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La Tribuna del País Vasco
Jueves, 08 de Enero de 2015 Tiempo de lectura:

La Tercera Guerra Mundial consiste en esto: Occidente, en la batalla contra el totalitarismo islamista

[Img #7387]Resulta demasiado habitual que políticos, intelectuales y personalidades públicas afirmen demagógicamente que toda crítica realizada al Islam es exagerada, provocadora y fuera de tono, y que es necesario mantener con esta religión el mismo trato que en la mayor parte de Occidente se mantiene con otras creencias religiosas, especialmente, por su gran expansión, con el cristianismo. No es cierto. La religión islámica merece ser sometida a férreos análisis críticos, pero, además, las instituciones occidentales han de prestar una atención estricta y sin concesiones al hecho de que quienes profesan esta creencia no socaven, en su ejercicio, pilares fundamentales de nuestras democracias o de nuestro sistema de libertades.

 

Ningún ciudadano europeo critica a un musulmán, simplemente, por creer en otro Dios, por escuchar a otro profeta o por atender a unos códigos religiosos diferentes, sino que el problema se establece en el momento en el que algunos fieles musulmanes, cuando viven y trabajan en Europa, quieren extender las exigencias propias de su fe particular (excluyentes, intolerantes, fanáticas, antiliberales y profundamente agresivas con respecto a las mujeres, pero también en relación con otros grupos sociales) al resto de los ciudadanos y, lo que es peor, a los ordenamientos jurídicos de los países que les acogen.

 

Ciertamente, entre nosotros no faltan iluminados que en base a un falso progresismo, a una torticera interpretación del multiculturalismo y a un perverso relativismo ideológico que, al final, siempre acaba confundiendo la tolerancia con la injusticia y la libertad de credo con el integrismo, defienden que el Islam más radical pueda expandirse por Europa y América sin ningún tipo de control político, judicial o policial. Pero quienes abogan por este respeto petulante a las creencias de los otros (especialmente cuando los otros son musulmanes, no cuando se trata de cristianos o judíos, por ejemplo) han de entender que quienes señalamos que lo que está en juego actualmente es la supervivencia de la civilización occidental, y de los valores esenciales de ésta, frente a los continuos ataques liberticidas, sectarios y fanáticos del islamismo más radical, solamente estamos advirtiendo de algo que yihadistas ya tienen asumido como el principal objetivo de su vida: la destrucción última de nuestro “pecaminoso” sistema de convivencia.

 

Un ejemplo. El pensamiento del islamista Mohamed Bouyeri, que el 2 de noviembre de 2004 asesinó en una calle del centro de Amsterdam al cineasta y agitador cultural Theo Van Gogh, fue analizado por un experto en el Islam que envió su informe al Tribunal que al final condenaría al criminal a cadena perpetua.

 

Ruud Peters, que así se llamaba el profesor encargado de analizar para los jueces las referencias ideológicas del asesino Bouyeri tomando en cuenta las cartas, las reflexiones y las anotaciones dejadas por éste, explicó en su informe que Mohamed Bouyeri había comenzado por rechazar los valores occidentales. La siguiente etapa fue su rechazo al Estado democrático y a las instituciones legales de éste. Más tarde, explica el profesor Peters, Bouyeri hizo un llamamiento a la “yihad global” en contra de la democracia. Finalmente, el criminal abogó por la violencia frente a aquellos individuos que hubieran “insultado” al Islam o al profeta. Unos meses más tarde, Mohamed Bouyeri, un joven de 27 años nacido, criado y educado en Holanda, asesinó a Theo Van Gogh descerrajándole siete disparos y, posteriormente, degollándolo en medio de una calle de Amsterdam. En el juicio, Bouyeri anunció ante el Tribunal que estudiaba su caso que no se arrepentía de nada de lo que había hecho y que, si era puesto en libertad, volvería a hacer lo mismo.

 

Otro ejemplo de esto que decimos puede verse en este vídeo, en el que un salafista británico llama a sustiruir la democracia occidental por el Islam.

