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Lunes, 10 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:
Guardia Civil

34 años después: la ciencia desvela la identidad de la mujer del "Crimen de Reyes"

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El ADN ha cumplido hoy lo que la justicia logró a medias en 1991: devolver su nombre a la joven asesinada en la madrugada del día de Reyes de 1991 en Asturias


Durante más de tres décadas, fue solo un retrato robot publicado en los periódicos. Un rostro fantasmal de trazos imprecisos que miraba desde las páginas amarillentas sin nombre, sin historia, sin nadie que la reclamara. Pero detrás de ese dibujo yacía una tragedia con múltiples capas: una joven de 24 años apuñalada en la fría noche del 6 de enero de 1991, enterrada en cal viva en Barros, y una madre que no denunciaría su desaparición hasta cinco años después, mientras criaba en silencio a su nieta.

 

Ahora, la Guardia Civil ha cerrado el círculo. Las nuevas técnicas de análisis genético han logrado lo imposible: identificar a aquella mujer cuyo cuerpo deteriorado desafió todos los esfuerzos forenses de mediados de los noventa.

 

El "Crimen de Reyes" tuvo asesino confeso, sentencia judicial y hasta sepultura. Pero durante 34 años careció de algo fundamental: una identidad para la víctima. El caso saltó a los medios cuando, tras una discusión doméstica, la pareja del homicida confesó a la Policía Nacional de Langreo el macabro secreto que guardaban.

 

El relato del detenido fue escalofriante: había recogido a una joven que hacía autostop en Oviedo. Según su versión, ella intentó robarle. Hubo forcejeo, cuchilladas, sangre en el maletero. Condujo hasta Barros, donde su pareja comprobó que la chica había muerto desangrada. Aterrorizados, la sepultaron bajo toneladas de cal viva.

 

Los restos permanecieron ocultos hasta octubre de 1995. Para entonces, el estado del cuerpo hacía imposible cualquier identificación convencional. Solo quedó un retrato robot que se publicó esperando el milagro de un reconocimiento. Nadie acudió.

 

Pero alguien sí la buscaba. O al menos, guardaba su ausencia como un peso insoportable. Un mes antes del hallazgo del cadáver, en octubre de 1995, una mujer entró en dependencias policiales con una denuncia desgarradora: su hija había desaparecido en 1990. Llevaba cinco años cuidando de su nieta, cinco años sin saber nada de ella.

 

¿Por qué tardó tanto en denunciar? El documento oficial no lo explica, pero deja entrever una historia de silencios, quizás de esperanzas rotas, de una abuela que asumió el cuidado de una niña mientras la madre se desvanecía en el misterio.

 

Las primeras investigaciones no arrojaron luz. El caso quedó archivado en los registros de personas desaparecidas, esos limbos administrativos donde los fantasmas esperan ser llamados por su nombre.

 

El punto de inflexión llegó en mayo de 2024. En una de esas revisiones rutinarias de casos antiguos, los agentes de la Guardia Civil contactaron con la familia para tomar muestras de ADN. La abuela ya había fallecido, pero su nieta —aquella bebé de 1990, ahora una mujer adulta— ofreció su material genético.

 

Paralelamente, los investigadores realizaron un ejercicio detectivesco a la vieja usanza: bucear en hemerotecas. Encontraron la noticia del "Crimen de Reyes". Cotejaron el retrato robot con fotografías familiares. Las similitudes eran inquietantes.

 

Gracias a la colaboración de la Policía Nacional, localizaron algo crucial: los restos óseos de 1995, conservados en el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses de Madrid. Las técnicas de ADN de entonces —rudimentarias comparadas con las actuales— no habían bastado. Era necesario un nuevo análisis.

 

El veredicto científico fue definitivo: aquellos huesos pertenecían a la joven desaparecida.

 

Tras 34 años, la Guardia Civil pudo hacer lo que parecía imposible: poner nombre y apellidos a la víctima del homicidio. Y, lo más importante, comunicar a su familia el paradero final de quien llevaban décadas buscando.

 

Es un triunfo agridulce de la ciencia forense moderna. El avance tecnológico ha permitido que una hija, una madre, una mujer de 24 años que hizo autostop en Oviedo una noche de Reyes de 1991, recupere su identidad. Pero también subraya una verdad incómoda: cuántos casos sin resolver aguardan en los archivos, cuántos nombres esperan ser pronunciados de nuevo.

 

En algún lugar de Asturias, una familia tiene ahora certezas donde solo hubo vacío. Y una joven que fue reducida a un retrato robot y un expediente policial ha recobrado, al fin, su lugar en la memoria.

 

La Guardia Civil destaca que este caso demuestra la importancia de la coordinación policial, las bases de datos actualizadas y las nuevas tecnologías forenses en la resolución de crímenes que parecían irresolubles.

 

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