Miércoles, 10 de Diciembre de 2025

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Martes, 09 de Diciembre de 2025 Tiempo de lectura:
Líder de "Ilegales"

Fallece Jorge Martínez, el último pistolero eléctrico

[Img #29347]Hay muertes que suenan como un acorde final que se apaga lentamente en una sala vacía. La de Jorge Martínez, el alma incandescente de Ilegales, pertenece a esa estirpe. No es solo el adiós de un músico: es el silencio súbito de una forma de estar en el mundo. De una furia. De un desgarro. De una lucidez afilada que sabía mirar a los ojos a lo incómodo.

 

Jorge se marcha a los 70 años, después de haber vivido cada día como si fuera una bala trazadora que atraviesa la noche.

 

Nacido en Avilés en 1955 en una familia acomodada, Jorge Martínez creció en un paisaje de fábricas, humo y sueños rotos que costaba arrancar de la tierra. Allí entendió muy pronto que la música podía ser rebelión, pero también refugio. Abandonó estudios, certezas y comodidades para entregarse a una idea que le quemaba por dentro: crear un sonido que no pidiera permiso, que no negociara con nadie, que no maquillara la crudeza de la vida. Así, en 1982, fundó Ilegales, una banda hoy mítica que no encajaba en ningún molde porque se dedicó a romperlos todos.

 

En la España de la reconversión industrial, del desempleo asfixiante, de noches interminables que olían a esperanza y derrota, Ilegales apareció como una descarga eléctrica. Jorge cantaba Hola, mamoncete, Soy un macarra, Europa ha muerto o Tiempos nuevos, tiempos salvajes con la convicción de quien no solo interpreta: confiesa. 

 

Su forma de escribir —seca, directa, brutalmente honesta— convertía las canciones en crónicas de un país que buscaba identidad en medio de la tormenta. Era punk sin pretender serlo, rock and roll sin catecismos, new wave sin etiquetas. Era, ante todo, verdad.

 

Jorge vivió con la intensidad de los que saben que todo es frágil.
No fue un icono domesticado ni un artista de biografía limpia: fue un hombre contradictorio, brillante, excesivo, lúcido y a veces devastado y devastador. Pero siempre auténtico. En sus entrevistas aparecía una mezcla casi poética de ironía, inteligencia y nihilismo.
En sus conciertos, un animal escénico que dejaba el alma colgada en cada guitarrazo. Le vi tocar varias veces en San Sebastián y siempre fue un auténtico espectáculo con su ruido blanco.

 

Cuando exploró otros géneros como Jorge Ilegal y los Magníficos, lo hizo con la misma pasión con la que había incendiado los escenarios del rock. Porque su mayor virtud —y su maldición— fue no saber vivir a medias.

 

Este 2025 nos había devuelto a un Jorge renovado con Joven y arrogante, un título que sonaba a desafío, a despedida, a risa en mitad del caos. Pero en septiembre, la vida —que siempre cobra su parte— le obligó a suspender la gira: un cáncer avanzaba en silencio. 

 

No hubo victimismo en su comunicado, ni sentimentalismo. Solo la misma entereza con la que había cantado toda la vida: sin adornos, sin miedo. De frente.

 

Hoy su muerte deja un vacío que no se mide en cifras ni en discos vendidos, sino en cicatrices, en noches compartidas, en adolescentes que encontraron en sus letras una brújula ¿moral? para sobrevivir.

 

Jorge Martínez no fue un músico: fue un lenguaje. Una actitud.
Un espejo roto que devolvía la imagen más cruda, pero también más honesta, de lo que somos. Y aunque la guitarra cuelgue en silencio, queda el eco.


Ese eco que dice —como un epitafio perfecto— que antes de perder la vida, hay que vivirla.

 

Descanse en el ruido (blanco).

 

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