¿El último franciscano?
El Círculo Vitoriano homenajea a Satunino Ruiz de Loizaga, el franciscano del Archivo del Vaticano y estudioso con múltiples libros e investigaciones del patrimonio epigráfico y documental del occidente de Álava.
Destaca entre los múltiples artículos científicos y estudios medievales el análisis de los cartularios de Valpuesta y Bujedo, que dan el reflejo del nacimiento de la lengua en la que escribo este artículo. Pese a los insistentes empeños de hacer del territorio riojano el origen del castellano, Ruiz de Loizaga demuestra que no fue en el siglo XI el testigo de las primeras palabras escritas sino en un lugar a caballo entre Álava y Burgos situado en la antigua Colegiata de Valpuesta, en dos siglos antes (el IX). Sus investigaciones son inapelables. Salvo los políticos, unos interesados en alejar el punto de influencia del idioma universal hablado por casi 600 millones de personas en el mundo, y en crecimiento imparable, y otros por intereses localistas, se empeñan en situar ese hallazgo en la provincia hermana al sur de Álava. Incluso si se busca en Google el emplazamiento del origen de la lengua española por antonomasia es el lugar del pequeño pueblo burgalés. Y su zona de influencia se sitúa en el Valle de Valdegovía, pese a la insistencia de colonizar la zona con un euskera importado que nunca se ha hablado allí. El mismo corrector de Google me cambia a “Valdegoba”. ¿De dónde sacan ese término que no tiene fuentes epigráficas para escribirlo en euskera?
Pero vayamos a la figura del franciscano Ruiz de Loizaga.
No me gusta el título de “El último franciscano” que han puesto al acto. Sería más riguroso decir “El último, por ahora”. Los franciscanos no desaparecen por mucho que las vocaciones hayan caído. Seguro que se reactivarán, porque su legado permanece. Por ejemplo, yo escribo en mi último libro Y Dios iluminó el camino la gran gesta catecúmena de los doce franciscanos que el emperador Carlos I envió a Nueva España, hoy México, a demanda de Hernán Cortés.
En media centuria prácticamente todo el universo indígena estaba bautizado, sin forzamientos ni abusos; salvo los de los interesados encomenderos (no todos ni mucho menos) que pretendían sacar provecho de sus privilegios.
Los franciscanos no se extinguen. Han sido suficientemente decisivos en la historia de la Hispanidad como para sobrevivir en nuestra memoria por muy débil que sea en estos momentos.
Es un simple episodio que puede revertir y volver a configurar un escenario fértil de vocaciones y de nuevas misiones que hagan renacer a la Iglesia, y eso a pesar de que los pastores, muchas veces, no nos producen demasiados entusiasmos.
Buena idea la de homenajear a Saturnino. No tan buena la de calificar su marcha a Bilbao como la desaparición en Álava del “último” franciscano. Entre otras cosas porque Saturnino ama a su tierra alavesa, es un referente para nosotros los alaveses de bien, y el recuerdo que nos deja es imperecedero. Seguro que le volvemos a ver por esas tierras de Valdegovía y por las calles de Vitoria pronto, y si no, iremos a visitarle. No podemos permitirnos la separación.
El Círculo Vitoriano homenajea a Satunino Ruiz de Loizaga, el franciscano del Archivo del Vaticano y estudioso con múltiples libros e investigaciones del patrimonio epigráfico y documental del occidente de Álava.
Destaca entre los múltiples artículos científicos y estudios medievales el análisis de los cartularios de Valpuesta y Bujedo, que dan el reflejo del nacimiento de la lengua en la que escribo este artículo. Pese a los insistentes empeños de hacer del territorio riojano el origen del castellano, Ruiz de Loizaga demuestra que no fue en el siglo XI el testigo de las primeras palabras escritas sino en un lugar a caballo entre Álava y Burgos situado en la antigua Colegiata de Valpuesta, en dos siglos antes (el IX). Sus investigaciones son inapelables. Salvo los políticos, unos interesados en alejar el punto de influencia del idioma universal hablado por casi 600 millones de personas en el mundo, y en crecimiento imparable, y otros por intereses localistas, se empeñan en situar ese hallazgo en la provincia hermana al sur de Álava. Incluso si se busca en Google el emplazamiento del origen de la lengua española por antonomasia es el lugar del pequeño pueblo burgalés. Y su zona de influencia se sitúa en el Valle de Valdegovía, pese a la insistencia de colonizar la zona con un euskera importado que nunca se ha hablado allí. El mismo corrector de Google me cambia a “Valdegoba”. ¿De dónde sacan ese término que no tiene fuentes epigráficas para escribirlo en euskera?
Pero vayamos a la figura del franciscano Ruiz de Loizaga.
No me gusta el título de “El último franciscano” que han puesto al acto. Sería más riguroso decir “El último, por ahora”. Los franciscanos no desaparecen por mucho que las vocaciones hayan caído. Seguro que se reactivarán, porque su legado permanece. Por ejemplo, yo escribo en mi último libro Y Dios iluminó el camino la gran gesta catecúmena de los doce franciscanos que el emperador Carlos I envió a Nueva España, hoy México, a demanda de Hernán Cortés.
En media centuria prácticamente todo el universo indígena estaba bautizado, sin forzamientos ni abusos; salvo los de los interesados encomenderos (no todos ni mucho menos) que pretendían sacar provecho de sus privilegios.
Los franciscanos no se extinguen. Han sido suficientemente decisivos en la historia de la Hispanidad como para sobrevivir en nuestra memoria por muy débil que sea en estos momentos.
Es un simple episodio que puede revertir y volver a configurar un escenario fértil de vocaciones y de nuevas misiones que hagan renacer a la Iglesia, y eso a pesar de que los pastores, muchas veces, no nos producen demasiados entusiasmos.
Buena idea la de homenajear a Saturnino. No tan buena la de calificar su marcha a Bilbao como la desaparición en Álava del “último” franciscano. Entre otras cosas porque Saturnino ama a su tierra alavesa, es un referente para nosotros los alaveses de bien, y el recuerdo que nos deja es imperecedero. Seguro que le volvemos a ver por esas tierras de Valdegovía y por las calles de Vitoria pronto, y si no, iremos a visitarle. No podemos permitirnos la separación.











