EE.UU. estudió en secreto motores capaces de manipular la gravedad: sale a la luz un informe que reescribe la historia de la propulsión
Un documento desclasificado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, fechado en 1990 y hasta ahora inadvertido en los archivos nacionales de este país, revela que EEUU investigó seriamente la posibilidad de desarrollar motores capaces de generar empuje sin recurrir a ningún tipo de combustible convencional. El informe, elaborado por la corporación científica SAIC, sostiene que determinadas teorías físicas en cinco dimensiones permitirían convertir campos electromagnéticos en fuerza gravitacional, abriendo la puerta a un tipo de propulsión que desafiaría por completo la mecánica clásica: naves que se desplazan sin expulsar masa, sin turbinas, sin cohetes y sin límites teóricos de autonomía.
El documento analiza distintas propuestas teóricas que, de ser correctas, permitirían un acoplamiento directo entre electricidad y gravedad. Es decir: la posibilidad de que un sistema electromagnético pueda generar fuerzas que tradicionalmente atribuimos únicamente a la masa. En palabras del propio informe, este tipo de conversión “podría situarse diez órdenes de magnitud por encima de los procesos nucleares”, un potencial que, de ser real, transformaría para siempre la ingeniería aeroespacial y militar.
Para comprobar la existencia de este vínculo oculto entre electromagnetismo y gravedad, los autores recomiendan reproducir varios experimentos: capacitores de alto voltaje que parecen generar empuje sin reacción, mediciones de radiación luminosa que podrían revelar un comportamiento anómalo de la energía en presencia de campos gravitatorios, o sistemas basados en corrientes eléctricas divergentes que supuestamente generarían efectos no explicables por las ecuaciones clásicas de Maxwell.
Nota: Los suscriptores de La Tribuna del País Vasco pueden solicitar una copia del documento por los canales habituales: [email protected] o en el teléfono 650114502
Aunque el documento fue aprobado para difusión pública a comienzos de los años noventa, el estudio nunca trascendió al debate científico. Durante tres décadas nadie pareció advertir que la Fuerza Aérea estaba considerando, incluso de forma exploratoria, el desarrollo de sistemas de propulsión que hoy asociamos más a la ciencia ficción que a la ingeniería. Sin embargo, en un contexto en el que el Pentágono reconoce fenómenos aéreos no identificados cuyas maniobras desafían nuestras leyes físicas, el contenido de esta investigación adquiere un peso inesperado. Si estas teorías poseen aunque sea una mínima base real —si existe algún mecanismo que permita modificar el momento inercial de un objeto a través de la electricidad—, la humanidad podría estar mucho más cerca de un salto tecnológico que hasta ahora nadie se ha atrevido a imaginar en voz alta.
La pregunta ya no es si tales sistemas son posibles, sino si alguien, en algún laboratorio estatal o privado, ha seguido trabajando en lo que este informe dejó planteado. Porque si la respuesta es sí, entonces el futuro de la propulsión —y quizá el de la aeronáutica entera— podría haber comenzado en secreto hace más de treinta años.
Un documento desclasificado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, fechado en 1990 y hasta ahora inadvertido en los archivos nacionales de este país, revela que EEUU investigó seriamente la posibilidad de desarrollar motores capaces de generar empuje sin recurrir a ningún tipo de combustible convencional. El informe, elaborado por la corporación científica SAIC, sostiene que determinadas teorías físicas en cinco dimensiones permitirían convertir campos electromagnéticos en fuerza gravitacional, abriendo la puerta a un tipo de propulsión que desafiaría por completo la mecánica clásica: naves que se desplazan sin expulsar masa, sin turbinas, sin cohetes y sin límites teóricos de autonomía.
El documento analiza distintas propuestas teóricas que, de ser correctas, permitirían un acoplamiento directo entre electricidad y gravedad. Es decir: la posibilidad de que un sistema electromagnético pueda generar fuerzas que tradicionalmente atribuimos únicamente a la masa. En palabras del propio informe, este tipo de conversión “podría situarse diez órdenes de magnitud por encima de los procesos nucleares”, un potencial que, de ser real, transformaría para siempre la ingeniería aeroespacial y militar.
Para comprobar la existencia de este vínculo oculto entre electromagnetismo y gravedad, los autores recomiendan reproducir varios experimentos: capacitores de alto voltaje que parecen generar empuje sin reacción, mediciones de radiación luminosa que podrían revelar un comportamiento anómalo de la energía en presencia de campos gravitatorios, o sistemas basados en corrientes eléctricas divergentes que supuestamente generarían efectos no explicables por las ecuaciones clásicas de Maxwell.
Nota: Los suscriptores de La Tribuna del País Vasco pueden solicitar una copia del documento por los canales habituales: [email protected] o en el teléfono 650114502
Aunque el documento fue aprobado para difusión pública a comienzos de los años noventa, el estudio nunca trascendió al debate científico. Durante tres décadas nadie pareció advertir que la Fuerza Aérea estaba considerando, incluso de forma exploratoria, el desarrollo de sistemas de propulsión que hoy asociamos más a la ciencia ficción que a la ingeniería. Sin embargo, en un contexto en el que el Pentágono reconoce fenómenos aéreos no identificados cuyas maniobras desafían nuestras leyes físicas, el contenido de esta investigación adquiere un peso inesperado. Si estas teorías poseen aunque sea una mínima base real —si existe algún mecanismo que permita modificar el momento inercial de un objeto a través de la electricidad—, la humanidad podría estar mucho más cerca de un salto tecnológico que hasta ahora nadie se ha atrevido a imaginar en voz alta.
La pregunta ya no es si tales sistemas son posibles, sino si alguien, en algún laboratorio estatal o privado, ha seguido trabajando en lo que este informe dejó planteado. Porque si la respuesta es sí, entonces el futuro de la propulsión —y quizá el de la aeronáutica entera— podría haber comenzado en secreto hace más de treinta años.




