que en el Gobierno haya gente formada y no indocumentados con carnet de partido. La tecnocracia de forma inherente es una dictadura, pues tal y como estableció Fukuyama en El fin de la Historia parte de la base que todos se someten a una única forma de ver el mundo por lo que el poder se ocupará de las cosas técnicas. En la actualidad, la Unión Europea se presenta de esta forma, técnicos sometidos a la tecnología. Con sus distintas regulaciones en nombre de la ciencia, los ciudadanos nos sometemos a decisiones que no hemos refrendado con nuestro voto y que al suponer un avance tecnológico no pueden ser cuestionadas, como por ejemplo la sumisión al euro digital.
Esa dictadura tecnocrática a través de la tecnología tendrá más poder que cualquier forma de gobierno anterior de la historia. La población, para no rebelarse ante esta dictadura tecnocrática, necesita asumir como nuevo código de valores una dictadura emocional, como hemos visto con la ideología woke. Un poder incuestionable y un pueblo que no decide controlado por las emociones y los nuevos valores implantados desde el poder.
¿Qué pasos prácticos propone para recuperar la verdad y las raíces cristianas de Europa? ¿A qué nivel (institucional, educativo, social, político) cree que deben darse primero?
El primero ha de ser personal. La guerra espiritual está en cada uno de nosotros y ha de tener un reflejo en nuestra acción conjunta pública. Durante demasiado tiempo las personas han abandonado toda iniciativa, acción y pensamiento en cualquier institución en esa asunción del Estado como su dios. Empecemos por recuperar las verdaderas virtudes cristianas como menciono en mi libro, como por ejemplo el coraje a decir la verdad, en contraposición a la tolerancia, palabra vacía que sirve como manto de la cobardía que implica la indiferencia entre el bien y el mal. Recuperemos el coraje de decir la verdad y volvamos a levantar la Cruz, se crea o no en Dios, porque nuestra civilización se construyó sobre ella y por ella.











