Como hacer carrera política en los partidos piramidales
La pregunta es simple y más de un lector se la habrá planteado muchas veces: ¿cómo es posible que “fulano de tal”, al que conoce bien desde niño y sabe que carece del carácter, la laboriosidad o la preparación necesaria, y que profesionalmente “no sabe hacer la o con un canuto”, ocupe un puesto tan relevante en un partido político, un ayuntamiento, una diputación, un parlamento, una empresa pública o, incluso, un gobierno?
Parece obvio que quienes le han nombrado podían tener a su disposición otros candidatos mejores y más preparados, pero incomprensiblemente han elegido a una persona que no reúne las condiciones necesarias.
¿Cuál es la causa de que muchos puestos importantes se cubran con personas inadecuadas (algunos auténticos ineptos e ineptas) y de que esto suceda repetidamente en muchos lugares y en muchas organizaciones políticas?
Es algo que lleva tiempo repitiéndose, con las consecuencias previsibles: decisiones políticas absurdas, leyes mal hechas y derroche de medios económicos para temas absurdos o mera propaganda personal del político o política de turno.
La razón para mí es el “principio de selección negativa”. Para entender dónde se origina hay que reflexionar sobre las causas del éxito humano como especie social organizada. Los problemas suelen tener raíces profundas.
Hace muchas décadas se pensaba, siguiendo a Darwin, que uno de los principios que había permitido el éxito de la humanidad era la lucha sin cuartel de los individuos por su supervivencia y por lograr el liderazgo de los grupos en los que vivían. Se creía en la imposición y mando de los más fuertes sobre los más débiles en las estructuras asociativas humanas reportaba ventajas, como una dirección clara y poderosa.
Sin embargo, hoy sabemos que el éxito de la supervivencia humana en un ambiente hostil parece haber surgido más bien de otra fuente: la capacidad de cooperar. La cooperación es una de las fuerzas motrices que nos permite perdurar, no estancarnos e ir mejorando poco a poco la situación de los grupos humanos y la calidad de vida de los individuos. La cooperación en la toma de decisiones permite una dirección más eficaz que el liderazgo único de un individuo.
¿Cuál es el modelo que impera hoy en muchos de nuestros partidos políticos? Por desgracia y contra toda lógica el primero: El cesarismo: el mando del líder todopoderoso y su equipo directivo de confianza, frente a los cuales los militantes individuales no son nada y solo se espera de ellos sumisa adoración y acatamiento.
Veamos como hemos llegado a esto. A nivel individual, los miembros de cualquier grupo humano pueden dividirse, grosso modo, en dos tipos: altruistas (o cooperadores dispuestos) y egoístas (o que solo cooperan cuando les conviene).
Por ello existirán diferentes tipos de cooperación y sus consecuencias serán diferentes. Para visualizarlas, imaginemos una estructura de cooperación política simple donde los participantes, movidos por una inquietud común, se organizan como asamblea, debaten ideas, aprueban normas y eligen a la dirección. Son estructuras generalmente conectadas con otras similares de ámbito superior en una especie de pirámide.
Suponga el lector que es uno de los participantes altruistas en la asamblea y, además de escuchar los debates y votar, tiene la costumbre de opinar y, cuando la dirección o el líder proponen algo, dar su criterio, discrepar abiertamente e incluso presentar propuestas alternativas.
En tal caso, su carrera en la organización está en serio riesgo, pues no hay nada que guste menos a los líderes y direcciones de la mayoria de las organizaciones políticas que un discrepante. No importa que usted conozca el tema mejor que ellos, tenga sólidos argumentos o incluso sea brillante. Acaba de entrar usted en la lista de los que no acatan disciplinadamente las propuestas. Desde ese momento, no es usted “de confianza”.
El lector podrá argumentar que otros participantes de la asamblea podrán compartir su opinión y discrepar también. Cierto, pero serán muy pocos los que le secunden. Recordemos que en las estructuras de cooperación hay individuos altruistas e individuos egoístas. Éstos últimos saben por instinto que toda discrepancia frente a los dirigentes merma sus posibilidades de promoción, así que, aunque estuvieran de acuerdo con vd., permanecerán callados o incluso se opondrán a lo que usted diga para ganar puntos ante la dirección. Priorizarán su futura promoción.
En cuanto a los altruistas, por desgracia muchos de ellos pecarán de buenismo (la peor enfermedad social de nuestra época, pues ciega la razón), al confundir la defensa de la organización con la aceptación acrítica de las propuestas del líder o de la dirección (siempre con la cantinela de mantener la “unidad”, de evitar “divisiones” y de actuar “con responsabilidad”).
