Desde hace seis años me toca vivir en España varios meses al año. Por motivos laborales y académicos, también debo viajar constantemente a distintos países europeos. Soy testigo directo de cómo la inmigración descontrolada destrozó el tejido social y su identidad cultural.

De repente, la Navidad es ofensiva, y un minuto después te encontrás escuchando alabanzas a Alá. Un pesebre representa el “odio”, mientras una mujer pasa a tu lado con un hiyab. Las iglesias se profanan con toda impunidad, mientras en ciertos países el Estado arresta a los cristianos que predican en la calle. No solo es religión: festivales tradicionales que terminan cancelados “para no excluir a nadie”, dietas escolares que se modifican para no “ofender” a quienes jamás muestran intención de integrarse y modos de vestir que deben ser evitados a toda costa (especialmente, mujeres).

Así, los dueños de casa se convierten en huéspedes incómodos dentro de su propio hogar, obligados a moverse con cautela mientras los recién llegados imponen sin pudor la forma de vivir que hizo, de sus países de origen, una verdadera barbarie y una horrenda calamidad.

Antes que te des cuenta, tampoco podrás exhibir con orgullo la bandera de tu propio país. Pasa en Inglaterra, donde se ha vuelto “racista” ondearla en el espacio público. Sucede en España: donde vivo, hace unos años apuñalaron a un joven por llevar la camiseta española de fútbol.

Europa se desangra demográficamente: la élite política europea está obsesionada con mutilar sexualmente a los niños, abortar a los bebés y fomentar la guerra de sexos a través del feminismo radical.
Por cierto, nada de “igualdad de género”ni “sororidad” para los recién llegados: ellos violan, golpean a sus mujeres y las someten, pero son los enigmas de la “diversidad cultural”… ¡el tan inofensivo “multiculturalismo”!

Solo un dato: los delitos sexuales en Europa se incrementaron un 79,2% de 2013 a 2023. Los inmigrantes de dicho origen están alevosamente sobrerrepresentados en las estadísticas policiales y judiciales relativas a este tipo de delitos tan aberrantes.

Ahora bien, esto es lo más importante: para que el islamismo pudiera hoy destruir Europa, Europa tuvo antes que destruirse a sí misma: desmantelar sus tradiciones, diluir sus particularismos nacionales y renunciar a su identidad.

Esa tarea fue realizada con toda eficiencia por su élite política y su élite intelectual. Juntos, lograron vaciar de sentido los valores que sostuvieron a Occidente, convertir la culpa en principio moral, patologizar el orgullo nacional y promover un relativismo que dejó al continente sin defensas culturales ni espirituales.

El virus del islamismo llega cuando el organismo europeo, debilitado por sus propias ideologías autoinmunes, ha quedado desprovisto de anticuerpos.

Si la reacción que se está gestando en este momento no es realmente CATEGÓRICA, saluden a Europa, que se va.

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