Una investigación de Jacob Savage
La Generación perdida: Cómo el populismo progresista destruye a los hombres jóvenes blancos, cristianos y heterosexuales
Durante años, desde las filas progresistas se ha cacareado incansablemente sobre la "inclusión", como si ésta fuera una promesa moral incuestionable. Hoy empieza a emerger una realidad incómoda: una generación entera de hombres jóvenes balncos y heterosexuales ha quedado atrapada en el ángulo muerto del nuevo orden cultural progresista. El artículo The Lost Generation, publicado en Compact Magazine, ha detonado una polémica de alcance nacional al poner nombre y rostro a un fenómeno que muchos intuían, pero pocos se atrevían a describir con crudeza: la exclusión sistemática de hombres blancos —especialmente millennials— de amplios sectores profesionales en nombre de las políticas izquierdistas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI).
Lo que comenzó como una presunta corrección de desigualdades históricas se ha convertido, según el texto, en un sistema de cuotas ideológicas que penaliza el mérito, el talento y la experiencia cuando no encajan en el perfil identitario correcto para la progresía culturalmente dominante. Medios de comunicación, universidades, industrias culturales y corporaciones han adoptado criterios de contratación donde la identidad pesa más que la competencia, generando una nueva forma de discriminación institucionalizada que rara vez se reconoce como tal.
El impacto no es solo laboral. El artículo describe una fractura psicológica y social: hombres jóvenes, formados, endeudados y profesionalmente desplazados, que descubren que el sistema ya no los necesita, ni los quiere, ni siquiera los escucha. No son “privilegiados en declive”, sino ciudadanos despojados de expectativas legítimas, convertidos en sospechosos morales por su mera existencia y por ser, simplemente, blancos, cristianos y heterosexuales.
Las reacciones al artículo de Jacob Savage no se han hecho esperar. Defensores de las políticas DEI han acusado al texto de victimismo y revisionismo histórico. Sus críticos, en cambio, señalan que la negación del problema confirma su existencia: cuando una injusticia solo es reconocible si afecta a determinados colectivos, deja de ser justicia y se convierte en dogma.
Más allá de la polémica inmediata, The Lost Generation abre una pregunta inquietante: ¿qué ocurre cuando una sociedad decide que la igualdad solo vale para algunos y que otros deben aceptar su marginación como castigo histórico heredado? La respuesta, advierte el artículo, puede no tardar en llegar. Y no será agradable.
Durante años, desde las filas progresistas se ha cacareado incansablemente sobre la "inclusión", como si ésta fuera una promesa moral incuestionable. Hoy empieza a emerger una realidad incómoda: una generación entera de hombres jóvenes balncos y heterosexuales ha quedado atrapada en el ángulo muerto del nuevo orden cultural progresista. El artículo The Lost Generation, publicado en Compact Magazine, ha detonado una polémica de alcance nacional al poner nombre y rostro a un fenómeno que muchos intuían, pero pocos se atrevían a describir con crudeza: la exclusión sistemática de hombres blancos —especialmente millennials— de amplios sectores profesionales en nombre de las políticas izquierdistas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI).
Lo que comenzó como una presunta corrección de desigualdades históricas se ha convertido, según el texto, en un sistema de cuotas ideológicas que penaliza el mérito, el talento y la experiencia cuando no encajan en el perfil identitario correcto para la progresía culturalmente dominante. Medios de comunicación, universidades, industrias culturales y corporaciones han adoptado criterios de contratación donde la identidad pesa más que la competencia, generando una nueva forma de discriminación institucionalizada que rara vez se reconoce como tal.
El impacto no es solo laboral. El artículo describe una fractura psicológica y social: hombres jóvenes, formados, endeudados y profesionalmente desplazados, que descubren que el sistema ya no los necesita, ni los quiere, ni siquiera los escucha. No son “privilegiados en declive”, sino ciudadanos despojados de expectativas legítimas, convertidos en sospechosos morales por su mera existencia y por ser, simplemente, blancos, cristianos y heterosexuales.
Las reacciones al artículo de Jacob Savage no se han hecho esperar. Defensores de las políticas DEI han acusado al texto de victimismo y revisionismo histórico. Sus críticos, en cambio, señalan que la negación del problema confirma su existencia: cuando una injusticia solo es reconocible si afecta a determinados colectivos, deja de ser justicia y se convierte en dogma.
Más allá de la polémica inmediata, The Lost Generation abre una pregunta inquietante: ¿qué ocurre cuando una sociedad decide que la igualdad solo vale para algunos y que otros deben aceptar su marginación como castigo histórico heredado? La respuesta, advierte el artículo, puede no tardar en llegar. Y no será agradable.