Por ello, la mayoría propugnarán la necesidad de aceptar las iniciativas de quienes “han sido elegidos” para la dirección, como si los órganos de consulta y las asambleas solo existieran para ratificar sus propuestas.
Solo unos pocos altruistas, (posiblemente contados con los dedos de una mano), tendrán el juicio independiente suficiente para apoyarle si están de acuerdo con su opinión. Y desde entonces serán también incluidos en la “lista negra” y apartados en lo posible de la vida interna del partido.
Ahora imagine el lector un proceso así de selección actuando repetidamente a lo largo de los años para los puestos de responsabilidad interna y en la designación de representantes en instituciones, administraciones y gobiernos. Un auténtico cribado de discrepantes y una incubadora de sumisos que serán premiados por su “fidelidad” (y silencio acrítico).
¿Qué representantes encontraremos dejando actuar el principio de selección negativa el tiempo suficiente en casi todas las organizaciones políticas? Pues los que tenemos en general: francamente deplorables. Aunque siempre habrá algunas excepciones, los milagros existen y a veces gente preparada, sensata e independiente llega a puestos adecuados y de responsabilidad por pura casualidad.
Sobre todo hallaremos gentes huecas capaces de defender que la Tierra es plana si el líder lo dice y al partido le conviene, y gentes altruistas del tipo buenista, que con el argumento de evitar discrepancias tragan con todo. Ni unos ni otros suelen ser nunca gente muy preparada y su gestión política suele estar llena de errores y fuegos artificiales.
¿Entiende ahora el lector por qué su conocido “fulano de tal”, que era el más tonto de su clase y un inútil y vago, ha podido promocionarse en el partido y llegar al puesto que tiene (concejal, alcalde, diputado, senador, alto cargo e incluso ministro)?
Es evidente que por ser poseedor de las dos cualidades más importantes para los dirigentes de muchos partidos: obediencia ciega y grandes tragaderas. En esto consiste el proceso de selección negativa en nuestra vida política: en elegir para los cargos no a los más preparados, sino a la más fieles.
Moraleja: si tiene usted deseos de hacer carrera en una organización política con liderazgo fuerte, faraónico, recuerde no levantar nunca la mano en una asamblea, salvo para votar a favor de lo que propongan el bienamado líder y sus mariachis.
Recuerde: en los partidos piramidales el líder siempre tiene la razón.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
La pregunta es simple y más de un lector se la habrá planteado muchas veces: ¿cómo es posible que “fulano de tal”, al que conoce bien desde niño y sabe que carece del carácter, la laboriosidad o la preparación necesaria, y que profesionalmente “no sabe hacer la o con un canuto”, ocupe un puesto tan relevante en un partido político, un ayuntamiento, una diputación, un parlamento, una empresa pública o, incluso, un gobierno?
Parece obvio que quienes le han nombrado podían tener a su disposición otros candidatos mejores y más preparados, pero incomprensiblemente han elegido a una persona que no reúne las condiciones necesarias.
¿Cuál es la causa de que muchos puestos importantes se cubran con personas inadecuadas (algunos auténticos ineptos e ineptas) y de que esto suceda repetidamente en muchos lugares y en muchas organizaciones políticas?
Es algo que lleva tiempo repitiéndose, con las consecuencias previsibles: decisiones políticas absurdas, leyes mal hechas y derroche de medios económicos para temas absurdos o mera propaganda personal del político o política de turno.
La razón para mí es el “principio de selección negativa”. Para entender dónde se origina hay que reflexionar sobre las causas del éxito humano como especie social organizada. Los problemas suelen tener raíces profundas.
Hace muchas décadas se pensaba, siguiendo a Darwin, que uno de los principios que había permitido el éxito de la humanidad era la lucha sin cuartel de los individuos por su supervivencia y por lograr el liderazgo de los grupos en los que vivían. Se creía en la imposición y mando de los más fuertes sobre los más débiles en las estructuras asociativas humanas reportaba ventajas, como una dirección clara y poderosa.
Sin embargo, hoy sabemos que el éxito de la supervivencia humana en un ambiente hostil parece haber surgido más bien de otra fuente: la capacidad de cooperar. La cooperación es una de las fuerzas motrices que nos permite perdurar, no estancarnos e ir mejorando poco a poco la situación de los grupos humanos y la calidad de vida de los individuos. La cooperación en la toma de decisiones permite una dirección más eficaz que el liderazgo único de un individuo.
¿Cuál es el modelo que impera hoy en muchos de nuestros partidos políticos? Por desgracia y contra toda lógica el primero: El cesarismo: el mando del líder todopoderoso y su equipo directivo de confianza, frente a los cuales los militantes individuales no son nada y solo se espera de ellos sumisa adoración y acatamiento.
