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Sábado, 08 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:
Autor de “Tatuarse el alma”, un libro que busca el alma perdida de Occidente

Raúl González Zorrilla: “Hay espacio para la resistencia. Y donde hay resistencia, hay esperanza”

[Img #29174]Raúl González Zorrilla, director de La Tribuna del País Vasco, es periodista, editor y analista cultural. Durante más de cuatro décadas ha colaborado con algunos de los medios más prestigiosos del ámbito hispano, aportando siempre una mirada incisiva, rigurosa y comprometida con los valores de la civilización occidental. Como editor, dirige diversos proyectos periodísticos, revistas culturales y medios digitales que en todo momento han apostado por el pensamiento crítico, el ensayo profundo y el análisis contracorriente.

 

A lo largo de una carrera profesional de casi cuarenta años, González Zorrilla ha abordado cuestiones como el auge de los totalitarismos blandos, la crisis cultural de Europa, la transformación totalitaria de las democracias liberales y la amenaza global de la radicalización islamoizquierdista. Con un estilo firme y elegante, ha sabido combinar la reflexión filosófica con el pulso de la actualidad.

 

En su nuevo libro, Tatuarse el alma. Apuntes sobre cómo el globalsocialismo ha destruido a Occidente (Ediciones La Tribuna), el autor traza un mapa minucioso, crítico y apasionado de los procesos sociales, políticos, culturales y espirituales que, a su juicio, están conduciendo a Europa y al mundo occidental hacia una lenta y peligrosa autodestrucción. El libro, compuesto por casi medio centenar de ensayos, combina el análisis riguroso con la prosa combativa. Y lo hace sin concesiones.

 

González Zorrilla es también de autor de los ensayos Terrorismo y Posmodernidad, El shock de Occidente o No deben tener miedo de mí. En el terreno de la ficción ha firmado las obras Qué haces después del caos y El poder del caos.

 

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El título del libro es provocador: Tatuarse el alma. ¿Qué quiere expresar con él?

El título es una metáfora. Vivimos en una época en la que los cuerpos se tatúan con una intensidad nunca vista. Pero más allá de lo estético, eso refleja un fenómeno más profundo: el deseo de dejar una huella en un mundo líquido, de marcar una identidad en un tiempo sin certezas. Al final, estamos tatuando el alma con dolor, vacío, culpa y desarraigo. Occidente se está autolesionando físicamente, espiritualmente, culturalmente, moralmente. El libro quiere ser un retrato de esa herida.

 

Usted utiliza el término “globalsocialismo” como hilo conductor de sus análisis. ¿Podría concretar a qué se refiere exactamente con esta palabra?

 

Con "globalsocialismo" me refiero a una ideología totalitaria de nuevo cuño que combina elementos de socialismo burocrático, globalismo tecnocrático y autoritarismo cultural. Es una amalgama promovida por élites transnacionales —económicas, políticas y mediáticas— que detestan la nación, la tradición, la familia y la libertad. No se trata del viejo socialismo de lucha obrera, sino de una sofisticada ingeniería social que impone dogmas posmodernos, restringe la libertad de expresión, cancela al disidente y controla al ciudadano desde múltiples frentes: educación, sanidad, tecnología, leyes, cultura. Es el nuevo rostro del poder. Y no tiene rostro humano.


¿Por qué escribir un ensayo así, tan crítico con la civilización occidental contemporánea?

Porque amo profundamente a Occidente. Y cuando uno ama, no calla. Estamos presenciando la demolición de los fundamentos que hicieron grande a esta civilización: la libertad, la verdad, la belleza, el derecho natural, la familia, el individuo, el esfuerzo. No se trata de nostalgia, sino de lucidez. Este libro no es una queja, es una advertencia y también un llamamiento.

 

¿Cuál es el papel del globalsocialismo en esta demolición?
 

El globalsocialismo es la ideología hegemónica de nuestras élites políticas, económicas y culturales. Su narrativa mezcla progresismo moral, autoritarismo burocrático, ingeniería social, extorsión fiscal y una sospechosa alianza con determinados intereses financieros y tecnológicos. En nombre de causas justas —como la ecología, los derechos de las minorías o la inclusión— se impone una visión totalitaria, que desprecia las raíces, borra la historia y asfixia la libertad. Es una nueva y falaz religión, sin perdón y con muchos dogmas.

 

En el libro habla del arte, la arquitectura, la música, la educación, la demografía, la droga, la política, el racismo… ¿No es demasiado?
 

