Lunes, 24 de Noviembre de 2025

Actualizada Lunes, 24 de Noviembre de 2025 a las 17:12:09 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Lunes, 24 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:
Estreno de "The Age of Disclosure"

El día que la verdad quiso salir a la luz: Dan Farah y el documental que sacude el debate global sobre los ovnis y las inteligencias no humanas

[Img #29274]

 

Reportaje especial. Nueva York. La noche del estreno de The Age of Disclosure, Nueva York ardía en un viento frío que barría la cubierta del USS Intrepid, un portaaviones convertido en museo y varado frente al Hudson como un fósil de acero. Aquel monstruo naval, que había visto despegar aviones durante la Guerra Fría, sirvió de escenario para una noche que muchos describieron después como “irrepetible”. No por el glamour —no lo había—, ni por la alfombra roja —que no existió—, sino por la sensación colectiva de estar asistiendo a un punto de inflexión en la conversación pública global sobre ovnis y encuentros con inteligencias no humanas.


Los focos iluminaron el casco del barco, proyectando sombras alargadas sobre la cubierta. Entre los invitados había fotógrafos, congresistas, coroneles retirados, asesores de seguridad nacional, periodistas de investigación, astrofísicos, cineastas y curiosos silenciosos que preferían no ser fotografiados. El evento tenía la energía de una reunión clandestina disfrazada de gala.


En uno de los laterales, Dan Farah, el director, esperaba su turno. Vestía de negro, discreto, sin aspavientos. Lo que le pesaba no era el estreno de una película, sino la carga moral de haber reunido —y expuesto al público— testimonios que llevaban décadas enterrados en silencio.


Cuando subió al escenario, no sonrió. Miró al público como quien despierta y aún no ha salido del sueño. Después respiró hondo y dijo unas palabras que no sonaban a discurso de cine, sino a advertencia: “Esta película hace al público consciente de una situación muy real que nos afecta a todos...” El viento se llevó parte de la frase, pero no la intención.

 

I. Infancia extraterrestre: el origen del director que quiso saber más
 

Farah lo ha contado cientos de veces, pero siempre con la misma mezcla de nostalgia y fatalidad: su vocación nació en su salón, frente a la TV, envuelto en la atmósfera luminosa de los años ochenta. Antes de ser director, antes de ser productor, antes de convertirse en un referente inesperado de la "revelación" (“disclosure”), fue un niño obsesionado con las historias del cielo.
“Mi infancia fue en los años 80 y comienzos de los 90”, recuerda. “Crecí con películas como E.T., Encuentros en la Tercera Fase y series como Expediente X. Toda mi vida me pregunté: ¿estamos solos en el universo? ¿Sabe el gobierno de EE.UU. más de lo que nosotros sabemos?”


Esas preguntas no eran simples curiosidades. Se volvieron brújula, obsesión y, a la larga, destino. Farah construyó su documental con un objetivo casi infantil en su pureza: hablar con quienes sabían la verdad. “Siempre deseé que existiera un documental que entrevistara solo a gente con conocimiento directo. Ese fue el motor real de esta película. Y todos encajan en ese criterio.”

 

II. Un estreno que parecía una operación psicológica
 

La proyección comenzó sin discurso ni aplausos. La pantalla se encendió sobre el fondo negro del océano nocturno, y una secuencia de archivo mostró lanzamientos de cohetes, radares de los años sesenta, documentos censurados, líneas tachadas, palabras borradas.


Algunos asistentes bajaron los ojos. Otros apretaron los labios. Había militares allí que conocían esos documentos. Había ex agentes que sabían lo que implicaba revelar ciertos nombres, ciertos proyectos, ciertas instalaciones. Era imposible no sentir la energía de un secreto resquebrajándose en público.

 

III. Los testigos que nunca habían hablado
 

Uno de los momentos centrales del documental está dedicado al caso Vandenberg. Farah lo narra con precisión de reportero, no con los adornos de Hollywood. No le hace falta. Los hechos son lo suficientemente contundentes.


Un guardia de seguridad de la Fuerza Aérea acepta hablar por primera vez en cámara. Su rostro aparece a media luz. Sus manos se entrelazan sobre las rodillas. Su respiración es audible. “Presenciamos una nave del tamaño de un campo de fútbol”, dice. “Se quedó suspendida sobre nosotros, inmóvil, sin hacer ruido. Y después se fue a miles de millas por hora.” Farah no interrumpe. No dramatiza. Solo añade: “Tengo partes del informe policial interno que lo documentan.” El silencio en la sala del Intrepid fue absoluto.
Y lo que vino después fue aún más inquietante.


IV. Bajo el agua: donde nada debería moverse así
 

Farah, durante el rodaje, había acumulado testimonios que no encajaban en el relato convencional de los UAP como fenómenos exclusivamente aéreos.


“He hablado con almirantes y comandantes de submarinos”, afirma, “y me dijeron que las mismas naves gigantes vistas en Vandenberg también se han visto bajo el océano.” Naves que se desplazan sin resistencia hidrodinámica. Naves que ignoran la física que conocemos. Naves que no hacen estela ni cavitación. Naves que, según algunos informes, parecen atravesar densidades distintas como si no existieran.


Luego está el testimonio del miembro de la UAP Task Force que decidió compartir una operación que, de no ser por la cámara, sonaría a argumento de ciencia ficción: “Pusimos una plataforma nuclear como cebo, y obtuvimos mucha información".