Veamos como hemos llegado a esto. A nivel individual, los miembros de cualquier grupo humano pueden dividirse, grosso modo, en dos tipos: altruistas (o cooperadores dispuestos) y egoístas (o que solo cooperan cuando les conviene).
Por ello existirán diferentes tipos de cooperación y sus consecuencias serán diferentes. Para visualizarlas, imaginemos una estructura de cooperación política simple donde los participantes, movidos por una inquietud común, se organizan como asamblea, debaten ideas, aprueban normas y eligen a la dirección. Son estructuras generalmente conectadas con otras similares de ámbito superior en una especie de pirámide.
Suponga el lector que es uno de los participantes altruistas en la asamblea y, además de escuchar los debates y votar, tiene la costumbre de opinar y, cuando la dirección o el líder proponen algo, dar su criterio, discrepar abiertamente e incluso presentar propuestas alternativas.
En tal caso, su carrera en la organización está en serio riesgo, pues no hay nada que guste menos a los líderes y direcciones de la mayoria de las organizaciones políticas que un discrepante. No importa que usted conozca el tema mejor que ellos, tenga sólidos argumentos o incluso sea brillante. Acaba de entrar usted en la lista de los que no acatan disciplinadamente las propuestas. Desde ese momento, no es usted “de confianza”.
El lector podrá argumentar que otros participantes de la asamblea podrán compartir su opinión y discrepar también. Cierto, pero serán muy pocos los que le secunden. Recordemos que en las estructuras de cooperación hay individuos altruistas e individuos egoístas. Éstos últimos saben por instinto que toda discrepancia frente a los dirigentes merma sus posibilidades de promoción, así que, aunque estuvieran de acuerdo con vd., permanecerán callados o incluso se opondrán a lo que usted diga para ganar puntos ante la dirección. Priorizarán su futura promoción.
En cuanto a los altruistas, por desgracia muchos de ellos pecarán de buenismo (la peor enfermedad social de nuestra época, pues ciega la razón), al confundir la defensa de la organización con la aceptación acrítica de las propuestas del líder o de la dirección (siempre con la cantinela de mantener la “unidad”, de evitar “divisiones” y de actuar “con responsabilidad”).
Por ello, la mayoría propugnarán la necesidad de aceptar las iniciativas de quienes “han sido elegidos” para la dirección, como si los órganos de consulta y las asambleas solo existieran para ratificar sus propuestas.
Solo unos pocos altruistas, (posiblemente contados con los dedos de una mano), tendrán el juicio independiente suficiente para apoyarle si están de acuerdo con su opinión. Y desde entonces serán también incluidos en la “lista negra” y apartados en lo posible de la vida interna del partido.
Ahora imagine el lector un proceso así de selección actuando repetidamente a lo largo de los años para los puestos de responsabilidad interna y en la designación de representantes en instituciones, administraciones y gobiernos. Un auténtico cribado de discrepantes y una incubadora de sumisos que serán premiados por su “fidelidad” (y silencio acrítico).
¿Qué representantes encontraremos dejando actuar el principio de selección negativa el tiempo suficiente en casi todas las organizaciones políticas? Pues los que tenemos en general: francamente deplorables. Aunque siempre habrá algunas excepciones, los milagros existen y a veces gente preparada, sensata e independiente llega a puestos adecuados y de responsabilidad por pura casualidad.
Sobre todo hallaremos gentes huecas capaces de defender que la Tierra es plana si el líder lo dice y al partido le conviene, y gentes altruistas del tipo buenista, que con el argumento de evitar discrepancias tragan con todo. Ni unos ni otros suelen ser nunca gente muy preparada y su gestión política suele estar llena de errores y fuegos artificiales.
¿Entiende ahora el lector por qué su conocido “fulano de tal”, que era el más tonto de su clase y un inútil y vago, ha podido promocionarse en el partido y llegar al puesto que tiene (concejal, alcalde, diputado, senador, alto cargo e incluso ministro)?
Es evidente que por ser poseedor de las dos cualidades más importantes para los dirigentes de muchos partidos: obediencia ciega y grandes tragaderas. En esto consiste el proceso de selección negativa en nuestra vida política: en elegir para los cargos no a los más preparados, sino a la más fieles.
Moraleja: si tiene usted deseos de hacer carrera en una organización política con liderazgo fuerte, faraónico, recuerde no levantar nunca la mano en una asamblea, salvo para votar a favor de lo que propongan el bienamado líder y sus mariachis.
Recuerde: en los partidos piramidales el líder siempre tiene la razón.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019