 

El principal freno que existe en Occidente a la lucha contra el totalitarismo islamista y, consecuentemente, contra el terrorismo yihadista, se encuentra en el interior de nuestras sociedades. Abunda entre nosotros un falso, ignorante y pretendido progresismo, patrocinado especialmente por los partidos de izquierda y las formaciones nacionalistas, que se ha convertido en un pozo ética e ideológicamente hediondo en el que preservar los valores occidentales, proteger las libertades individuales y defender la democracia liberal se ha convertido en un anatema para los defensores de lo “políticamente correcto”. De este modo, y con una derecha ideológica y políticamente acomplejada ante los mitos intocables de la socialdemocracia, muy pocos entre nosotros se atreven a defender con contundencia  los valores ilustrados y liberales, lo que ha abierto en Occidente el camino a una gravísima proliferación de los más variados procesos de radicalización y extremismo. El principal de ellos, aunque no el único, el islamismo.

 

El pensamiento débil e inerte que la socialdemocracia ha insuflado en Occidente en las últimas décadas ha abierto una vía fatal hacia la infantilización intelectual de nuestras sociedades, al quebranto del proyecto ilustrado y a un “todo vale” global que ha alcanzado límites de ruindad y demérito difícilmente superables. En este sentido, pretender una paridad radical de todas las ideas, presumir la nobleza de todas las opiniones y situar en un mismo plano ético a víctimas y verdugos supone arrasar los valores fundamentales de la modernidad occidental. Pero, sobre todo, y lo que es peor, implica proporcionar una carta de legitimidad absoluta a quienes, como los fanáticos islamistas, producen, alimentan y propagan proyectos de exterminio, de eliminación, de racismo, de discriminación o de aniquilación. Además, supone aceptar la aberrante idea de que quienes defienden estas opiniones bárbaras tienen tanto derecho a ser respetados como quienes desarrollan e impulsan criterios de respeto, de tolerancia y no atentatorios contra el resto de la humanidad.

 

Los bárbaros, los crueles, los fanáticos y los irracionales, por mucho que disfracen sus discursos de odio bajo los ropajes más o menos elegantes de la política, de la cultura o de las creencias religiosas, no pueden tener cabida entre nosotros. Y, por ello, Occidente debe lanzarse a la batalla.

 

Efectivamente, la Tercera Guerra Mundial es esto.

 

Por este motivo, es necesario educar a nuestros jóvenes en la idea del máximo respeto a los derechos individuales de las personas y en la creencia de que éstos no pueden ser comparables a los “presuntos” derechos de una confesión religiosa, de un “pueblo”, de una raza o de una determinada clase social.

 

Es necesario apoyar sin fisuras, tanto dentro de nuestros respectivos países como allí donde sea necesario, la lucha policial y militar más firme contra los procesos de radicalización y los movimientos totalitarios, tengan éstos el carácter que tengan. El pábulo ignorante que políticos, organizaciones, medios de comunicación y personajes del más variado pelaje han dado, por ejemplo, a individuos como Edward Snowden o Julian Assange, auténticos traidores a nuestro sistema de libertades, es un claro ejemplo de cuánto nos queda por recorrer en este sin duda duro camino.

 

Es necesario que los atentados terroristas sean juzgados como actos de genocidio; es necesario agravar las penas y castigos para quienes los cometen y, sobre todo, es necesario entender que es preciso legislar primero, y aplicar las leyes después, de tal modo que quienes buscan acabar con nuestras libertades no se beneficien de ellas.

 

Es necesario asumir que Occidente está en guerra contra el totalitarismo islamista que se alimenta en los gobiernos lejanos de Irán o de Arabia Saudí, pero que también se sustenta en las mezquitas que nos son próximas, en las ayudas sociales que pagamos todos y que han alimentado durante años a centenares de musulmanes que posteriormente han viajado a Siria o Irak a hacer su mortífera “guerra santa” y en los millonarios presupuestos públicos que legitiman un “multiculturalismo” vacuo que solamente demuestra una gravísima falta de confianza en nuestro sistema de convivencia y en las normas que protegen nuestros derechos y libertades.

 

Es necesario interiorizar que Occidente es, en esencia, la forma más y mejor elaborada de civilización que ha creado el ser humano y que, nuestro sistema de convivencia en libertad, por su capacidad para respetar todas las ideas y creencias, y por su apuesta sin fisuras por el libre pensamiento y la libertad de expresión, ha alcanzado los niveles más altos de desarrollo, progreso y bienestar. Y es necesario hacer saber al mundo que, desde ya, haremos todo lo necesario para defender este bagaje que nos hace más grandes, más fuertes y, desde luego, mucho mejores que los demás.

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