Farah, al contarlo, no oculta el escalofrío que ese relato le provocó en su momento. La implicación es evidente: algo —no humano, según ellos— monitoriza de cerca el armamento nuclear. Y no desde ahora. Desde hace décadas.

https://latribunadelpaisvasco.com/tag/689/Entrevistas-Ovni

 

V. El agujero negro del dinero: un programa que no existe
 

El documental revela un aspecto que pocos ciudadanos conocen: la existencia de un “programa legado”, una estructura oculta que operaría fuera del control tradicional y que consumiría ingentes cantidades de dinero público sin apenas supervisión. Farah lo explica sin rodeos: “Todos los que conocen los detalles del programa legado me dicen lo mismo: que se han gastado más de un billón de dólares desde los años cuarenta.” Un billón de dólares. No uno, ni dos, ni diez mil millones. Un billón. Y la palabra clave es “desde los años cuarenta”, el período inmediatamente posterior a los primeros informes serios de fenómenos anómalos. Farah continúa: “Miles de personas trabajando a tiempo completo. Padres, vecinos, compañeros de trabajo… gente normal involucrada en algo que oficialmente no existe. Es una locura.” Luego viene la frase que muchos periodistas han convertido en titular: “Mentir al público, mentir al Congreso, mentir a presidentes en funciones.” No es un reproche. Es un diagnóstico.

 

VI. Rodar en la sombra: advertencias, vigilancia y presión
 

La parte más tensa del reportaje llega cuando Farah describe el proceso de producción. No alquiló oficinas. No anunció el rodaje. No buscó financiación pública. “Tuve que hacer esto en secreto”, confiesa. “Cuando oficiales reales de inteligencia empezaron a involucrarse, me dijeron: ‘No te conviene anunciar lo que estás haciendo. No digas quién participa’.”


Hubo días en los que Farah observó desde su casa vehículos desconocidos ralentizando al pasar. Hubo reuniones donde un silencio extraño se instaló en las esquinas. Hubo mensajes enviados desde números imposibles de rastrear. En un momento dado, alarmado, consultó con contactos en el Comité de Inteligencia del Senado. La respuesta fue tan clara como escalofriante: “Te están haciendo saber que están al tanto. Te están dejando claro que te vigilan. Intenta no cruzar ninguna línea.” Y Farah no la cruzó. Pero tampoco retrocedió.

 

VII. La tecnología imposible
 

En uno de los momentos más discutidos del documental, el físico Hal Puthoff —figura clave en décadas de investigación avanzada para el gobierno estadounidense— explica un concepto que cambia la perspectiva de los testigos: “La deformación del espacio-tiempo y la burbuja explica muchas cosas que hasta ahora no tenían sentido.”
Luego da un ejemplo: “Cuando un militar sube a una nave que por fuera parece de diez metros y por dentro parece del tamaño de un campo de fútbol.”


El público en el Intrepid murmuró. Algunos se echaron hacia atrás en su asiento. Otros se inclinaron hacia adelante, como atraídos por un abismo conceptual. Farah admite que esa declaración le “sacudió”. No tanto por su espectacularidad, sino porque proviene de un científico cuyo nombre figura en programas de investigación gubernamentales de primera magnitud. 

 

VIII. El experimento humano


A lo largo de las entrevistas, Farah muestra una faceta menos técnica y más filosófica. Tras horas de conversar con testigos de alto nivel, uno empieza a rozar ideas que rara vez aparecen en la prensa convencional. El director lo expresa con una sinceridad que incomoda: “Es imposible meterse en esta madriguera y no pensar: ¿somos un experimento? ¿Acabará un día este experimento?”


La frase no pretende dar respuesta. Es un síntoma del vértigo que supone asomarse a testimonios que redefinen lo humano.

 

IX. La política del no reconocimiento
 

El documental termina, pero su onda expansiva apenas empieza. Farah sabe que lo que viene ahora es la presión pública, el ruido político, la tensión institucional. “Creo que este estreno va a despertar al público”, asegura. “Van a exigir a sus representantes que tomen esto en serio. Y va a poner presión en la Casa Blanca.”
La cuestión no es solo científica, ni militar, ni tecnológica. Es filosófica, antropológica, sociológica, religiosa. Afecta al imaginario colectivo, a la estructura misma de las instituciones, al concepto de soberanía humana.


X. La noche que el silencio dejó de ser posible
 

Cuando la proyección finalizó y Farah volvió al escenario del USS Intrepid, no hubo aplausos inmediatos. Hubo silencio. Un silencio tan denso que casi parecía parte del guion. Tras unos segundos eternos, alguien aplaudió. Luego otro. Luego toda la cubierta resonó con una ovación grave, larga, contenida. No era el aplauso a un cineasta. Era el aplauso nervioso de un público que acababa de ver algo que no puede olvidarse.


Farah, en ese momento, no sonrió. Solo inclinó la cabeza como quien reconoce una realidad que ya no puede esconderse. Más tarde, cuando le preguntaron por qué había asumido el riesgo, respondió con la frase que ahora se reproduce en cientos de análisis y artículos: “No creo que ningún gobierno, ninguna organización o religión tenga derecho a ocultar hechos fundamentales sobre nuestra existencia.” Y añadió: “Hice esto porque el público tiene derecho a conocer lo que legalmente se puede contar. Y porque estos testimonios son demasiado importantes para dejarlos enterrados.” 


Era la confesión final de un hombre que, al abrir una puerta, cambió quizás para siempre el tamaño de nuestras preguntas.

 

https://amzn.to/45PDAXn

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.