Se trata de apuntes escritos casi a vuelapluma. Es un retrato panorámico. El declive de Occidente no está en una sola esquina. Es estructural. Por eso abordo sus múltiples manifestaciones: desde el arte que ha dejado de buscar la belleza, hasta la arquitectura que no dialoga con el alma humana; desde el empobrecimiento de la clase media, hasta el odio creciente hacia Israel, o el empeño en la eliminación del dinero físico. Todo tiene un hilo común: la pérdida de sentido moral.

 

¿Y cuál es el papel del cristianismo en esta caída?
 

Se crea o no en sus fundamentos religiosos, el cristianismo fue el alma de Occidente. Lo estructuró todo: la idea de persona, la dignidad humana, el límite del poder, el perdón, el tiempo lineal, el progreso moral. Al perder su brújula espiritual, Occidente ha sustituido el Dios cristiano por un Estado cada vez más absoluto, la ciencia o la ideología. Pero eso no llena. Por eso proliferan los miedos apocalípticos: cambios climáticos, pandemias, meteoritos, alienígenas, inteligencia artificial. Anhelamos redención, pero ya no sabemos dónde buscarla.

 

¿Cree que hay espacio para el optimismo?
 

No sé si hay espacio para el optimismo, pero sí lo hay para la resistencia. Y donde hay resistencia, hay esperanza. A lo largo del libro propongo caminos para reconstruir: desde lo cultural, lo educativo, lo político y lo espiritual. Es posible reconstruir los pilares de Occidente. Pero hay que querer hacerlo, y eso exige coraje, pensamiento crítico y amor por la verdad.

 

¿Cree que las democracias liberales están ya definitivamente perdidas? ¿Hay lugar para la esperanza?

Las democracias liberales están seriamente heridas. Han sido vaciadas de contenido real: ya no representan al pueblo, sino a minorías ruidosas e ignorantes, agendas ideológicas totalitarias y burocracias supranacionales. Sin embargo, no están muertas. La historia no está escrita. Hay una reacción en marcha: desde padres que recuperan el control sobre la educación de sus hijos hasta intelectuales que rompen el silencio. La esperanza está en la resistencia. Y la resistencia empieza por la palabra, por la verdad, por el pensamiento libre. Este libro quiere ser un pequeño grano de arena en esa batalla cultural.


¿Por qué cree que gran parte de las élites occidentales han adoptado posturas abiertamente autodestructivas?


Porque han perdido sus raíces. La élite occidental ya no cree en Occidente. Se avergüenza de su historia, reniega de su cultura y desprecia su espiritualidad. Esta falta de fe en sí misma las hace vulnerables al nihilismo, a las ideologías woke, a las fantasías autoritarias. Además, muchas de esas élites se han globalizado: ya no responden a sus países, sino a lobbies, organismos internacionales, intereses económicos opacos. Basta ver a un inútil fanático como Pedro Sánchez, permanentemente con una insignia de la totalitaria Agenda 2030 en la misma solapa donde jamás se ha puesto un pin que represente a la nación española. En ese contexto, destruir la tradición se convierte en un negocio… y en una coartada moral para seguir acumulando poder.

 

¿Qué papel juega el arte en este proceso de decadencia? ¿Por qué dedica varios capítulos a la belleza estética?

Porque la belleza es una forma de verdad. La destrucción de la belleza —en el arte, en la arquitectura, en la música— no es solo una anécdota estética: es un síntoma profundo. Cuando una civilización deja de aspirar a la armonía, al orden, a lo sublime… es que ha perdido su norte moral y espiritual. Por eso hoy se celebra lo grotesco, lo deforme, lo vulgar. El arte ya no eleva: adoctrina o deprime. Reivindicar la belleza es, por tanto, un acto de rebelión. Es afirmar que el alma humana aún tiene un lugar.

 

¿Cómo le gustaría que este libro impactara en sus lectores?

Me gustaría que generara una sacudida. No escribo para complacer, sino para despertar. Si alguien termina Tatuarse el alma con más preguntas que respuestas, con una sospecha incómoda, con el deseo de proteger a su familia, a su cultura o a su nación… entonces ha cumplido su propósito. En tiempos de confusión, hay que pensar en voz alta. Y eso es lo que he tratado de hacer: pensar con firmeza y sin miedo. Y apuntarlo todo. Porque Occidente merece ser salvado. Y salvarlo empieza por comprender por qué lo estamos dejando morir.

 

¿Cuál sería su mensaje final para los lectores?


Que no se dejen anestesiar. Que piensen, que pregunten, que lean. Que miren a su alrededor con ojos despiertos. Lo que está en juego no es un modelo político, es una civilización. Y si Occidente desaparece, el vacío que dejará no será amable.

 

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